viernes, 19 de mayo de 2023

Gazapos plastifóbicos

"Demasiado azúcar y demasiado plástico en bebidas, de acuerdo con el CSIC", clamaba un titular de una revista que pretende informar a las gentes de habla inglesa sobre la vida en España. Y en el que se hacía referencia a un artículo recientemente publicado por investigadores del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), un Centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) radicado en Barcelona. En otras publicaciones, como La Vanguardia, el titular era bastante similar, aunque no aparecía la palabra plástico sino plastificante que, para el común de los mortales, no anda muy lejos.

El artículo del IDAEA va sobre la presencia de ésteres organofosforados en agua y bebidas envasadas. Los ésteres organofosforados (OPEs) son unos compuestos químicos que se suelen usar como retardantes a la llama en diferentes tipos de plásticos para prevenir así incendios fortuitos en electrodomésticos, fibras, muebles y una larga lista de cosas. Entraron en el mercado a principios de este siglo como consecuencia de la prohibición de otra familia de retardantes, los polibromo difenil éteres (PBDEs). Y, hoy en día, están bajo sospecha, ya que algunos consideran que pueden ser aún más peligrosos que los propios PBDEs y, como ellos, ubicuos en el medio ambiente merced, entre otras cosas, al polvo que se genera a partir de objetos y procesos industriales que los contienen o usan y que, finalmente, arrastra la lluvia. Los OPEs también se pueden usar como plastificantes, es decir, para hacer que un plástico rígido se vuelva más blandito y es el término que aparecía en La Vanguardia.

En el artículo se ha estudiado la presencia de OPEs en agua de grifo, agua embotellada, bebidas de cola, zumos, vino y bebidas calientes. Nada que objetar, en principio. El artículo ha pasado el filtro de los censores de la revista que lo ha publicado (relevante en el campo medioambiental) y en este Blog ya hemos puesto ejemplos de que lo que vende e interesa divulgar, tanto por los investigadores como por las oficinas de prensa de las Instituciones, son aquellos resultados que pueden impactar en los lectores de los medios de comunicación. Dando lugar, en algunos casos, a dislates como el titular mencionado al principio. Porque, obviamente, en esas bebidas no había plásticos sino, en todo caso, plastificantes. Pero algunos, en lugar de creernos a pie juntillas lo que se cuenta en esos medios, nos gusta curiosear el artículo original e incluso, tirando del hilo, artículos relacionados. Y, en este caso, más que en las cantidades de OPEs en bebidas azucaradas, nos vamos a centrar en su presencia en el agua que bebemos, ya sea de grifo o embotellada.

Según el artículo, el agua de grifo de Barcelona (que es la que estudian) contiene una cantidad de OPEs ocho veces superior a la encontrada en diversas muestras de agua embotellada compradas en esa ciudad. Los autores atribuyen ese hecho a que el agua de grifo se distribuye por tuberías de PVC, que conforma una parte importante de la red. Y es esta última afirmación la que hizo saltar las alarmas de Rafael Erro, un antiguo alumno y entonces y ahora amigo, una de las personas que más sabe sobre tuberías de PVC en la distribución de agua potable y recogida de aguas residuales. Rafa dejó constancia de su enfado en la página de Instagram del IDAEA y, como consecuencia de ello, la mención al PVC desapareció inmediatamente de esa página, pero sigue quedando constancia en el artículo publicado, tanto en el Resumen (Abstract) como en el texto completo del mismo.

Y es que en el mundo mundial en el que Rafa vende tuberías de PVC, y en el que exista un mínimo control sobre la distribución de agua potable, ninguna de esas tuberías lleva OPEs, ni como retardantes a la llama ni como plastificantes (en este caso no se necesitan porque las tuberías son rígidas). Quizás a los autores se les ha cruzado el cable por aquello de que los PVCs flexibles llevan unos plastificantes llamados ftalatos, a los que el PVC debe parte de su mala prensa. Pero en este caso no es así y los OPEs del agua de Barcelona deben provenir de otra fuente, probablemente del agua de los ríos Ter y Llobregat, que atraviesan zonas muy pobladas e industrializadas, donde puede que acumulen estas sustancias antes de llegar a las cuatro estaciones de tratamiento de agua potable (ETAP), desde las que el agua se distribuye por la ciudad. De acuerdo con la bibliografía que los autores citan, es probable que esas estaciones de tratamiento no eliminen del todo los OPEs, aunque es difícil saberlo porque, si uno mira los análisis completos del agua de Barcelona en este buscador, se puede comprobar que, entre las muchas sustancias que se analizan, no están los OPEs.

En el caso de las catorce aguas embotelladas investigadas, las diez envasadas en PET (un plástico) daban concentraciones totales de OPEs muy dispares, entre indetectables por la técnica analítica hasta 15,5 nanogramos por litro, mientras las cuatro envasadas en vidrio daban entre 1,9 y 4. De media, las concentraciones de las envasadas en plástico eran más altas que las envasadas en vidrio, pero todas ellas, como ya se ha mencionado, mucho más bajas que el agua de grifo. Resulta sorprendente que los autores pasen de puntillas sobre la gran disparidad de concentraciones encontradas en uno y otro tipo de envases (particularmente en los de plástico). Pero cuando vuelven a encontrarse con el mismo problema en las bebidas de cola y zumos envasadas en PET y vidrio, optan por hacer un análisis de los tapones que cerraban esas botellas como posible fuente de contaminación, sobre todo en los envases de vidrio, donde no es posible echar la culpa al "plástico" de los OPEs encontrados.

En un diseño inteligente de experimentos hubiera sido mucho más lógico analizar los tapones de esas catorce botellas de agua (de vidrio y PET), puesto que las otras bebidas que se investigan en el artículo llevan componentes, como el azúcar o los edulcorantes, que los autores demuestran posteriormente que contienen cantidades variables de OPEs. Pero en el artículo solo se analizan dos tapones de plástico (aunque no especifican su naturaleza química) de bebidas de cola envasadas en vidrio, un tapón metálico barnizado en una botella de zumo envasado en vidrio y dos corchos de vino envasado en botellas también de vidrio.

Solo los dos tapones de plástico (y no el de metal barnizado, como dice la investigadora principal en una nota de prensa) tienen cantidades importantes de OPEs (Tabla S13), que provienen casi exclusivamente de uno de ellos, bautizado como EHDPP. Curiosamente, un artículo publicado en febrero de este año, viene a demostrar que ese OPE particular se genera en diversos materiales plásticos sometidos a procesos de reciclado. Y entre los materiales sujetos a estudio está el polipropileno, muy habitual en tapones de plástico para botellas. Un resultado que, si se confirmara, puede resultar cuando menos incómodo para los partidarios del reciclado a tope. En una entrada anterior ya se apuntaba que los procesos de reciclado pueden generar en los plásticos nuevas sustancias no añadidas intencionadamente (NIAS).

Finalmente, un comentario para los que os preguntéis si los niveles encontrados en las bebidas por el Grupo de IDAEA son peligrosos para la salud. Para saberlo, hay que bucear un poco en el artículo, donde se calcula esa peligrosidad en forma de los llamados Cocientes de riesgo (HQ), que comparan la cantidad de OPEs que los autores estiman que ingerimos diariamente vía las bebidas estudiadas, con respecto a las cantidades que se consideran peligrosas por agencias como la EPA americana. Un valor de más de 1 en HQ quiere decir que la población está consumiendo por encima de lo considerado peligroso. Lo que no es el caso de lo analizado por los investigadores catalanes. Las cantidades que, según ellos, estamos ingiriendo con esas bebidas son desde miles hasta miles de millones de veces más pequeñas que las consideradas peligrosas. Y en el caso de las aguas que nos han ocupado en esta entrada, entre diez mil y diez millones de veces más pequeñas. Aunque es verdad, como dice el artículo, que las bebidas no son la única fuente de nuestra exposición a los OPEs. Ni la mayoritaria, añado yo.

Don Rafael y un servidor esperamos que los de IDAEA tomen nota del asunto, sobre todo de cara a la divulgación que hacen en escuelas catalanas, donde son particularmente activos contra el uso de los plásticos. Porque de aire y agua sabrán un montón pero de plásticos, y sus aditivos, parecen tener alguna que otra laguna.

5 comentarios:

  1. Excelente artículo, yanko, pero el mal, poco o mucho ya está hecho, no hay vuelta atrás. De todas formas, tampoco debemos despreciar la importancia de tu blog y la de la contestación de tu amigo. Saludos. Carlos ubide

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  2. Hola Yanco,
    Me alegra ver que sigues al pie del cañón.
    No me pierdo ninguno de tus artículos.
    En este último, me he retrotraído a cuando empecé a trabajar en el sector en la fábrica que tenía Explosivos de Río-Tinto en la alavesa Gometxa. Allí fabricábamos toda suerte de materiales de PVC, desde el papel de pared (Papel vinílico a base de plastisoles con un montón de plastificantes, Láminas de PVC para un montón de aplicaciones, flotadores para niños, láminas de impermeabilización para balsas, etc. Y PVC rígido (Blisters de medicamentos, embalajes de camisería, etc). Lo que no recuerdo de aquellos tiempos es que el PVC rígido llevase retardantes de llama o compuestos para ignifugar de ningún tipo. El PVC es, de por sí, un material autoextinguible ya que el ClH o HCl que libera al quemarse, sofoca las llamas. Sí recuerdo haber empleado retardantes en los papeles vinílicos y en algún material flexible al que quisimos aplicar una durísima normativa de incendios. Entonces, además de usar plastificantes clorados (bastante caros) y algún retardante de llama a base de minerales hidroxilados con liberación de agua, usé un trifosfato. todo esto debido no al PVC sino a los ftalatos que llevaba como plastificante, a los estabilizantes (En muy baja proporción) y a algún ayudante de proceso como ceras o ceramidas.
    Evidentemente, aquella época pasó (Tenía pelo yo entonces) y me he dedicado a la espectroscopía infrarroja todo el resto de mi vida laboral, pero todavía me acuerdo de las formulaciones y las propiedades de los materiales.
    Te agradezco muchísimo el esfuerzo que haces por combatir la quimiofobia y, en general, la desinformación (A veces malintencionada o interesada) de algunos medios de comunicación. Esto sumado a la credulidad de la gente con lo que aparece en internet, hace que sea un esfuerzo casi sobrehumano.

    En fin, no quiero ser pesado, un abrazo muy fuerte y a seguir en la brecha.

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  3. Muchas gracias anónimo. Un comentario complementario muy interesante. Por aquí seguiré, mientras el cabreo casi diario aguante.

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  4. Gracias por estos comentarios tan bien explicados a profanos, como yo, en estos asuntos. Como bien planteas, mucho ojo con titulares alarmistas y sensacionalistas y ¡¡sentido común ¡¡

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