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En estos tiempos, uno levanta una piedra y le sale enseguida un firme defensor de los alimentos no transgénicos, de la medicina alternativa o de los plásticos biodegradables y compostables. Así que encontrar airados paladines de todas estas cuestiones tiene poco mérito. Pero eso no ha pasado siempre y, a veces, es conveniente reivindicar la memoria de los pioneros. Y así, por ejemplo, al hilo de los ahora tan en moda bioplásticos (plásticos biodegradables cuyos componentes se derivan totalmente, o casi, de materias primas renovables), bien merece la pena contar una historia que tiene más de setenta años y en la que se demuestra que si alguien se empeña en una idea, y más si se es un magnate de la industria automovilística, la idea acaba materializándose. Aunque luego sea díficil de luchar contra los imponderables de la vida.
Este 7 de abril se cumplirán 61 años de la muerte de Henry Ford, el legendario creador del Ford T que veis en la foto, el inventor de las cadenas de producción para abaratar sus automóviles, el fino pagador del famoso salario de cinco dólares que tenía a sus obreretes más callados que la tumba en la que dormita desde 1947. Ford es un ejemplo de libro de los llamados self-made men o personas hechas así mismas. De origen campesino, llegó hasta donde llegó gracias a su visión de anticipación del futuro, sus ideas innovadoras y su manifiesta tozudez (vamos, lo de siempre, aunque la mayoría de los mortales nos enteramos a posteriori de que éstas son las condiciones para triunfar).
El caso es que Ford no olvidó nunca sus orígenes en la América agricultora profunda y en diferentes fases de su vida desarrolló iniciativas encaminadas a implicar a los agricultores en lo que él pensaba que era el futuro. Y así, por ejemplo, ya en 1907 experimentó con un tractor motorizado que el denominó "automóvil-arado", germen del primer tractor serio que Ford puso a la venta, el Fordson.
Pero a partir de 1928, Ford empezó a acuñar un término que no se muy bien cómo traducir, farm chemurgy, que Ford definía como poner a la Química y a otras ciencias aliadas a trabajar para los granjeros. La filosofía de Ford era encontrar nuevos usos para los productos agrícolas que no fueran meramente los de la alimentación de personas y animales (¿os suena la música?). En 1929 construyó un laboratorio para experimentar con diversas variedades vegetales y en 1931 decidió que lo que de verdad le hacía tilín era la soja, por la versatilidad de los aceites que contiene, su alto contenido en proteínas y su quizás algo más marginal contenido en fibra. A partir de 1932, se dedicó a plantar unas trescientas variedades de soja en unos ocho mil acres de sus fincas y sugirió a los granjeros de Michigan que fueran plantando soja que la Ford ya se encargaba de buscar usos para ella.
Despues de inyectar más de un millón de dólares de la época, en 1933, su Soy Laboratory ya le había proporcionado una serie de derivados del aceite soja con los que fabricar un esmalte de alta calidad para pintar coches, o un líquido para los amortiguadores, o una grasa para engrasar los moldes en los que se fabricaban algunas piezas de los mismos o, incluso, un derivado con el que sustituir algunos aditivos en la producción de cauchos. Estos descubrimientos del laboratorio excitaron el natural espíritu innovador de Ford que, enseguida, pudo disponer de una serie de materiales en los que la soja formaba parte y que fueron siendo utilizados en la fabricación de piezas pequeñas como manillas, tiradores, bocinas, etc. Todo parece indicar (muchas de las formulaciones se han perdido o no se conocen con precisión) que esas piezas, y las que siguieron, se fabricaron con una especie de resina fenólica obtenida a partir de formaldehido y harina de soja (lo que queda despues de prensar la soja original para obtener el aceite de soja, un "residuo" básicamente constituido por proteínas) y formaldehido.
Pero la apoteosis llegó en 1937 cuando el mismo laboratorio, liderado por un joven químico, Robert Boyer, llegó a producir una plancha curvada, de dimensiones mucho más grandes que las piezas anteriores, sobre la que Ford, muy espectacular en sus presentaciones, saltaba y saltaba ante la prensa asegurando que, algún día, ese material sustituiría al acero. Otro día colocó una plancha de ese material sobre la parte trasera de su propio Ford y se dedicó a darle con un hacha para demostrar su fortaleza. Y sobre esa idea siguió trabajando hasta que en agosto de 1941, presentó un prototipo de automóvil (que podeis ver en esta foto de la Fundación Ford) en el que, sobre una estructura tubular de acero, se había colocado una carrocería completa de este tipo de nuevos materiales a base de soja. Pero el pobre prototipo se quedó en eso. Enseguida llegó la Segunda Guerra Mundial, había que trabajar para América y el Gobierno, los plásticos derivados del petróleo aprovecharon el conflicto bélico para despegar de una manera espectacular y cuando en los cincuenta la cosa se estabilizó, había muchos más materiales entre los que elegir. Y ahí se quedó la cosa.
Pero, sin duda, a Henry Ford le encantaría hoy en día saber que su amada soja ataca de nuevo. Además de ser utilizada como una de las posibles materias primas para fabricar biodiésel, un enjambre de nuevos químicos e ingenieros de materiales están usando el aceite de soja para fabricar polioles a partir de una materia prima renovable. Los polioles son sustancias químicas imprescindibles en la fabricación de la gran familia de los poliuretanos y, hasta ahora, se obtenían del petróleo. Con esta nueva vía, que además es muy atractiva en términos tecnológicos por diversas razones, se están generando una importante familia de nuevos polioles y nuevos negocios en torno a ellos.
Así que Ford descansará tranquilo en lo que a la soja de Michigan se refiere.
En estos tiempos, uno levanta una piedra y le sale enseguida un firme defensor de los alimentos no transgénicos, de la medicina alternativa o de los plásticos biodegradables y compostables. Así que encontrar airados paladines de todas estas cuestiones tiene poco mérito. Pero eso no ha pasado siempre y, a veces, es conveniente reivindicar la memoria de los pioneros. Y así, por ejemplo, al hilo de los ahora tan en moda bioplásticos (plásticos biodegradables cuyos componentes se derivan totalmente, o casi, de materias primas renovables), bien merece la pena contar una historia que tiene más de setenta años y en la que se demuestra que si alguien se empeña en una idea, y más si se es un magnate de la industria automovilística, la idea acaba materializándose. Aunque luego sea díficil de luchar contra los imponderables de la vida.
Este 7 de abril se cumplirán 61 años de la muerte de Henry Ford, el legendario creador del Ford T que veis en la foto, el inventor de las cadenas de producción para abaratar sus automóviles, el fino pagador del famoso salario de cinco dólares que tenía a sus obreretes más callados que la tumba en la que dormita desde 1947. Ford es un ejemplo de libro de los llamados self-made men o personas hechas así mismas. De origen campesino, llegó hasta donde llegó gracias a su visión de anticipación del futuro, sus ideas innovadoras y su manifiesta tozudez (vamos, lo de siempre, aunque la mayoría de los mortales nos enteramos a posteriori de que éstas son las condiciones para triunfar).
El caso es que Ford no olvidó nunca sus orígenes en la América agricultora profunda y en diferentes fases de su vida desarrolló iniciativas encaminadas a implicar a los agricultores en lo que él pensaba que era el futuro. Y así, por ejemplo, ya en 1907 experimentó con un tractor motorizado que el denominó "automóvil-arado", germen del primer tractor serio que Ford puso a la venta, el Fordson.
Pero a partir de 1928, Ford empezó a acuñar un término que no se muy bien cómo traducir, farm chemurgy, que Ford definía como poner a la Química y a otras ciencias aliadas a trabajar para los granjeros. La filosofía de Ford era encontrar nuevos usos para los productos agrícolas que no fueran meramente los de la alimentación de personas y animales (¿os suena la música?). En 1929 construyó un laboratorio para experimentar con diversas variedades vegetales y en 1931 decidió que lo que de verdad le hacía tilín era la soja, por la versatilidad de los aceites que contiene, su alto contenido en proteínas y su quizás algo más marginal contenido en fibra. A partir de 1932, se dedicó a plantar unas trescientas variedades de soja en unos ocho mil acres de sus fincas y sugirió a los granjeros de Michigan que fueran plantando soja que la Ford ya se encargaba de buscar usos para ella.
Despues de inyectar más de un millón de dólares de la época, en 1933, su Soy Laboratory ya le había proporcionado una serie de derivados del aceite soja con los que fabricar un esmalte de alta calidad para pintar coches, o un líquido para los amortiguadores, o una grasa para engrasar los moldes en los que se fabricaban algunas piezas de los mismos o, incluso, un derivado con el que sustituir algunos aditivos en la producción de cauchos. Estos descubrimientos del laboratorio excitaron el natural espíritu innovador de Ford que, enseguida, pudo disponer de una serie de materiales en los que la soja formaba parte y que fueron siendo utilizados en la fabricación de piezas pequeñas como manillas, tiradores, bocinas, etc. Todo parece indicar (muchas de las formulaciones se han perdido o no se conocen con precisión) que esas piezas, y las que siguieron, se fabricaron con una especie de resina fenólica obtenida a partir de formaldehido y harina de soja (lo que queda despues de prensar la soja original para obtener el aceite de soja, un "residuo" básicamente constituido por proteínas) y formaldehido.
Pero la apoteosis llegó en 1937 cuando el mismo laboratorio, liderado por un joven químico, Robert Boyer, llegó a producir una plancha curvada, de dimensiones mucho más grandes que las piezas anteriores, sobre la que Ford, muy espectacular en sus presentaciones, saltaba y saltaba ante la prensa asegurando que, algún día, ese material sustituiría al acero. Otro día colocó una plancha de ese material sobre la parte trasera de su propio Ford y se dedicó a darle con un hacha para demostrar su fortaleza. Y sobre esa idea siguió trabajando hasta que en agosto de 1941, presentó un prototipo de automóvil (que podeis ver en esta foto de la Fundación Ford) en el que, sobre una estructura tubular de acero, se había colocado una carrocería completa de este tipo de nuevos materiales a base de soja. Pero el pobre prototipo se quedó en eso. Enseguida llegó la Segunda Guerra Mundial, había que trabajar para América y el Gobierno, los plásticos derivados del petróleo aprovecharon el conflicto bélico para despegar de una manera espectacular y cuando en los cincuenta la cosa se estabilizó, había muchos más materiales entre los que elegir. Y ahí se quedó la cosa.
Pero, sin duda, a Henry Ford le encantaría hoy en día saber que su amada soja ataca de nuevo. Además de ser utilizada como una de las posibles materias primas para fabricar biodiésel, un enjambre de nuevos químicos e ingenieros de materiales están usando el aceite de soja para fabricar polioles a partir de una materia prima renovable. Los polioles son sustancias químicas imprescindibles en la fabricación de la gran familia de los poliuretanos y, hasta ahora, se obtenían del petróleo. Con esta nueva vía, que además es muy atractiva en términos tecnológicos por diversas razones, se están generando una importante familia de nuevos polioles y nuevos negocios en torno a ellos.
Así que Ford descansará tranquilo en lo que a la soja de Michigan se refiere.
Muy curioso.
ResponderEliminarOtra historia poco conocida es que los primeros motores que diseñó el señor Rudolf Diesel no funcionaban con derivados del petróleo sino con aceite de cacahuete!
creia que el material era la marihuana no la soya
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