Los que conocen mi tradicional estado un tanto asténico, saben que se me alegra el ojillo si se me interpela sobre el golf, la Meteorología o la Bolsa. Sobre el golf mejor no hablo mucho, que bastante hay en mi web personal y en este Blog del Búho. En cuanto a la predicción del tiempo, durante muchos años he conservado mi digno nivel de francés gracias al Tele Journal de las ocho de la tarde de Antenne 2, la segunda cadena francesa y, sobre todo, al subsiguiente espacio Méteo, cuyas predicciones para sitios como Biarritz, a pocos kms en línea recta de donde vivo, siempre me han parecido muy fiables. Desde mi adicción a internet, tengo entre mis favoritos o bookmarks las páginas de Euskalmet, el INM español y la de Meteo France. Navegando en sus diferentes opciones he aprendido mucho y, de vez en cuando, hasta me arriesgo a enmendarles la plana, en virtud de mis experiencias vitales a nivel del microclima de ese ángulo especial del Atlántico donde está Donosti. En la Bolsa soy un novato con sólo tres años de experiencia, en los que he ido aprendiendo mucho de gentes mucho más experimentadas, que me han enseñado a entender lo básico de los análisis técnicos y fundamentales de un valor y, sobre todo, a tener paciencia. Gracias a ello, jugándome unos pocos de mis euritos, y a pesar de sobresaltos, turbulencias y subprimes, consigo por ahora batir (tampoco es tan difícil) al magro interés que me ofrecen Cajas y Bancos.
Pero tengo bien claro que, tanto en la Bolsa como en el tiempo (¡y no mentemos el golf!), estamos ante sistemas de funcionamiento caótico, dado el gran número de variables que intervienen. La predicción meteorológica, de la mano de los análisis de Edward Lorenz en los años sesenta, se ha convertido en el ejemplo por excelencia del caos, y casi todo el mundo ha oido hablar alguna vez del "efecto mariposa", según el cual, el aleteo de uno de estos lepidópteros en un cerezo de Japón provoca una tormenta en Argentina. Sin llegar a esos extremos tan literarios, esta misma semana las predicciones a corto plazo habían anunciado que el martes tendríamos una mejoría notable de la época de lluvias que hemos sufrido. El mismo lunes a la noche, las tres agencias meteorológicas arriba mencionadas cambiaron el pronóstico y el martes fue un día de sirimiri total y hasta los huesos. Y sólo porque al anticiclón que nos iba a traer el buen tiempo, y que efectivamente había entrado ya para el martes en nuestra zona, le dió por hacerlo con una componente noroeste mayor de la esperada. Y se fastidió la predicción y hubo que arreglarla a última hora ante el cariz que iba tomando el asunto.
El carácter caótico de la Bolsa, sobre todo para un pequeño inversor como yo, es aún más complicado y sutil. Basta con que unas cuantas manos fuertes (Botín, la Koplovitz, el Amancio de Zara) decidan intercambiar cromos (acciones) de un valor y su cotización sube o baja según les venga bien para sus intereses. Y el Búho a celebrarlo o a agarrarse un cabreo monumental.
Lo cual no quita para que, en uno y otro caso, se hayan desarrollado herramientas potentes de análisis y predicción. De las de la Bolsa prefiero no hablar para no complicar el post y porque, en el fondo, todo lo que tiene que ver con la economía siempre me ha parecido una ciencia a posteriori. Pero la meteorología basa sus predicciones en metodologías científicas y tecnológicas muy potentes, haciendo predicciones a base de complejos modelos de simulación manejados por ordenadores de última generación, en las que se usan como datos de entrada o inputs los resultados experimentales de sensores situados en barcos, boyas, satélites, etc. Gracias a todo ello, los pronósticos son cada vez más fiables aunque, eso sí, más allá de una semana, el porcentaje de acierto baja sustancialmente.
Esta pasada semana se ha celebrado el Día Meteorológico Mundial y, en ese marco, y organizada por el Centro que el INM tiene en el Pais Vasco, impartíó una conferencia un fraile franciscano que lleva años como observador para el INM en su convento de Aránzazu y que ha oficiado en otras épocas de metereólogo de una radio local. Me consta (porque se lo he escuchado a él) que, para ello, empleaba como fuentes las predicciones de los servicios meteorológicos como los arriba indicados, aunque convenientemente sazonadas de ciertas tradiciones populares como las témporas, un "modelo" en el que, por simplificar, uno mira el viento que hace durante tres noches especiales y extrae conclusiones sobre el tiempo que hará en los próximos tres meses. Ni sondas, ni satélite Meteosat, ni radares, ni otras vainas, que son muy caras y no está el convento para dispendios.
Es claro que quien le invitó como estrella a esa Jornada no anduvo muy fino. Y lo que es peor, nuestro insigne Diario Vasco le dedicó, con esa ocasión, una entrevista de página completa en la que el clérigo, además de contarnos sus últimos avances en la forma de observar las témporas, se queja de que no le den dinero para investigar, arremetiendo para ello contra otras investigaciones en las que "se gastan tanto dinero en saber cuántas alas tiene una mosca". Y aunque sólo sea por alusiones a mi amigo Ginés Morata, un laureado bioquímico que de moscas sabe un huevo y por eso, entre otros méritos, le dieron el pasado año el Principe de Asturias, no me ha quedado más remedio que sacar el tema a colación.
La verdad es que, aunque a algunos les parezca que no merece la pena emplear el tiempo en estas cosas, yo mantengo que hay que pelear contras estas acciones de los medios periodísticos que permiten que sigan en candelero prácticas que, como las témporas o la homeopatía, tienen más de magia que de ciencia. Pero no tengo que exprimirme mucho el magín para hacerlo. Como bien decían el viernes siete de mis colegas de la UPV/EHU en un artículo publicado en los diarios del Grupo Vocento, mientras quienes proponen el método de las témporas no pasen la criba cuantitativa que supone un proceso riguroso de comparación entre sus predicciones y los resultados reales, no nos convencerán. Y si yo fuera Director de Política Científica del GV, hasta les daría dinero para hacerlo. Bastaría que siguieran procesos similares a los de la meteorología científica en su pelea por realizar predicciones a más largo plazo que las actuales. Los resultados son todavía pobres, pero los métodos son razonables y en continuo progreso y los procesos de verificación de resultados, rigurosos y verificables por otros científicos. Adicionalmente, se obtiene un avance real en el conocimiento de cosas como las dinámicas de la atmósfera y el océano, avances consustanciales a cualquier actividad científica y de los que las témporas no pueden presumir, aferradas a la misma "metodología" de hace siglos.
En definitiva, los problemas que aún tenemos para entender las cosas no pueden ser sustituidos por la superstición. La medicina aún no puede curar el sida, pero a nadie sensato se le ocurriría pretender curarlo con gotas de agua convenientemente agitadas, según otro modelo que no ha sufrido cambios desde el siglo XIX. Tampoco la ciencia conseguirá nunca detener el que nos hagamos viejos. Pues a asumirlo y a vivir sin supercherías. Basta que haga buen tiempo, que seamos propietarios de un swing elegante y que la Bolsa retome con decisión la senda de las plusvalías.
Pero tengo bien claro que, tanto en la Bolsa como en el tiempo (¡y no mentemos el golf!), estamos ante sistemas de funcionamiento caótico, dado el gran número de variables que intervienen. La predicción meteorológica, de la mano de los análisis de Edward Lorenz en los años sesenta, se ha convertido en el ejemplo por excelencia del caos, y casi todo el mundo ha oido hablar alguna vez del "efecto mariposa", según el cual, el aleteo de uno de estos lepidópteros en un cerezo de Japón provoca una tormenta en Argentina. Sin llegar a esos extremos tan literarios, esta misma semana las predicciones a corto plazo habían anunciado que el martes tendríamos una mejoría notable de la época de lluvias que hemos sufrido. El mismo lunes a la noche, las tres agencias meteorológicas arriba mencionadas cambiaron el pronóstico y el martes fue un día de sirimiri total y hasta los huesos. Y sólo porque al anticiclón que nos iba a traer el buen tiempo, y que efectivamente había entrado ya para el martes en nuestra zona, le dió por hacerlo con una componente noroeste mayor de la esperada. Y se fastidió la predicción y hubo que arreglarla a última hora ante el cariz que iba tomando el asunto.
El carácter caótico de la Bolsa, sobre todo para un pequeño inversor como yo, es aún más complicado y sutil. Basta con que unas cuantas manos fuertes (Botín, la Koplovitz, el Amancio de Zara) decidan intercambiar cromos (acciones) de un valor y su cotización sube o baja según les venga bien para sus intereses. Y el Búho a celebrarlo o a agarrarse un cabreo monumental.
Lo cual no quita para que, en uno y otro caso, se hayan desarrollado herramientas potentes de análisis y predicción. De las de la Bolsa prefiero no hablar para no complicar el post y porque, en el fondo, todo lo que tiene que ver con la economía siempre me ha parecido una ciencia a posteriori. Pero la meteorología basa sus predicciones en metodologías científicas y tecnológicas muy potentes, haciendo predicciones a base de complejos modelos de simulación manejados por ordenadores de última generación, en las que se usan como datos de entrada o inputs los resultados experimentales de sensores situados en barcos, boyas, satélites, etc. Gracias a todo ello, los pronósticos son cada vez más fiables aunque, eso sí, más allá de una semana, el porcentaje de acierto baja sustancialmente.
Esta pasada semana se ha celebrado el Día Meteorológico Mundial y, en ese marco, y organizada por el Centro que el INM tiene en el Pais Vasco, impartíó una conferencia un fraile franciscano que lleva años como observador para el INM en su convento de Aránzazu y que ha oficiado en otras épocas de metereólogo de una radio local. Me consta (porque se lo he escuchado a él) que, para ello, empleaba como fuentes las predicciones de los servicios meteorológicos como los arriba indicados, aunque convenientemente sazonadas de ciertas tradiciones populares como las témporas, un "modelo" en el que, por simplificar, uno mira el viento que hace durante tres noches especiales y extrae conclusiones sobre el tiempo que hará en los próximos tres meses. Ni sondas, ni satélite Meteosat, ni radares, ni otras vainas, que son muy caras y no está el convento para dispendios.
Es claro que quien le invitó como estrella a esa Jornada no anduvo muy fino. Y lo que es peor, nuestro insigne Diario Vasco le dedicó, con esa ocasión, una entrevista de página completa en la que el clérigo, además de contarnos sus últimos avances en la forma de observar las témporas, se queja de que no le den dinero para investigar, arremetiendo para ello contra otras investigaciones en las que "se gastan tanto dinero en saber cuántas alas tiene una mosca". Y aunque sólo sea por alusiones a mi amigo Ginés Morata, un laureado bioquímico que de moscas sabe un huevo y por eso, entre otros méritos, le dieron el pasado año el Principe de Asturias, no me ha quedado más remedio que sacar el tema a colación.
La verdad es que, aunque a algunos les parezca que no merece la pena emplear el tiempo en estas cosas, yo mantengo que hay que pelear contras estas acciones de los medios periodísticos que permiten que sigan en candelero prácticas que, como las témporas o la homeopatía, tienen más de magia que de ciencia. Pero no tengo que exprimirme mucho el magín para hacerlo. Como bien decían el viernes siete de mis colegas de la UPV/EHU en un artículo publicado en los diarios del Grupo Vocento, mientras quienes proponen el método de las témporas no pasen la criba cuantitativa que supone un proceso riguroso de comparación entre sus predicciones y los resultados reales, no nos convencerán. Y si yo fuera Director de Política Científica del GV, hasta les daría dinero para hacerlo. Bastaría que siguieran procesos similares a los de la meteorología científica en su pelea por realizar predicciones a más largo plazo que las actuales. Los resultados son todavía pobres, pero los métodos son razonables y en continuo progreso y los procesos de verificación de resultados, rigurosos y verificables por otros científicos. Adicionalmente, se obtiene un avance real en el conocimiento de cosas como las dinámicas de la atmósfera y el océano, avances consustanciales a cualquier actividad científica y de los que las témporas no pueden presumir, aferradas a la misma "metodología" de hace siglos.
En definitiva, los problemas que aún tenemos para entender las cosas no pueden ser sustituidos por la superstición. La medicina aún no puede curar el sida, pero a nadie sensato se le ocurriría pretender curarlo con gotas de agua convenientemente agitadas, según otro modelo que no ha sufrido cambios desde el siglo XIX. Tampoco la ciencia conseguirá nunca detener el que nos hagamos viejos. Pues a asumirlo y a vivir sin supercherías. Basta que haga buen tiempo, que seamos propietarios de un swing elegante y que la Bolsa retome con decisión la senda de las plusvalías.
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