Cuando Trump accedió al poder, y como ha venido siendo tradición con los últimos presidentes, el CEO de Coca-Cola, James Quincey, le hizo entrega de una versión de la Diet Coke (la que el presidente bebe) especialmente diseñada para la ocasión. Meses más tarde, el 16 de julio y en su cuenta de X, Trump decía que "He estado hablando con @CocaCola sobre usar azúcar de caña REAL en la Coca-Cola en Estados Unidos, y han aceptado hacerlo. Quiero agradecerlo a todos los responsables en Coca-Cola. Este será un muy buen movimiento por su parte — Ya lo verán. ¡Simplemente es mejor!". Y solo hace un par de semanas, el propio Quincey anunciaba en el canal de televisión Fox que, para otoño, estaría en el mercado americano una nueva versión de su brebaje basada en el azúcar de caña. No quiso revelar la fecha exacta ni el nombre que aparecerá en la etiqueta, pero la suerte está echada. Esta decisión del gigante alimentario americano implica compartir catálogo con la formulación que se vende ahora en los EEUU, basada en el llamado jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS en su acrónimo en inglés), que se ha estado usando allí desde hace muchos años. Producto al que RFK Jr. y sus acólitos del MAHA (Make America Helthier Again) achacan todo tipo de problemas de salud, incidiendo en que es un producto “fabricado por la industria”. Otra chorrada más del Secretario de Estado de Salud americano que, si me seguís leyendo, veréis que es fácil de desmontar.
Los distintos jarabes de maíz de alta fructosa (HFCS) existentes en el mercado se fabrican a partir de maíz que se muele para extraer su almidón, el cual se somete después a la acción de diferentes enzimas para generar el azúcar llamado glucosa que, posteriormente, se transforma (isomeriza) en otro azúcar, la fructosa, con ayuda de más enzimas. Dependiendo del grado que alcance esa transformación de un azúcar en otro se obtienen diferentes HFCS. En concreto, el jarabe de maíz que se emplea en la Coca-Cola es conocido técnicamente como HFCS-55, porque contiene un 55% de fructosa, un 42% de glucosa y algo de agua y otros componentes. Como veis, productos industriales pero en los que la herramienta utilizada no son los denostados “químicos” sino las enzimas.
Por el contrario, y como su nombre indica, el azúcar de caña es un producto derivado de las cañas de azúcar que, tras su cosecha, se trituran o prensan con rodillos para extraer el jugo crudo, compuesto por agua, otro azúcar (la sacarosa) en un porcentaje del 20% y pequeñas cantidades de minerales, impurezas orgánicas, proteínas y ceras. Para eliminar estas últimas, el jugo se calienta y se le añade cal viva (CaO) o floculantes que las precipitan. El líquido se filtra, se concentra por evaporación a vacío, obteniéndose un jarabe espeso (ya con un 60–70% sacarosa). A partir de ahí, se produce la precipitación de los cristales del azúcar (sacarosa) que se separan del líquido restante (melaza) en una centrífuga. Posteriormente, los cristales se lavan y secan. Si se busca azúcar blanco refinado, los cristales se disuelven, se filtran con carbón activado, se vuelven a cristalizar y se secan. Si no, se comercializa como azúcar moreno o crudo (con algo de melaza residual). Al final ya sea el azúcar blanco o el moreno tienen cantidades de sacarosa superiores al 99%. Aunque se nos suele vender que el azúcar de caña es más “natural” y menos procesado, ya veis que de eso (casi) nada.
Y es esa sacarosa (derivada de la caña de azúcar) la que se va a emplear en las nuevas formulaciones en los EEUU. Que no tienen nada de nuevo, porque es la que se usó en un principio y la que se sigue usando en muchos países en la llamada Coca-Cola CON AZÚCAR, aunque en algunos sitios ese azúcar o sacarosa se saca de la caña de azúcar (por ejemplo, en Méjico) y en otros (como aquí) se utiliza también sacarosa proveniente de la remolacha, una fuente alternativa. Pero, al final, sacarosa pura y dura en ambos casos.
En la figura (arriba) se ven las fórmulas químicas de la glucosa y la fructosa presentes como moléculas libres en el HFCS. Por el contrario, en la parte de abajo se muestra la molécula de la sacarosa constituida por una unidad de fructosa y una de glucosa, las mismas moléculas que están en los HFCS, aunque unidas químicamente por el llamado enlace glucosídico. Por tanto, la composición de la sacarosa contiene prácticamente un 50% de fructosa y otro 50% de glucosa aunque bien atadas. Esa diferencia implica que, cuando ingerimos jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS), las moléculas de ambos azúcares (fructosa y glucosa) entran directamente en nuestro organismo, mientras que al ingerir azúcar de caña o azúcar blanco, las formas libres de glucosa y fructosa solo se generan durante su digestión en nuestro tracto digestivo. Ello hace que la absorción de ambos azúcares por el organismo sea más rápida en el caso del HFCS que en el azúcar de caña, lo que, en el caso de la glucosa, puede provocar un aumento más brusco de ella en sangre (pico glucémico).
Ese es uno de los argumentos para denostar al HFCS y atribuirle muchos de los problemas de las poblaciones de países occidentales en los últimos años, como la obesidad, el síndrome metabólico, el hígado graso (en este caso debido al exceso de fructosa), diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Pero esos mismos efectos aparecen con la sacarosa del azúcar de caña si se consumen en cantidades similares a las del HFCS, porque, aparte de la glucosa y la fructosa, el resto de sustancias que no son esos dos azúcares pintan poco en el problema.
En cualquier caso, e incidentalmente, no sé por qué Trump está tan entusiasmado con la opción del azúcar de caña, cuando la Diet Coke que él consume, en cantidades importantes como está bien documentado en los periódicos, no lleva azúcar de ningún tipo, sino un edulcorante conocido como aspartamo y del que hemos hablado varias veces en este Blog (la entrada más visitada ha sido esta). Algo que, probablemente, haga por prescripción facultativa, dada la pinta “saludable” y la edad que tiene el Presidente.
Para documentar aún más lo inconsecuente del cambio del que estamos hablando, vayamos al caso de la miel, alimento “natural” donde los haya, producido por abejas libres, libando en flores silvestres y demás adornos bucólicos con los que se la promociona. Mi suegra, fallecida en marzo de 2023 con 98 años tuvo una salud envidiable hasta pocos meses antes de su muerte. Ella contaba a todo el mundo que había llegado a esa edad porque siempre había comido bien, porque acompañaba esas comidas con buen vino riojano (generalmente del año o lo que los finos llaman ahora de maceración carbónica) y porque el café con leche del desayuno lo endulzaba con una buena dosis de miel. Lo del vino lo dejó (no totalmente) un par de años antes de morir, pero el consumo de miel se mantuvo, como podemos acreditar la Búha y un servidor que éramos los que comprábamos el producto. Más de una discusión tuvimos suegra y yerno sobre las diferencias entre echar miel o azúcar blanco a su desayuno. Que no sirvió para nada.
Una miel promedio tiene un 18% de agua y el resto está constituida por azúcares. Los más abundantes vuelven a ser (¡qué casualidad!) la fructosa (38%) y la glucosa (31%) en una proporción relativa de 38/31 = 1.22, muy parecida a la existente en el jarabe de maíz HFCS-55 (55/42 = 1.31) pero la miel es más rica en glucosa. Y, en ambos productos (miel y HFCS), la fructosa y la glucosa están en su forma libre. Y eso es así porque, en el caso de la miel, son las propias abejas, durante la elaboración de la misma, cuando mediante enzimas contenidas en su saliva, consiguen separarlas desde la misma sacarosa que liban en las flores. La miel contiene también un 7% de otro azúcar, la maltosa, además de otros azúcares (como la propia sacarosa sin romper), proteínas, vitaminas, aminoácidos, compuestos fenólicos, etc, que dependen mucho de parámetros ligados a la producción de la miel (tipo de flores, terreno,…) y que hacen que haya tantas variedades de miel en el mercado. Pero, en lo fundamental, la miel contiene, sobre todo, fructosa y glucosa en parecidas proporciones e igual de libres que en el jarabe de maíz puesto en cuestión. Lo cual implica que a la miel se le pueden atribuir efectos nocivos parecidos a los del HFCS-55. Aunque mi suegra nunca me creyó.
Así que sigamos las recomendaciones de los endocrinos y no abusemos del consumo de productos dulces o endulzados. Como la propia miel, la bollería y pastelería (ya industriales o artesanas) o la Coca-Cola con azúcar, ya provenga en este caso del jarabe de maíz o del azúcar de caña. Recordad a Paracelso y su proclama de que “el veneno está en la dosis”. El resto son tonterías de marketing o Quimiofobia pura y dura como la de RFK Jr y las MAHA moms.
Agosto en mi pueblo significa Quincena Musical Donostiarra. Y este pasado día 3 he estado oyendo a la Orquesta de la Comunidad Valenciana Les Arts interpretando la Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakovich. De esa obra os cuelgo un enlace a un extracto de su 4º movimiento, pero con la Filarmónica de Berlín y Gustavo Dudamel como director. No llega a tres minutos.
Los distintos jarabes de maíz de alta fructosa (HFCS) existentes en el mercado se fabrican a partir de maíz que se muele para extraer su almidón, el cual se somete después a la acción de diferentes enzimas para generar el azúcar llamado glucosa que, posteriormente, se transforma (isomeriza) en otro azúcar, la fructosa, con ayuda de más enzimas. Dependiendo del grado que alcance esa transformación de un azúcar en otro se obtienen diferentes HFCS. En concreto, el jarabe de maíz que se emplea en la Coca-Cola es conocido técnicamente como HFCS-55, porque contiene un 55% de fructosa, un 42% de glucosa y algo de agua y otros componentes. Como veis, productos industriales pero en los que la herramienta utilizada no son los denostados “químicos” sino las enzimas.
Por el contrario, y como su nombre indica, el azúcar de caña es un producto derivado de las cañas de azúcar que, tras su cosecha, se trituran o prensan con rodillos para extraer el jugo crudo, compuesto por agua, otro azúcar (la sacarosa) en un porcentaje del 20% y pequeñas cantidades de minerales, impurezas orgánicas, proteínas y ceras. Para eliminar estas últimas, el jugo se calienta y se le añade cal viva (CaO) o floculantes que las precipitan. El líquido se filtra, se concentra por evaporación a vacío, obteniéndose un jarabe espeso (ya con un 60–70% sacarosa). A partir de ahí, se produce la precipitación de los cristales del azúcar (sacarosa) que se separan del líquido restante (melaza) en una centrífuga. Posteriormente, los cristales se lavan y secan. Si se busca azúcar blanco refinado, los cristales se disuelven, se filtran con carbón activado, se vuelven a cristalizar y se secan. Si no, se comercializa como azúcar moreno o crudo (con algo de melaza residual). Al final ya sea el azúcar blanco o el moreno tienen cantidades de sacarosa superiores al 99%. Aunque se nos suele vender que el azúcar de caña es más “natural” y menos procesado, ya veis que de eso (casi) nada.
Y es esa sacarosa (derivada de la caña de azúcar) la que se va a emplear en las nuevas formulaciones en los EEUU. Que no tienen nada de nuevo, porque es la que se usó en un principio y la que se sigue usando en muchos países en la llamada Coca-Cola CON AZÚCAR, aunque en algunos sitios ese azúcar o sacarosa se saca de la caña de azúcar (por ejemplo, en Méjico) y en otros (como aquí) se utiliza también sacarosa proveniente de la remolacha, una fuente alternativa. Pero, al final, sacarosa pura y dura en ambos casos.
En la figura (arriba) se ven las fórmulas químicas de la glucosa y la fructosa presentes como moléculas libres en el HFCS. Por el contrario, en la parte de abajo se muestra la molécula de la sacarosa constituida por una unidad de fructosa y una de glucosa, las mismas moléculas que están en los HFCS, aunque unidas químicamente por el llamado enlace glucosídico. Por tanto, la composición de la sacarosa contiene prácticamente un 50% de fructosa y otro 50% de glucosa aunque bien atadas. Esa diferencia implica que, cuando ingerimos jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS), las moléculas de ambos azúcares (fructosa y glucosa) entran directamente en nuestro organismo, mientras que al ingerir azúcar de caña o azúcar blanco, las formas libres de glucosa y fructosa solo se generan durante su digestión en nuestro tracto digestivo. Ello hace que la absorción de ambos azúcares por el organismo sea más rápida en el caso del HFCS que en el azúcar de caña, lo que, en el caso de la glucosa, puede provocar un aumento más brusco de ella en sangre (pico glucémico).
Ese es uno de los argumentos para denostar al HFCS y atribuirle muchos de los problemas de las poblaciones de países occidentales en los últimos años, como la obesidad, el síndrome metabólico, el hígado graso (en este caso debido al exceso de fructosa), diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Pero esos mismos efectos aparecen con la sacarosa del azúcar de caña si se consumen en cantidades similares a las del HFCS, porque, aparte de la glucosa y la fructosa, el resto de sustancias que no son esos dos azúcares pintan poco en el problema.
En cualquier caso, e incidentalmente, no sé por qué Trump está tan entusiasmado con la opción del azúcar de caña, cuando la Diet Coke que él consume, en cantidades importantes como está bien documentado en los periódicos, no lleva azúcar de ningún tipo, sino un edulcorante conocido como aspartamo y del que hemos hablado varias veces en este Blog (la entrada más visitada ha sido esta). Algo que, probablemente, haga por prescripción facultativa, dada la pinta “saludable” y la edad que tiene el Presidente.
Para documentar aún más lo inconsecuente del cambio del que estamos hablando, vayamos al caso de la miel, alimento “natural” donde los haya, producido por abejas libres, libando en flores silvestres y demás adornos bucólicos con los que se la promociona. Mi suegra, fallecida en marzo de 2023 con 98 años tuvo una salud envidiable hasta pocos meses antes de su muerte. Ella contaba a todo el mundo que había llegado a esa edad porque siempre había comido bien, porque acompañaba esas comidas con buen vino riojano (generalmente del año o lo que los finos llaman ahora de maceración carbónica) y porque el café con leche del desayuno lo endulzaba con una buena dosis de miel. Lo del vino lo dejó (no totalmente) un par de años antes de morir, pero el consumo de miel se mantuvo, como podemos acreditar la Búha y un servidor que éramos los que comprábamos el producto. Más de una discusión tuvimos suegra y yerno sobre las diferencias entre echar miel o azúcar blanco a su desayuno. Que no sirvió para nada.
Una miel promedio tiene un 18% de agua y el resto está constituida por azúcares. Los más abundantes vuelven a ser (¡qué casualidad!) la fructosa (38%) y la glucosa (31%) en una proporción relativa de 38/31 = 1.22, muy parecida a la existente en el jarabe de maíz HFCS-55 (55/42 = 1.31) pero la miel es más rica en glucosa. Y, en ambos productos (miel y HFCS), la fructosa y la glucosa están en su forma libre. Y eso es así porque, en el caso de la miel, son las propias abejas, durante la elaboración de la misma, cuando mediante enzimas contenidas en su saliva, consiguen separarlas desde la misma sacarosa que liban en las flores. La miel contiene también un 7% de otro azúcar, la maltosa, además de otros azúcares (como la propia sacarosa sin romper), proteínas, vitaminas, aminoácidos, compuestos fenólicos, etc, que dependen mucho de parámetros ligados a la producción de la miel (tipo de flores, terreno,…) y que hacen que haya tantas variedades de miel en el mercado. Pero, en lo fundamental, la miel contiene, sobre todo, fructosa y glucosa en parecidas proporciones e igual de libres que en el jarabe de maíz puesto en cuestión. Lo cual implica que a la miel se le pueden atribuir efectos nocivos parecidos a los del HFCS-55. Aunque mi suegra nunca me creyó.
Así que sigamos las recomendaciones de los endocrinos y no abusemos del consumo de productos dulces o endulzados. Como la propia miel, la bollería y pastelería (ya industriales o artesanas) o la Coca-Cola con azúcar, ya provenga en este caso del jarabe de maíz o del azúcar de caña. Recordad a Paracelso y su proclama de que “el veneno está en la dosis”. El resto son tonterías de marketing o Quimiofobia pura y dura como la de RFK Jr y las MAHA moms.
Agosto en mi pueblo significa Quincena Musical Donostiarra. Y este pasado día 3 he estado oyendo a la Orquesta de la Comunidad Valenciana Les Arts interpretando la Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakovich. De esa obra os cuelgo un enlace a un extracto de su 4º movimiento, pero con la Filarmónica de Berlín y Gustavo Dudamel como director. No llega a tres minutos.
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