Todo el mundo sabe que si hay dos enemigos irreconciliables esos son los de CocaCola y Pepsico. Y esa enemistad alcanza a los bebedores de una y otra pócima, que son casi tan integristas como los usuarios de Macs y PCs (donde, dicho sea de paso, los primeros llevamos todas las de ganar). El caso es que un nuevo frente de batalla se ha configurado en los últimos meses. En ese esfuerzo de marketing que muchas empresas hacen para parecer más "verdes" que sus competidores, una y otra compañía se han volcado en la producción de botellas sostenibles a partir de fuentes renovables. Como ya saben los lectores de este Blog, la casi totalidad de las botellas de agua y bebidas carbonatadas son hoy en día de un material polimérico conocido como polietilentereftalato (o politereftalato de etileno), PET para los amigos.
Para producir ese plástico, se debe partir de dos sustancias químicas conocidas por los nombrecitos de ácido tereftálico y etilenglicol. Hasta hace muy poco ambas provenían exclusivamente del torrente de productos químicos obtenidos a partir del petróleo. Pero las cosas están cambiando, yo diría que rápidamente.
Hace menos de dos años, el Búho, con su clarividente y nunca bien ponderada visión de lo que nos deparará el futuro, ya os ponía al corriente de lo que se estaba moviendo. Os contaba allí que Coca Cola había empezado a envasar su agua Dasani en un PET especial, en cuya producción el etilenglicol necesario no provenía del petróleo, sino del obtenido a partir de melazas de caña de azúcar. Eso supone tener un PET que yo allí llamaba mestizo, ya que el 30% aproximadamente del material proviene de una fuente renovable, mientras el 70% restante, correspondiente al ácido tereftálico, seguía siendo un derivado petrolífero. Pero ya al final de esa misma entrada, os advertía que un directivo de Coca Cola pensaba que existían alternativas para obtener también ese ácido de una fuente renovable.
Pues bien, los de Pepsi parece que les han ganado por la mano (y por el momento) a sus enemigos. El pasado día 15 de marzo (mi cumpleaños), Pepsico anunciaba que, en 2012, pondrá en marcha una planta piloto para la obtención de PET 100% de origen vegetal, con el que en el futuro envasaría sus bebidas. En su nota de prensa, Pepsico habla de que la materia prima es biomasa en forma de césped, corteza de pino o cáscara de maiz. De forma casi inmediata, la red se ha poblado de opiniones al respecto, queriendo entender el proceso por el cual la compañía se ha hecho con un material tan preciado y con evidente repercusión mediática.
Evidentemente el secreto estará bien guardado, pero el Búho ha seguido muy despierto estos últimos meses acumulando todo lo que suena a PET verde, y puede hoy informaros que ese 70% necesario de ácido tereftálico proviene casi con seguridad del Hidroximetil furfural (HMF), un aldehído que puede extraerse con relativa facilidad de todo tipo de plantas ricas en lignina. A partir de ahí, la literatura reciente contiene varias vías para llegar hasta el ácido tereftálico. Puede verse, por ejemplo, este documento de Dow Chemical, aunque hay otras alternativas, como la de un Grupo de la Universidad de Delft en Holanda, a la que se refiere esta noticia. En cuanto al otro 30%, el asunto está mucho más claro desde hace tiempo, ya sea a través del etilenglicol obtenido en el proceso de obtención del biodiésel o utilizando el etileno obtenido a partir de caña de azúcar del que ya hablamos en setiembre de 2009.
Para finalizar, una aclaración necesaria. Transformar productos que nos da la naturaleza, como la caña de azúcar o los materiales lignocelulósicos de otras plantas, en las materias primas necesarias para llegar al PET "verde" de Pepsi, no es posible sin una serie de rutas sintéticas que han sido puestas a punto por los químicos. Así que ese PET no proviene del petróleo pero tiene las mismas virtudes y defectos (sobre todo para los detractores de lo sintético en general y de los plásticos en particular) que el PET que estamos usando hasta ahora. Lo digo porque, a veces, el marketing deforma tanto la realidad, que la gente no sabe lo que le están vendiendo.
En mi reciente entrada sobre Contador y el clembuterol establecía, como una de las patas en las que se sustenta la ola quimifóbica, la continua innovación que los químicos están realizando en el dominio de las técnicas instrumentales. Pero hay otras patas sin las cuales la mesa se quedaría un poco coja. Una de ellas se apoya en los propios fallos de la industria química, ya sea merced a su codicia, desidia o, en algunos casos, al desconocimiento real del riesgo que implicaba la puesta en el mercado de su "maravilloso" producto. Un buen ejemplo es el caso del agujero de ozono, generado por la emisión a la estratosfera de una familia de productos químicos que es, probablemente, la más inerte que haya podido parir la mente de un químico: los CFCs o clorofluorocarbonos.
A mi entender, otro “culpable” de la preocupación social sobre el impacto de la Química en nuestras vidas son los resultados de muchos estudios epidemiológicos, publicados en revistas científicas y recogidos, si la cosa promete, en los medios de comunicación y en internet. Aunque se trata de estudios de buena fe en la mayoría de los casos, algunos están basados en poblaciones humanas más o menos representativas, y tratan de establecer relaciones causa/efecto del tipo producto químico/cáncer. Estudios estadísticos de este tipo pueden ser complicados de interpretar en sistemas de tantas variables como los organismos vivos. En otros casos, indicios sobre la peligrosidad de un cierto producto, inducen estudios con animales de laboratorio que, en muchos casos, implican dosis elevadas del producto.
Por ejemplo, la pasada semana, Dave Bradley, en el Blog cuyo link figura a la derecha, criticaba, en la activa forma en la que él lo suele hacer, un estudio realizado sobre el aspartamo, un edulcorante artificial del que ya hablábamos en el verano de 2008 y sobre el que sigue cayendo la sospecha de todo tipo de males, dada su inclusión en muchas bebidas carbonatadas. Aunque, todo hay que decirlo, también es componente habitual en muchos medicamentos. Por ejemplo, para la muelita que me abandonó hace poco y de la que os hablaba en mi entrada anterior, el Dentista Jefe me recetó Espidifen 600 mg, como una forma de aliviar las posibles molestias de la extracción. Una simple lectura del sobrecito que lo contiene revela que, además de ibuprofeno, el preparado en cuestión contiene como excipiente aspartamo (E951) que, a pesar de su reconocido dulzor, no consigue enmascarar el horrible sabor del principio activo.
El citado estudio, que aparecerá en breve en la revista Food and Chemical Toxicology, establecía que una determinada dosis de aspartamo disuelto en agua, suministrada a sufridos ratones durante seis meses, causaba severos daños a su hígado. Claro que cuando uno leía la letra pequeña resultaba que al pobre bicho le suministraban entre 500 miligramos y un gramo de aspartamo diario por kilo de ratón. Dicho así puede que no os llame la atención, pero cuando uno hace los cálculos para un humano de peso normal (como un servidor, 74 ± 2, en los últimos treinta años) resulta que debiera beberme, durante seis meses, 400 latas diarias de bebidas carbonatadas. Con lo cual antes moriría de tsunami carbonatado que de cáncer de hígado.
Y debe quedar claro que los cálculos son correctos, porque Dave Bradley los ha contrastado con uno de los autores del artículo y éste se ha escudado en que esas sobredosis son habituales porque les sirven para entender "el mecanismo de la toxicidad del compuesto". Pues que lo aclaren en el trabajo, coñe, que si eso no es un asesinato de ratón, con premeditación y alevosía, que venga Dios y lo vea.
Al hilo de lo anterior, un colega me manda un link a una de esas páginas de marketing científico, habituales hoy en día en las Instituciones que tratan de hacer ingeniería financiera para recabar fondos públicos para sus no siempre eficaces investigaciones. En el marco de un Proyecto que lleva el nombre Epicuro (también forma parte de la ingeniería financiera buscar acrónimos impactantes), unos investigadores catalanes han llegado a relevantes (según ellos) conclusiones sobre el impacto de los trihalometanos (THMs) presentes en el agua potable sobre el organismo humano.
Los trihalometanos (THMs) son compuestos químicos volátiles que se generan durante el proceso de potabilización del agua, por reacción de la materia orgánica presente con el cloro utilizado para desinfectar. En esa reacción, se reemplazan tres de los cuatro átomos de hidrógeno del metano (CH4) por átomos de halógenos (flúor, cloro, bromo,...). Muchos trihalometanos son considerados peligrosos para la salud y el medio ambiente, e incluso carcinógenos, y, por ello, la normativa de la Comunidad Europea establece que no se deben superar los cien microgramos de trihalometanos por litro de agua para el consumo.
Pues bien, los esforzados miembros del proyecto Epicuro, que forma parte de un estudio nacional (no se si sólo catalán o algo más desparramado) sobre el cáncer de vejiga, han llegado a la impactante conclusión, tras arduos estudios, de que la gente con nivel socioeconómico medio-alto o mayores niveles de escolaridad, que beben agua embotellada en lugar de agua del grifo, también está expuesta a los THMs. De hecho, tras preguntar a 1.300 personas, los investigadores concluyeron que toda la población sufre alguna exposición a dichos compuestos, factores de riesgo del cáncer de vejiga, pues, al estar en el agua de grifo, pueden ser ingeridos o, alternativamente, absorbidos por la piel o inhalados en baños, duchas y/o piscinas públicas.
Y aunque las personas con un nivel socioeconómico más alto reducen su exposición a los THMs al beber agua embotellada, se duchan durante más tiempo, se bañan más frecuentemente y van más a las piscinas que las personas con un nivel socioeconómico bajo.
¡Toma conclusión!. Si ya lo decía el amigo Orges de lamargaritaseagita en un reciente comentario que dejó en este Blog, "acongojado" por las cosas que yo contaba sobre los estudios epidemiológicos relativos a la ingesta de alcohol: "Yo los datos epidemiológicos siempre los agarro con pinzas y con los guantes puestos". Tú si que sabes, colega...
Todos los que estamos en el rollo de la Química sabemos que el mercurio es una causa perdida, mal que nos pese a muchos de los que, desde niños, hemos sentido fascinación por el comportamiento peculiar de ese extraño líquido. Se acumulan las normativas, muchas de ellas ya en vigor, que implican su incontestable desaparición pero, como en el caso de los fumadores activos, la cosa tiene su doble vuelta y algunos, como este escribano, se resisten a que enterremos a este elemento como un apestado, sin reconocerle algunos de los innumerables servicios que ha venido prestando a la comunidad, como es el caso de la mercromina, de la que mis lectores ya saben que sigo siendo un fiel devoto, frente a betadines y otras alternativas.
El caso es que estos últimos tiempos ando de dentistas. Tras una prolongada trifulca con el Boss de la Clínica Dental que cuida mis piños, una de mis cuatro muelas de juicio ha caído en el fragor de la batalla. Durante años me he resistido a su extracción, pero la muy ladina empezó hace unos meses a moverse y ello ha dado al sacamuelas argumentos suficientes como para llevarme al huerto. Mi muelita se resistió a dejarme, a pesar de su aparente mala adhesión, pero las profesionales artes de una joven dentista del equipo, cuya sola presencia mitiga el trance, acabo definitivamente con ella.
Aprovechando que el Urumea es un río que pasa por las proximidades de la Clínica Dental, el Dentista Jefe decidió que, dada mi ya provecta edad, convenía un plan Renove del resto de mi piñada. Y en ese plan se incluía el levantamiento de un par de amalgamas de mercurio que llevan conmigo muchos años, obturando unas caries, sin causar el más mínimo problema. Plan al que no he podido negarme, este caso sin resistencia, tanto por razones de "renovación de materiales" como por el hecho estético de que se me ven al sonreir y salen en muchas fotos, que luego hay que andar retocando con el Photoshop. Así que este jueves, la primera de ellas ha sido sustituida por un relleno a base de un polímero, que ya veremos qué resultado da, que me conozco bien el percal y no todo es de color de rosa en los polímeros para dientes. Precisamente, por esa razón, hay muchos dentistas que siguen colocando amalgamas.
Pero he estado a punto de llamar a un notario para dejar constancia que eran sólo esas las razones que me empujaban de nuevo al sillón de los antiguos tormentos (hoy la santa Química y sus anestésicos lo han dejado en algo molesto pero no doloroso). Porque no quiero que se me confunda con esa corriente de amalgamofobia que parece irse extendiendo. En los últimos tiempos, he oído unas cuantas historias de personas que, por prescripción facultativa, se hacen extraer todas las amalgamas que lleven sobre la base de que les han vendido que son las causantes de múltiples males, que van desde cánceres de hígado y riñón a todo tipo de problemas alérgicos o dermatológicos.
En el fondo, se repite una historia que ya hizo furor en su día en los USA donde, en muchos casos, era constatable que se trataba de una forma con la que desaprensivos dentistas incrementaban sus nóminas. Si alguien está interesado en el devenir de esa historia, puede picar en este enlace a una de mis webs favoritas. Mi sensación es que allí el planteamiento de los antiamalgamas ha ido variando en los últimos años y ahora pueden encontrarse muchos sitios en internet en los que se llega a abogar en contra de las amalgamas porque los que las llevamos enviamos mercurio a la atmósfera en cada una de nuestras expiraciones. Algo que demuestra que no saben mucho de presiones de vapor y temas quimico-físicos relacionados.
Pero para terminar de darme el guión para una entrada, esta misma mañana, mi colega, el Prof. Leiza, hernaniarra al que todavía no han quitado el carnet (cosa que no pasa conmigo), me ha pasado un correo que demuestra cómo se puede tergiversar un tema. Sobre la base de un anuncio tenebroso como el que veis a la derecha (podeis picar sobre él para verlo en detalle,) el autor del email redacta despues un texto casi apocalíptico de lo que puede ocurrir si una bombilla de bajo consumo se rompe y el mercurio de su interior se escapa. Ya sabeis que estas bombillas son ahora inevitables, al haber cesado la producción de las incandescentes de toda la vida.
Pero no hay como ir a las fuentes para poder desenmascarar este tipo de mensajes alarmistas. Si uno navega en la página web del Department for Environment, Food and Rural Affairs inglés, al que se hace referencia en el mensaje, uno puede encontrar esta extensa página dedicada al asunto. Por si andais un poco perezosos para leerla o si sois de los que no andais sobrados en inglés y luego me echais la bronca por poner estos links en lenguajes "no cristianos", os diré que la página contesta a varias FAQs o preguntas habituales sobre el tema en el siguiente tono:
Las bombillas de bajo consumo no suponen un riesgo para la salud humana. Efectivamente contienen mercurio limitado a 5 mg por bombilla, aunque lo usual es que contengan entre 3 y 4 mg. Esa cantidad está calculada para que se vaya consumiendo durante el periodo de vida media de la bombilla. Incluso aunque se rompa, la pequeña cantidad que pudiera escaparse no puede causar daño alguno.
En realidad, durante su uso, estamos limitando la emisión de mercurio a la atmósfera puesto que, al ser bombillas muy eficientes, estamos limitando el consumo de energía y, por tanto, hacemos menos necesaria su producción en centrales que, como las térmicas, son una de las mayores fuentes (hasta el 31%) de emisión de mercurio a la atmósfera (no los pobres portadores de amalgamas, este comentario es mío).
Las bombillas de bajo consumo se rompen más dificilmente que las convencionales, haciendo menos probable que el mercurio salga de ese recipiente que lo contiene.
Y acaba dando consejos sobre cómo desahacerse de las bombillas que ya no funcionen o con las que se rompan. Que no coinciden estrictamente, ni en el tono ni en el contenido, con los consejos del tenebroso cartel de arriba. Que ya no es tan tenebroso, si uno se lee antes los comentarios que os he resumido.
Una amiga andaba estos días muy preocupada tras haber recibido un correo en el que se le advierte de los peligros de esa nueva forma de tomar café a base de cápsulas, un monopolio de Nestlé bajo la marca Nespresso. Y no porque pueda caer en los brazos del Clooney (que igual quisiera) sino porque, y cito textualmente parte del email: "El sistema para que salga el café exprés en ellas es someter a ese estuche de aluminio a una altísima presión (de hasta 50 bares), lo que produce que el café SALGA CON RESIDUOS DE ALUMINIO ALTAMENTE CONTAMINANTE, y que se esté cuestionando por las autoridades sanitarias su prohibición, al ser altamente cancerígeno". Mi opinión al respecto es muy tajante. Estamos ante un nuevo caso de hoax (bulo en inglés) electrónico, de los muchos que circulan por la red, con la variante de que este es relativamente reciente y vaya Ud. a saber si no hay detrás una guerra comercial en toda la regla.
Sobre el asunto del aluminio creo que ya lo tengo dicho todo en el Blog y no es cuestión de repetirse, incluso en tiempos de casi sequía productiva como ésta. Así que el que no haya estado al corriente de mis correrías, se puede poner al día con un par de links a otras entradas que ahora le voy a poner, en las que puede encontrar información sobre los pretendidos peligros del elemento químico en cuestión.
Todavía no hace medio año, escribía yo una entrada sobre el asunto del aluminio y el Alzheimer, donde quedaba claro, una vez más, lo difícil que es hacer desaparecer de la red una noticia con pretendidas resultas negativas para la salud humana, a pesar de que estudios científicos posteriores las hayan refutado. Es particularmente recalcable, dado que de infusiones hablamos, el asunto del té y sus altos contenidos de aluminio, que dificilmente podrá sobrepasar Nespresso por muchos bares de presión que apliquen a la cápsula. También relacionada con el aluminio está la entrada dedicada a los desodorantes, que se hacía eco de una campaña publicitaria de Sanex en la que, cuidadosamente, se evita mencionar la palabra aluminio en la propaganda de un desodorante "natural" a base de piedra de alumbre (que, como cualquier químico sabe, es un sulfato de potasio y... aluminio).
Así que si la prevención ante el sistema Nespresso es el cáncer, olvídese del problema. Es más, yo creo que el autor del email ha derivado del Alzheimer al cáncer sin más información que lo que él entienda por una y otra enfermedad. Otra cosa distinta es si mi lector es de los que se preocupan por lo de la sostenibilidad, y aplica la vara de medir al asunto de tomar café por esta sofisticada vía. Incidentalmente diré que, en el intento de conseguir franquicias sofisticadas sobre el cafelito en cuestión, y al menos en lo que al concesionario de Donosti se refiere, la cosa se les ha ido de la mano y la tienda es todo un compendio de empleados serviles y empalagosos.
La cosa de la sostenibilidad de las cápsulas tiene su aquel, porque según explicaba recientemente Clemente Alvarez en su blog EcoLab, la conocida empresa Ecoembes, gestora del Sistema Integrado de Gestión de residuos (SIG), no considera esas cápsulas como envases y, por tanto, no debieran depositarse en el contenedor amarillo. Así que no queda más que la bolsa de basura convencional (con incierto futuro sobre cómo acabarán las cápsulas), o llevarlas de vuelta a la tienda de la marca, haciendo así caso a su bien organizada campaña en torno a la sostenibilidad del proceso. Será verdad pero este Búho, mientras no se lo demuestren fehacientemente (igual que en otros casos ligados a la recogida de residuos y su reciclado), no se fía una pluma de lo que dicen. Pues buenos son los de Nestlé.