Dos semanas con el Blog desatendido. Unos cuantos de mis suscriptores me han recriminado tamaño abandono. Pero soy un fiel servidor del Estado y en los últimos 7 días he estado dedicado, de sol a sol, a una oposición a plazas del CSIC que además de no permitirme tiempo ni para mis más fisiológicas necesidades (anda que no soy fino ni nada), me han dejado, como siempre que participo en alguna, un cansancio físico y un desasosiego mental de los que espero recuperarme este fin de semana. Que es mucha la gente buena que anda a la búsqueda de una plaza y Papá Estado no es todo lo generoso que debiera con estas generaciones jóvenes que se dejan la piel, a lo largo y ancho del mundo, haciendo méritos. Pero bueno, c'est la vie y tengo que quitarme el regusto con una entradita para recuperar el pulso.
La familia de mi comadrona tiene desde hace años en Ollauri (un pequeño pueblo riojano) lo que en la zona llaman un calado. Aunque el término se puede también extender a las grandes bodegas, lo cierto es que en el lenguaje coloquial riojano un calado es una pequeña bodega de carácter familiar, en la que se producen y guardan pequeñas cantidades de vino para uso de sus miembros y allegados. También es el lugar en el que, con un fueguito y unos sarmientos, se organizan francachelas en torno a comidas, meriendas y cenas sazonadas con el vinillo que en ellas se guarda. De hecho, en muchas localidades riojanas, existen los llamados Barrios de Bodegas, característicos de la región. Entre los que yo frecuento está el de Rodezno, situado en un promontorio en las afueras de la localidad, donde sus gentes excavaron en su día en la tierra o en la roca (en esa zona hay mucha arenisca) buscando condiciones idóneas de temperatura y humedad para la crianza de los caldos. Las tuferas de ventilación de las bodegas, destinadas a evitar la acumulación del anhídrido carbónico producido durante la fermentación del mosto, dan al paisaje un perfil muy característico. En el caso de Ollauri, los calados están más integrados en el pueblo y el nuestro está a escasos veinte metros de la entrada a la primitiva Bodega Paternina, como él también excavada en la roca.
Aunque el Búho ha hecho como científico algunos pinitos teóricos, se siente más experimentalista que teórico y le encanta cacharrear con instrumentos de medida. Así que desde que mi suegro adquirió el calado, he ido realizando una serie de medidas rigurosas de temperatura y humedad en el interior del mismo. Por ejemplo, en lo que a la primera se refiere, llevo años acumulando temperaturas máximas y mínimas anuales y la reproducibilidad es impresionante. Con independencia de lo gélidos que sean los inviernos (y en Ollauri hace un frío que pela) o de lo tórridos que sean los veranos, nuestro calado ha oscilado a lo largo de estos años entre 9 y 13 grados centígrados. De la humedad prefiero no dar datos porque tenemos un problema de filtraciones que está haciendo que ese parámetro sea más aleatorio.
El caso es que mi reciente Decano, el Prof. Legorburu, que también me lee, me ha mandado hace poco una noticia publicada en la página web de madri+d en la que se hacen eco de un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid en el que, tomando datos de una serie de bodegas subterráneas en Soria, han desarrollado un modelo matemático para determinar el ciclo anual de temperatura del aire en su interior, aduciendo que el citado modelo puede ser de utilidad para el diseño de nuevas bodegas subterráneas pues permite estimar de antemano las temperaturas de una construcción concreta y seleccionar la ubicación y orientación adecuadas.
No quiero quitar mérito al modelo de mis colegas madrileños pero me parece que, al menos en la Rioja, la presunta utilidad es como querer matar moscas a cañonazos. En un medio tan pequeño como el riojano, la tradición popular de cada pueblo tiene, probablemente, más datos experimentales, como los que Paternina y yo tenemos de la zona de Ollauri, que los que puedan suministrar estas simulaciones. A veces pienso que en lo tocante a ciertos proyectos de investigación, a los científicos se nos va un poco la olla.
La familia de mi comadrona tiene desde hace años en Ollauri (un pequeño pueblo riojano) lo que en la zona llaman un calado. Aunque el término se puede también extender a las grandes bodegas, lo cierto es que en el lenguaje coloquial riojano un calado es una pequeña bodega de carácter familiar, en la que se producen y guardan pequeñas cantidades de vino para uso de sus miembros y allegados. También es el lugar en el que, con un fueguito y unos sarmientos, se organizan francachelas en torno a comidas, meriendas y cenas sazonadas con el vinillo que en ellas se guarda. De hecho, en muchas localidades riojanas, existen los llamados Barrios de Bodegas, característicos de la región. Entre los que yo frecuento está el de Rodezno, situado en un promontorio en las afueras de la localidad, donde sus gentes excavaron en su día en la tierra o en la roca (en esa zona hay mucha arenisca) buscando condiciones idóneas de temperatura y humedad para la crianza de los caldos. Las tuferas de ventilación de las bodegas, destinadas a evitar la acumulación del anhídrido carbónico producido durante la fermentación del mosto, dan al paisaje un perfil muy característico. En el caso de Ollauri, los calados están más integrados en el pueblo y el nuestro está a escasos veinte metros de la entrada a la primitiva Bodega Paternina, como él también excavada en la roca.
Aunque el Búho ha hecho como científico algunos pinitos teóricos, se siente más experimentalista que teórico y le encanta cacharrear con instrumentos de medida. Así que desde que mi suegro adquirió el calado, he ido realizando una serie de medidas rigurosas de temperatura y humedad en el interior del mismo. Por ejemplo, en lo que a la primera se refiere, llevo años acumulando temperaturas máximas y mínimas anuales y la reproducibilidad es impresionante. Con independencia de lo gélidos que sean los inviernos (y en Ollauri hace un frío que pela) o de lo tórridos que sean los veranos, nuestro calado ha oscilado a lo largo de estos años entre 9 y 13 grados centígrados. De la humedad prefiero no dar datos porque tenemos un problema de filtraciones que está haciendo que ese parámetro sea más aleatorio.
El caso es que mi reciente Decano, el Prof. Legorburu, que también me lee, me ha mandado hace poco una noticia publicada en la página web de madri+d en la que se hacen eco de un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid en el que, tomando datos de una serie de bodegas subterráneas en Soria, han desarrollado un modelo matemático para determinar el ciclo anual de temperatura del aire en su interior, aduciendo que el citado modelo puede ser de utilidad para el diseño de nuevas bodegas subterráneas pues permite estimar de antemano las temperaturas de una construcción concreta y seleccionar la ubicación y orientación adecuadas.
No quiero quitar mérito al modelo de mis colegas madrileños pero me parece que, al menos en la Rioja, la presunta utilidad es como querer matar moscas a cañonazos. En un medio tan pequeño como el riojano, la tradición popular de cada pueblo tiene, probablemente, más datos experimentales, como los que Paternina y yo tenemos de la zona de Ollauri, que los que puedan suministrar estas simulaciones. A veces pienso que en lo tocante a ciertos proyectos de investigación, a los científicos se nos va un poco la olla.
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