Como otras veces, hemos pasando unos días de vacaciones en la Isla de La Toja, con su Gran Hotel Balneario, sus jabones y colonias, sus vendedoras de abalorios y su pequeño pero encantador Golf que es lo que, con la quietud de la Ría de Arosa, más me llama la atención del lugar. Si a través de un cuidado jardín, uno recorre la corta distancia que hay entre el Gran Hotel y la capilla de San Caralapio, mucho más conocida como Capilla de las conchas, por tener toda su superficie exterior recubierta de conchas de vieiras, uno se encuentra con una escultura de bronce, un tanto cutre para mi gusto, de un burro rebozándose en el suelo.
La escultura recoge una leyenda que tomó cuerpo en 1899 cuando Emilia Pardo Bazán publicó en Ilustración Artística, un periódico semanal barcelonés, un texto en el que contaba que “a principios del siglo XIX un burro enfermo de un proceso de la piel, fue abandonado por su dueño en la Isla. Al cabo de varios meses, su dueño se vio sorprendido al encontrar a su cuadrúpedo completamente sano y recuperado de las úlceras que padecía”. No es la única leyenda en torno a animales y manantiales que curan. En su Geografía de Guipúzcoa (1918) Serapio Múgica contaba que el conocimiento de las virtudes medicinales del manantial de Guesalaga, que dio origen al Balneario de Cestona, arranca en 1769, “cuando unos perros del Marqués de San Millán, que padecían sarna, se revolcaban en el lodo próximo al manantial, consiguiendo curarse en muy poco tiempo”.
Las aguas termales de La Toja son ricas en sales de calcio, hierro, magnesio o sodio, entre otros y en las de Cestona predomina sobre todo el sodio en forma de cloruro y sulfato pero también calcio, magnesio, litio, potasio y hierro. Pero si buscáis bien, os toparéis con el sorprendente hecho de que, aunque nadie lo mencione ahora, tanto el agua que mana en La Toja como la que lo hace en Cestona son conocidas por su carácter radiactivo.
Algo que pasa en muchas otras aguas españolas. Como se muestra en un artículo publicado en 2020 por el Profesor de Periodismo en la Universidad de Valencia Enrique Bordería, bajo el (para mi) atractivo título “La era del Radium: Radiactividad y publicidad de productos milagro en los albores del siglo XX en España”. En un apartado titulado “La batalla del voltio. Balnearios radiactivos”, se cuenta la desenfrenada carrera que se produjo en los primeros años del siglo XX para demostrar que las aguas de muchos manantiales españoles eran más radiactivas que las del vecino.
Lo de Radium en el título proviene del hecho de que es de esa forma como se denominaba en la época al radio, que el matrimonio Curie había descubierto en 1898. Y lo de voltio porque la radiactividad se medía entonces con unos aparatos denominados electroscopios y las unidades empleadas eran voltios hora litro. Hoy se emplean otras unidades para medir esa radiactividad.
Pero el caso es que casi nada era radio en los balnearios españoles. En un trabajo publicado hace casi treinta años por la Cátedra de Física Médica de la Universidad de Cantabria, los investigadores estudiaban la radiactividad de los balnearios gallegos y aducían que el alto nivel de radiactividad encontrado era sobre todo debido a la presencia en el agua y en el aire del isótopo 222 del radón (Rn-222). Este último se produce abundantemente en el interior de la Tierra, por desintegración del isótopo 226 del radio (Ra-226) que, a su vez, proviene de la desintegración del isótopo 238 del uranio (U-238). El radón (Rn-222) es un gas noble y, por ello, aflora a la superficie a través de grietas o disuelto en aguas de origen profundo. Ayer, cuando ya tenía escrita esta entrada, el Suplemento Semanal del Grupo Vocento hablaba sobre los peligros del radón en ciertas viviendas de determinadas regiones españolas.
Los investigadores cántabros estudiaron la concentración de radón 222 tanto en el ambiente como en agua empleada en los inhaladores de diversos balnearios gallegos. Y La Toja era uno de los que tenía una concentración más alta en el caso de los vahos proporcionados por los inhaladores. Aunque, tras calcular la dosis a la que está expuesto un bañista tras doce sesiones de inhalación, llegan a la conclusión de que se trata de, “dosis de radiación bajas, nunca comparables con las que se emplean en radioterapia, y mediante ellas se intenta aprovechar los efectos estimulantes de las radiaciones ionizantes emitidas por el radón”. Tras lo que se meten en una disquisición sobre los posibles efectos beneficiosos debidos al radón en los balnearios.
Durante mi reciente estancia en La Toja he vuelto a cabrearme con los reclamos publicitarios con los que se anuncian, en el ascensor del Hotel Balneario, los diversos tratamientos que allí se ofrecen. Muchos de ellos son pura pseudociencia y están en línea con los que se ofrecen en muchos, por no decir todos, de los hoy llamados SPAs. Mi natural escéptico hace que nunca se me haya pasado por la cabeza bajar a la planta baja del Hotel y someterme a tales tratamientos.
Pero no he visto que entre tales reclamos se promocionen los tratamientos con aguas radiactivas. Debe pasar lo mismo que lo que contaba en 2014 mi admirado Claudi Mans sobre las aguas de mesa catalanas y que hoy no se puede leer en castellano al haberse cargado el malvado mercado la Revista Investigación y Ciencia (aunque podéis verlo aquí en su versión en catalán). Quedaba claro que, en la etiqueta habitual de los años 40 del agua de Vichy Catalán, donde figuraban los análisis provenientes del sempiterno Laboratorio del Dr. Rodés, se podía leer “Radioactividad: 154 voltios hora litro”. En los 80 ese término desapareció, aunque el agua seguía y sigue saliendo del mismo manantial. Pero ya la radiactividad no mola y aunque en los 40 se pensaba que tenía efectos beneficiosos, ese reclamo fue poco a poco desapareciendo.
Una desaparición muy discreta, como cuando se descubrió que el agua de las fuentes del prestigioso Balneario de Baden-Baden tenía cantidades peligrosas de arsénico y se buscó una alternativa para obviar el inconveniente. Pero el arsénico había estado ahí desde tiempos de los romanos (una de las termas se llama Caracalla en recuerdo del emperador romano que la visitaba). Como el radón.
Muchas gracias, Búho, por tu elogioso comentario a mi blog. Desgraciadamente no ha sido posible mantener todos sus contenidos en algún repositorio, a pesar de los esfuerzos que su mantenedora Laia Torres hizo, y con la cual nos solidarizamos docenas de colaboradores y lectores. Por suerte mis blog en catalán siguen y las herramientas de Google permiten una traducción casi automática y muy correcta.
ResponderEliminarTe felicito por tus entradas al blog. Y hasta la próxima.
Gracias a tiu.
ResponderEliminarNo me había llegado este artículo tuyo Yanko. Me adhiero a tu escepticismo ante la cantidad de fakes que se publican y se vierten en los medios de difusión habituales
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