Javier del Valle Goiri
Me cuelo en los dominios del Búho para publicar esta entrada sobre la Alquimia, precursora ancestral de la actual Química y aportar con ella algo de historia de sus antecesores profesionales, eso sí, sin ningun rigor científico.
Todo comenzó muy cerca de donde vivo, en Hendaya. En la parte alta de la villa se encuentra la Iglesia parroquial de San Vicente. A la derecha del pórtico nos encontramos con un crucero, tan abundante en los cruces de caminos y más aún si cabe en tierras gallegas, auténticos faros del caminante, hito de reflexión hacia el destino y añoranza de lo vivido en el comienzo del viaje. El citado crucero está formado por una base prismática de cuatro caras rectangulares y sobre ella una columna festoneada con capitel y sobre él una cruz. Pues bien, la base del citado crucero presenta cuatro imágenes cargadas de simbolismo.
Después de indagar, preguntar y cabilar, por fin di con la posible solución, digo posible pues no hay verdades absolutas en este campo alquímico que roza lo esotérico y hermético. La respuesta la encontré en un libro titulado “El misterio de las catedrales” de Fulcanelli, el cuál en uno de los capítulos describe el citado crucero denominándolo “la cruz cíclica de Hendaya” ya que lo que más le impresionó fue un signo lapidario alquímico que estaba y está en una de las caras del pedestal, en este caso la última y que él explica en el citado libro. Textualmente:
"En cada una de las cuatro caras del pedestal, observamos, un símbolo diferente. Vemos en una de ellas la imagen del sol, en otra la de la luna; la tercera nos muestra una gran estrella, y la última, una figura geométrica, es el esquema adoptado por los iniciados para caracterizar el ciclo solar. Es un simple círculo dividido en cuatro sectores por dos diámetros que se cruzan en ángulo recto. En cada uno de los sectores figura una A, que los señala como las cuatro edades del mundo".
En la época medieval estas cuatro fases del período cíclico eran generalmente representados por los cuatro evangelistas o por su letra simbólica que era la alfa griega (α). Para San Juan es como un mar de vidrio semejante al cristal y en medio del trono y alrededor de él cuatro vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. Para Ezequiel “vi, pues… una nube densa entorno de la cuál resplandecía un remolino de fuego que en medio brillaba como bronce en ignición, en el centro de ella había semejenza de cuatro seres vivos. En la mitología hindú los cuatro sectores representan el ciclo entero de la evolución humana...
Todo esto viene a cuento de que Fulcanelli es conocido como el “último alquimista” y es, de hecho, un referente en cuanto a la interpretación de los signos y símbolos lapidarios que salpican paredes, columnas, pórticos, dovelas, canecillos, capiteles, bóvedas… en fin, de toda la obra pétrea de las catedrales.
La observación detallada de estos trabajos en la piedra nos comunican el conocimiento del saber medieval. Las piedras nos hablan y nos transmiten las inquietudes, el modo de vida, las labores del campo, la caza, la pesca, las grandes victorias bélicas, quienes eran sus reyes, pontífices y simbólicamente algún signo alquímico.
Tomaremos como ejemplo una catedral muy conocida, Nôtre Dame en la Île de la Cité de Paris. Nada más situarnos delante del pórtico, en el pilar central que separa la entrada en dos vanos, se percibe (ver la foto que encabeza esta entrada y que se puede agrandar picando sobre ella) una serie de representaciones alegóricas de las ciencias medievales. De cara a la plaza-y en un lugar de honor-aparece La Alquimia, representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en su trono, lleva un cetro-símbolo de soberanía-en la mano izquierda. Sostiene dos libros con la mano derecha, uno cerrado, el esoterismo y otro abierto, el exoterismo. Tambien figura una escalera de nueve peldaños-scala philosophorum-símbolo de la paciencia que deben tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de la labor hermética (más o menos una licenciatura más un mater y un doctorado en ciencias químicas).
Si impulsados por la curiosidad, ascendemos por la escalera de caracol que conduce a las partes altas del edificio, recorreremos despacio el camino que se abre en lo alto de la segunda galeria. Al llegar cerca del eje medial de la catedral aparecerá una escultura de un anciano con un gorro frigio, este gran anciano de piedra segun Fulcanelli es el alquimista de Nôtre Dame.
Conviene a continuación describir otras figuras y relieves pétreos situados en el pórtico central. El agua simbolizada por una fuente al pie del viejo roble, el mercurio filosofal por una serpiente enroscada en una vara de oro, una mujer de largos cabellos ondulantes como llamas personifica la calcinación, ella mantiene en su pecho una salamandra, símbolo de la sal central o simiente metálica. Para no aburrir a los lectores del blog sólo citaré sin describir otros símbolos alquímicos representados: la preparación del disolvente universal, los cuatro elementos y las dos naturalezas, la conjunción del azufre y el mercurio, la unión de lo fijo y lo volátil, el alquimísta protegiendo el atanor, los metales planetarios...
Para construir una catedral, tal como se hacen hoy, debía colaborar mucha gente, los maestros arquitectos, los canteros, albañiles y labradores de piedra, los carpinteros y talladores de madera, los orfebres, los vidrieros... Era preciso orientar adecuadamente la obra situando el altar hacia el sol naciente, la Jerusalen Celestial, lo que producía verdaderos quebraderos de cabeza porque del paso del románico al gótico, obras de mayores dimensiones, hubo que derrumbar muchos edificios circundantes para poder encajar las nuevas iglesias en las ciudades del medievo. No pasemos por alto la necesaria aprobación del monarca de turno, la bendición episcopal y la financiación mediante apremio del pago de diezmos y primicias. Las asociaciones gremiales y cofradias dejaban también su impronta como son los signos de los talleres de cantería que se perciben en los sillares de las paredes.
Estos edificios son auténticos libros del conocimiento medieval. Durante siglos el hombre en su afán de resolver los misterios existenciales ha necesitado explicar a través de símbolos lo hasta entonces inexplicable como eran las procesos químicos, el origen de la materia, el funcionamiento de los astros, el origen del hombre, la vida más allá de la terrenal...Ése era el alquimista, el hombre completo que dominaba la filosofía, conocía lenguas, tenía conocimientos de astronomía, medicina, física, geometría, "la proporción áurea", botánica, zoología... La alquimia, pues, era la síntesis, el crisol de todos los saberes que en muchas ocasiones se pagaron con la vida al transmitirlos. Por eso no quedaba otra que dejarlos plasmados en la piedra ya que camuflándolos bajo figuras religiosas y otras alegorías perduraban y eran leídos y aprendidos sin poder ser quemados como los libros cuando los inquisidores de turno campaban a sus anchas.
Hoy son los químicos los que recogen el amplio legado de los alquimistas del siglo XXI y, en ese contexto, querido Búho, continúa con tu labor divulgadora a través de la red, la catedral del futuro. Scire, Potere, Audere, Tacere.
Aquí estamos, tratando de conciliar el sueño en un ambiente más propio de un campamento zíngaro que de una ciudad moderna y europea como la que propugna el calvo que gobierna esta Donosti romántica y de resonancias monárquicas. La combinación de una noche de hogueras de San Juan con una atmósfera en calma, propia del anticiclón que tenemos encima, resulta un tanto agobiante (aunque sin exagerar), sobre todo si hay que dormir con las ventanas abiertas. Todo sea por la tradición y, en aras de ella, silencio absoluto sobre la contribución al efecto invernadero de las muchas hogueras por kilómetro cuadrado que en esta noche han sido, tanto en el País de la boina como en otros muchos lugares a mil kilómetros a la redonda. O a la cantidad de dioxinas (y otras sustancias químicas que el fuego y las altas temperaturas generan) que se han vertido incontroladamente (repito, incontroladamente) en nuestro entorno más próximo y que, por tanto, respiraremos en las próximas horas y días a menos que nos pongamos una máscarilla de las que los químicos empleamos en el laboratorio o con las que los chinos salen en la tele. Pero este tipo de folklore comunitario parece que satisface íntimas necesidades para un equilibrio vital que nadie quiere eliminar. Hasta en mi alegre y combativa Hernani se olvidan del asunto.
Pero el Búho anda de notario de guardia y con el espíritu demagógico propio de quien se va a ir de semestre sabático en menos de un mes. Good night, folks!!!.
A pesar de controlar las obras que aún siguen en el nido, mi cónyuge tiene todavía tiempo para fiscalizar mis actividades y anda dándome la brasa para que escriba una entrada en torno a los diferentes preparados detergentes en forma de gel que empleamos en la vida diaria. Intuyo que cuando lo haga le voy a dar un disgusto, porque ser una adicta a los body-shops y similares y comprobar que casi todo lo que compra es composicionalmente muy parecido no le va a cuadrar con su innata exquisitez.
Así que voy dejando pasar el tiempo aunque, a la chita callando, sigo recopilando material, no vaya a ser que se me enfade y las obras acaben en divorcio (algo que me han dicho que no suele ser extraño).
Y la búsqueda de los constituyentes de geles y otros cosméticos me ha llevado a un componente del que tenía información guardada desde hace tiempo: los parabenos o parabenes (parabens en inglés. Como siempre, a la hora de traducir, ha habido sus más y sus menos). En cualquier etiqueta de un producto cosmético vereis que aparecen nombres como metilparaben, propilparaben o butilparaben. Son sustancias que se adicionan contra la acción de determinados microorganismos en este tipo de preparados que, en tanto que ricos en agua además de en otras sustancias como aceites, carbohidratos, minerales y proteínas, son un excelente caldo de cultivo para cualquier tipo de bichito. De forma y manera que, sin la presencia de estos preservantes, nuestra "armada" cosmética empezaría, como mínimo, a presentar un aspecto mugriento y maloliente, inapropiado para gente fina como los lectores de este Blog.
En el año 2004, un artículo publicado en la revista Journal of Applied Toxicology relacionaba los parabenos contenidos en los sprays y cremas desodorantes con el cáncer de mama. Y bastó ese artículo para que nuestros parabenos fueran incluídos en la lista negra de las dioxinas, bisfenoles, furanos, PVC, hidrocarburos aromáticos y similares. Basta ahora poner paraben en Google y casi todo lo que sale tiene que ver o bien con ese potencial peligro o con propaganda parecida a la que aparece al inicio de la entrada. El paraben free o libre de parabenos es una buena herramienta de marketing para vender una cosmética "natural".
Químicamente, los parabenos son ésteres del ácido para-hidroxibenzoíco y se emplean en concentraciones que, rara vez, superan el 0.5-1% del preparado que sea. Algunos de estos ésteres, como el metil paraben, se encuentran en productos naturales como las fresas que nos comemos, aunque los parabenos que se emplean en cosmética se sintetizan en su casi totalidad. Y ese origen "maligno" no es que le ayude precisamente en esta bronca.
Lo primero que quiero apuntar al respecto, de cosecha propia, es que el debate científico está abierto y he visto, por ejemplo, estudios realizados por la Dirección General de Salud y Protección del Consumidor de la Comisión Europea (en 2005) o la propia FDA americana (2007), que no avalaban las tesis del trabajo arriba mencionado. También es verdad que, mucho más recientemente, en diciembre de 2009, la propia Comisión Europea ha echado a andar un estudio sobre los llamados cocktails químicos, en los que se trata de establecer la peligrosidad de la múltiple concurrencia de más de un producto químico en nuestra salud. Loable pretensión porque ya se sabe que, en muchos sistemas, el reduccionismo no es la mejor herramienta y cuando uno contempla colectivos de muchas partículas o componentes, lo normal es que empiecen a aparecer propiedades emergentes que no son directamente deducibles de las de los componentes puros. Y, desgraciadamente otra vez, entre los componentes de esos cocktails aparecen los parabenos. Así que dejemos trabajar a los profesionales y ya veremos las conclusiones.
Lo que es cierto también es que no es posible vender, de forma segura, la diversidad de cosméticos que se venden, sin algún tipo de preservantes que asegure su distribución y conservación, sin riesgo de una proliferación incontrolada de microorganismos. Sin la presencia de esos medios preservantes muchos de los cosméticos se convertirían en una verdadera herramienta de propagación de pseudomonas, bacterias fecales y todo tipo de agentes infecciosos.
Y, finalmente, es necesario aclarar que las alternativas naturales a los parabenos, de las que la red está llena, dejan mucho que desear y, a veces, rozan la picaresca o la falacia. Y así, hay empresas que venden productos libres de parabenos que, como sustitutivos, emplean aceites esenciales de determinadas plantas como preservantes. Aunque es cierto que los aceites esenciales de cosas como el clavo, el romero, o incluso el té, tienen acciones fungicidas y antimicrobianas, lo cierto es que para que hagan su efecto a largo plazo se necesitan concentraciones mucho más altas que las de los parabenos. Y no me consta que alguien se haya dedicado a verificar la inocuidad de tales concentraciones.
La alternativa que más adeptos ha tenido es la que vende el zumo de uva como preservante de los productos cosméticos. La verdad es bastante distinta. Los preservantes de ese tipo no son a base del propio zumo sino de la pulpa de las uvas, un subproducto abundante y barato y que, trás una serie de operaciones físicas y químicas, transforman los derivados fenólicos contenidos en ella en nuevos compuestos dotados de grupos que los químicos llamamos amino cuaternarios. Conocido lo cual, que cada uno saque sus consecuencias.
Pero a pesar de su eficacia, tradición y precio, yo vislumbro un negro futuro a los parabenos. Porque la industria química no quiere líos y andan ya los grandes del sector (empresas como Rhodia, Clariant o Thor) investigando nuevos sistemas protectores contra el desarrollo de microorganismos en los cosméticos, por ejemplo manejando el pH del producto. Y, tarde o temprano, darán con algo tan eficaz o más que los parabenos y que se pueda vender al consumidor hipersensibilizado con una etiqueta más "natural". Las pelas son las pelas, my friend.....
Uno es un mahleriano convencido desde mucho tiempo antes de que se pusiera de moda, gracias sobre todo a los buenos oficios que conmigo tuvo mi "hermano" Fernando Sáez. Y este año es un año mahleriano. Gustav Mahler murió el 18 de mayo de 1911 y había nacido el 7 de julio de 1860. Así que entre el día de San Fermín de este año y el 18 de mayo de 2011, los programadores de eventos pueden jugar con la coincidencia del 150 aniversario de su nacimiento y el centenario de su óbito, lo que está dando lugar a muchos conciertos, grabaciones de discos, programas de radio, etc., en torno a la figura del insigne director y compositor. Y suelo estar al loro para ver si puedo beneficiarme de esta actividad.
En Ciencia estas cosas son más discretas, salvo casos excepcionales. Por ejemplo, el año 2005 fue el centenario del llamado Annus Mirabilis de Albert Einstein, el año en que con cuatro artículos en la revista Annalen der Physics cambió muchas cosas. Los físicos de todo el mundo (incluídos los vascos) aprovecharon la ocasión para realizar múltiples Congresos y Simposios, además de bautizar al mismo como Año de la Física. Pero este caso no es indicativo y muchas de estas efemérides, incluso en el caso de figuras de reconocido prestigio, pasan desapercibidas hasta para la gente del ramo.
Pero en la American Chemical Society (ACS) hay un miembro de la misma que ha decidido dedicar parte de su tiempo a recordar las efemérides de los químicos de prestigio que en el mundo han sido. Leopold May, un profesor emérito de Química Física y Espectroscopia en la Catholic University of America, proporciona cada mes a la ACS una serie de efemérides que ésta publica en sus ACS Weekly Newsletter. Y en la última, que me ha llegado este martes, me he topado con la agradable sorpresa de que este sábado,19 de junio, se cumplen cien años del nacimiento de Paul J. Flory, la absoluta referencia de todos los que nos hemos dedicado a los polímeros en los últimos 50 años. Y aunque no creo que haya eventos importantes con ese motivo, el Búho no puede menos que rendir su pequeño tributo al autor del libro más manoseado de su biblioteca científica. Aunque a algunos de mis seguidores les resulte la entrada una plasta.
La carrera científica de Paul Flory, tras su doctorado en la Ohio State University en 1931, arranca cuando en 1934, Wallace Carothers, el padre de los nylons y los poliésteres, le contrató para su Grupo en la DuPont, en aquellos años en gran ebullición, debido precisamente al desarrollo de estos materiales que cambiaron el mundo de las fibras. Flory no era un químico al que le gustara mucho el andar por un laboratorio de síntesis y Carothers no trató de cambiar ese gusto, sino que potenció las habilidades matemáticas de su nuevo pupilo para que se dedicara a sentar las bases cinéticas de los procesos de polimerización que dan lugar a esos materiales. ¡Y vaya si lo hizo!. Aún andamos todos manejando sus ecuaciones. Pero cuando Carothers se suicidó con 38 años en 1938, Flory decidió que debía de dejar la DuPont.
Hasta 1948 anduvo liado en empresas ligadas al caucho como la Standard Oil o la Goodyear, dadas las urgencias que en aquellos años tenían los americanos para desarrollar alternativas al caucho natural. En ese año de 1948, Flory decidió aceptar una plaza de Professor en la Universidad de Cornell. Fueron esos años de Cornell los que dieron lugar al libro de cabecera al que hacía arriba referencia, Principles of Polymer Chemistry, publicado en 1953, un libro que, personalmente, sigo recomendando a los estudiantes que quieran tener buenas bases sobre polímeros. Dice mi amigo Mike Coleman que, muchas veces, tras pensar que había descubierto una nueva clave o aspecto en temas fundamentales en polímeros, una relectura del Flory le descubría (a veces en simples notas a pie de página) que el autor ya lo había considerado en aquella fecha temprana. En 1957, Flory se fue al Mellon Institute en Pittsburg para recalar, cuatro años más tarde, en su sitio definitivo, la Stanford University.
Los intereses de Flory a lo largo de su vida científica fueron demasiado vastos como para aburrir al personal con su enumeración. Pero el papel aglutinador que la obra de Flory supuso en los diferentes campos en los que el conocimiento de los polímeros se iba expandiendo, tuvo su reflejo en la concesión en 1974 del Premio Nobel de Química, "for his fundamental achievements, both theoretical and experimental, in the physical chemistry of the macromolecules".
Flory fue además un comprometido activista en la defensa de los derechos humanos en general y de los derechos de los científicos de los países de la órbita soviética en particular. Falleció de un ataque de corazón el 8 de setiembre de 1985. Sólo tres semanas antes, el Búho tuvo la oportunidad de verle en acción en La Haya, en un Congreso de la IUPAC, poniendo a caldo, elegante pero rotundamente, a un investigador alemán que había puesto en duda algunos de los aspectos del modelo de cristalización de polímeros acuñado por nuestro Nobel. Anda que no era osado ni nada el alemán...
Hace más de un mes y concediéndome un grado de enciclopedismo que no tengo, una de las compañeras que habitan el despacho contiguo al mío en la Facultad, me mandaba un correo electrónico al que acompañaba dos cosas. Un anuncio de esas barritas que utilizan los pescadores como indicadores luminosos para pescar a corcho por las noches y un link a Wikipedia. Me pedía ayuda para entender la Química subyacente en esos dispositivos luminosos. Y todo parecía cuadrar en el mensaje porque el nombre comercial del dispositivo luminoso era Starlite y ese mismo nombre aparecía en el link a Wikipedia. Pero, como la vida misma, la cosa ha resultado más complicada de lo que parecía. Así que vamos por partes.
Muchos de vosotros habreis visto o incluso experimentado con estos bastones o bastoncillos luminosos. Básicamente es una especie de tubo de plástico que doblándolo en el sitio adecuado, provoca la rotura de un recipiente interno, lo que da lugar, a su vez, a la mezcla y reacción de ciertos reactivos contenidos en el interior y que, finalmente, consiguen que el bastón se ilumine, algo especialmente palpable en la oscuridad. Esa iluminación sin necesidad de corriente eléctrica normal, o pila que la sustituya, puede resultar sumamente útil en situaciones de emergencia o en variados usos militares, pero tambien para divertimento del personal, ya sea pescando, organizando un party nocturno a la americana o llevándose algun chisme de éstos a una discoteca para epatar a los colegas, aprovechando la oscuridad "natural" de los antros de perdición.
Los dispositivos anteriores están basados en ciertos procesos químicos que son capaces de liberar energía en forma de luz. Sobre ellos ya hemos hablado en detalle en otras entradas, quizás la más importante sea la dedicada a Oliver Sacks. En concreto, en el interior del bastón a iluminar debe haber al menos tres componentes o reactivos. Dos de ellos deben reaccionar y proporcionar una cierta cantidad de energía que un tercero capta para, con ella, ser capaz de emitir luz. Hay muchas patentes sobre estos dispositivos (por cierto, la mayor parte de ellas asignadas a la Armada americana). Pero una receta típica que aparece en la propia Wikipedia y otros sitios (los docentes y curiosos podeis ver aquí un vídeo sobre el proceso) es la que implica la reacción entre el agua oxigenada encerrada en una parte del bastón y separada de otra disolución que contiene difenil oxalato y un colorante fluorescente. La diferente naturaleza de éste último es el que condiciona los distintos colores, como los que se ven en la foto de la entrada.
La explicación del proceso, tipo cuento de Blancanieves, es que la reacción entre el agua oxigenada y el oxalato proporciona suficiente energía como para mover a los electrones del colorante a un estado excitado. Cuando aquellos vuelven a su estado natural, el exceso de energía se elimina en forma de una luz visible para nuestros ojitos. Pero el dispositivo en cuestión está lejos de ser un angelito ecológico. El resultado de la reacción, una vez doblado el bastón, es la obtención de fenol y de un inestable peroxiéster que, al descomponerse, produce más fenol y un compuesto cíclico que todavía contiene el enlace peróxido. Ese compuesto cíclico acaba finalmente produciendo CO2 y la cantidad de energía suficiente para excitar al colorante. Así que, dados los productos finales, no es muy adecuado montarse un party en plena naturaleza alumbrándose con estos dispositivos y dejándolos luego a su bola. Ni, como ya se ha hecho con graves consecuencias para los insensatos, romper el bastón e impregnarse la piel, o incluso beberse el contenido del mismo, en la consecución de "efectos especiales." El destino más normal es el Servicio de Urgencias más próximo.
Pero volvamos al comienzo. Espero que con lo escrito hasta ahora haya resuelto las dudas de mi colega en lo tocante a uno de estos productos que se venden para pescar de noche (de marca Starlite). Pero el link a Wikipedia al que arriba he hecho referencia resulta no tenía nada que ver con nuestros bastoncillos emisores de luz, sino con un producto casi milagroso, también de nombre Starlite. Se trata de un material cuya composición está celosamente guardada pero que parece contener, según su inventor, polímeros y copolímeros junto con cerámicas y otros aditivos inorgánicos del tipo de los boratos. El conjunto parece aguantar temperaturas de varios miles de grados sin arder y, aunque no he podido encontrarlo, debe andar por ahí un vídeo de la BBC en el que se ve como envuelven un huevo en ese material, atacan el conjunto con un soplete durante varios minutos y, al final, el huevo sigue tan pichi, demostrando también el impresionante poder aislante del "otro" Starlite. Y todo ello a pesar de que un 90% de él esté constituido por polímeros, bastante enclenques, por lo general, en lo que a resistencia al calor se refiere.
Todo muy raro. Pero parece que varios organismos de Defensa y la propia NASA anduvieron en su día en negociaciones con el inventor, Maurice Ward, un excéntrico inglés sin estudios superiores, que al final siempre se escurría. En los últimos años el producto parece haber desaparecido de los periódicos y de la propia red. ¿Un bluff?. ¿Alguien se ha quedado definitivamente con el material del siglo y lo tiene bien escondido?. Ni idea. Pero el nombre de Starlite va a seguir almacenado en el disco duro que El Búho tiene en la parte posterior de sus ojitos incansables. Al menos, mientras no empiece a fallar el citado disco, que mucho no falta ya...
ACTUALIZACIÓN (14 de junio): Como veis abajo en los comentarios un anónimo me ha dejado dos links, uno de un reportaje de la BBC con el experimento del huevo que arriba mencionaba y otro de una TV americana sobre el excéntrico Mr. Ward.
Nada menos que en la tercera entrada de este Blog, allá por marzo de 2006, planteaba yo uno de los problemas de esa pertinaz pelea entre lo natural y lo sintético que está en el origen de muchos de los males derivados de la Quimifobia que sociológicamente nos afecta. Se hablaba allí del convencimiento de mucha gente de que la vitamina C de un comprimido de Redoxon no es igual que la vitamina C que pueda contener un zumo de naranja. Es casi un problema atávico, no se si derivado de que, gracias a las naranjas, muchos españoles pudieron vivir razonablemente durante décadas, como me explicaron hace unas semanas en una cena en el Círculo de Agricultores de Valencia capital.
Y estos días he vuelto a pensar en esa entrada cuando me he visto envuelto con amigos en una polémica bastante parecida (al menos para mi). Y se refiere al asunto de si los medicamentos aprobados como genéricos son o no iguales a los medicamentos "de marca". He podido comprobar que hay mucha gente que duda muy seriamente sobre el asunto y, lo que es peor, que bastantes médicos y personal aledaño pueden actuar de agentes propagandísticos de la idea. Espero que lo hagan de buena fe que uno tiene constancia de los intereses que se mueven entre los comerciales farmaceúticos y los galenos.
Desarrollar un medicamento por parte de una industria farmaceútica es un proceso costoso en tiempo y dinero en el que la compañía se juega mucho sin saber si finalmente recibirá la aprobación de agencias estatales todopoderosas como la Food and Drug Administration (FDA) americana, a la que usaré como referencia. Incidentalmente, justo lo contrario de lo que le cuesta a Boiron, la multinacional de la homeopatía, poner uno de sus productos en el mercado. Lógicamente, la compañía introductora del nuevo medicamento lo protege mediante una patente que impide que otras firmas puedan reclamar la autoría del producto en cuestión. Esa patente suele estar solicitada incluso antes de que una Agencia como la FDA de el placet para su uso como medicamento. Cuando se aprueba finalmente, la FDA suele dar un derecho a la comercialización exclusiva del producto por parte de la compañía que ha desarrollado el fármaco.
Pero las patentes y los derechos de exclusividad expiran (las primeras, por lo general, a los veinte años, los segundos a los siete) y una vez que eso ocurre, otras compañías pueden obtener el permiso para fabricar y comercializar ese producto sin necesidad de nuevas pruebas clínicas o al menos con otras ya menos costosas. El medicamente se convierte entonces en un genérico. Y en cuanto la exclusividad se acaba, la molécula vale lo que vale, hay competencia entre compañías y el precio se desploma. Y ahí podría estar el origen del mosqueo del personal. Pero no deja de ser lo mismo que cuando Iberia tiene el monopolio del aeropuerto de Fuenterrabia, y cuesta 600 € el ir a Madrid, mientras que cuando Spanair tenía vuelos entre ambos aeropuertos el billete valía la tercera parte. Y no nos llevaban en peores aviones ni nos sentaban a tres en el mismo asiento.
Un genérico no tiene por qué ser exactamente igual al medicamento "de marca" que abrió el mercado. Debe contener la misma molécula que éste, el mismo principio activo, pero puede tener otros ingredientes no activos diferentes(por ejemplo, un colorante). Pero en cualquier caso, para que la FDA apruebe un medicamento como genérico éste debe ser terapeúticamente equivalente al medicamento original. Lo que quiere decir que debe producir los mismos efectos terapeúticos que el medicamento de referencia. ¿Cómo podemos saber si un genérico es terapeúticamente equivalente a uno de marca?. Pues uno puede entrar en el famoso Libro Naranja de la FDA y allí está todo. Es algo complicado de usar porque estas agencias se la cogen con papel de fumar pero con un ejemplo se puede explicar. Entramos en el link que acabo de poner y seleccionamos Search by active ingredient. Escribimos, por ejemplo, Digoxin y le damos a Submit. Y nos aparece una página con todas las posibilidades en el mercado, aprobadas por la FDA, tras haber expirado los derechos que Smithkline Beecham tenía sobre ese medicamento tan popular entre enfermos cardíacos.
Así que a los que creemos en la especificidad de las moléculas químicas y confiamos en agencias como la FDA sólo nos queda esperar que la generalización de estos productos sea una de las herramientas en el recorte del gasto de nuestro sistema de Sanidad que, no queda otro remedio, va a ser el pan nuestro de cada día. Lo cual va a hacer pupa, y mucha, a los Laboratorios farmaceúticos que, a su vez, van a tener que restringir sus gastos con todo lo que, seguramente, va a tener de negativo en el desarrollo de nuevos fármacos. Ese es el lado que me preocupa. Y el último número del Chemical Engineering News lo pone bien de manifiesto, evaluando los grandes recortes en personal investigador y en dinero de las principales compañías, que se centran ahora en áreas que consideran como las más rentables en tanto difíciles de asumir por otras compañías más pequeñas: el mercado de los antivirales, la oncología, enfermedades inflamatorias, sistema nervioso central y poca cosa más.