viernes, 30 de diciembre de 2016

El chicle de los mayas (con un poco de marketing)

Me escribe una vieja amiga, fiel seguidora del Blog desde sus más tiernos balbuceos. Además de felicitarme las Navidades y el Año Nuevo, me pregunta que qué ha sido de aquel chicle que no se pegaba al pavimento, cuya irrupción inminente en el mercado adelantaba yo nada menos que en octubre de 2010. Pues la respuesta es contundente, amiga: creo que nos podemos olvidar de él. Como otros muchos inventos que, en principio, parecen tener un prometedor futuro, lo cierto es que la cosa no ha debido ser comercialmente muy jugosa porque, si uno entra en la página web donde hace seis años anunciaban el famoso chicle, lo más parecido que encuentra es una goma de mascar con nicotina, bajo el reclamo de que la goma en cuestión tiene unas excelentes propiedades a la hora de ir suministrando poco a poco los chutes de nicotina. Pero del chicle que podía resolver el problema planteado por la tienda de chuches que campa debajo de mi casa, nada de nada.

Sobre la goma base del chicle (el resto son azúcares o edulcorantes, colorantes, etc.) he escrito un par de entradas hace ya casi diez años. Para no que no tengáis que andar clicando mucho en enlaces, voy a hacer un pequeño resumen para situaros. Chicle es la castellanización de una palabra en lengua náhuatl (que se habla en Méjico) aplicada por los pueblos originales de esa zona a un árbol de la familia de las sapotáceas, el Manilkare zapota, también denominado Sapota zapotilla o Achras zapota. Se trata de una planta que, en realidad, crece de Méjico para abajo y que ya numerosos pueblos amerindios utilizaban como goma para mascar antes de que Colón y sus muchachos se dedicaran al noble arte de colonizar aborígenes. Para ello, realizaban incisiones en la corteza de esos árboles, que reaccionan ante la incisión o herida supurando un látex que los primitivos mascadores recogían y hervían, dejándolo después enfriar. El que la Historia conceptúa como introductor del chicle en EEUU, Thomas Adams, pensó en usar ese látex como alternativa al caucho natural que ya se usaba en las ruedas de automóviles, pero acabó utilizándolo (en 1871) en una mezcla con regaliz, a la que daba forma de bloques en una máquina similar a la que entonces se estaba introduciendo para fabricar las tabletas de chocolate, vendiéndola asi como goma de mascar (literalmente, chewing gum) bajo el nombre de Black Jack. Desde entonces, el nombre de Adams se ha perpetuado en los envoltorios de nuestros chicles. A lo largo de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, diversos laboratorios y empresas fueron capaces de producir cauchos sintéticos que son los que, hoy en día, se emplean en la mayoría de las formulaciones de las gomas de mascar.

Haciendo una búsqueda tras el requerimiento de mi amiga con el que he iniciado el post, he encontrado una página de un chicle que retoma la vieja idea de los chicles originales. En el Gran Petén, la segunda selva tropical más grande del continente americano (tras el Amazonas) y, más concretamente, en la parte de esa selva que está en el Yucatán mejicano, una serie de chicleros o recolectores de chicle a la antigua usanza, han constituido un consorcio de 52 cooperativas para vender una marca de chicle, Chicza. Su recolección se centra en el árbol que arriba os mencionaba y que ellos denominan con el nombre popular de Chicozapote. Evidentemente, el Búho no tiene nada que objetar a esa iniciativa, que da trabajo a bastante gente con un tipo de actividad en principio respetuosa con el medio ambiente y que controla y preserva la población de esos árboles tropicales de indudable valor paisajístico y ecológico.

La cosa empieza a mosquear a este vuestro autor cuando en la página web destinada a vendernos el chicle Chicza lee una serie de conceptos que provienen de un hábil profesional del marketing. Voy a enumerar los que no estoy dispuesto a pasar ni siquiera pensando en los amigos chicleros. Nos venden que el chicle solo contiene "goma natural"mientras que los habituales "llevan sobre todo, polímeros hechos a partir de petróleo, que no son otra cosa que plásticos". Después establecen que puesto que el Chicza solo contiene goma natural, "tiene todas las virtudes de una materia prima biodegradable: inocua, hidrosoluble y no adhesiva. Se descompone fácilmente al combinarse la biodegradación enzimática y la bacterial, con el tiempo se hace polvo y regresa a la tierra, igual que la madera podrida, las hojas caídas y muchos otros elementos que enriquecen los suelos". Por el contrario las gomas fabricadas con polímeros derivados del petróleo "tienden a integrarse para siempre en el asfalto".

Pues oiga, va a ser que no. La composición química de la goma que se extrae del chicozapote es bien conocida desde hace años. En un artículo del año 1951, cuya referencia podéis ver abajo (1), Schlesinger y Leeper, mediante extracción con disolventes, demostraron que la goma de los chicleros es una mezcla física de cis-poliisoreno (34%) y trans-polisopreno (66%), dos polímeros o largas cadenas de unidades de isopreno pero que, al unirse para formar la cadena, se enganchan de manera distinta (dicho así para no asustar a los que dicen que en cuanto me pongo técnico abandonan la lectura). Vamos, que son dos polímeros distintos aunque de formula química idéntica. El que el chicle era una mezcla física fue corroborado posteriormente en un artículo de tres investigadores japoneses (2), usando Resonancia Magnética Nuclear de Carbono-13.

Nuestros amigos cis-poliisopreno y trans-polisopreno son dos polímeros que pueden extraerse de árboles muy similares al Chicozapote y por procedimientos idénticos (incisiones y demás). No deja de ser fascinante que árboles de la misma familia sean peculiares "laboratorios" en los que obtener materiales distintos con diferentes propiedades y aplicaciones. Por ejemplo, el árbol llamado Hevea brasilensis produce un tipo de látex que es el que hoy se vende todavía como caucho natural y que se sigue empleando en la formulación de neumáticos. El caucho Hevea es, básicamente, un cis-poliisopreno. Pero no muy lejos de las plantaciones de Hevea brasilensis, uno puede encontrar plantaciones de árboles como la Balata o la Isonandra gutta, que producen látex que dan lugar a cauchos o polímeros que son, fundamentalmente, trans-poliisopreno, con un uso más reducido que el caucho natural. El caucho de la Isonandra o gutapercha (del malayo getah, goma y percha, árbol) se ha empleado antiguamente por los dentistas, como rellenos de las caries una vez saneadas. El caucho proveniente de la balata se empleaba (ahora en menor escala) como corazón de las bolas más exclusivas de golf.

Y lo que es más importante, desde los años cuarenta, los químicos han sintetizado esos polímeros a escala industrial (sobre todo el cis-), consiguiendo materiales poliméricos idénticos a los de los árboles y mucho más puros. El caucho natural, por ejemplo, lleva algunas proteínas que son las causantes de las reacciones alérgicas que algunos experimentan cuando se ponen unos guantes fabricados con ese látex. El cis-poliisopreno sintético se emplea, junto con otros componentes poliméricos como el poliisobutileno, en la formulación de las gomas de mascar modernas.

Así que, volviendo ya a la propaganda del Chicza, las gomas naturales contienen polisoprenos cis- y trans- y, por muy natural que sea su origen, no son hidrofílicas, como no lo son el caucho natural, la gutapercha o los cauchos sintéticos derivados del petróleo. Ni unos ni otros se disuelven lo más mínimo en agua, lo que favorecería su biodegradación, que no ocurre. En lo tocante a la pretensión de que desaparezca y se integre en la tierra como las hojas o la madera también carece de fundamento. La goma de los chicleros desaparecen de forma muy parecida a como lo hacen los cauchos naturales o sintéticos. Cuando alguien los deja caer sobre el pavimento, la acción del calor y, sobre todo, de los rayos ultravioleta del sol y el oxígeno del aire, los va degradando progresivamente, haciéndolos más duros, favoreciendo así una desintegración lenta pero continua por la acción mecánica. Gracias a eso, y a las barredoras que pasan por mi portal casi todos los días, el pavimento al que salgo cuando me marcho de mi casa no tiene varios metros de altura a base de goma de mascar. Y ese polvo que la acción mecánica produce no vuelve a la tierra, integrándose en ella como lo hacen los desechos vegetales. Seguirá ahí, como los microplásticos de los que tanto se habla hoy en día.

El marketing también nos vende que el Chicza no lleva ni azúcar refinado ni edulcorantes como el aspartamo (faltaría plus). A cambio, se endulza con jarabe de agave natural, rico en fructosa y con bajo índice glucémico. Pero no es una solución ni para los dientes ni para prevenir la diabetes y otros problemas ligados al consumo de carbohidratos.

Así que larga vida a los chicleros, a sus árboles y a su Consorcio, pero no se me apunten a lo orgánico y natural. El solo hecho de que Uds. lo produzcan y comercialicen, en un mundo controlado por grandes multinacionales, ya tiene su valor añadido que no necesita de otros "aditamentos".

Referencias:
(1) W. Schlesinger and H.M. Leeper, Ind. Eng. Chem. 43, 398 (1951).
(2) Y. Tanaka, H. Sato and T. Seimiya, Polymer J., 7, 264 (1975).

viernes, 9 de diciembre de 2016

Las larvas que comen poliestireno expandido

Desde que hace ya años leí un interesante libro del que es autor, vengo siguiendo en Twitter a una persona que, bajo el seudónimo de @paleofreak, es un prolífico generador de esos mensajes en 140 caracteres que llamamos tuits. Con muchos de ellos me identifico y, en todo caso, comparta o no sus contenidos, me hace reír. Y, gracias a seguirle, hace pocos días, uno de sus tuits fue la fuente de información para la entrada de hoy. Una información que, como "experto" en polímeros, preocupado además por el impacto ambiental de los plásticos, no se me tendría que haber escapado. Pero uno no puede estar a todo. Así que sólo gracias a @paleofreak he podido localizar la mencionada información y leérmela.

En el tuit en cuestión, @paleofreak escribía:

- Los gusanos de la harina (larvas de Tenebrio molitor) se comen el poliestireno sin problema alguno.

haciendo referencia a un artículo publicado el año pasado [Environ. Sci. Technol. 2015, 49,12080-12086]. Eso provocó un intercambio de tuits entre él y uno de sus seguidores:

- ¿Y qué cagan?.
- Caca.
- Quiero decir que si el subproducto es igual de contaminante que el poliestireno, no le veo mucha utilidad.
- No lo parece. Hay una biodegradación bastante efectiva según entiendo, aunque no controlo el tema.


A partir de ahí, ya tenía el Búho el tema servido.

Los gusanos de la harina son la fase larva de un tipo de escarabajo que, obviamente, vive de las harinas. De acuerdo con la Wikipedia (donde podéis ver la pinta que tienen), las larvas son bastante grandes (25 milímetros) y se utilizan normalmente como cebo de pesca o en la alimentación de mascotas como reptiles y aves. Se suelen comercializar en recipientes llenos de salvado y, en algunos sitios exóticos, se venden brochetas de estas larvas asadas para consumo humano. Su bien experimentada crianza en cautividad, las hace idóneas para el tipo de experimento descrito en el artículo en cuestión.

El poliestireno expandido (EPS en jerga técnica) es esa especie de corcho blanco, constituido por agregación de bolitas del material, que se usa para envasar, por ejemplo, aparatos electrónicos como impresoras y ordenadores y así protegerlos de los golpes en el transporte. También se emplea en las bandejas de supermercado que contienen carne o frutas envasadas y es el mismo material que constituye esa especie de gusanitos blancos, que podéis ver en la foto que ilustra esta entrada, con los que se protegen objetos con formas más complicadas.

Gracias a un proceso de expansión que se lleva a cabo con ayuda de gases, el poliestireno original se transforma en el poliestireno expandido (EPS), que pesa entre 20 y 100 veces menos que lo que pesa el mismo volumen del poliestireno original, porque una parte importante de él es solo aire. Esa baja densidad del EPS hace que vuele con gran facilidad por acción del viento. Si tenemos además en cuenta que pequeñas fricciones hacen que su estructura se desintegre en las minúsculas bolitas blancas que lo constituyen, es entendible la facilidad con la que puede aparecer por todas partes, aunque también hay que mencionar que esa baja densidad hace que sea muy difícil que pueda hundirse en el agua de los ríos o en el agua de mar. En cualquier caso el EPS es un material con no muy buena fama a nivel ambiental y en los Garbigunes (estaciones de recogida selectiva de basura de mi pueblo), el EPS se recoge en contenedores específicos para su posterior reciclado.

Pues bien, el artículo que llegó a mis manos, gracias al tuit de @paleofreak, explica que las larvas del escarabajo de la harina son capaces, literalmente, de comerse el poliestireno. Los autores son un grupo de investigadores chinos (uno de ellos radicado en la Universidad de Stanford, en los USA) a los que yo ya había leído en un trabajo similar sobre el polietileno (el plástico de las bolsas de basura) y la posibilidad de que otros conocidos bichitos, los gusanos de seda, pudieran comérselo. Pero sus resultados eran sustancialmente menos interesantes que los de las larvas de la harina que ahora consideramos.

En el trabajo en cuestión, un grupo de larvas de harina es "alimentado" exclusivamente con poliestireno expandido y, pese a ello, los bichos son capaces de vivir el mismo tiempo (antes de dar lugar a las pupas y al escarabajo final) que otro grupo de hermanas alimentadas con el salvado habitual. El análisis del artículo revela que, en un período tan corto como 16 días, las larvas ingieren EPS y son capaces de convertir casi la mitad de él en CO2 que es expelido a la atmósfera. Una cantidad muy pequeña (menos del 1%) es incorporada al cuerpo de las larvas pero, sorprendentemente, es suficiente como para que no adelgacen tanto como un tercer grupo de control al que se ha mantenido en una estricta y obligatoria "huelga" de hambre. Ello quiere decir que del metabolismo del EPS, que da lugar al CO2, las larvas del primer grupo son capaces de sacar la energía suficiente para mantener su peso sin comer nada más.

La otra mitad del EPS que las larvas mastican e ingieren pasa a convertirse en las "cacas" que preocupaban al interlocutor de @paleofreak. Los chinos han analizado también esas heces y han comprobado que aunque, básicamente, están constituidas por poliestireno, el paso por el tracto intestinal de nuestras amigas ha hecho que las largas cadenas de átomos que constituyen el poliestireno original sean algo más cortas (no mucho) en las heces, lo que quiere decir que esas cadenas se han roto por la acción intestinal.

Los autores terminan el artículo dirigiendo al lector a un segundo artículo en la misma revista [Environ. Sci. Technol., 2015, 49, 12087–12093] en el que dan cuenta del importante papel que en la degradación del EPS juega la microflora intestinal de las larvas, proponiendo la interesante idea de tratar al intestino de esas larvas como un biorreactor en el que diversas condiciones físicas y bioquímicas puedan tener un papel crítico en los resultados obtenidos en el primero de los dos artículos. Ello, según los autores, puede ser importante a la hora de que la larva de la harina pueda cambiar su "menú" y acabar comiendo otros plásticos omnipresentes en nuestro mundo como el polietileno, el polipropileno o el PVC.

Como dice un colega en estas actividades divulgativas, ¡permanezcan atentos a sus pantallas!.

martes, 29 de noviembre de 2016

La tortuosa vía de la Quimiofobia

Hasta hace unos pocos días, yo pensaba que el Flan Chino Mandarín era una cosa del pasado, solo en la memoria de sesentones que, como yo, recuerdan los flanes de nuestras madres, hechos con unos sobres cuyo contenido se ponía a hervir con leche y que los niños de la época nos comíamos con deleite en un santiamén. Pero una historia que he leído en la revista alemana Chemie in Unserer Zeit (La Química en Nuestro Tiempo) me ha hecho rebuscar un poco y encontrarme con la sorpresa de que el Mandarín sigue vivito y coleando, aunque ahora bajo el pastoreo de la marca alemana Dr. Oetker, que comercializa muchas cosas en España. Una alucinante historia que, por cierto, tiene que ver con el asunto de la vainilla natural o artificial que vimos hace poco.

El Prof. Klaus Roth, de la Universidad Libre de Berlín, es un químico al que sigo la pista desde hace tiempo. Conocido por un par de libros sobre el uso de la Resonancia Magnética Nuclear en Medicina, es también (y por eso me interesa) un divulgador cuyos temas preferidos tienen que ver con la gastronomía. De hecho, ha publicado recientemente un libro sobre Delicatessen. No le sigo tanto como quisiera porque publica en alemán y mi alemán se debió esconder en las aulas de la Facultad de Ciencias de Zaragoza, tras pasar un examen en el que había que traducir (con ayuda de diccionario) un texto de la lengua de Goethe. Pero los resúmenes de sus artículos en la revista arriba mencionada suelen estar en inglés y cuando, como es el caso de hoy, veo algo que me interesa, me busco la vida para poder tener una versión al castellano del artículo. Esta vez, mi colega y amigo Thomas Schäfer ha sido el traductor, entre cerveza y cerveza en un bar de mi barrio.

La última contribución del Prof. Roth [Chem. Unserer Zeit 2016, 50, 226-232] lleva por título "¿Es el pudding con sabor a vainilla mutagénico?", título que podría trasladarse al mercado español, sin más que cambiar pudding por flan Chino Mandarin. Y el Dr. Roth se plantea esa inquietante pregunta después de leer en un libro de texto, publicado en 2015 bajo el título de Bioquímica Técnica, que  "la vainillina sintética, de acuerdo con el BUA (acrónimo alemán del Comité Consultivo de Sustancias de Relevancia Ambiental) es cancerígena, mutagénica, puede causar daños en el ADN y en los cromosomas". La cosa mosqueó a nuestro profe berlinés porque estaba al corriente de diversos dictámenes de la FDA americana, la EFSA europea u otros organismos como la FAO o la OMS, que no han planteado, a lo largo de los últimos 50 años, problema alguno ligado a la vainillina sintética y que, incluso, han llegado a establecer límites seguros para la ingestión de esa sustancia. Y así, la Dieta Admisible Diaria está establecida en 10 mg/kg de peso y día, lo cual quiere decir que una persona de 70 kg de peso podría ingerir, todos los días de su vida, 700 mg de vainillina, casi un gramo, sin que pasara nada. Lo cual no es el caso para la mayoría de los mortales. ¿De dónde había salido entonces la cita en el libro de Bioquímica?.

La búsqueda le ha llevado su tiempo al Prof. Roth (andará jubilado, como yo), pero ha resuelto el misterio. La referencia que el libro de Bioquímica hace al BUA es correcta y data de mediados de los ochenta, cuando ese Comité Consultivo analizó los datos existentes en la literatura de unas 100.000 sustancias químicas presentes en el mercado. Y de esas 100.000, la BUA restringió un estudio posterior a 512, en principio más problemáticas, entre las que se encontraba nuestra vainillina (quizás por ser una sustancia muy vendida). No se encontraron estudios que indicaran la peligrosidad de esa sustancia, excepto que algunas pruebas realizadas con animales parecían apuntar a efectos cancerígenos o mutagénicos o dañinos para el ADN o para los cromosomas (y es importante que retengáis lo del repetido "o"). Pero esos indicios encontrados en la bibliografía no se han confirmado nunca con posterioridad.

Sin embargo, la literalidad de las conclusiones contenidas en el informe del BUA fue recogida en esos años en una web de un Centro dirigido por un tal Dr. Meiners, un químico y ecologista que recibió en herencia una maravillosa finca cerca de Bremen y la transformó en un Centro dedicado a cuestiones medioambientales. Y, desde entonces, allí sigue la referencia en los mismos términos en los que se publicaron hace treinta años.

Esa referencia fue tomada en el año 2010 por otra peculiar organización alemana, una especie de Centro de terapias alternativas, el Zentrum der Gesundheil (ZDG) que, sin embargo, alteró el texto de la web del centro del Dr. Mainers y cambió los sucesivas "o" de dicha web por una lista de los mismos conceptos con lo que, en ese nuevo sitio, la vainillina pasó a quedar definida, al mismo tiempo, como cancerígena, mutagénica, dañina para el ADN y para los cromosomas. Y ha sido este múltiple carácter dañino el que se ha recogido en el libro de Bioquímica de 2015.

Pero aún hay más. En la web del Dr. Meiners parece también una frase en la que, sin citar referencia alguna, se establece que estudios realizados en los ochenta en EEUU parecían haber apuntado la posibilidad de que la vainillina tuviera ciertos efectos sobre algunos niños, lo que se traducía en pérdidas de atención y nerviosismo. En la web del ZDG, y ya en 2010, esa posibilidad se convirtió en certeza, estableciendo categóricamente que el consumo de vainillina producía pérdidas de atención e incremento de nerviosismo en los niños. Y ya, puestos a modificar, el libro de Bioquímica de 2105 establece que la vainillina es una neurotoxina (para qué vamos a andar con rodeos).

No me digáis que la cosa no tiene guasa.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Agitación cuántica

El guionista, humorista y director de televisión José Antonio Pérez Ledó (Jose para los amigos y @mimesacojea en Twitter) nos hizo reír de lo lindo con una charla Naukas en el reciente Passion for Knowledge, organizado este setiembre en esta ciudad por las huestes amigas de Pedro Etxenike. La charla se titulaba Últimos Avances en Cuántica y nadie debiera perderse el vídeo de esa charla, enlace aquí, si no lo habéis visto todavía. Son menos de diez minutos hilarantes y más si pensamos que Jose tenía sentados en las primeras filas del Teatro Victoria Eugenia a cualificados investigadores, alguno con el Nobel de Física o Química en las alforjas, muchos de los cuales tiene que ver con la Cuántica.

Siguiendo con el hilo cuántico, este miércoles y en el Diario Vasco, mi gaceta local, en sus páginas de Al Día y, dentro de ellas, en el apartado Salud, se publicaba una entrevista con un conocido médico homeópata de mi ciudad, cuya consulta queda al otro lado de mi calle. La entrevista era la "fase de calentamiento" para una charla que, ese mismo día, se iba a dar en San Sebastián y que tenía como motivo el responder a los "ataques injustificados y agresivos que se habían dado contra los homeópatas" con ocasión del Congreso celebrado  en mayo en el Palacio Miramar de esta ciudad.

Ante una pregunta de la periodista sobre cómo podía explicar que los preparados homeopáticos funcionen después de las ultradiluciones a las que se someten durante su elaboración, el entrevistado recurre al nuevo mantra de la homeopatía: "existen evidencias de que las diluciones homeopáticas transmiten la información, a pesar de que no hay moléculas[.....]. Lo que se está obviando es el proceso por el cual se hace la dilución". La entrevistadora, bien mandada, le pregunta simplemente en qué consiste ese proceso. Y aquí el ciudadano se mete en un jardín sin flores: "Se hace en frascos separados y, en cada dilución, se provoca una agitación a través de unas máquinas. Lo que se ha demostrado ahora, gracias a la física cuántica, es que se forman nanoburbujas y, entre ellas, crean capas, estructuras nuevas, denominadas dominios de coherencia, que es donde se acumula esa información. Cuanto más diluyes más estructuras hay, más nanoburbujas y más capacidad de almacenar información". (Los subrayados son míos).

No voy a entrar a explicaros lo de las nanoburbujas y los dominios de coherencia porque, sobre todo en lo segundo, vamos a entrar en terrenos movedizos y, a la mayoría, le daría por abandonar la lectura antes de enterarse. Pero si voy a hablar de algo más prosaico, de las famosas máquinas y de la agitación, capaces de crear esas complejas estructuras cuánticas. El método establecido, hace casi dos siglos, por el padre de la homeopatía Samuel Hahnemann establece que, tras cada dilución en la preparación del "medicamento" homeopático, la nueva disolución debe ser vigorosamente agitada un número determinado de veces. Ello provoca la llamada potenciación de esa disolución, la madre de todas las propiedades de los preparados, la que da lugar a la "memoria del agua", las nanoburbujas, los dominios de coherencia o cualquier otro concepto que pueda explicar lo inexplicable.

El método original, propuesto por Hahnemann, suponía llevar a cabo esas agitaciones mediante golpes repetidos del frasco que contiene la nueva dilución contra una Biblia. Nada que objetar, dada la época. Hoy en día, muchas de las grandes empresas homeopáticas, como Boiron y otras, han racionalizado ese proceso y algunas alardean de que tras "largas investigaciones" han dado con las "máquinas" ideales para que el proceso de potenciación sea el adecuado. Ahora se atribuyen a esas sofisticadas máquinas (que no dejan de ser unos agitadores) la producción de esas estructuras cuánticas, celosas guardianas de la información del principio activo o sustancia que había en la disolución original de la que se parte para preparar las sucesivas diluciones. Diluciones que a partir de un punto, y como reconoce el entrevistado, hacen que la disolución no contenga molécula alguna del principio activo.

Pero lo que el homeópata no dice es que algunas de esas empresas se aferran a la tradición y siguen elaborando preparados homeopáticos mediante el estricto seguimiento de los dictámenes del Fundador. Así que, en el proceso, pasan de sofisticados artilugios y siguen empleando los golpes sobre la Biblia. Y si no os lo creéis porque pensáis que esto de la homeopatía es una cosa seria, podéis entrar en la página web de la empresa Helios Homeopathy, un referente en este campo, y ver este vídeo. Está en inglés (aunque parte de la web está en castellano) y no hace falta que lo veáis entero, aunque quizás a más de uno le abra los ojos. Pero, si no tenéis tiempo, basta con que vayáis al minuto 0:26 y aguantéis poco más de treinta segundos y veréis la parte de la preparación que implica la Biblia y, según ellos, la creación de las estructuras cuánticas que almacenan la información.

Después de esto podéis abrir de nuevo el vídeo de @mimesacojea y volver a reír. La risoterapia es una de las pocas medicinas alternativas en la que creo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Aromas emergentes en los vinos Sauternes

En varias entradas de este Blog, y prácticamente desde los inicios, hemos hablado de las moléculas quirales. Y vamos a recordar lo que son, para que no se me asusten los lectores que tienden al abandono de una entrada en cuanto piensan que voy a hablar de algo muy técnico, por encontrarse con alguna palabreja de la jerga química como la mencionada. La cosa es fácil de explicar, como veréis, y el resto del post tiene que ver con algo tan interesante como los vinos tipo Sauternes.

Se puede introducir el concepto de moléculas quirales reflexionando sobre la estructura de nuestras propias manos. Imaginemos que fueran absolutamente idénticas en cuanto a su apariencia física. A pesar de ello no podemos superponerlas una sobre otra colocando la palma de una sobre el dorso de la otra. Cuando lo intentamos, el dedo pulgar acaba cerca del meñique y viceversa. En realidad, esto ocurre porque una es la imagen que nos da un espejo de la otra (imagen especular). Esa misma idea puede aplicarse a ciertas agrupaciones de átomos que dan lugar a moléculas quirales. Tan es así que la denominación quiral proviene del griego keiros que significa mano. Muchas de las propiedades de estas variantes quirales de una misma molécula son idénticas. Tienen la misma fórmula, el mismo punto de fusión, a veces el mismo color, etc. Pero hay otras propiedades que son sustancialmente distintas. En una antigua entrada de este Blog hemos hablado, por ejemplo y entre otras cosas, del desgraciado caso de la molécula de talidomida. Vendida como un producto relajante a las embarazadas de los años cincuenta, el producto comercial era en realidad una mezcla de las variantes quirales de la molécula de la talidomida. Una era ciertamente un relajante muscular pero la otra tiene las propiedades teratógenas que causaron malformaciones, y la muerte, de niños cuyas madres habían tomado ese compuesto.

Pero hablemos de cosas más alegres. No soy muy de vinos dulces o de postre. A pesar de ello, en mi casa siempre hay alguna botella de Sauternes, Jurançon o algún similar navarro como el de Ochoa (y es que en mi casa no solo bebo yo). No vamos a entrar en mucho detalle con las razones por las que nunca me he aficionado a ellos, pero intuyo que algo tienen que ver los aromas que mi prominente nariz detecta cuando la meto en la copa en la que descansa el vino. Y que no me resultan del todo atractivos. Como tampoco me gusta su excesivo dulzor. He leído que el carísimo Château d'Yquem puede llegar a tener hasta 150 gramos de azúcar por litro, lo cual es una barbaridad (al menos para mis papilas). En cualquier caso, en esta entrada nos vamos a centrar más en el asunto de los aromas que, como sabéis, tiene mucho de Química.

La originalidad de los vinos tipo Sauternes se basa en la llamada "podredumbre noble" causada por un hongo conocido como Botrytis cinerea que, en ciertas condiciones de humedad y temperatura, se aloja en las uvas tipo Sauvignon blanc o Sémillon y que si, deliberadamente, se deja crecer en ese soporte tan interesante para el hongo, acaba convirtiendo las uvas en una especie de pasas muy ricas en azúcar y aromas. A partir de ellas se obtienen los mencionados vinos, que suelen consumirse acompañando al foie o como bebida de postre.

La literatura científica es muy abundante en la identificación de los aromas característicos de un vino como el Sauternes. Cosa harto complicada porque la mayoría de los vinos son mezclas complejísimas de cientos de sustancias químicas volátiles, que provienen tanto del tipo de uva como de los procesos de fermentación y ulterior envejecimiento de los caldos. Nuestro sistema olfativo es un eficiente detector de esos aromas, a veces incluso aunque estén en cantidades minúsculas, y nos permite identificar muchos olores, asociándolos a determinados productos. Sin embargo, a medida que vamos estudiando los mecanismos a través de los cuales los humanos detectamos e identificamos los olores (algo que interesa también en el ámbito de la perfumería) se han ido descubriendo algunos efectos peculiares. Algunos aromas enmascaran otros o los potencian y un efecto que me ha llamado la atención desde que tuve noticia de ello es que, a nivel del cerebro, existe una especie de "propiedades emergentes" de los aromas. Y me explico. Lo mismo que del conocimiento de las propiedades del hidrógeno y el oxígeno, elementos que componen la molécula del agua, no pueden deducirse las sorprendentes propiedades de la misma, identificar a veces el origen de un determinado aroma sobre la base de las moléculas que componen un perfume o un vino no es siempre obvio. Existe lo que se conoce como interacción perceptiva, según la cual, la presencia de varias sustancias químicas puede dar lugar a aromas característicos no esperables de la simple consideración de los aromas de las moléculas individuales.

Recientes artículos en los que participaban, entre otros, investigadores de la Universidad de Burdeos, han puesto de manifiesto que ese tipo de fenómenos se dan en uno de los aromas característicos de los vinos de Sauternes: el que recuerda a cómo huele la piel de las naranjas muy maduras. En un primer artículo, que data de 2014 [J. Agric. Food Chem 2014, 62, 2469] los autores pusieron de manifiesto, mediante diversas técnicas instrumentales y paneles de cata, que ese aroma "emergente" era causado por una mezcla de tres moléculas de la familia de las lactonas, una de ellas provenientes de la madera de roble empleada en las barricas de envejecimiento y las otras dos generadas en el propio proceso de sobremaduración de la uva por efecto del hongo Botrytis. Y aún hay más. En un artículo posterior, que la semana pasada se publicaba en la web de la revista arriba mencionada [DOI:10.1021/acs.jafc.6b03117], el mismo grupo demostraba que sola una de las formas quirales de una de las lactonas provenientes del proceso de maduración debido al hongo era la que participaba en esa interacción perceptiva y no la otra.

Dicen los autores, al final del artículo, que aunque han recibido dinero del Consejo Regulador de la denominación Burdeos y de la exclusiva bodega Château de Yquem, ellos no tienen intereses financieros en el asunto. Se lo creeremos. Pero eso son investigaciones interesantes, con Château de Yquem por medio, y no otras con moléculas malolientes y no bebibles. Envidia puñetera en el fondo.

martes, 18 de octubre de 2016

Vajilla francesa

Desde que es público que soy un jubilado a tiempo completo, se ha incrementado el número de mensajes de algunos seguidores proponiéndome nuevos temas para el blog. Es como si ya dieran por asumido que me voy a aburrir miserablemente y pretendan evitarlo. No prometo nada porque, como siempre, voy a hacer con este blog lo que me de la gana, que para eso es mío. Pero entre los temas que en las últimas semanas se me han propuesto, hay uno sobre el que si tengo algo que decir. Se hace eco de un decreto del Gobierno de la France, de fecha 30 de agosto de 2016, en el que se establece la prohibición, a partir del 1 de enero de 2020, de utilizar "tazas, vasos y platos desechables en materiales plásticos". Aunque los detalle que matizan esa aseveración los vamos a ver enseguida, antes de ello diré que esta prohibición me parece consustancial con la idiosincrasia francesa. ¡A dónde vamos a llegar!. Beber un Burdeos o un Borgoña en una copa de plástico. O saborear las delicias del pato o de la oca con platos y cubertería de algún polímero de los que han dado de comer al Búho....

El decreto establece en su articulado que estará permitido, por el contrario, la comercialización y uso de "vajillas de materiales plásticos que sean compostables en compostajes domésticos". Lo del compostaje doméstico son esas pequeñas instalaciones, más o menos rudimentarias o decorativas, que uno puede instalar en el jardín de su casa para depositar los residuos orgánicos de comida, restos de jardinería o materiales que puedan degradarse con ellos, dando lugar (en teoría) a un compost o mezcla utilizable, por ejemplo, como abono. El decreto también establece que, a partir de la mencionada fecha, se podrán utilizar "vajillas en plástico que provengan, al menos en un 50% de su composición, de materiales cuyo origen esté ligado a la biomasa". Esto es, plásticos que en su producción se deriven de componentes de la biomasa como el maíz, la caña de azúcar, productos derivados de la actividad de microorganismos, etc.

Los industriales franceses del ramo han puesto el grito en el cielo, denunciando la pérdida de puestos de trabajo y, lo que parece bastante obvio pero no sé en qué quedará, que el gobierno francés no tiene atribuciones para este tipo de prohibición, al afectar a fabricantes de otros países europeos. En esto, como comprenderéis, no me voy a meter que funcionarios tiene la UE para ventilarlo, pero si os voy a dar mi opinión sobre los asuntos derivados de las frases entrecomilladas de arriba.

Vayamos primero con lo de compostables en una instalación doméstica. Pocos materiales plásticos de los que están en el mercado son compostables "per se". Aunque recientes análisis parecen indicar que, de cara a futuro, su impacto en el mercado crecerá rápidamente en términos absolutos, en términos relativos no creo que lleguen, en el aludido 2020, al 1% de la producción total de plásticos. Entre los más vendidos, los derivados de almidón, el poliácido láctico (PLA) y algunos poliésteres y copoliésteres. En cualquier caso, lo que hay que dejar claro es que el que un plástico sea compostable solo implica que la vajilla plástica será eficientemente compostada en las bastante exigentes condiciones de un compostador industrial, que ajusta condiciones como la temperatura, humedad, oxigenación, etc. Y no en un barril metálico que uno haya puesto en la trasera de su casa. Y menos en un vertedero, donde un plástico compostable que vaya allí a parar, no se degrada ni desaparece a un ritmo superior a los plásticos convencionales. Y, como bien dicen los industriales franceses, ese adjetivo de biodegradable y/o compostable crea en la mente de los usuarios la sensación de que, haga lo que haga con él, el plástico acabará desapareciendo en la Naturaleza. Y nada más lejos de la realidad.

Un problema añadido, que ya originó una pequeña crisis en California la pasada década, es que, hoy por hoy, una parte importante de los residuos de plástico va a instalaciones de reciclado. Pues bien, los concienciados ciudadanos vertían en el contenedor destinado a plásticos productos a base de poliácido láctico (PLA), difíciles de distinguir de otros plásticos convencionales que se pretendía reciclar. Y esa pequeña parte de PLA complicaba la vida a los recicladores hasta el punto de que acabaron pidiendo tomar medidas a la Administración.

Y luego está el asuntos de los llamados bioplásticos que, en su totalidad o en una parte, provienen de fuentes renovables tipo biomasa. Sobre esto ya publiqué una entrada aclarando conceptos pero, por ejemplo, hay ya en el mercado un biopolietileno que lleva el prefijo bio porque se ha obtenido a partir de un gas llamado etileno que no proviene, en ese caso, de plantas petroquímicas (lo que es lo habitual), sino de procesos de fermentación en los que la materia prima es biomasa y, más concretamente en este caso, caña de azúcar. Así que, aunque no llego ni a leguleyo, me da el pálpito de que, de acuerdo con el decreto, ese biopolietileno podría emplearse para fabricar vajillas de plástico, aunque el material plástico con el que se fabrica sea el mismo que el del polietileno de siempre. Lo que cambia entre tener o no el prefijo bio es el origen del gas etileno empleado para producirlo, no las propiedades intrínsecas del plástico final. Y por tanto, ni se biodegrada ni es susceptible de ser compostado.

Lo que no deja de ser una inconsistencia si lo que se pretende es luchar contra esa sensación de que los plásticos lo están contaminando todo, particularmente el mar con el asunto de los microplásticos, otro tema que también han propuesto a este jubilado ocioso. Aunque yo diría que el problema, que puede aliviarse con un uso más responsable de los plásticos, también tiene mucho que ver con un control más exhaustivo de los que no echan sus desechos plásticos donde los deben echar. Y es fácil constatar que cada vez hay más guarros por nuestras ciudades. Y al que lo dude, le invito a los alrededores de mi portal un viernes a la noche.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Cuestión de unidades

Casi todos mis lectores habrán oído hablar alguna vez de la revisión por pares como uno de los pilares de los avances de la Ciencia. Pero no es oro todo lo que reluce en ese concepto. Cada vez más, las revistas (y particularmente las relacionadas con lo bio) tienen que retirar determinados artículos porque, tras su publicación, alguien detecta errores graves en el mismo o no ha podido reproducir los resultados que en el artículo se presentan como verdaderos. Lo cual quiere decir que los autores habían metido un gol, consciente o inconscientemente, tanto a los que revisaron el artículo, para ver si era publicable o no, como al propio editor de la revista. Esa constancia proporciona una imagen bastante pobre de la fiabilidad de unos y otro en el desempeño de su trabajo. Hay que decir, en descargo de los primeros, que las revistas no pagan a los investigadores por realizar revisiones de sus pares, con lo que, en muchos casos, puede que los revisores se quiten de encima el artículo sin considerar todos los detalles ni, por supuesto, tratar de reproducir los experimentos o cálculos.

Internet está lleno de ejemplos de este tipo de problemas (por ejemplo, aquí). En algunos casos se trata de flagrantes fraudes que, sin embargo, no nos sorprenden a los que hemos estado dentro del sistema. Tramposos hay en todo el mundo pero es que, además, hay otras razones, como la progresión geométrica del número de artículos que se publican o el creciente empuje de la máxima "publica o muere" que tanto agobia a los jóvenes investigadores. Y entre los últimos ejemplos de estas malas prácticas o errores de bulto que han pasado desapercibidos a los revisores, hay uno que ha llamado mi atención. Publicado en el Chemical Engineering News (CEN) a principios de agosto, de la mano de Deirdre Lockwood, no se trata de un fraude porque los investigadores han reconocido su error, pero las circunstancias y la temática del artículo tienen jugosas consecuencias (al menos para mi).

Resulta que un grupo de la Universidad de Oregon retiró recientemente un artículo publicado en 2015 en la revista Environmental Science and Technology en el que establecía altos niveles de contaminación por Hidrocarburos Aromáticos Policíclicos (PAHs, su acrónimo en inglés) en las proximidades de una explotación en la que se extrae gas natural mediante esa técnica denominada fracking, que tan mala prensa tiene, particularmente en Europa. Los PAHs constituyen una cohorte de sustancias químicas, algunas altamente cancerígenas. Casi simultáneamente a la retirada, ya en 2016 y en la misma revista, el grupo publicó un nuevo artículo en el que explicaba que los datos del artículo anterior eran erróneos y que la verdadera exposición de los vecinos en las proximidades de la instalación de fracking a los mencionados PAHs, era del orden de 275 veces inferior a la originalmente publicada, con lo que la peligrosidad para esos vecinos pasaba de importante a prácticamente nula, de acuerdo con los estándares de la EPA, la agencia medioambiental americana.

El origen del fallo, reconocido por ellos mismos en el segundo artículo, es que, en sus cálculos, utilizaron mal la famosa constante de los gases R, al elegir su valor en unas unidades que eran inconsistentes con las unidades de otras magnitudes empleadas en sus ecuaciones. O, lo que es lo mismo, mezclaron en sus cálculos peras con manzanas. También reconocen en el segundo artículo que, originalmente, había errores en el manejo de las hojas Excel empleadas para llegar a los resultados finales. Increíble pero cierto. Error que ya venían arrastrando desde antes, porque también tuvieron que retirar, por idénticos motivos, otro artículo en el que medían concentraciones de PAHs en el aire y en el agua del Golfo de México, despues de la explosión e incendio de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon.

El mal uso de las unidades por parte de mis estudiantes me ha traído de cabeza a lo largo de mi ya finiquitada carrera académica. Tengo que decir, en su descargo, que la laxa aplicación del Sistema Internacional de Unidades hace que se produzca un maremagnum de las mismas, del que a veces es muy complicado salir. Y no menos complicados son los vericuetos a los que, a veces, nos conducen las hojas de cálculo si no se tiene cuidado. Yo siempre he hecho, y he procurado mandar hacer, los cálculos a mano, como fase previa a "encomendar" a las hojas Excel que trabajen por nosotros.

Pero hay una segunda reflexión que al menos yo me he hecho. Si los autores hubieron realizado bien los cálculos, obteniendo los resultados que han obtenido en el segundo artículo, ¿los habría publicado la revista?, ¿hubieran merecido el impacto mediático que, al menos en la zona de esas explotaciones gasísticas, han merecido?. Estoy seguro de que los revisores no hubieran considerando importante publicar un artículo que establece que no pasa nada de nada. Es incluso probable que los propios autores no hubieran considerado la posibilidad de publicarlos.

Y, finalmente, una postdata a nivel local. Ya me gustaría a mi ver medidas similares con sensores colocados en diferentes puntos de Getaria o cualquier otra localidad en la que abunden las parrillas de pescado al aire libre. Creo que más de un responsable de Medio Ambiente local, provincial o autonómico se iba a llevar una sorpresa.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Vainilla natural y artificial

Leo un excelente artículo de Melody M. Bomgardver en el Chemical and Engineering News (CEN) del pasado día 12 sobre los problemas que afrontan los fabricantes de diversos productos que emplean vainilla para aromatizarlos. El dato más importante, para entrar en materia, es que solo el 1% del aroma de vainilla que se emplea en el mundo proviene de las vainas de una orquídea llamada Vanilla planifolia, polinizada a mano por agricultores de pequeñas plantaciones radicadas fundamentalmente en Madagascar. El resto se aromatiza con vainillina, la molécula química que proporciona a la vainilla natural su característico sabor. Esa molécula se sintetiza por vía química a partir de un precursor (el guayacol) o a partir de la lignina que, como subproducto, obtienen las industrias papeleras.

Pero mira por donde, a un gigante de la alimentación como Nestlé (y a otros parecidos) se les ha ocurrido comprometerse a que, en breve plazo, todos sus productos con aroma de vainilla contengan, exclusivamente, vainilla proveniente de las vainas de la orquídea en cuestión. O, en términos del marketing reinante, todos los productos de Nestlé contendrán solo vainilla "natural". Lo que ha desencadenado un auténtico terremoto en el mercado del aroma en cuestión, porque otros fabricantes van a tratar de seguir la senda del gigante. Aunque, como podréis entender, con los números que he dado en el primer párrafo, y en las propias palabras de la autora del artículo del CEN, "intentar eso es como tratar de meter un elefante en un Volkswagen".

Las vainas de la orquídea no son la única fuente para que un fabricante pueda poner en las etiquetas que emplea vainilla "natural". Las legislaciones de agencias alimentarias gubernamentales, como la FDA americana o la EFSA europea, contienen definiciones prolijas y diferentes de lo que debe ser un aroma para que se conceptúe como natural. Y, a partir de aquí, el jardín sin flores al que fabricantes y consumidores estamos abocados a caer.

Simplificando mucho diríamos que un aroma de vainilla (distinto del que se obtiene de las vainas) puede considerarse como "natural" cuando se deriva de algún proceso físico o biológico que, a partir de una materia prima también existente en la naturaleza, genera la molécula vainillina que es la que nos da ese aroma distintivo. Ningún proceso de síntesis química está permitido. Es más, si en algún proceso puramente físico, como la extracción, se emplean disolventes, estos no pueden provenir del petróleo ni ser sintéticos. Por ejemplo, muchos procesos extractivos emplean alcohol etílico o etanol, el mismo de las bebidas alcohólicas y conocida sustancia neurotóxica, como bien sabéis pero no queréis reconocer. Pues bien, si utilizamos etanol para extraer la vainillina, ese etanol tiene que haber sido producido por vía no química, por ejemplo, por destilación de restos de vino, procesos fermentativos de otras plantas como el maíz, etc.

En esa situación son varias las empresas que se las han ingeniadp para obtener vainillina por procedimientos que permitan que, finalmente, las agencias autoricen su denominación de aroma natural. Los procesos mejor implantados, a día de hoy, implican tomar como materias primas el ácido ferúlico o el eugenol. Las cáscaras de los granos de arroz (o salvado de arroz) son ricas en la primera de esas sustancias. La segunda es un componente mayoritario en el aceite esencial del clavo y es usado, en estado puro, como aroma o fragancia, por ejemplo en el mundo de la perfumería y la cosmética. En ambos casos, la transformación de esas sustancias en la vainillina implica el empleo de bacterias o levaduras.

Yo me moriré sin entender este tipo de cosas. Para mí, el alcohol etílico es alcohol etílico, provenga de una síntesis química o de una fermentación (proceso biológico) con posterior destilación (proceso físico). La vitamina C es vitamina C (ácido ascórbico) provenga de una naranja o de la síntesis que Roche inició en los años 30. Y la vainillina, el componente fundamental del aroma de la vainilla natural, es la misma vainillina si proviene de la vaina de la orquídea, del ferúlico, del eugenol o del proceso de síntesis, hoy mayoritario, que emplea el guayacol como materia prima.

Y no me enreden con que el empleo de sustancias químicas hace que, al final, la vainillina sintética pueda contener pequeñas cantidades de otras sustancias, ya sean empleadas en la síntesis, ya obtenidas como subproductos. En el caso de los procesos fermentativos, la vainillina tampoco es 100% vainillina y el resto de cosas pueden ser perjudiciales o no para la salud, como ocurre con las impurezas de la sintética. O como es el caso de la propia vainillina, a la que algunas personas son alérgicas.

Evidentemente, todo es una guerra comercial en la que el grande aspira a comerse a los pequeños pretendiendo ser los exclusivos comercializadores de la vainilla natural de Madagascar. El consumidor va a tener que pagar la diferencia de precio entre la barata vainillina sintética y las carísimas vainillinas "naturales" de uno u otro origen (y menos mal que se adicionan pequeñas cantidades). Pero eso marca una diferencia que rodea a Nestlé y similares de un halo de defensores de lo "natural", adjetivo éste que marca hoy en día las tendencias de la alimentación en los países ricos. Luego quedan argumentos adicionales como las diferentes propiedades organolépticas de una y otra vainillina (de nuevo cosas que solo interesan a los ricos) o argumentos más sofisticados como que Nestlé se está empeñando en mejorar el nivel de vida de los lugareños de Madagascar que producen las vainas de vainilla y la sostenibilidad del producto. Ideas muy interesantes pero que, en realidad, se usan de cara al consumidor como valor añadido (y a pagar) del producto en cuestión.

Que hagan lo que quieran. La vainilla, en cualquiera de los productos que la contenga, no ha sido nunca plato de gusto de este Búho...Y mira que soy golmajero.

Fuente: M.M. Bomgardver, CEN, September 12, 2016, 38-42.

martes, 13 de septiembre de 2016

Jubilado a tiempo completo

Así estoy desde el pasado primero de setiembre. Y despues de tomarme unos días de asueto con mi comadrona por tierras del Sur para celebrarlo, he vuelto a la vida cotidiana, aunque ahora sin obligaciones académicas. No tengo muchos planes para este nuevo tiempo que se abre ante mí. Aunque uno de ellos es seguir con mi habitual dinámica de leer todo lo relacionado con la Química y su implicación en nuestra vida diaria que me caiga cerca. El otro es mejorar mi nivel de golf, cosa harto complicada, dada mi ya provecta edad y la posibilidad, más que segura, de que algún día de estos alguna de mis articulaciones empiece a decir que no. Pero esa es una historia que a los lectores de este Blog no les tiene por qué importar.

En cuanto a lo del Blog, pues ya veremos. Hasta ahora, mis obligaciones me impedían seguir el hilo de muchas noticias susceptibles de constituir una entrada y mis cuadernos de notas contienen mucho picoteo de temas sin concretar. Quizás ahora eso se arregle. O quizás empeore porque me vuelva un vago redomado que prefiera ver la tele y reenviar emails o retuitear todo lo que me interese en Twitter. Ver venir, que dicen los casheros de por aquí...

Ah y no me cuelguen comentarios de felicitación (o condolencia) que para esta entrada no voy a permitir ni una cosa ni otra.

jueves, 18 de agosto de 2016

Me fastidian los profetas

Por no decir algo más fuerte, no vaya a ser que mis lectores piensen que con la edad me estoy volviendo mal hablado. Pero el caso es que, para mi, es ya casi una muletilla la frase del laureado Niels Bohr (Premio Nobel de Física en 1922, el del átomo de Bohr) que dijo en su día "Es difícil predecir, sobre todo si es sobre el futuro". Y es que, históricamente, son incontables las predicciones que se han vuelto contra su autor dejándole en ridículo, agravado muchas veces por el hecho de que el futurólogo sea además un experto en el tema. Pedro Miguel Etxenike suele poner en sus charlas unas cuantas perlas de predicciones fallidas. Una de las que más me gusta es la de un alto ejecutivo de IBM, Thomas Watson, quien, en 1943, estimaba que "el mercado mundial de los ordenadores no pasaría de las cinco unidades". O la de mi admirado William Thompson (también conocido como Lord Kelvin) quien en 1883 dijo que "pronto se demostrará que los Rayos X son un bulo sin fundamento".

En mi vida académica y en relación con los polímeros o plásticos que me han tenido entretenido hasta ahora, se han producido también predicciones que han resultado ofensivamente falsas. En los 80 se predijo que en el año 2000 los plásticos convencionales, como el polietileno o el PVC, habrían desaparecido del mercado a manos de los llamados plásticos ingenieriles o de altas prestaciones. Y ha resultado justo lo contrario, los primeros han crecido a tasas aún mayores y muchos de los últimos están solo en el recuerdo de los que ya nos hemos hecho mayores. O cuando a finales de los setenta me contaron las excelencias de los plásticos biodegradables y empecé a interesarme por los polihidroxialcanoatos. Hace unos días, el Chemical Engineering News me hacía saber que el enésimo intento industrial por producir estos materiales de forma competitiva, esta vez a través de ingeniería genética, había también fracasado.

Pero, a nivel personal, la profecía que más me marcó en mis años estudiantiles fue una que oí a un profesor ayudante en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza (y cuyo nombre no diré, que ahora es un afamado catedrático retirado). Según él, el mundo se encaminaba a un desastre humanitario sin precedentes (que se produciría, como muy tarde, en 1985) debido al desmesurado crecimiento de la población y a la falta de alimentos para sustentar ese crecimiento. Creo que aún no tenía yo veinte años y me hizo dormir mucho tiempo con sobresaltos.

Años más tarde aprendí que lo que el docente nos trasladó no eran sino las profecías de un tal Paul R. Ehrlich, un entomólogo especializado en mariposas que, en 1968, había publicado esas profecías en un libro titulado "The population bomb". Ehrlich no es sino la versión moderna de Thomas Malthus quien, a finales del siglo XVIII, hacía predicciones dantescas para la mitad del siglo XIX sobre las mismas bases de falta de recursos para alimentar tanta gente. Unas y otras profecías no se han cumplido. Antes bien, merced a "mutaciones tecnológicas", como la síntesis del amoníaco de Haber-Bosch o la revolución verde de Norman Borlaug han quedado a la altura del ridículo.

En uno y otro planteamiento subyace el mismo error, cual es el suponer que los datos de los que se disponía en su momento podían extrapolarse linealmente hasta el infinito. Ejemplos similares se dan hoy en día en muchos ámbitos. Hay, incluso, una nueva maltusiana (Lauren Hutton) que predice catástrofes alimentarias similares si no nos volvemos, todos y ya, veganos.

Por eso no se si carcajearme o cabrearme cuando en una reciente página del Diario Vasco Verano, una periodista se hacía eco de una noticia del National Geographic según la cual, "si todo sigue así, dentro de 5000 años Barcelona, Londres o Venecia serán un recuerdo, cubiertas por el imparable ascenso del agua de mar, como consecuencia del calentamiento global". Y en el "si todo sigue así" lineal vuelve a estar la clave.

Ya sé también que parece que hay un consenso generalizado, más del 97% dicen, sobre el calentamiento global y sus orígenes antropogénicos aunque, solo por incordiar un poco (que ya sabéis que me priva), una reciente encuesta de la Sociedad Meteorológica Americana sobre sus poco más de cuatro mil miembros (que son los que parece que deben saber de estas cosas) deja el consenso reducido al 67% y con matices (véase la página 8 del documento). Ya sé que es verano y algo hay que escribir pero, ¿de verdad se cree alguien que podemos estimar de forma fiable, a 5000 años vista, el comportamiento de un sistema caótico como el clima?. Yo desde luego no. Y esta vez no pienso preocuparme por la profecía ni un solo minuto de mi ya maltrecho sueño..

martes, 16 de agosto de 2016

Abordaje a la donostiarra

El Búho está que no cabe en sí de gozo. A los no incluidos bajo el epígrafe de ñoñostiarras debo hacerles saber que estamos en plena Semana Grande Donostiarra o, lo que es igual, la semana de fiestas de este pueblo. Nunca hemos sido un sitio de excesos como los de Pamplona en Sanfermines o la Batalla del Vino en Haro (por citar algunas próximas) y los referentes festivos de toda la vida en este lugar han sido los fuegos artificiales en el "marco incomparable" de La Concha y poco más.

Pero en los últimos años y, particularmente, durante el pasado cuatrienio legislativo municipal bajo el gobierno de los alegres y combativos (léase Bildu para los no iniciados), se ha consolidado en el programa de fiestas una versión "alternativa", cuyo evento más sonoro es el abordaje de una turba de "piratas" que, partiendo del pequeño puerto donostiarra (se supone que un ámbito popular), acaba desembarcando en la Playa de La Concha (se supone que un marco elitista, lo cual es mucho suponer hoy en día). Los "piratas" realizan la toma de la playa sobre una serie de "embarcaciones" construidas al efecto y que, como se puede ver en la foto que ilustra esta entrada y que podéis ampliar picando en ella, están construidas fundamentalmente por plásticos, mal que les pese a los organizadores, cuyo sesgo es evidente para todos los que aquí vivimos.

Plásticos como el polietileno con el que se fabrican los "globos" blancos que se ven en la parte alta de la foto y que, si uno busca en internet con un poco de habilidad, le dirán que es un plástico que contiene aditivos, catalizadores y productos derivados de las altas temperaturas necesarios para convertirlo en los susodichos globos. Todos esos productos son cancerígenos o sospechosos de serlo.

En la foto hay otros plásticos amarillos o de otros colores, que no puedo precisar si estarán fabricados con PVC o con polietileno pero, en cualquier caso, con colorantes añadidos, que ya se sabe que pueden migrar al agua y causar efectos sin cuento. Algunos de los "piratas" visten trajes de neopreno, una forma comercial o eufemística de denominar al plástico que, desde los años cincuenta, se llama realmente cloropreno y que, como su nombre indica, contiene el mismo cloro del PVC, un elemento químico "favorito" de las campañas de Greenpeace. Otros sustentan sus "naves" en neumáticos de caucho vulcanizado, vulcanización conseguida gracias a compuestos de azufre que tampoco son angelitos y que también pueden migrar al agua de la bahía. Además, una vez vulcanizados esos neumáticos son casi indestructibles, a no ser que uno los queme de forma controlada, en incineradoras o cementeras, o de forma incontrolada, como en el incendio que el pasado junio ocurrió en el vertedero de Seseña. Es cierto que si uno mira la mencionada foto con detalle, o lupa, de vez en cuando se ve algún trozo de madera, el material natural que debería ser el único constituyente de semejante abordaje, a tenor de la filosofía de los convocantes del evento. Pero claro, luego se montan un par de vasc@s comme il faut en esa balsa de madera y la misma se va al garete.

Por no hablar de las cremas protectoras que algun@s se darán para no quemarse en un día como el de ayer, un tanto caluroso. Repletos de productos químicos de todo tipo (parabenos, disruptores endocrino, nanopartículas, etc.). O, para terminar, habría que tener en cuenta lo que habrán miccionado los "piratas" durante el evento que, combinado con los derivados de cloro que las almadías habrán soltado al agua, pueden generar todo tipo de organoclorados.

En fin, no tengo duda alguna (aunque no lo verá este Búho) de que el Abordaje de la Semana Grande será "algo tradicional" en pocos años. Pero creo que deberán reinventarlo si quieren estar al loro de lo que se cuece medioambientalmente.

Y me perdonen Uds. por tanta comilla introducida y por exagerar en grado superlativo los posibles efectos perniciosos de la jornada festiva, efectos que mis sufridos lectores habituales seguro que no se han creido. Pero es lo que se lleva.

domingo, 7 de agosto de 2016

Trabajar duro para nada. O quizás no.

En una de las primeras entradas de este Blog os contaba la historia de uno de los medicamentos contra el cáncer más exitosos en ventas del mercado farmacéutico, el Paclitaxel, más conocido por Taxol, el nombre con el que compañía Bristol-Myers Squibb lo comercializó en 1993 para hacerse de oro con él. El que esté interesado en la historia puede leerla aquí pero voy a resumir, para los más vagos, los aspectos más relevantes de esa entrada que, como todas las que escribí en 2006, no han sido muy visitadas.

La historia del Taxol arranca con un proyecto iniciado en 1958 por el National Cancer Institute, cuyos objetivos culminaron con la recogida de unas 35.000 plantas diferentes, en un intento de buscar en ellas componentes que pudieran tener actividad anticancérigena. Uno de los resultados más prometedores se obtuvo con la corteza del llamado tejo del Pacífico (Taxus brebifolia), cuyos extractos parecían tener un efecto beneficioso en ciertos procesos cancerosos. Hicieron falta más de diez años para identificar, en la compleja mezcla que constituye un extracto, la molécula causante de tales efectos beneficiosos, el mencionado Paclitaxel o Taxol, una molécula de aúpa, como yo la denominé en la entrada original, con nada menos que 112 átomos y 12 carbonos asimétricos. Y además, para obtener 300 miligramos (0.3 gramos) de ella en estado puro se necesitaba usar la corteza entera de un árbol adulto que tarda casi 200 años en crecer hasta el tamaño adecuado.

Así que para no cargarse la población mundial del tejo del Pacífico, hubo que sintetizar en el laboratorio la molécula, poniendo cada átomo en su sitio, a través de una serie complicada de pasos, como si de un mecano se tratara. Todo un reto para los químicos orgánicos. Que finalmente lo consiguieron, usando una vía química con truco, que no partía de cero sino de otra molécula algo más sencilla y extraíble de bayas y agujas de otro tejo. Lo que no implicaba cargarse el árbol sino recoger de él componentes que, como las bayas y agujas, se regeneran año tras año.

A finales de julio de este año, el Journal of the American Chemical Society (JACS) publicaba un artículo [J. Am. Chem. Soc. 2016, 138, 9425−9428] que tenía que ver con un asunto que recordaba la historia precedente del Taxol, aunque, en este caso, el resultado final se puede calificar, sin ambajes, como de auténtico chasco para los investigadores implicados.

La molécula bautizada como Maoecrystal V (la V es una letra y no un número romano) es también una compleja molécula orgánica que, en el año 2004, se aisló de una planta usada en la medicina tradicional china, la Isodon eriocalyx. Los primeros resultados parecían indicar que esa molécula tenía unas interesantes propiedades antitumorales en diversos tipos de cánceres. De nuevo, los químicos se pusieron manos a la obra, a la búsqueda de las rutas de síntesis más adecuadas para obtener cantidades suficientes de esa molécula, cantidades necesarias para los ensayos clínicos pertinentes. La cosa de nuevo ha llevado su tiempo y el artículo mencionado recoge los detalles de una complicada vía de síntesis (al menos para mí) que permitió preparar unos 80 miligramos (una minucia me diréis) del citado compuesto.

Los experimentos posteriores, destinados a evaluar los efectos de esa molécula sobre diferentes tipos de cánceres (se seleccionaron hasta 30 de ellos), han sido un auténtico desastre y la "moleculita" en cuestión parece tener poco, si algún, efecto en todos esos cánceres.

Así que los autores han quedado como unos reputados químicos orgánicos pero, al menos por el momento, no van a tener a la puerta del laboratorio multinacionales farmacéuticas esperándoles con un talonario de muchos ceros.

miércoles, 6 de julio de 2016

Lo que da de sí una cafetera Express

Hace unos pocos años, en ese evento gastronómico anual que se llama Madrid Fusión, los amigos del Restaurante Arzak presentaron uno de esos platos con ideas rompedoras que suele ser habitual en ellos y que sólo son posibles gracias a su innata curiosidad. Se llamaba Carabineros a la cafetera, aunque también lo he encontrado como Carabineros Express, y si queréis hacer el cocinillas y repetir la receta la podéis ver aquí, explicada por el mismísimo Juanmari. La gracieta del asunto es que tanto lo de la cafetera como lo de Express venía a cuento porque los citados carabineros se cocinaban utilizando una de esas cafeteras modernas que ahora usamos para el café en cápsulas (como la de la figura), provista además de un vaporizador de los que ayudan a calentar la leche y darle ese toque de espuma de los capuccinos.

No parece que el asunto tenga mucho que ver con este Blog pero el caso es que este finde me he encontrado con una noticia de corte científico que me ha hecho recordar la receta arriba mencionada. En la revista Analytical Chemistry, una de las revistas más prestigiosas del campo de la Química Analítica, se publicaba a finales de mayo un artículo [Anal. Chem. 2016, 88, 6570-6576] de un grupo de esa disciplina perteneciente a la Universidad de Valencia. Su título estaba cuidadosamente seleccionado: "Hard Cap Espresso Machines in Analytical Chemistry, What else?", con ese guiño final a la frase con la que George Clooney suele cerrar los anuncios de Nespresso.

En el trabajo, los autores demuestran que puede utilizarse una cafetera, como la de los carabineros, para extraer diversas sustancias químicas de muestras de suelo contaminado. Como forma de ilustrar las potencialidades de la propuesta seleccionaron la familia de los hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs), sobre los que hemos hablado ya en este Blog, a propósito de su incidencia, entre otras cosas, en los alimentos asados en barbacoas y similares.

En once segundos y tras haber liofilizado una muestra de cinco gramos de un suelo, deliberadamente contaminado con toda una familia de PAHs, los autores demuestran que el método de la cafetera es tan eficiente como otros métodos empleados hasta ahora para extraer esas sustancias del suelo y poder así identificarlas y cuantificarlas. Además de rápido y "verde". Al final del artículo, dejan ver que ya están probando el invento con otras sustancias a analizar, como plaguicidas o productos farmaceúticos.

miércoles, 29 de junio de 2016

La memoria del Muro de Berlín (y del agua de Lourdes)

Los días siguientes a la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 fueron de actividad frenética por parte de los habitantes de uno y otro lado del mismo, en un intento de demoler, con cualquier herramienta que tuvieran a mano, esa barrera que había marcado una parte importante de sus vidas. Pero los trozos del Muro acabaron siendo un icono de nuevos tiempos y, quien más quien menos, se quedó con algún pedazo mientras otros empezaron a negociar con ellos. Pero lo que era difícil de imaginar entonces es que a algunas empresas dedicadas a la comercialización de preparados homeopáticos se les ocurriera la feliz idea de utilizar trozos de ese Muro como "medicina".

Ya se que muchos no habréis oído hablar de ello y estaréis pensando que es una inocentada a destiempo del Búho. Yo tampoco lo sabía, hasta que el combativo Fer Frías y su Lista de la Vergüenza me lo hicieron saber hace pocas semanas con ocasión de la Semana de la Homeopatía que también "celebramos" en este Blog. Los motivos para usar trozos de Muro para un preparado homeopático y las enfermedades para las que sirve, siguiendo los principios generales del fundador del asunto, se pueden ver en esta entrada de Fer, al final, y en esta otra de un blog homeopático. Y si queréis comprarlo en cualquiera de sus formas (gotas, gránulos, etc.) podéis seguir la recomendación final del Frías y, por ejemplo, entrar en la página de una de las empresas más tradicionales de la homeopatía, Helios, y hacer vuestro pedido. Yo ya he hecho el ejercicio y 50 pildoritas 30CH me costarían la friolera de 11 libras (algo hemos ganado con el Brexit).

El caso es que yo me había olvidado del asunto hasta que hace pocos días, otro de mis referentes en estos asuntos, Edzard Ernst, publicaba una entrada en su Blog en el que describía que los preparados a base de Muro de Berlín no se fabrican a la manera tradicional, es decir, diluyendo con agua varias veces una disolución de la sustancia que nos va a curar. Y eso es así porque el muro de Berlin, de hormigón en su mayor parte, no se disuelve en agua. Así que, en este caso, la preparación se hace en fase sólida. Se tritura el pedazo de Muro y se mezcla con lactosa. Se coge una cantidad (por ejemplo, 1 gramo) de ese preparado y se mezcla con 100 veces más de lactosa. Y así sucesivamente hasta llegar a la dilución (o "potenciación" en el lenguaje homeopático) adecuada (por ejemplo 30 veces para llegar a la 30CH que yo quería comprar en Helios).

Y se plantea Ernst (como otros muchos): aquí no hay agua que forme estructuras, agregados o clusters en torno a la molécula del principio activo, estructuras que recuerdan y almacenan las propiedades de ese principio activo y permiten a esa disolución "curar", aunque todos (los homeópatas también) sepamos que tras muchas diluciones no hay nada del "principio activo" original. Y si eso es así, ¿cómo explicamos el modo de acción de este preparado?. ¿El hormigón también tiene memoria?. ¿Cómo se reordena en torno al "principio activo" si es un sólido?.

Interesante pregunta para mis charlas al respecto. Que se suma a otra que ya vengo usando y que también Ernst usaba en su entrada. Si la mayoría de los preparados homeopáticos se venden en forma de bolitas de azúcar o de azúcar y lactosa, sobre las que se han echado una gotas de la disolución preparada por sucesivas diluciones y luego se evapora el agua, ¿se transmite la información del agua al azúcar mientras aquella se evapora?. Porque, para ser fieles a lo que ocurre, no parece lógico hablar de la memoria del agua en lo tocante a las pildoritas sino de la memoria del azúcar.

Y ya, aprovechando, os cuento otro de mis recientes descubrimientos en torno a estos temas, descubrimiento que debo a mi amigo Josu López-Gazpio. Todos conocéis el agua de Lourdes y que, con ella, en el entorno del Santuario mariano de esa ciudad francesa se comercializan muchos productos. Uno de ellos son los jabones de Lourdes, cuya página os dejo aquí. Os la dejo en castellano, aunque aviso que la traducción es tan mala que, a veces, no se corresponde con el original francés. Si manejáis razonablemente la lengua de Molière, os enterareis mejor en ese idioma.

Pues bien, podéis comprobar que también ha andado por Lourdes el inefable Luc Montagnier, usando más o menos o menos los mismos planteamientos que utilizó aquí en Donosti durante el Congreso de Homeopatía (ver esta interesante entrevista de Javier Guillenea). Se deja querer por todo el mundo, pero cuando se le pregunta por cómo relaciona sus experimentos con la homeopatía o el agua de Lourdes, se sale por la tangente. Y hacer notar también que en la página de los jabones comparte afirmaciones muy interesantes para la empresa con el conocido Masaru Emoto, otro crack en lo relativo a las propiedades curativas del agua, en base a su capacidad para guardar energía en forma de sensaciones, plegarias, etc.

lunes, 20 de junio de 2016

Algo diferente sobre las dioxinas

Cualquiera de los seguidores de este Blog con sensibilidad ambiental seguro que ha oído hablar de las dioxinas. Y, probablemente, su percepción será de que hablamos de algo extraordinariamente tóxico. En términos generales esa percepción es la correcta pero, como en otras ocasiones en este Blog, esta entrada pretende contar una historia distinta sobre las dioxinas y permitir así que mis lectores dispongan de información adicional, que les permita contrastar la que habitualmente se suministra en los medios y, en tanto que lectores inteligentes que son, ello les permita sacar conclusiones "algo" diferentes.

Las dioxinas y sus primos los furanos forman una familia de 210 compuestos químicos diferentes que, en la literatura científica, se suelen denominar "congéneres". Algunos son verdaderamente tóxicos aún en dosis muy pequeñas y así, por ejemplo, una de las dioxinas conocida por el acrónimo 2378-TCDD suele citarse como la sustancia más tóxica del mundo mundial, aunque sobre eso podríamos hablar más en detalle. De hecho, yo me inclino para ese podio por la toxina botulínica, tan usada en tratamientos de estética. Aún y así, es cierto que la 2378-TCDD es capaz de cargarse un conejillo de indias, de los empleados en las pruebas de laboratorio, con solo administrarle por vía oral unos pocos microgramos (o millonésimas de gramo) por kilogramo de peso del bicho. Aunque, sin embargo, se necesitan dosis bastante más altas (unas cien veces en las mismas unidades) para cargarse, en idénticas condiciones, a un desdichado conejo. Y esos datos parecen aplicarse malamente a los humanos y, si no, véase el caso del expresidente de Ukrania, cuya historia os conté en detalle en esta entrada relativamente reciente. Ciudadano que, hasta lo que yo he visto, sigue vivo a pesar de la barbaridad de 2378-TCDD que le metieron en el cuerpo los servicios secretos de su país, untados por los rusos.

Otra peculiaridad de las dioxinas y furanos es que nunca se han producido con fines comerciales. En realidad son sustancias que aparecen como subproductos no deseados durante la síntesis de otras sustancias empleadas como herbicidas, insecticidas, etc. También se generan como consecuencia de actividades humanas (industria, incineradoras, quemas incontroladas) o fenómenos naturales (como en la actividad volcánica o incendios no provocados).

En el año 1957, miles de pollitos morían en amplias zonas del territorio americano como consecuencia de edemas pulmonares. Hoy sabemos que el origen del problema estaba en que esos pollos estaban siendo alimentados por un tipo de pienso obtenido a partir de los desechos de las pieles de vacuno de las empresas dedicadas a la producción de cuero. Antes de curtir esas pieles es necesario eliminar de ellas la parte interior de las mismas, la pegada al cuerpo del animal. Yo tengo recuerdos infantiles de este tipo de actividades como podéis ver aquí y, en esos recuerdos, veo todavía llegar a la industria que mi padre gestionaba pilas de pieles conservadas con grandes cantidades de sal entre ellas, una manera de inhibir la actividad de microorganismos que pueden dañar la estructura de las pieles y generar defectos en la piel curtida. Pero, en los años 50, los vendedores de pieles americanos empezaron a cambiar la sal por otros inhibidores bacterianos como los clorofenoles. Y en la síntesis de algunos de ellos (obviaremos detalles químicos), el producto comercial resultaba contaminado por cantidades, ciertamente pequeñas, de dioxinas diferentes que el 2378-TCDD, menos tóxicas que ella pero lo suficiente como para provocar la muerte de los pollitos.

Llevó tiempo entender el asunto y solventar el problema pero, mientras tanto, los americanos ya andaban bombardeando Vietnam con un herbicida llamado Agente Naranja, con el que pretendían deforestar grandes zonas del país para impedir los movimientos de los vietcongs. Este herbicida se obtenía a partir de otro fenol clorado y, en esa síntesis, el Agente Naranja resultaba contaminado de pequeñas cantidades de, esta vez si, la mismísima 2378-TCDD. Millones de litros del Agente Naranja se vertieron en las selvas y bosques vietnamitas y los cálculos permiten aventurar que al menos 150 kilos de 2378-TCDD puro fueron a parar a esos mismos entornos.

El Agente Naranja fue una de las "armas" estratégicas del naciente movimiento ecologista de los sesenta y setenta en los EEUU. Los veteranos que habían manejado el Agente Naranja empezaron a denunciar problemas físicos de diversa magnitud y, tras un tortuoso proceso, los datos más recientes parecen indicar que los veteranos más expuestos en el manejo del herbicida tienen una mayor incidencia que los no expuestos a diversos tipos de linfoma, además del cloracné tan visible en las fotos de la cara del presidente ucraniano.

El problema final que llevó a las dioxinas a la primera plana de los periódicos de todo el mundo, y que las convirtió en el contaminante químico por excelencia, fue el escape ocurrido en un reactor de una pequeña planta química situada en las proximidades del pueblo italiano de Seveso, ahora hace casi 40 años, el 10 de julio de 1976. De nuevo, la reacción que ocurría en el interior del reactor implicaba a un triclofenol y la 2378-TCDD aparecía como impureza del proceso pero, dada su toxicidad, originó un incidente de dimensiones muy importantes. Hubo que desalojar y descontaminar un número importante de hectáreas y, desde esas fechas, se ha realizado un importante seguimiento de la salud de las personas afectadas. Aunque, por supuesto, hay muchos trabajos al respecto, los efectos más relevantes, por el momento, han sido un importante número de casos de cloracné, que remite en el tiempo, algunas evidencias de enfermedades ligadas al tiroides y, curiosamente, una mayor tendencia a engendrar hembras entre las personas expuestas a dosis por encima de 118 ppt en sangre despues del accidente.

Dado el impacto del accidente, muchos grupos de investigación empezaron a estudiar las fuentes y los efectos de las dioxinas y furanos. A finales de los setenta una serie de trabajos mostraron que las dioxinas no sólo entran en nuestro ambiente de la mano de procesos químicos, como los descritos arriba, sino también a partir de otro tipo de procesos muy habituales, como los incendios o la quema de residuos, ya sea a nivel de incineradoras o en simples hogueras tan habituales en la gente que vivía en el campo. Incluso en esa época se llegó a propugnar que las dioxinas "han estado con nosotros desde que el hombre aprendió a manejar el fuego".

Pero no es así en términos cuantitativos. Estudios muy detallados llevados a cabo a finales de los ochenta y principios de los noventa, utilizando muestras de lodos extraídos de lagos americanos situados en zonas recónditas y no sujetos, por tanto, a emisiones locales de carácter industrial, vinieron a demostrar que el contenido en la dioxina 2378-TCDD de esos lodos, a diferentes profundidades (reflejo de los depósitos a diferentes años), mostraban un crecimiento importante desde mediados de los años 30, hasta un máximo situado en torno a 1970, año a partir del cual el contenido en esa dioxina decrece de forma dramática. Así que el fuego no parecía ser el causante exclusivo ni destacado de ese comportamiento derivado del análisis de los lodos.

La razón es más sencilla y tiene que ver con el crecimiento de la industria química entre las dos grandes guerras europeas y el empleo en ella de sustancias y procesos que, como impureza, hacen aparecer la 2378-TCDD y otros primos. Una vez que se identificaron los problemas ligados a los pollitos, al Agente Naranja y a Seveso, la industria no tuvo más remedio que evitar procesos que dieran lugar a la 2378-TCDD y similares y el problema empezó a remitir.

Y ese proceso ha continuado de manera ininterrumpida en las sucesivas décadas y ha sido monitorizado en múltiples países. Seguro que habéis leído más de una vez noticias que hablan de personas "relevantes" (políticos, actores, etc.) que se han sometido a análisis de sangre y cuyos resultados han mostrado contenidos en dioxinas. Es verdad. Pero lo que no se cuenta es que amplios estudios poblacionales han mostrado que el contenido en dioxinas en sangre y tejidos humanos ha caído de forma dramática desde los años 70 hasta ahora, como puede verse en la figura que ilustra esta entrada. Es probable que sigan aún bajando más, pero tenemos que ser conscientes de que algo de dioxinas siempre nos vamos a meter al coleto como consecuencia, fundamentalmente, de la existencia de las mismas en muchos alimentos, debido a contaminación ambiental, y de que en algunos casos (barbacoas privadas, asadores) las generamos nosotros mismos en el alimento que ingerimos.

Pero, en mi opinión, el asunto está maduro y preocupa mucho menos que hace unos años a quien tiene que preocuparse de oficio por el tema. Agencias como la EPA americana no publican estudios observaciones sobre las dioxinas desde principios de este siglo. Y en lo tocante a la incineración de residuos, un tema tan candente en Gipuzkoa en estos últimos años, está ya fuera de duda que una incineradora actual, cuyas entradas y salidas de materiales tóxicos se analizan hasta la extenuación, pueden conceptuarse más como "sumideros" o eliminadoras de dioxinas que generadoras de las mismas. Aunque haya gente que no se lo crea y siga haciendo, mientras tanto, fueguitos y barbacoas en su casa o en su jardín que organismo alguno controla.

martes, 31 de mayo de 2016

La vamos a liar con estas pulseras

Cuando doy charlas en las que sale a relucir el concepto de Quimiofobia, suelo decir muchas veces que una parte importante de que esa fobia se esté implantando de forma creciente en nuestro entorno se debe a los propios químicos. Y no me refiero a negligencias que hayamos cometido, a los intereses bastardos de la industria química u otras retahílas habituales en lugares quimiofóbicos. La parte de culpa a la que me refiero tiene que ver con el hecho de que hayamos sido capaces de poner en el mercado potentes técnicas analíticas que parecen indicar, al que no conoce bien todos los parámetros, que un universo de sustancias químicas nocivas nos rodea y perjudica.

La pregunta pertinente es qué hubiera pasado si hubiéramos aplicado estas mismas técnicas a nuestros antepasados de las cavernas. Dado que se calentaban con fuego y comían muchas cosas "a la brasa" no es aventurado afirmar que algo de dioxina y algo de benzopireno seguro que aparecían.

La historia de esta ansiedad social provocada por avances en las técnicas analíticas empieza en los años 50, con la introducción del llamado detector de captura electrónica en la técnica conocida como cromatografía de gases por parte de uno de los padres del ecologismo, James Lovelock, y que coincidió en el tiempo con la denuncia por parte de Rachel Carson de los inconvenientes del uso masivo de insecticidas como el DDT. Esa historia y sus detalles está en este Blog desde hace más de diez años.

Desde entonces ha llovido un poco y las técnicas han mejorado tanto que, por ejemplo, en el caso de algunos conocidos insecticidas, podemos detectarlos y medirlos en concentraciones cien millones de veces más pequeñas que las que se podían detectar con las técnicas empleadas en los años sesenta.

Así que, aquí estamos ahora, con técnicas que nos permitirían detectar una gota de vermouth en un millón de litros de ginebra. Todo un logro de la Ciencia, en un plazo relativamente corto de tiempo, Ciencia que se sentía motivada por resolver un problema que alteraba el clima social (el DDT y similares), presionada por las instituciones,.... Así analizado parece un ejemplo prototípico del papel de los científicos en la sociedad actual.

Pues no está tan claro. Somos muchos los que pensamos que desarrollos tan vertiginosos como el del detector de captura electrónica de Lovelock (y su extremada sensibilidad) han incrementado la ansiedad de la sociedad ante la presencia detectable de muchos productos químicos. Algunos, ciertamente, los hemos puesto los químicos en el ambiente pero otros muchos, como los arriba mencionados, andan cerca del hombre desde que este empezó a jugar con el fuego.

Ahora, una nueva herramienta va a contribuir a esa ansiedad social de que todo está contaminado. Investigadores de la Oregon State University, financiados por el grupo ecologista Environmental Defense Fund, han desarrollado una pulsera de silicona, como la que veis en la foto, que es capaz de absorber las sustancias químicas a las que el portador de la misma está expuesto durante su vida cotidiana.

Aunque el método está todavía en desarrollo y, por el momento, solo proporciona información cualitativa (qué sustancias capta la pulsera) pero no cuantitativa (qué cantidad de esa sustancia hay en la pulsera), los investigadores son ya capaces de detectar hasta 1400 productos químicos diferentes entre los que, evidentemente, han introducido aquellos que están en boca de todos (insecticidas, disruptores endocrino, hidrocarburos aromáticos policíclicos, retardantes a la llama, fragancias, etc).

No creo necesario aclarar que estoy encantado de que se desarrollen nuevas herramientas como las pulseras en cuestión o cualquier nueva técnica instrumental como las que siguen apareciendo y que, seguramente, van a ser utilizadas en programas serios de control de la contaminación ambiental o de aquella a la que están expuestas ciertas profesiones (la pulsera ha servido para hacer un estudio con instaladores de telas asfálticas en tejados). En mi percepción personal eso ayudará a que todos vivamos en un mundo más seguro y podamos, además, detectar con mayor facilidad cualquier problema que pueda generarse. Pero mi percepción personal va por un lado y la de otros muchos va por otro.

Conociendo como me conozco el percal, estoy convencido de que cuando el precio de la pulsera baje a límites razonables para un americano medio (ahora vale 1000 dólares), ingentes cantidades de yankies (fundamentalmente californianos) andarán armados de la misma para comprobar qué "químicos" se cuelan en su vida y en la de sus hijos.