lunes, 11 de agosto de 2025

La Coca-Cola de Trump y la miel de mi suegra

Cuando Trump accedió al poder, y como ha venido siendo tradición con los últimos presidentes, el CEO de Coca-Cola, James Quincey, le hizo entrega de una versión de la Diet Coke (la que el presidente bebe) especialmente diseñada para la ocasión. Meses más tarde, el 16 de julio y en su cuenta de X, Trump decía que "He estado hablando con @CocaCola sobre usar azúcar de caña REAL en la Coca-Cola en Estados Unidos, y han aceptado hacerlo. Quiero agradecerlo a todos los responsables en Coca-Cola. Este será un muy buen movimiento por su parte — Ya lo verán. ¡Simplemente es mejor!". Y solo hace un par de semanas, el propio Quincey anunciaba en el canal de televisión Fox que, para otoño, estaría en el mercado americano una nueva versión de su brebaje basada en el azúcar de caña. No quiso revelar la fecha exacta ni el nombre que aparecerá en la etiqueta, pero la suerte está echada. Esta decisión del gigante alimentario americano implica eliminar de la formulación que se vende en los EEUU el llamado jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS en su acrónimo en inglés), que se ha estado usando allí desde hace muchos años. Producto al que RFK Jr. y sus acólitos del MAHA (Make America Helthier Again) achacan todo tipo de problemas de salud, incidiendo en que es un producto “fabricado por la industria”. Otra chorrada más del Secretario de Estado de Salud americano que, si me seguís leyendo, veréis que es fácil de desmontar.

Los distintos jarabes de maíz de alta fructosa (HFCS) existentes en el mercado se fabrican a partir de maíz que se muele para extraer su almidón, el cual se somete después a la acción de diferentes enzimas para generar el azúcar llamado glucosa que, posteriormente, se transforma (isomeriza) en otro azúcar, la fructosa, con ayuda de más enzimas. Dependiendo del grado que alcance esa transformación de un azúcar en otro se obtienen diferentes HFCS. En concreto, el jarabe de maíz que se emplea en la Coca-Cola es conocido técnicamente como HFCS-55, porque contiene un 55% de fructosa, un 42% de glucosa y algo de agua y otros componentes. Como veis, productos industriales pero en los que la herramienta utilizada no son los denostados “químicos” sino las enzimas.

Por el contrario, y como su nombre indica, el azúcar de caña es un producto derivado de las cañas de azúcar que, tras su cosecha, se trituran o prensan con rodillos para extraer el jugo crudo, compuesto por agua, otro azúcar (la sacarosa) en un porcentaje del 20% y pequeñas cantidades de minerales, impurezas orgánicas, proteínas y ceras. Para eliminar estas últimas, el jugo se calienta y se le añade cal viva (CaO) o floculantes que las precipitan. El líquido se filtra, se concentra por evaporación a vacío, obteniéndose un jarabe espeso (ya con un 60–70% sacarosa). A partir de ahí, se produce la precipitación de los cristales del azúcar (sacarosa) que se separan del líquido restante (melaza) en una centrífuga. Posteriormente, los cristales se lavan y secan. Si se busca azúcar blanco refinado, los cristales se disuelven, se filtran con carbón activado, se vuelven a cristalizar y se secan. Si no, se comercializa como azúcar moreno o crudo (con algo de melaza residual). Al final ya sea el azúcar blanco o el moreno tienen cantidades de sacarosa superiores al 99%. Aunque se nos suele vender que el azúcar de caña es más “natural” y menos procesado, ya veis que de eso (casi) nada.

Y es esa sacarosa (derivada de la caña de azúcar) la que se va a emplear en las nuevas formulaciones en los EEUU. Que no tienen nada de nuevo, porque es la que se usó en un principio y la que se sigue usando en muchos países en la llamada Coca-Cola CON AZÚCAR, aunque en algunos sitios ese azúcar o sacarosa se saca de la caña de azúcar (por ejemplo, en Méjico) y en otros (como aquí) se utiliza también sacarosa proveniente de la remolacha, una fuente alternativa. Pero, al final, sacarosa pura y dura en ambos casos.



En la figura (arriba) se ven las fórmulas químicas de la glucosa y la fructosa presentes como moléculas libres en el HFCS. Por el contrario, en la parte de abajo se muestra la molécula de la sacarosa constituida por una unidad de fructosa y una de glucosa, las mismas moléculas que están en los HFCS, aunque unidas químicamente por el llamado enlace glucosídico. Por tanto, la composición de la sacarosa contiene prácticamente un 50% de fructosa y otro 50% de glucosa aunque bien atadas. Esa diferencia implica que, cuando ingerimos jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS), las moléculas de ambos azúcares (fructosa y glucosa) entran directamente en nuestro organismo, mientras que al ingerir azúcar de caña o azúcar blanco, las formas libres de glucosa y fructosa solo se generan durante su digestión en nuestro tracto digestivo. Ello hace que la absorción de ambos azúcares por el organismo sea más rápida en el caso del HFCS que en el azúcar de caña, lo que, en el caso de la glucosa, puede provocar un aumento más brusco de ella en sangre (pico glucémico).

Ese es uno de los argumentos para denostar al HFCS y atribuirle muchos de los problemas de las poblaciones de países occidentales en los últimos años, como la obesidad, el síndrome metabólico, el hígado graso (en este caso debido al exceso de fructosa), diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Pero esos mismos efectos aparecen con la sacarosa del azúcar de caña si se consumen en cantidades similares a las del HFCS, porque, aparte de la glucosa y la fructosa, el resto de sustancias que no son esos dos azúcares pintan poco en el problema.

En cualquier caso, e incidentalmente, no sé por qué Trump está tan entusiasmado con el cambio cuando la Diet Coke que él consume en cantidades importantes (eso está bien documentado en los periódicos) no lleva azúcar, sino un edulcorante conocido como aspartamo y del que hemos hablado varias veces en este Blog (la entrada más visitada ha sido esta). Algo que, probablemente, haga por prescripción facultativa, dada la pinta “saludable” y la edad que tiene el Presidente.

Para documentar aún más lo inconsecuente del cambio del que estamos hablando, vayamos al caso de la miel, alimento “natural” donde los haya, producido por abejas libres, libando en flores silvestres y demás adornos bucólicos con los que se la promociona. Mi suegra, fallecida en marzo de 2023 con 98 años tuvo una salud envidiable hasta pocos meses antes de su muerte. Ella contaba a todo el mundo que había llegado a esa edad porque siempre había comido bien, porque acompañaba esas comidas con buen vino riojano (generalmente del año o lo que los finos llaman ahora de maceración carbónica) y porque el café con leche del desayuno lo endulzaba con una buena dosis de miel. Lo del vino lo dejó (no totalmente) un par de años antes de morir, pero el consumo de miel se mantuvo, como podemos acreditar la Búha y un servidor que éramos los que comprábamos el producto. Más de una discusión tuvimos suegra y yerno sobre las diferencias entre echar miel o azúcar blanco a su desayuno. Que no sirvió para nada.

Una miel promedio tiene un 18% de agua y el resto está constituida por azúcares. Los más abundantes vuelven a ser (¡qué casualidad!) la fructosa (38%) y la glucosa (31%) en una proporción relativa de 38/31 = 1.22, muy parecida a la existente en el jarabe de maíz HFCS-55 (55/42 = 1.31) pero la miel es más rica en glucosa. Y, en ambos productos (miel y HFCS), la fructosa y la glucosa están en su forma libre. Y eso es así porque, en el caso de la miel, son las propias abejas, durante la elaboración de la misma, cuando mediante enzimas contenidas en su saliva, consiguen separarlas desde la misma sacarosa que liban en las flores. La miel contiene también un 7% de otro azúcar, la maltosa, además de otros azúcares (como la propia sacarosa sin romper), proteínas, vitaminas, aminoácidos, compuestos fenólicos, etc, que dependen mucho de parámetros ligados a la producción de la miel (tipo de flores, terreno,…) y que hacen que haya tantas variedades de miel en el mercado. Pero, en lo fundamental, la miel contiene, sobre todo, fructosa y glucosa en parecidas proporciones e igual de libres que en el jarabe de maíz que Trump pretende eliminar. Lo cual implica que a la miel se le pueden atribuir efectos nocivos parecidos a los del HFCS-55. Aunque mi suegra nunca me creyó.

Así que sigamos las recomendaciones de los endocrinos y no abusemos del consumo de productos dulces o endulzados. Como la propia miel, la bollería y pastelería (ya industriales o artesanas) o la Coca-Cola con azúcar, ya provenga en este caso del jarabe de maíz o del azúcar de caña. Recordad a Paracelso y su proclama de que “el veneno está en la dosis”. El resto son tonterías de marketing o Quimiofobia pura y dura como la de RFK Jr y las MAHA moms.

Agosto en mi pueblo significa Quincena Musical Donostiarra. Y este pasado día 3 he estado oyendo a la Orquesta de la Comunidad Valenciana Les Arts interpretando la Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakovich. De esa obra os cuelgo un enlace a un extracto de su 4º movimiento, pero con la Filarmónica de Berlín y Gustavo Dudamel como director. No llega a tres minutos.

miércoles, 30 de julio de 2025

Plastifóbicos bajo sospecha (parte 2). El artículo viral sobre utensilios de cocina de color negro se va desprestigiando solo.

Retraction Watch es una organización que se dedica a rastrear las retiradas (o retractaciones, que aunque me suena fatal la RAE lo admite), así como las deficiencias detectadas en artículos científicos. Como consecuencia de esa labor, revisan la integridad de los investigadores, las revistas y las instituciones científicas. Sus creadores, Ivan Oransky y Adam Marcus, señalaron en un artículo publicado en Nature en 2011, que el proceso de revisión por pares de las publicaciones académicas no termina cuando el artículo está ya publicado en una revista, ya que sigue sujeto a posteriores revisiones que cualquiera puede hacer (y en su caso denunciar) y que pueden llegar a ser causa de la retirada del mismo. Apuntaban tammbién que organizaciones como la suya son necesarias porque, la mayoría de las veces, esas retiradas no se anuncian ni publicitan en los medios, por lo que otros investigadores (o el público en general) no son conscientes de ellas y pueden tomar decisiones basadas en resultados no válidos. El pasado 6 de julio, cuando yo ya tenía escrita la entrada anterior y estaba esperando a publicarla por aquello de revisar “las tortillas del CSIC un año después”, recibí una alerta que tenía que ver con un artículo que ya despellejé el pasado mes de enero. Pensé primero en alargar la entrada de las tortillas, ya de por sí un poco larga, pero he preferido escribir una segunda parte de la misma.

El artículo al que nos referimos llevaba un rimbombante título: "De los residuos electrónicos al espacio vital: los retardantes de llama que contaminan los artículos del hogar se suman a la preocupación por el reciclaje de plástico". Fue publicado en setiembre de 2024 por la revista Chemosphere, firmado por miembros del grupo activista Toxic-Free Future y de la Universidad Libre de Amsterdam. Entre otros artículos domésticos fabricados con plástico, los autores encontraron aditivos denominados retardantes de llama, de carácter tóxico, en varios utensilios que normalmente no necesitarían protección contra incendios, como bandejas de sushi, peladores de verduras, cucharas ranuradas y servidores de pasta. Sugiriendo que esos utensilios de cocina, generalmente negros y muy populares, como los que veis en la foto de arriba, podrían haber sido hechos a base de plásticos provenientes del reciclado de electrodomésticos que han contenido y contienen esos aditivos.

Centrándose en un retardante conocido como BDE-209, el más abundante de los retardantes analizados y ya retirado del mercado aunque siga presente en utensilios viejos que se van reciclando, los autores calcularon que, por manejar esos utensilios, una persona media estaría expuesta a una dieta de (y copio literalmente) “34700 nanogramos por día de BDE-209, cerca de la dosis de referencia de la EPA de 7000 nanogramos/kilo de peso/día. O, lo que es igual, a 42000 nanogramos/día para un adulto de un peso medio de 60 kilos”. La llamada dosis de referencia (RfD) es una forma que los toxicólogos y agencias como la EPA americana tienen de establecer la ingesta diaria segura de las sustancias químicas. En mi entrada de enero os contaba que la acción de un conocido científico en desenmascarar bulos (Joe Schwarcz de la canadiense McGill University) hizo ver a la revista que los autores habían calculado mal esa dosis de referencia, que no era 42000 ng/día sino 420000 ng/día, un error cometido al multiplicar en 7000 x 60, que también se les escapó a los revisores de Chemosphere. Con lo cual, la dieta ingerida estimada era diez veces menos peligrosa que lo que los autores proclamaron originalmente y de lo que se hicieron eco los medios. El artículo fue corregido y los autores adujeron en la corrección que "Este error de cálculo no afecta la conclusión general del artículo". Y ahí nos quedamos en enero.

Pero este pasado 3 de julio, la revista ha publicado un nuevo corrigendum, esta vez no a instancias de un agente externo como Joe Schwarcz sino de los propios autores, que confesaban que la fórmula que habían utilizado para estimar la exposición de la gente al ya citado BDE-209 "se malinterpretó". Según ellos dicen literalmente “Esta mala interpretación condujo a una sobreestimación de la concentración de exposición a BDE-209. La exposición estimada corregida de BDE-209 es de 7900 ng/día en lugar de 34700 ng/día”. Es decir los humanos estaríamos expuestos a una dosis de BDE-209 más de cuatro veces inferior a lo que originalmente dijeron. Así que, resumiendo el efecto de ambos errores, si la dosis peligrosa es diez veces superior a la que originalmente dijeron debido a una incorrecta multiplicación y, ahora, la ingesta diaria es cuatro veces inferior a la que originalmente calcularon, debido a una incorrecta metodología, los usuarios de esos utensilios estamos más de 40 veces por debajo de la dosis considerada peligrosa. Pero da igual. Los autores siguen diciendo que lamentan el error pero que no es importante para “los objetivos o métodos de investigación centrales del estudio".

El problema para ellos es que la cosa no se ha terminado con su último corrigendum. En una carta que acompaña a esa corrección, un tal Mark Jones, un químico y consultor industrial que hizo su carrera en Dow Chemical y que ha estado siguiendo el caso, sugiere que la última actualización todavía "no corrige completamente los errores matemáticos y metodológicos presentes en el estudio. Los errores son suficientes para justificar una revisión completa del resumen, las secciones del artículo y las conclusiones". Añadiendo que “la declaración en las conclusiones de que los retardantes de llama bromados contaminan significativamente los productos ya no puede ser respaldada y debe corregirse o retractarse siguiendo el razonamiento presentado en la segunda corrección". Los autores andan refutando los argumentos de Jones en una carta de respuesta y la revista revisando las argumentaciones de unos y otro. Así que la polémica no se ha cerrado. Si a mi un estudiante me hubiera presentado un informe con errores tan evidentes, lo mando directamente a su casa a reescribirlo. O sea, le ordeno retractarse, que es lo que, en mi humilde opinión, tendría que hacer el editor de Chemosphere, una revista que, como también os contaba en la anterior entrada sobre este artículo, fue eliminada de la Web of Science de Clarivate en diciembre por no cumplir con los criterios de calidad editorial. La revista había publicado más de 60 artículos sobre los que se habían expresado serías dudas en 2024 y ha retirado 34 artículos en lo que va de este año.

Mientras tanto, no se os ocurra tirar a la basura vuestros utensilios negros de cocina, como urgentemente reclamaron, tras la publicación del artículo, algunos grandes medios de comunicación nacionales e internacionales, la mayoría de los cuales, como suele ser habitual en casos similares, no han dicho nada sobre estas dos correcciones. Haciéndose así corresponsables de la desinformación que ha llegado a la sociedad.

La música para este día lluvioso de finales de julio (y llevamos….). Renée Fleming nos canta la Canción de la luna de Dvorak acompañada por la Welsh National Opera Orchestra, con Gareth Jones a la batuta. Es un poco largo pero podéis aguantar hasta el minuto 3:12. Luego se repite el tema.

viernes, 18 de julio de 2025

Plastifóbicos bajo sospecha. Las tortillas del CSIC, un año despues.

Ahora hace un año (el 18 de julio de 2024), comentábamos aquí una noticia que me hacía llegar un lector del Blog, noticia publicada en ABC y cuyo titular decía, literalmente, “El CSIC detecta tóxicos en envases plásticos y alerta del riesgo de su transferencia a los alimentos al calentarlos”. Aunque lo que llamó la atención de mi comunicante no fue el titular sino el hecho de que la noticia hablara, específicamente, del caso de las tortillas que se venden en supermercados, listas para calentar y comer. Cuando me leí el artículo periodístico, constaté que la científica a la que entrevistaban reconocía que el estudio no se había publicado aún, una práctica que parece ser habitual en ella (puse otros ejemplos en esa entrada), siguiendo aquello de “vender la piel del oso antes de cazarlo”. Una práctica que me cabrea sobremanera porque, cuando leo noticias destinadas a alarmar a la gente, lo que me gusta es poder leer el artículo del que, presuntamente, se sacan las conclusiones que se publicitan. Así que, al final de la entrada, os prometía dejar pasar un año para ver si el asunto de las tortillas había acabado por salir en algún artículo científico.

Os puedo confirmar que el artículo ha salido, publicado por la revista Journal of Hazardous Materials. Y como suele ser habitual en cada publicación científica, se suele reseñar el proceso de revisión que la mismo ha sufrido por parte de la revista. Según se puede leer en el artículo, éste se recibió en la revista el 5 de febrero de este año 2025. Parece que hubo algún problema en un primer análisis por parte de los revisores, con lo que se presentó una versión corregida el 7 de abril, que se aceptó el día 15 de abril y se publicó online dos días más tarde. O sea, que el artículo salió del ordenador de los autores casi siete meses después de que la investigadora principal del mismo propagara sus datos en los medios. Y se publicó, en su versión aprobada tras la revisión por pares, que es la que importa, nueve meses después. Que yo sepa, ningún medio ha comparado lo que dijo la autora hace casi un año (fácil de leer) con lo que realmente dice ahora el artículo (prolijo en siglas y números). Entre otras razones porque los propios autores ya se encargarán de que la oficina de prensa de su Centro no pase noticia alguna a los tribuletes. Con lo que el daño creado por la alarma difundida hace un año permanece inalterable en las hemerotecas. Pero, al menos en este caso, vuestro Búho se ha leído en profundidad el artículo científico publicado y, sin cobraros nada, os lo cuenta.

En el artículo se analizan 109 muestras de diferentes alimentos comprados en tiendas y supermercados, cubriendo toda una gama que va desde alimentos infantiles a aceites pasando por cereales, legumbres, azúcar y edulcorantes, condimentos, productos lácteos y huevos, frutas y vegetales, pescados y productos cárnicos. Envasados en diferentes tipos de envases (no solo en plástico) o vendidos simplemente envueltos en los papeles que se usan en carnicerías y pescaderías. Adicionalmente, se compraron muestras de alimentos envasados en plástico y preparados para ser calentadas en un microondas. Concretamente, dos de brócoli, dos de purés vegetales, dos de patatas y dos de las mencionadas tortillas. Además, unas pechugas de pollo y unos filetes de cerdo se cocinaron al horno dentro de unos envases de polietilen tereftalato (PET) que se suelen utilizar para recoger los jugos que se desprenden durante la cocción y, de paso, no manchar el horno. Tanto en el caso de los cocinados en microondas como en horno convencional, se analizaron los alimentos antes y después de la cocción, para investigar la posible migración de sustancias químicas del envase al alimento.

Cada muestra fue analizada a la búsqueda de 45 sustancias químicas usadas como plastificantes (sustancias utilizadas para hacer que los plásticos sean más blanditos), pertenecientes a tres familias diferentes: los denostados ftalatos (PAEs, su acrónimo en inglés), plastificantes sin ftalatos (NPPs), alternativa de los anteriores y, en tercer lugar, los que interesan sobremanera al grupo de investigación autor del artículo, los ésteres organofosforados (OPEs) que, además de como plastificantes, se usan y han usado como retardantes a la llama en electrodomésticos, muebles, etc. Los autores resumen sus resultados diciendo que el 85% de las muestras exhibían la presencia de al menos uno de los plastificantes investigados. La concentración total media de los aditivos fue de 65 nanogramos /gramo (ng/g) de muestra, siendo más alta en las carnes (193) mientras que en otros casos, como en los aceites, los plastificantes eran indetectables.

Si ya particularizamos en las tres familias de plastificantes investigadas, los plastificantes sin ftalatos eran los detectados más frecuentemente (en un 65% de los casos) con una concentración media de 12.4 ng/g. Los ftalatos se detectaban en el 51% de los casos con una concentración media de 1.07 ng/g, mientras que los organofosforados aparecían en un 52% de los casos con una concentración media de 0.17 ng/g. Es decir, y esto es de mi cosecha, los considerados más peligrosos (OPEs y PAEs) y que la investigadora principal no olvida nunca de mencionar a la prensa, estén sus estudios relacionados con ellos o no, están en cantidades entre 10 y 100 veces inferiores a los de la tercera familia. Entre los pertenecientes a ella, los más abundantes en el muestreo efectuado son el tributil acetil citrato (ATBC) y el etil hexil adipato (DEHA). Se trata de aditivos que, como he mencionado, se introdujeron como alternativos a los ftalatos y considerados seguros tanto por la FDA americana como al EFSA europea, como el artículo reconoce.

Pero dejémonos de cifras y siglas y vayamos a lo que quizás, a estas alturas de la película, os estaréis preguntando. ¿Pueden las cantidades detectadas y, en muchos casos, cuantificadas resultar peligrosas para nuestra salud? Para evaluar el riesgo potencial, los autores calculan primero la ingesta diaria de esos plastificantes a través de los alimentos investigados y su participación en la dieta habitual de tres diferentes segmentos de la población (adultos, niños y recién nacidos). Una vez hecho eso, evalúan el cociente de peligrosidad (HQ) de cada una de esas sustancias, dividiendo la ingesta diaria de ellas entre la cantidad a partir de la que comienza a ser peligrosa esa ingesta, según marca el criterio de las agencias que velan por nuestra salud. Un valor de 1 o superior de ese HQ indicaría que la ingesta de una sustancia puede poner en riesgo nuestra salud. Pues bien, considerando los valores medios de las concentraciones encontradas, dichos valores de HQ son cientos y hasta millones de veces más pequeños que esa linea roja que marca el valor HQ=1.

Es verdad que en toxicología, al hacer estimaciones del HQ, los toxicólogos toman muchas medidas de prevención y evalúan los riesgos en escenarios más extremos. Y así, más que usar la media de los valores encontrados, usan el llamado percentil 95%, el valor más alto por debajo del cual están incluidos el 95% de todos los valores encontrados (recordad el percentil a la hora de medir o pesar a los niños. Si están en el percentil 95% quiere decir que ganan al 95% de la muestra). Tomando como valores esos percentiles 95%, el escenario más protector de los usuarios, en lugar de los valores medios, los valores HQ evidentemente suben pero, aun y así, resultan ser entre decenas y miles de veces más pequeños que 1. Solo en un caso (el DEPH ya citado y en niños de hasta un año) el HQ llega a valer 1.79, algo que casi es anecdótico.

Hay algún otro comentario que no puedo dejar de hacer. Por ejemplo, la metodología experimental para extraer esos plastificantes y poder así analizarlos convenientemente con las potentes técnicas analíticas que tiene los investigadores, tiene poco que ver con lo que ocurre en el tracto digestivo de los humanos que ingieren esos alimentos. Antes de analizar cada muestra, 1 gramo seco de cualquiera de los alimentos se extrae dos veces con una mezcla de hexano y acetona con agitación por ultrasonidos durante 15 minutos. Luego siguen otros procesos de centrifugación, intercambio de disolventes, evaporación de los mismos y vuelta a centrifugar. Nada que, desde luego, va a pasar en nuestro tracto gastrointestinal. Que se extraigan mejor o peor y pasen a nuestro organismo pudiera ser debatible pero no nos consta.

Bueno, ¿y qué ha pasado con las famosas tortillas de mi comunicante? Pues algo bastante sorprendente a tenor de lo que parecía indicar la noticia de ABC de hace un año. Tras introducir un envase, como el que veis en la figura que ilustra esta entrada, en un microondas a 800 W durante 3 minutos, los plastificantes de tipo no ftalato, pasan de no ser detectados a 3.12 ng/g, los esteres fosforados no se detectan ni antes ni después de la cocción y los ftalatos bajan de 66.5 ng/g a 56.2 ng/g. Así que, si hacemos lo que hacen los autores en la Tabla 2 de su artículo (de la que he tomado esos resultados) y sumamos los contenidos totales de las tres familias, el contenido total en plastificantes de las tortillas pasadas por el microondas es inferior al que tenían antes de cocinarse. Justo lo contrario de lo que decía la investigadora principal del artículo en ABC.

Y si nos fijamos en los alimentos cocinados en bolsas de PET en un horno a 180º durante 30 minutos (incluidos también en la Tabla 2), los resultados son aún más sorprendentes por lo erráticos. En el caso del pollo los plastificantes más abundantes son los de tipo no ftalato que aumentan de 43.4 a 73.7 ng/g. Los ftalatos pasan de 9.20 a no poder ser detectados una vez horneados (!) y los ésteres fosforados no se detectan ni antes ni después. Así que, en conjunto, la suma de plastificantes aumenta con la cocción de 52.6 a 73.7 ng/g, únicamente debido a los plastificantes de tipo no ftalato. Pero si uno hornea, en el mismo tipo de bolsa de PET, una porción de cerdo, los plastificantes de tipo no ftalato no se detectan ni antes ni después del horneado, los ftalatos vuelven a desaparecer durante el horneado (de 18 ng/g a nada) y los ésteres fosforados aumentan muy levemente desde 1.11 ng/g a 1.36. Con lo que la concentración total disminuye de 19.1 ng/g antes de hornear a 1.36 después de hornear. Con este batiburrillo de datos y tendencias yo no sacaría muchas conclusiones sobre el efecto de hornos y microondas en la transferencia de plastificantes.

En la entrada del Blog que mencionaba arriba, otra comunicante decía que a ella le interesaba más el tipo de sustancias que podían trasmitirse a su niña desde esos pavimentos de plástico que suele haber en los patios de los colegios, sobre los que el mismo grupo del CSIC había publicitado cosas igualmente alarmantes, aduciendo que a lo largo de 2025 se publicaría otro artículo que lo demostraba. Por ahora no lo encuentro pero seguiré comprobando si se publica o no. Y también os prometo, en breve, una nueva entrada sobre otro caso del que ya hablamos hace meses (las espátulas y otros utensilios negros para cocinar), pero que sigue teniendo derivadas interesantes.

De Sergei Rachmaninov (cuya música os propuse en la útima entrada), un extracto del primer movimiento del Concierto para piano No. 2 con Kirill Gerstein al piano, la Filarmónica de Berlín y Semyon Bychkov a la batuta, que seguro que, entre concierto y concierto, andará, como suele, disfrutando de la gastronomía vasca a uno y otro lado de la frontera, acompañado de su pareja, la pianista Marielle Labèque.

jueves, 10 de julio de 2025

Canas y colorantes

El Búho es aficionado al ciclismo (que no practicante) desde la niñez, cuando llegué a animar en vivo y en directo a D. Federico Martín Bahamontes en el col du Tourmalet, el año que ganó el Tour (1959). Ahora no me pierdo en la tele las grandes vueltas, donde disfruto de las hazañas de los corredores y de los paisajes que se nos muestran. En las últimas ediciones de estas vueltas participa el equipo Alpecin, financiado por una marca que comercializa un champú cuyos reclamos publicitarios son llevar cafeína como componente para fortalecer el cabello y que puede usarse para hacer que desaparezcan las canas. He querido probarlo para las mías, pero la Búha ha sido más partidaria de que use otro champú que evita que esas canas adquieran un tono amarillento debido, según he leído, a la acción de los rayos UV del sol. He cumplido órdenes y la cuestión estaba zanjada hasta que, recientemente, con ocasión de la actuación de Bruce Springsteen en Donosti, he tenido en mi casa a una amiga, forofa del Boss donde las haya, que se vanagloria de su pelo blanco y es la autora de uno de los Blogs más veteranos y afamados de este país. Compartiendo ratos juntos salió el asunto de nuestras respectivas canas y sus tonos y quedé con ella en contar algo sobre la química implicada en el proceso de evitar los tonos amarillos. Y al documentarme, he aprendido muchas cosas.

Los colores amarillo y violeta son tonos opuestos en la rueda cromática. Por ello, los ingredientes químicos más usados en champús destinados a eliminar los mencionados tonos amarillos son colorantes con nombres como Violet 2, Basic Violet 16 o Acid Violet 43. Este último es el que figura en la composición del champú que está en mi ducha y es un clásico en la formulación de muchos otros productos de este tipo. Químicamente es una molécula compleja, de fórmula general C₂₄H₃₄ClN₃,  que data de finales del siglo XIX, cuando se adjudicó a un tal Hugo Hassencamp, residente en Elberfeld, Alemania, una patente que incluía esa sustancia entre una serie de colorantes parecidos, derivados de los subproductos de petróleo. Se trata de un producto cuya seguridad ha sido evaluada tanto por la Unión Europea (EU) a través del denominado Comité Científico de Seguridad de los Consumidores de la UE (SCCS) como en EEUU por parte de la FDA. Ambos comités autorizan el uso de esa sustancia para uso cosmético, pero únicamente en productos capilares no permanentes (como es el caso de champús o acondicionadores que se enjuagan con agua), productos donde no debe sobrepasar la concentración del 0.5%.

Toxicológicamente hablando, no se considera mutagénico ni cancerígeno a las dosis permitidas. Tampoco se acumula en el cuerpo y tiene un bajo coeficiente de penetración dérmica (especialmente si se enjuaga, como ocurre en su uso habitual), aunque puede causar reacciones alérgicas en personas sensibles (siempre hay un alérgico para algo). Si usas un champú de este tipo y lo compras por internet, sería bueno que revisaras su composición porque un colorante muy similar, el Basic Violet 16, está prohibido en la UE por su posible carácter mutagénico.

Como estamos en tiempos en los que todo debe de ser natural, estoy seguro que muchos de mis lectores y lectoras estarán ya preguntándome en la distancia si no hay champús de este tipo que empleen sustancias que no sean sintéticas. Pues os confirmo que los hay pero, como también ocurre en el caso de los colorantes de uso alimentario de los que hablábamos en la anterior entrada, los sintéticos ganan por goleada, al menos frente a los de origen natural que se están vendiendo ahora. Estos últimos son productos extraídos de las más variadas plantas, frutas y flores como la zanahoria, el hibisco o los arándanos (entre otros) pero, en general, son poco duraderos cuando se exponen a la luz, el calor o el pH del champú. Además, algunos tiene efectos impredecibles en el color que finalmente proporcionan a las canas y, lo que es más importante, no están regulados como están los sintéticos.

Un adecuado inciso, llegados a este punto de la regulación, es que los colorantes usados en cosmética y los usados en alimentación tienen un marco legal distinto. En el caso de Europa, los primeros se rigen por el Reglamento (CE) Nº 1223/2009, mientras que a los segundos se les aplica el Reglamento (CE) Nº 1333/2008. El seguimiento del cumplimiento de esa normativa lo hace el ya mencionado SCCS (Comité Científico de Seguridad del Consumidor) en el caso de los colorantes de uso cosmético, mientras que es la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria), la que es competente en el caso de los colorantes de uso alimentario. En el ámbito europeo, los colorantes cosméticos se identifican con un código que empieza por las letras CI ( de Color Index) seguidas de una serie de cinco números, mientras que los alimentarios se denotan por los famosos números E-. Y así, por ejemplo, nuestro Acid Violet 43 también es conocido con el número CI 44055.

Es curioso mencionar que, en algunos casos, un mismo colorante está permitido tanto para uso cosmético como para uso alimentario. Como el denominado rojo cochinilla, que ya usaba Stradivarius para dar el ligero tono rojizo a sus violines, como contábamos en esta entrada. Pues bien, el rojo cochinilla está permitido como colorante cosmético bajo las siglas CI 75470 y como colorante alimentario con la numeración E-120.

Pero siguiendo con el asunto del amarilleamiento de las canas, podemos retomar el origen de esta entrada y hablar un poco del champú que patrocina al equipo ciclista Alpecin. Existen estudios, algunos incluso muy recientes, que parecen evidenciar las posibilidades de la cafeína en el control de la caída del cabello, aunque la cosa no está clara del todo. Lo que si parece es que en lo relativo al control de las canas, Alpecin no combate el amarilleamiento de las mismas, sino que busca el que literalmente desparezcan, al menos en cierta medida. Para ello emplea colorantes como el CI 47005 y otros, que depositan un pigmento oscuro en el cabello gris que se une al mismo por adsorción en la superficie y hace que las canas desaparezcan temporalmente, sobre todo si no hay muchas. Intuyo que la dama que me visitó a finales de junio, orgullosa como está del tono de su pelo, no quiere esa solución. Y la Búha tampoco la quiere para mi caso. En resumen, ambos colorantes tienen un efecto cosmético temporal, no permanente, pero mientras el Acid Violet 43 corrige tonos amarillos no deseados, el CI47005 oscurece levemente las canas para reducir su visibilidad.

Cumplida la misión encomendada con una entrada de tipo veraniego que corresponde al mes de julio, acabamos con música relajante: de Sergei Rachmaninov: Rapsodia sobre un tema de Paganini con Nikolai Lugansky al piano y Tugan Sokhiev dirigiendo a la Filarmónica de Berlín.

sábado, 28 de junio de 2025

Es bueno tener gato para decirle xapi!!

Empecemos con una aclaración previa. El término xapi, según el diccionario Elhuyar, es una interjección que en euskera se utiliza para alejar al gato (zape). La frase completa del titular era usada por la abuela materna de la Búha cuando quería decir lo cómodo que resulta tener a alguien al que cargarle una culpa. Y luego veremos de qué gato hablamos.

Cada día hay una nueva oleada de noticias relacionadas con el movimiento Make American Healthy Again (MAHA), acuñado y liderado por Robert F. Kennedy Jr. (a partir de ahora RFK Jr), Secretario de Salud y Servicios Humanos del Gobierno Trump. El acrónimo MAHA está elegido a imagen y semejanza del Make American Great Again (MAGA) acuñado por su jefe. Entre las últimas ocurrencias de RFK Jr está su ataque a la fluoración del agua potable, en un acto en el que saludaba con fanfarrias el que el estado de Utah la elimine. También, recientemente, se cargó de un plumazo a todos los miembros del comité consultivo sobre vacunas, eligiendo otros que, casualmente, comulgan con sus ideas antivacunas. Otras perlas que se le han escapado desde que está en el cargo, derivan de su convencimiento de que es mejor consumir leche cruda o que hay que abandonar el uso de aceites vegetales para seguir cocinando con sebo de vacuno. Perο yo me voy a centrar aquí en su particular cruzada contra los colorantes sintéticos usados en alimentos y bebidas.

El pasado 9 de mayo la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) americana, ya controlada por el Kennedy, anunció que aprobaba tres nuevas peticiones de aditivos de color provenientes de fuentes naturales. RFK Jr saludó la noticia diciendo literalmente: "Hoy damos un paso importante para hacer que Estados Unidos vuelva a ser saludable. Durante demasiado tiempo, nuestro sistema alimentario ha dependido de tintes sintéticos a base de petróleo que no ofrecen valor nutricional y plantean riesgos innecesarios para la salud. Estamos eliminando estos tintes y aprobando alternativas seguras y naturales, para proteger a las familias y apoyar opciones más saludables".

La frase es todo un compendio de afirmaciones quimiofóbicas. Primero, por la inclusión en su soflama del término petróleo, que parece inducir a pensar que cuando consumimos un colorante alimentario nos estamos metiendo petróleo en el cuerpo. Dos, porque cualquier aditivo alimentario natural o artificial, en las cantidades que se usan como tales aditivos, tiene poco valor nutricional y en cuanto a que son más seguros, si me seguís leyendo, comprobaréis que eso está por ver.

Los colorantes y otros aditivos y su influencia en una presunta hiperactividad, la falta de atención o la obesidad de los niños son, para RFK Jr, el gato al que decirle xapi!! en un entorno de graves carencias alimentarias como es su gran América. Usando como potencial beneficiario de sus medidas a ese segmento sensible de la población, cuenta para cimentar su campaña con la ayuda de algunos colectivos tan dudosos como determinados influencers o las llamadas MAHA moms cuyos objetivos podéis tener claros con solo pinchar el link que os acabo de poner (no lo dejéis de hacer). Gracias a ello ataca la credibilidad de funcionarios de la FDA y de muchos científicos que, a nivel global, siguen diciendo que los colorantes que están en el mercado (por ejemplo los bautizados con los números E entre el 100 y el 180 en la Unión Europea) son seguros en las dosis establecidas.

El asunto de los potenciales peligros de los colorantes sintéticos lleva dando vueltas en los medios y la literatura científica desde hace tiempo. Ahora hace más de once años que, en una entrada de este Blog, os relataba la moda que por entonces parecía imponerse, relativa a sustituir ciertos aditivos alimentarios, incluidos los que dan color, por nuevas versiones de ellos obtenidas de fuentes naturales o con el concurso de microorganismos y procesos fermentativos. Mi amigo Unai Ugalde, que de estas cosas sabe un montón, ya entonces nos dejaba claro, en un comentario a la entrada, que una determinada sustancia química, ya sea producida por los químicos a partir de derivados de petróleo o por bichos a partir de biomasa es la misma. Y segundo, que habría que ver si en esos procesos fermentativos, además de la sustancia buscada, no se generan otras más o menos problemáticas.

La realidad es que, once años después, muchas de las alternativas entonces propuestas no han llegado muy lejos. Empresas como Kraft, General Mills, Kellogs o Mars, que entonces se implicaron en cambios de colorantes por la presión de los consumidores y reformularon, con costes muy altos, algunos productos, pronto descubrieron que mientras que una parte de la población ciertamente reclamaba productos de origen natural, muchos más rechazaban las versiones que se les ofrecían por problemas como su falta de brillantez, la inestabilidad del color en el tiempo, su comportamiento ante medios de diferente acidez y otros muchos detalles, aparentemente poco importantes, pero que acaban influyendo en la elección del consumidor. Así que los alimentos con colorantes sintéticos han permanecido en los estantes de las tiendas y supermercados junto con algunas nuevas opciones de color natural.

Pero la cosa parece ahora ponerse más fea para las empresas productoras de alimentos que emplean colorantes, ante las prisas de RFK Jr para implantar su MAHA. Ya ha anunciado a las mismas que, voluntariamente y para 2026, deben usar colorantes provenientes de fuentes naturales. Las empresas aducen que producir alternativas naturales con las mismas propiedades que los sintéticos en tan breve plazo es complicado, por razones como las expuestas en el párrafo anterior. Y, como decía al principio y vamos a ver ahora, está por ver si esas alternativas son tan seguras como se propugna, cuando se las investigue con la misma profundidad y empeño que se hace con las sustancias sintéticas.

Y así, uno de los colorantes aprobados que se podrá usar desde el 26 de junio es un extracto de la flor del guisante mariposa, especie conocida en botánica como Clitoria ternatea. El vibrante color azul de la flor del guisante mariposa se debe principalmente a la presencia de una antocianina, concretamente la delfinidina 3,3',5'-triglucósido. Las antocianinas son una clase de pigmentos vegetales conocidos por sus propiedades antioxidantes y de cambio de color. Cuando las hojas secas de la flor de guisante se ponen en agua caliente se obtiene algo parecido a un té (el té azul) que algunos ingieren. Pero cuando el agua se evapora se puede obtener un sólido que puede usarse como aditivo para dar color a bebidas, lácteos, cereales, etc.

La delfinidina, como casi todas las demás antocianinas, es sensible a la acidez o el pH del medio. En soluciones neutras o ligeramente alcalinas (como el agua corriente), se presenta en una forma que produce un color azul o azul púrpura como acabamos de contar. La adición de un ácido (como el zumo de limón) hace que disolución tome un tono rosado o morado. Por el contrario, la adición de una base (como el bicarbonato de sodio) puede cambiar el color hacia el verde. Así que la cosa puede dar mucho juego en el mercado de los colorantes.

Pero aunque su consumo se considera seguro si se hace con moderación, la flor del guisante mariposa y su extracto pueden provocar algunos efectos secundarios, sobre todo si se consumen en grandes cantidades o por personas sensibles (como todo, incluidos los colorantes sintéticos). Se han descrito náuseas, dolor de estómago y diarrea, y es posible que se produzcan reacciones alérgicas, aunque raras. Las mujeres embarazadas y las personas con ciertas afecciones médicas deben consultar a un profesional de la salud antes de consumirla. Y, lo que es más importante, en el extracto habrá, además de delfinidina, otras sustancias químicas que, esperamos todos, la FDA investigue adecuadamente.

Tenía un servidor prácticamente terminada esta entrada cuando me llegó una alerta de la revista Nature, en la que su Editora Sénior, Helen Pearson, analiza los primeros cien días del mandato de RFK Jr y su MAHA. Tomando como base otra de sus estridentes declaraciones según la cual “EEUU es la nación más enferma del mundo y que tiene la tasa más alta de enfermedades crónicas”, la autora analiza diversos problemas estructurales de la salud en EEUU. Constata que, ciertamente, la expectativa de vida de los americanos es más baja que la de otros países de similar índice de vida y que si uno mira a la expectativa de vida saludable (los años que uno no solo está vivo sino en buenas condiciones), la cosa aún es peor. Incide en que la obesidad es un factor clave que redunda en distintas enfermedades crónicas que justifican los datos anteriores. Pero, para justificar esas diferencias con otros países occidentales, hay que tener también en cuenta la incidencia de la violencia armada, las drogas (de las que el Secretario de Salud sabe algo, en carne propia) o los accidentes de tráfico.

Así que, según la autora, el Sr. Secretario de Salud tiene un largo trabajo por delante. Si quiere centrarse en las enfermedades crónicas, lo primero que tendría que hacer es reducir la obesidad de sus conciudadanos que, obviamente, no se debe a los colorantes sintéticos sino al consumo excesivo de azúcares y grasas y a una dieta general muy deficiente. Tendría que lanzar campañas amplias contra la violencia armada, las drogas y la seguridad vial. Y reforzar el sistema sanitario, sobre todo en lo relativo a la prevención. La autora también advierte de que el enfoque de RFK Jr en vacunas y recortes presupuestarios para la investigación en enfermedades podría ser contraproducente, al desviar recursos de áreas críticas.

Y para acabar, permitidme una maldad. Me río como Pulgoso, pero sin hacer ruido, cuando veo que las proclamas de RFK Jr sobre el petróleo, los colorantes de él derivados y sus implicaciones sobre la salud (el gato al que echar la culpa de casi todo), las podría haber sacado de algunas páginas de “expertos” en salud, vendedores de medicinas alternativas y otros humos o de histéricos de la alimentación de su país. Y de otro pequeño en el que vivo. Algunos de esos colectivos han pertenecido tradicionalmente a la izquierda (incluso radical) de toda la vida. Como RFK Jr……

Hoy no hay clásica en sentido estricto. Frank Sinatra y la canción Send in the Clowns. Como él mismo explica al principio, la historia de una ruptura sentimental…

sábado, 14 de junio de 2025

Humo de vapeadores y un metilo

Avisaba en la última entrada que me iba para Galicia. Ya hemos vuelto. Siempre voy con el propósito de escribir algo, pero al final no hago nada más que mirar la Ría de Arousa que me hipnotiza. Pero mientras estoy allí, me siguen llegando alertas de muchos sitios así que este año, como otros, no ha me ha quedado más remedio que irlas leyendo y anotando las que me interesan, entre las que siempre suele haber alguna con tintes quimiofóbicos. Y ya en casa, y para aterrizar en mi rutina diaria, voy a empezar por contaros una noticia que me ha llamado la atención, por venir de quien viene. En cierta forma tiene que ver con los vapeadores y calentadores que simulan a los cigarrillos de tabaco pero que no cunda el pánico, no voy a volver sobre un tema del que ya hay varias entradas (como esta o esta otra) en el Blog. Y que, dicho sea de paso, me han acarreado siempre cariñosas reprimendas de algunos de mis suscriptores. La presente entrada tiene de fondo a esos dispositivos pero se refiere a un gazapo quimiofóbico de una asociación médica que, en principio, podemos considerar como seria.

Y que no es otra que la American Medical Association (AMA), la organización de médicos más grande de EEUU. Fue fundada en 1847 y a ella pertenecen más del 50% de los médicos que ejercen en ese país. Edita una de las revistas médicas más prestigiosas, el Journal of the American Medical Association (JAMA para los iniciados) y actúa también como lobby o grupo de presión en cuestiones como el intrusismo profesional o en las derivadas de decisiones gubernamentales que no satisfacen a la clase médica americana. Como se ve un colectivo con mucha historia, peso y relevancia científica.

El caso es que este 30 de mayo, la AMA publicó una entrada en un Blog que forma parte de su página web y en la que se recogían las opiniones de un neumólogo sobre los riesgos de los vapeadores. Entrada a la que, si queréis, le podéis echar un vistazo en este enlace. No creo que os diga nada que no hayáis leído recientemente en los medios, ya sea con ocasión del día contra el tabaco o en relación con las intenciones de la Ministra de Sanidad de prohibir todo tipo de dispositivo electrónico que emule a un cigarrillo.

Pero varios cazadores de gazapos quimiofóbicos se han centrado en una frase de esa entrada en la que el citado neumólogo dice literalmente que “uno de los ingredientes más comunes en los líquidos de vapeo es una sustancia química llamada propilenglicol, que es un aditivo habitual en los alimentos y que, también puede utilizarse para fabricar anticongelantes, pinturas, disolventes y humo artificial". Precisamente, esta última “habilidad” del propilenglicol es la que se emplea en los vapeadores para que el fumador pueda exhalar algo parecido al humo que se produce en la combustión de un cigarrillo habitual.

La metedura de pata del galeno es, para los cazadores de quimiofóbicos, de juzgado de guardia. Se confunde al propilenglicol (PPG) con otra sustancia química, el etilenglicol (EG), que es el que realmente se usa en la fabricación de anticongelantes y demás ítems de la frase. En lo que únicamente acierta el neumólogo es en lo de aditivo habitual en los alimentos lo cual, siendo correcto, parece un contrasentido en su argumentación. De hecho, en la legislación europea sobre aditivos alimentarios, el PPG está denotado con el número E-1520 y en cosmética y farmacología como E490. En la legislación americana, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) lo considerado un producto GRAS (Generally Recognized as Safe) o, lo que es lo mismo, una sustancia que se considera segura en las condiciones de uso previstas en alimentos. Así que no es de extrañar que, entre las muchísimas aplicaciones del propilenglicol en diversos ámbitos, está la de emplearse en los inhaladores que usan las personas que tienen crisis asmáticas, llegando a los mismos lugares del organismo que llega cuando alguien vapea.

La pequeña diferencia entre el etilenglicol y el propilenglicol está en que el segundo tiene un grupo metilo más (CH3 para los químicos), suficiente para que, desde el punto de vista de la toxicidad, las diferencias entre uno y otro sean palmarias. Y así, cuando el etilenglicol se metaboliza en el organismo humano, se produce ácido oxálico, muy peligroso, del que ya hablamos en una entrada anterior sobre los cálculos renales y puede producir insuficiencia renal y daños neurológicos. Sin embargo, al metabolizar propilenglicol, las sustancias que se generan (metabolitos) son los ácidos láctico y pirúvico, que solo a concentraciones muy altas pueden producir alguna diarrea o alguna irritación leve.

Lo que está claro es que al neumólogo sabe poco de Química o se le ha ido la mano al relacionar el propilenglicol con los anticongelantes en un intento de impresionar. Aunque dada su profesión, lo de los inhaladores para el asma lo tiene que conocer. Y en lógica consecuencia estos últimos también deberían prohibirse. Por otro lado, su propia afirmación de que el propilenglicol se usa en alimentación le tendría que haber inducido a tirar del hilo un poco más. Todos cometemos errores y no nos vamos a meter más con él pero, en principio, en esas declaraciones parece asomar la patita de un quimiofóbico. Asi que avisados estáis de que si os aducen lo del propilenglicol y el anticongelante para que no uséis vapeadores, es un cuento chino.

Y un poco de música para animar el día. Un extracto de dos minutos de la Rapsodia rumana nº 1 de George Enescu, con la Filarmónica de Berlin y Sir Simon Ruttle a la batuta. Grabada hace exactamente 10 años.

viernes, 30 de mayo de 2025

Microplásticos en número y en peso

Tengo un amigo, catedrático de Estadística aplicada, que acumula titulares que usan su materia inadecuadamente (por falta de conocimiento), o hacen mal uso de ella por motivos más espurios. Creo que voy a tener que hacer lo mismo con titulares de noticias que reseñan nuevos artículos científicos sobre la omnipresencia de los microplásticos en todo tipo de medios, sobre todo en el mar y en los organismos vivos. El que hoy menciono no es que tenga más importancia que otros, pero ha sido el detonante de hablar de algo que también llevaba tiempo con ganas de hacerlo. Me refiero al hecho de que, cuando se habla de la omnipresencia de esos micro- o nanoplasticos, casi siempre se habla del número de ellos y no de su peso. Y a fin de cuentas, cuando hablamos de sustancias tóxicas, lo que importa casi siempre es el peso. Pero lo del número (miles, millones) da pie a titulares que impresionan bastante más al lector que lo del peso en micro o miligramos. Y voy a ver si lo explico. Pero vayamos por partes.

La noticia a la que hago mención, se publicó en El País el pasado 30 de abril con el siguiente titular: “Mar de plástico: un estudio global de los océanos mide miles de micropartículas hasta en la fosa de las Marianas”. El artículo describe un artículo muy interesante que se centra en medir las concentraciones de microplásticos en los océanos a profundidades superiores al medio metro, complementando así a la mayoría de los estudios realizados hasta ahora, centrados en el entorno de la superficie. Es un metanálisis, es decir, que analiza los resultados ya publicados en otros artículos, entre 2014 y 2024, que han tomado muestras en 1885 localizaciones diferentes a lo largo y ancho de los océanos, entre las que se encuentra una en las proximidades de la famosa fosa de las Marianas a una profundidad de casi siete kilómetros (la fosa llega bastante más abajo). En la mayoría de las artículos se han medido concentraciones de microplásticos, casi todos inferiores a 100 micras de tamaño, expresándolas en número de ellos por metro cúbico (mil litros) de agua de mar.

No sé como interpretáis el titular después de esta introducción, pero lo que a mi me parece que se desprende de su lectura (y que, por aquello de mis sesgos, algunos amigos me han confirmado) es que, globalmente, el estudio ha encontrado miles de partículas por metro cúbico en las diferentes localizaciones estudiadas, incluida la citada fosa de las Marianas. Pues bien, la cosa no es así. Globalmente, las concentraciones encontradas en esas localizaciones oscilan entre un número inapreciable de micropartículas y más de 10000 por metro cúbico de agua marina, con una media de de unas 200. Y solo en el artículo que estudiaba la fosa de las Marianas, se alcanzaban las 13500 partículas. Me parece a mi que alguien ha hecho un titular a medida para obtener muchos Likes.

Cuando uno se lee el artículo científico y la reseña de El País “adornada” por ese titular, esta última refleja bastante bien lo que dice el primero, entre otras cosas porque se hace eco de lo que ha contado a El País uno de los autores del mismo, un científico japonés. El artículo contiene muchos resultados de interés que darían para más de una entrada (que no descarto) como, por ejemplo, la variación del número de partículas con la profundidad. O también que, al mencionar la acumulación de basura de todo tipo, microplásticos incluidos, en la llamada Gran Mancha de Basura del Pacífico (Great Pacific Garbage Patch), que dio lugar hace años a que se acuñara el término "islas de plástico", los autores dejen claro que, como yo me he cansado de repetir en mis charlas sobre el tema, dichas islas no existen. Y no lo dice un piernas como yo, sino una página de la prestigiosa NOAA americana, que ya hace años desmintió al que popularizó el término, Charles J. Moore, un navegante y oceanógrafo estadounidense fundador de la organización ecologista Algalita Marine Research Foundation.

Y vamos con el asunto del número y el peso de los microplásticos que mencionaba al principio. Según algunos autores, cuantificar los microplásticos en número es más fácil que en peso, gracias a las modernas técnicas microscópicas de las que disponemos ahora. Pero yo no lo tengo muy claro. Por ejemplo, las famosas PM10, tan importantes a la hora de cuantificar la calidad del aire de nuestras ciudades, se miden en peso por metro cúbico de aire, pesándolas directamente tras su recolección por filtros adecuados. Y su tamaño es del orden de una pocas micras, como el de los microplásticos. En cualquier caso, si no lo hacemos directamente, estimar el contenido en microplásticos en peso por unidad de volumen, implica el tener que suponer una cierta forma geométrica de las micropartículas (una esfera, un cilindro, un paralelepípedo de pequeña altura), para poder calcular así el volumen y luego con la densidad del plástico (que se conoce bien en todos los importantes) calcular el peso. Pero la propia microscopía de las partículas nos revela que su morfología es muy variopinta.

Aún y así vamos a hacer una estimación con un modelo sencillo. Ya he contado aquí que muchos de los microplásticos son en realidad microfibras que provienen de las redes de plástico, de nuestras vestimentas, etc. Y una microfibra la podemos conceptuar en términos de su morfología como un microplástico de forma cilíndrica. Muchas fibras sintéticas (como las textiles de poliéster o acrílicos) que acaban como microplásticos en el océano miden entre 0,5 y 5 mm de largo. Un valor de 1 mm o, lo que es lo mismo, 1000 micras (o micrómetros µm), es un valor central dentro de ese intervalo y se usa a menudo como referencia en estudios que requieren un tamaño “tipo”. Por otro lado, los diámetros de las fibras textiles oscilan entre 10 y 30 µm, dependiendo del polímero y del proceso de fabricación, por lo que 20 micras es un valor medio razonable.

Considerando a esa microfibra tipo, su volumen, como cilindro que es, se calcula como el área de la base por la altura. Si suponemos que es un poliéster (PET) con una densidad de 1,38 g/cc, el peso de esa solitaria y minúscula microfibra que hemos elegido es 0,00043 miligramos o 0,43 microgramos (µg). Así que si todos los microplásticos de las muestras investigadas fueran microfibras, las 200 micropartículas por metro cúbico que, en promedio, determina el estudio arriba mencionado que existen en las profundidades de los océanos, pesarían 86 µg o, lo que es igual, menos de una décima de miligramo de microplástico por cada mil litros de agua. Y las 13500 del caso especial de la isla de las Marianas pesarían algo menos de 6 miligramos por metro cúbico. Similares cálculos se pueden hacer con otras geometrías pero, si me creéis, ello no altera en lo fundamental las conclusiones que aquí hemos extraído.

Para poner en contexto los cálculos que acabamos de hacer, todos los microplásticos medidos en la fosa de las Marianas por metro cúbico de agua sería el equivalente a un 0,1% del peso de una bolsa de plástico de súper, que pesa unos 6 gramos. Pero el caso de las Marianas, a pesar del titular de El País, se sale de madre, desde el punto de vista estadístico, de lo que es más normal en los océanos. De hecho, tomando la media de 200 microplásticos y su peso de 86 µg por unidad, supondrían poco más del 0.001% de una bolsa de plástico.

Como decía al principio, no debemos olvidar además que, en Toxicología, es habitual referirse a las concentraciones que pueden causar daño en unidades de peso por unidad de volumen o peso. Por ejemplo, las dosis de ingesta admisibles de la ONU, relativas a las cantidades de una sustancia tóxica que podemos consumir sin problemas a lo largo de toda nuestra vida, se dan en diversas unidades de peso (miligramos, microgramos, picogramos, etc.) por kilo de peso de quien las consume. Y la contaminación por dioxinas, en entornos próximos a las incineradoras, se han dado y se dan por unidades de peso, similares a las que acabo de mencionar, por metro cúbico de aire que sale de las chimeneas o por gramo de terreno cercano. Además, dado que muchas veces se habla de las sustancias tóxicas que puedan contener los microplásticos (monómeros, plastificantes y otros aditivos), sería mucho más fácil hacer una estimación de su concentración a partir de concentraciones de microplástico en peso que en número.

Espero que estas sencillas consideraciones permitan ver los datos de algunos titulares de otra manera. Pero, sobre todo, no os quedéis con lo que parece decir un titular.

Hoy, música de Albéniz, Tango de la mano de Tabea Zimmenmann a la viola y mi admirado Javier Perianes al piano. Y me voy a pasar unos días con mis amigos gallegos.

martes, 20 de mayo de 2025

Informe sobre restos de plaguicidas en alimentos

El pasado día 14, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó su informe anual relativo al seguimiento que los diferentes países europeos realizan sobre la presencia de plaguicidas (que no pesticidas, una mala traducción del inglés) en diversos productos alimentarios, de cara a la evaluación de los riesgos que ello pudiera suponer. Bajo el término de plaguicidas se incluye toda una amplia gama de productos empleados como insecticidas, herbicidas, bactericidas, etc. Como ya viene siendo habitual en los últimos años, los resultados indican un nivel bajo de riesgo para la población europea. Tras cada publicación, he solido pensar hacerme eco de los resultados pero, al final, no me he acabado de decidir. Este año, sin embargo, me ha cogido caliente con el tema del glifosato (un plaguicida) sobre el que leí mucho para documentar la charla de la Quimiofobia de la que hablé hace poco y he decidido hacerlo. Ya han pasado varios días desde la publicación de la nota de prensa de la EFSA y salvo la agencia española homónima (AESAN) y algunas autonómicas, nadie en los medios parece considerar la noticia relevante, así que para eso está vuestro Búho.

El informe de la EFSA da resultados de dos paneles de datos. En el primero de ellos, EU MACP, se han analizado, de forma coordinada, los resultados de 13246 muestras aleatorias tomadas por los Estados miembros de la UE (mas Noruega e Islandia) y que se han centrado en doce productos alimenticios elegidos entre los más consumidos en Europa. Son análisis que se realizan cada tres años, para hacer un seguimiento de las tendencias. El último informe, al que estoy haciendo referencia, muestra los datos recogidos a lo largo de 2023, en el que se analizaron muestras de zanahorias, coliflores, kiwis, cebollas, naranjas, peras, patatas, judías secas, arroz integral, centeno, hígado de bovino y grasa de ave. El 99% de las muestras analizadas cumplían con la legislación de la UE, que establece unos límites máximos de residuos (LMR) de plaguicidas en alimentos. El resultado es coherente con el obtenido en 2020 (99,1 %), cuando se analizó la misma selección de productos por última vez. De esas muestras de 2023, el 71 % estaba libre de plaguicidas (al menos hasta el nivel que las técnicas actuales de análisis permiten hacerlo), mientras que el 28 % de ellas contenía uno o más residuos pero dentro de los límites legales. Solo el 1 % de las muestras superaban los LMR.

Al mismo tiempo, la EFSA ha publicado los resultados del llamado Programa Nacional Plurianual de Control (MANCP), que recoge datos de muestreos específicos, basados en el nivel de riesgo de los diferentes plaguicidas, realizados por cada uno de los países implicados en estos programas. En este caso, se analizaron hasta 132793 muestras, el 98 % de las cuales se ajustaban a la legislación de la UE. De nuevo, esa cifra es consistente con las obtenidas en 2021 y 2022 que fueron del 97% y el 98%, respectivamente. De las muestras de 2023, el 58 % no contenía residuos cuantificables, mientras que el 40 % contenía residuos dentro de los límites legales y solo el 2 % superaba los límites máximos autorizados (LMR).

Usando una herramienta interactiva proporcionada por la EFSA, se puede analizar la procedencia de las muestras investigadas y las diferencias existentes entre ellas en cuanto a contenido en plaguicidas. En general, los países mediterráneos son los que tienen un mayor porcentaje de muestras analizadas provenientes del propio país. En el caso concreto de España, el 76,4% de las muestras provienen del mercado español, solo el 2,3% de la UE, el 21,1% de terceros países y un 0,2% de origen desconocido. En general, las muestras importadas de terceros países son las que tienen porcentajes más altos de plaguicidas. Frente al 2% de muestras contaminadas en niveles superiores a los LMR en alimentos provenientes del propio país o de la UE, más del 6% de las importadas de terceros países excedían el nivel máximo permitido.

Los resultados de estos programas de seguimiento constituyen la fuente de información que permite a la EFSA calcular la exposición de los consumidores de la UE al conjunto de los residuos de plaguicidas, a través de la alimentación. Se trata de evaluar el riesgo, esto es, la probabilidad de que los consumidores se vean expuestos a una cantidad de residuos por encima de un determinado umbral de seguridad. Sobre la base de esa evaluación, la EFSA concluye que existe un riesgo bajo para la salud de los consumidores derivado de la exposición a residuos de plaguicidas en los alimentos analizados.

El informe contiene también un apartado específico dedicado al glifosato, donde se presentan todos los datos recibidos sobre el mismo o sobre las sustancias que puede generar en el organismo (metabolitos) o sus productos de degradación. Es importante recordar que, a pesar de lo que se suele decir por ahí, el glifosato está autorizado en la UE hasta el 15 de diciembre de 2033 y que puede utilizarse como sustancia activa en productos fitosanitarios, aunque en esa autorización se faculta a cada uno de los países miembros a tomar decisiones que restrinjan o prohiban el uso de este plaguicida. En 2023, 26 países analizaron residuos de glifosato en 15591 muestras de productos vegetales. Además, también se identificaron residuos en 674 muestras de piensos y 18 muestras de pescado.

En el 97,9% de las muestras de alimentos no se pudo cuantificar el glifosato por estar por debajo del límite de cuantificación (LOQ). Es decir, hasta los límites que hoy podemos medir la presencia de una sustancia de forma fiable con nuestras técnicas analíticas, el 97,9% de las muestras no tenían glifosato. En el 1,9% de las muestras, el glifosato se cuantificó en niveles superiores a ese LOQ pero inferiores al límite máximo permitido por la legislación (LMR), y en el 0,2% restante de las muestras los niveles de residuos superaron el LMR. Y algo muy importante, en las 399 muestras de alimentos infantiles investigadas no se cuantificaron residuos de glifosato.

Después de escribir la entrada me doy cuenta de las razones por las que he sido reacio a publicar este tipo de estudios. Estas enumeraciones de datos estadísticos resultan difíciles de roer. Así que para compensaros vamos a terminar con una música que acabe con el tedio. Escuchando a algunos de mis lectores que me echan en cara solo poner música clásica, Janis Joplin (1943-1970) y su “Me and Bobby McGee”. Llevo más de 50 años escuchándola y me sigue gustando.

jueves, 8 de mayo de 2025

Sartenes con Teflón

De vez en cuando hay que cambiar las sartenes de diferentes tamaños que tenemos por casa. Salvo alguna experiencia suelta, nuestras sartenes han tenido siempre un recubrimiento antiadherente aplicado a la superficie de las mismas, lo que nos evita algunas situaciones engorrosas. Durante unos 70 años, esos recubrimientos han sido a base de politetrafluoroetileno (PTFE), conocido comercialmente como Teflón, un polímero de excepcional resistencia al ataque químico, la corrosión y el calor. Pero ese fluoropolímero, que probablemente conozcáis también en forma Goretex o de juntas más o menos maleables, es un pariente de una amplia familia de sustancias que los químicos llamamos perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS, por sus siglas en inglés) y que suelen aparecer en los medios como "productos químicos para siempre” (forever chemicals). Son persistentes en el medio ambiente y se les atribuyen determinados problemas de salud, incluido el cáncer, atribuciones derivadas generalmente de estudios con animales. En los últimos años, los PFAS se enfrentan a un creciente escrutinio y a regulaciones por parte de agencias que cuidan de nuestra salud. Y de rebote, eso puede afectar a las sartenes.

Y así, en enero de este año, Minnesota se convirtió en el primer estado americano en prohibir la venta de productos que contienen PFAS, incluyendo en la prohibición a los utensilios de cocina a base de Teflón. En febrero de este mismo año, la Asamblea francesa aprobó una prohibición similar que entrará en vigor en 2026, aunque de esa legislación se excluyó los utensilios de cocina, debido sobre todo a la ruidosa campaña (Touchez pas ma poêle!), orquestada por el fabricante francés de dichos utensilios vendidos bajo la marca Tefal, que apeló a los peligros a los que se exponía el mercado laboral francés si, sobre todo, se incluían sus sartenes. Europa también está preparando una legislación que prohibiría el uso de PFAS, pero yo creo que eso va para largo, dadas las implicaciones que tendría en sectores como el de la defensa o la microelectrónica. Pero de eso hablaremos otro día porque da para mucho.

Cuando uno calienta alimentos en una sartén, las proteínas de los mismos forman con la superficie metálica fuertes enlaces covalentes o enlaces más débiles que los químicos denominamos de van der Waals. Y ello es debido a la alta superficie ofrecida por los metales a las proteínas de los huevos o de la carne, merced a una estructura más o menos rugosa, solo apreciable cuando se observa esa superficie a escala microscópica. Para hacer que esa superficie sea antiadherente, el metal se trata con un material no reactivo que llena los huecos y grietas microscópicas de la superficie y luego se solidifica para hacer que sea lisa. Para esos usos, el Teflón es maravillosamente eficaz ya que se trata de largas cadenas de átomos de carbono, cada uno de ellos unido a dos átomos de flúor. Los fuertes enlaces carbono-carbono y carbono-flúor forman una capa inerte que no reacciona con las moléculas de los alimentos. Además el Teflón repele el aceite y el agua, por lo que los líquidos simplemente se deslizan sobre él.

La controversia en torno a la seguridad de los utensilios de cocina de Teflon arrancó hace más de dos décadas y tuvo que ver con el uso en su fabricación de otra molécula perteneciente a la familia de las PFAS, el ácido perfluorooctanoico (PFOA), que, en aquellos momentos, servía como un ayudante en la polimerización del Teflon, lo que hacía que los recubrimientos posteriores con ese polímero pudieran contener cantidades residuales de PFOA. Pero lo que, a la larga, ha resultado más peligroso es que las empresas que fabricaban Teflon emitían PFOA a sus entornos próximos. La americana Agencia de Medio Ambiente (EPA) empezó hace años el seguimiento de la contaminación por esa sustancia, principalmente en núcleos de población próximos a las factorías que manejaban PFOA en revestimientos y otros usos, ya que en la mayoría de ellas la sustancia se venteaba al aire circundante o estaba contenida en aguas residuales.

Como consecuencia de esas acciones, la EPA y los principales fabricantes de PFOA firmaron acuerdos para eliminar la fabricación y uso de esa sustancia antes de 2015. En el caso del proceso de la formación de Teflón, la DuPont, la empresa que ha liderado la fabricación de ese material, ya no emplea, desde 2012, PFOA en el proceso de formación de Teflón. Hoy sabemos que otros importantes emisores de PFOA y otros fluorados de la familia han sido y siguen siendo los aeropuertos e instalaciones militares que las han usado en sus dispositivos de extinción de incendios. Dado su bajo peso molecular, algo que le diferencia claramente del Teflón, pronto se hizo evidente la ubicuidad de las PFAS en el medio ambiente y en la sangre de personas expuestas a las mismas por motivos laborales y, sobre todo y más preocupante por el número de personas afectadas, en las que consumían agua potable contaminada por PFAS.

Ante la posible prohibición generalizada de estas sustancias y por extensión del Teflón, ¿qué sartenes tendremos que usar?. Yo he curioseado recientemente (como ya he hecho en el pasado) en tiendas de mi pueblo que venden sartenes y las que llevan Teflón como revestimiento antiadherente siguen siendo las más habituales. Pero parece que la alternativa comercial que se va abriendo camino son las que contienen revestimientos "cerámicos", algo que pongo entre comillas porque esa denominación puede inducir a engaño a los consumidores que, ante ese término, piensan en jarrones y azulejos, fabricados con arena u otros óxidos metálicos.

Las formulaciones de estas sartenes varían según el fabricante, pero generalmente es una red basada en polidimetil siloxano (PDMS), una silicona. Para ello, los fabricantes dispersan nanopartículas de minerales como el dióxido de silicio, el carburo de silicio y el dióxido de titanio en un disolvente, donde forman un gel. Luego combinan el gel con PDMS y aditivos, aplican la mezcla a una superficie metálica y la endurecen con calor. El conjunto se une fuertemente a los metales, creando un revestimiento duro y repelente a los líquidos, con carácter antiadherente. Curioseando por ahí, he visto sartenes que anuncian un revestimiento cerámico, pero que incluyen Teflón junto a un óxido como el de titanio. Así que, como suele pasar cuando el marketing perverso entra en un mercado conflictivo, hay que leerse bien la etiqueta.

¿Son mejores las sartenes con recubrimientos más o menos cerámicos que las de Teflon puro y duro?. Aunque anda por ahí algún artículo de investigadores cordobeses que las compara y en el que parecen ganar las de Teflón, va a ser difícil trasplantar esos resultados de laboratorio a un usuario normal que usa diferentes tipos de fuentes de de calor (gas, vitro, inducción, etc.), emplea diferentes temperaturas según el regulador de potencia que tenga en su cocina e, incluso, tiene su propia forma de cocinar.

Si necesitáis una sartén nueva y antiadherente para casa, no os volváis locos y compraros, mientras se pueda, una con revestimiento de Teflón. En muchas marcas veréis el reclamo publicitario “sin PFOA”, lo cual es una obviedad porque hace más de una década que en la fabricación de Teflón no se usa PFOA. Y si usáis bien esas sartenes (no las rayéis con utensilios punzantes y, sobre todo, no las dejéis en el fuego sin control) os funcionarán bien y no desprenderán los forever chemicals porque, a pesar de lo que se dice a veces, el Teflón tampoco se degrada dando lugar a PFOA. Y si, finalmente, las prohiben (todo es posible en este mundo raro en el que vivimos) ya nos acostumbraremos a las que nos queden..

Hoy música del maestro Guridi al que, siendo yo muy pequeño, llegué a conocer personalmente. La Amorosa, de sus Diez Melodías Vascas (1940), con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia y Andrés Salado Egea como director.

martes, 22 de abril de 2025

Polímeros y superficies de las bolas de golf


Tanto si se trata de golfistas profesionales como de golfistas aficionados como un servidor, los últimos golpes dentro de esa delimitada superficie (o green) donde se coloca la bandera que marca el fin de cada hoyo, son determinantes. En el caso de los profesionales para ganar torneos y dinero y, en el caso de los aficionados, para salir con la moral más alta de cara al siguiente día que juguemos o ganarle a un compañero de partida una cerveza. Esta semana, diversos medios se han hecho eco de una noticia que, en teoría, viene a mejorar los resultados en esa superficie en torno al hoyo. Y de eso va esta entrada, una nueva versión de otra que ya tiene diecinueve años y que dediqué, sobre todo, a la historia de los materiales que constituyeron y constituyen las bolas de golf. La versión 2025 de esa vieja entrada se centra en los materiales que han formado y forman parte de la superficie externa de las bolas y que, como los que constituyen hoy el interior, son polímeros.

La historia de la relación entre bolas de golf y materiales poliméricos arranca a mediados del siglo XIX, cuando irrumpen en Occidente los cauchos naturales que, como seguro sabréis, son también polímeros o cadenas constituidas por la repetición de una unidad o monómero. Antes de ello, las bolas prehistóricas fueron de cuero, rellenas de plumas, como las que los romanos usaban en un juego llamado paganica. Muchos siglos después, los primeros jugadores escoceses golpeaban bolas de madera maciza, aunque en algún momento del siglo XVII recogieron el testigo de las primitivas bolas de plumas, solo que ahora sometían a las mismas a un proceso en agua hirviendo antes de usarlas como relleno (las llamadas bolas featherie). Pero, como decía arriba, hacia 1850, con la popularización de los cauchos naturales en diferentes ámbitos, entra en escena la bola denominada gutty. Un diminutivo de un árbol de origen tropical llamado gutapercha que, cuando se hacen incisiones en su tallo, el árbol trata de curar esa herida exudando un látex que, convenientemente manejado, genera una goma elástica que se puede enrollar hasta formar una bola maciza. Esas bolas (las gutties) marcaron un antes y un después en la historia del golf, no sólo por las mayores distancias alcanzadas sino porque eran prácticamente indestructibles.

A finales del siglo XIX (1899) Coburn Haskell y Bertram Work, un empleado de la empresa de caucho Goodrich de Ohio, patentaron la bola Haskell, el precedente más próximo de las actuales bolas de golf. Fabricadas en torno a un núcleo sólido (generalmente de madera o de caucho vulcanizado y duro), ese núcleo se envolvía con hilos de otro caucho natural derivado, en este caso, del árbol denominado Hevea Brasiliensis. Para darle el aspecto final se recubría el conjunto con una capa final de la ya mencionada gutapercha o de otro caucho similar, derivado de un tercer árbol tropical llamado balata. Durante mucho tiempo, incluso cuando yo empecé a jugar en los 90, balata era sinónimo de bolas de calidad, casi legendarias.

Desde tiempos de las gutties era obvio que cuando la superficie se deterioraba y no era lisa del todo, la bola volaba mejor, con lo que los introductores de la bola Haskell ya la dotaron de surcos o deformaciones superficiales de forma deliberada, precedentes de los actuales hoyuelos o dimples (como los que se ven en la figura que ilustra esta entrada) que contribuyen a la aerodinámica de la bola, reduciendo la resistencia al aire cuando vuelan, al crear una capa de aire turbulento alrededor de la bola. Por otro lado, ayuda a generar una mayor sustentación en el aire, debido al denominado efecto Magnus cuando la bola gira. Eso hace que una bola bien golpeada pueda volar más alto y más lejos. Cosas de la Física.

A finales de los años 50, la compañía DuPont desarrolló un tipo de copolímero a base de etileno y ácido acrílico. Neutralizando el ácido con hidróxido sódico se obtuvo un material bautizado como ionómero que, vendido bajo el nombre comercial de Surlyn, sigue todavía en el mercado para múltiples aplicaciones. Entre esas aplicaciones, el Surlyn ha encontrado un nicho de negocio como material de esa superficie externa de las bolas de golf. Cuando las vigentes cubiertas de balata se cambiaron por otras de Surlyn los resultados fueron espectaculares, no solo en las distancias alcanzadas sino en el control de los golpes a cortas distancias, porque permitían el control del retroceso de las bolas (spin), una vez tocado el green. En los ochenta y noventa, estuve suscrito a una sección del denominado Chemical Abstracts Service que, cada quince días, me hacía llegar una especie de revista en la que se listaban los títulos, autores y resúmenes de todos los artículos científicos y patentes recientemente publicados sobre materiales poliméricos. En cada ejemplar, era normal encontrar unas cuantas patentes sobre nuevas superficies para bolas de golf, casi todas a base de ese copolímero de etileno y ácido acrílico, pero cambiando ligeramente la composición del copolímero o neutralizando el ácido acrílico con cationes diferentes al sodio habitual del Surlyn primitivo, como los de magnesio o zinc.

Desde los inicios del siglo XXI, se empezaron a popularizar, sobre todo en las bolas más caras, las superficies a base de poliuretano termoplástico. Aunque se introdujeron en los años 80, tuvieron que vencer ciertos obstáculos antes de poder rivalizar con las cubiertas a base de Surlyn, como su mayor fragilidad y su dificultad para el moldeo. Resueltos esos problemas, hoy todas las grandes marcas tienen su gama alta a base de superficies de poliuretano. Las ventajas que se suelen aducir sobre las de Surlyn es que generan más efecto retroceso (spin) en las distancias cortas, mejoran la sensación en el impacto y, en línea con lo que sigue a continuación, ofrecen mayor control en el green.

La noticia a la que hago referencia al principio y que ha motivado esta entrada, tiene que ver con un trabajo que se ha presentado en la reciente reunión de primavera de la American Chemical Society (ACS) celebrada en San Diego entre el 23 y el 27 de marzo. En esa comunicación, un científico y empresario ha dado a conocer un recubrimiento aplicable a la superficie de las bolas de golf que, según él, puede resultar relevante para los golfistas de todos los niveles. Un problema a la hora de ajustar el golpe que pueda acabar con la bola en el interior del hoyo es que, a veces, la hierba de la superficie del green está húmeda por el rocío de la mañana o una lluvia reciente (algo bastante habitual en mi campo donostiarra) mientras que, en otros, la hierba de la superficie está seca por calor o porque no ha llovido o no se ha regado convenientemente. En estos últimos, a igualdad de fuerza proporcionada con el palo a la bola, ésta corre más que en los greenes de superficie húmeda, haciendo complicada y muy variable la estrategia que el jugador tiene que usar en esos golpes finales.

El autor de la comunicación al Congreso de la ACS viene a decir que, en virtud de un especial recubrimiento aplicado a la superficie de la bola, ésta puede correr más de lo habitual en las superficies mojadas y menos en las secas, homogeneizando así la reacción ante una determinada fuerza aplicada. Evidentemente, la composición de ese recubrimiento es secreto de sumario pero el mismo autor ha avanzado que es una mezcla de sílice amorfa, arcilla y ciertos polímeros hidrofílicos que interactúan con la mayor o menor cantidad de agua en el green de una manera especial, aunque no afectan a las condiciones de vuelo cuando se ejecutan golpes de larga y media distancia en el resto del recorrido de un determinado hoyo. Todo ello lo ha venido a demostrar con ayuda del dispositivo que se muestra aquí, muy conocido entre los profesionales que cuidan los campos de golf y que se llama Stimpmeter. El autor dice que ya ha patentado el recubrimiento y que espera que las grandes instituciones que establecen las reglas del golf, la USGA americana y la R&A inglesa no se opongan a que sus bolas se puedan usar en torneos, lo que permitiría su comercialización.

Ya veremos. Yo soy muy escéptico con los resultados que se presentan en Congresos por muy prestigiosos que sean. Posteriormente, en bastantes casos, esos resultados no aparecen en revistas más cuidadosas con la revisión por pares que los comités de los Congresos. En cualquier caso, no creo que a este vuestro Búho le sirva de mucho el invento. Premonitoriamente, en la entrada de 2006 arriba mencionada, a propósito de lo que disfrutaba entonces con este juego, ya preveía que cuando tuviera más tiempo para jugar, probablemente mi físico no me acompañara, como me está pasando. Así que si estáis pensando en jugar al golf cuando os jubiléis, mejor os lo pensáis dos veces y empezáis antes.

He escrito esta entrada a ratos libres durante los días de Semana Santa. Y había pensado en poner como música final un extracto de otro Réquiem, a los que soy aficionado, aunque no le haga mucha gracia a mi amigo Juanito E. Cuando el lunes de Pascua ya tenía configurada la entrada, me enteré de la muerte del Papa Francisco. Así que razón de más. Del Réquiem de Mozart, un extracto de Lacrimosa, grabado en la catedral de Salzburgo el 16 de julio de 1999 por la Filarmónica de Berlín dirigida por Claudio Abbado, en homenaje a Herbert von Karajan, muerto diez años antes.