Puede que no todos, pero la mayoría de los suscriptores de este Blog habrán oído alguna vez la palabra Formica. Como en otros casos, se trata de un nombre comercial que se identifica, finalmente, con un tipo de producto concreto. En este caso, Formica se identifica con esos laminados o contrachapados que han sido habituales en muchas mesas y otro tipo de mobiliario. En mi Facultad todavía andan vagabundeando unas largas mesas de prensados de viruta recubiertos por unos clásicos laminados de Formica de color marrón. Provienen de nuestra vieja Facultad en Alza, donde se usaban como mesas de clase y se han mostrado resistentes al inmisericorde paso del tiempo, a todo tipo de rayados y bolígrafos e incluso a las quemaduras con cigarros porque, aunque se os haya olvidado, en aquellas épocas se fumaba en las clases.
Los laminados de formica tienen su origen en unos materiales poliméricos implantados desde los inicios del siglo XX: las resinas fenólicas. Obtenidas a partir de sustancias químicas tan simples como el fenol y el formaldehido, siguen teniendo un amplio acomodo en la fabricación de cosas como las zapatas de los frenos de los automóviles, los llamados machos de fundición donde se vierten las coladas de metales fundidos o en la fabricación de los laminados tipo formica en los que se usan para impregnar láminas de papel que se apilan hasta formar el laminado. La historia de la compañía Formica es otra amalgama de litigios judiciales por un lado y de empresarios tozudos por otro. Pero lo que aquí nos interesa es que, en un determinado momento, la compañía patentó una variante de las resinas fenólicas al sustituir el fenol por la melamina, un compuesto orgánico en cuyo contenido el nitrógeno participa en un 66% en masa. Las resinas resultantes se conocen como resinas de melamina (y ojo al nombre, que no es lo mismo este compuesto orgánico, la melamina, que la melanina de nuestra piel y nuestro pelo. Solo cambia una letra, lo que genera confusiones, pero son cosas radicalmente distintas). Estas resinas tenían unas propiedades bastante diferentes de las de fenol, fundamentalmente en lo que se refiere a las posibilidades de coloreado diverso y a su alta resistencia al fuego y temperaturas elevadas.
La melamina está estos días, desgraciadamente para los químicos, en muchos medios de comunicación. En un proceso que tuvo su origen en una oleada de muertes de gatos y otros animales domésticos en EEUU, la cosa ha revestido una mayor gravedad con la muerte de cuatro niños chinos y la intoxicación grave de varios miles, tras la ingestión de leche y otros derivados lácteos y alimentos.
El origen del problema demuestra, una vez más, que la codicia humana está en la mayor parte de estos desastres (no hay más que recordar en nuestros lares el asunto de la colza). Resulta que varios fabricantes chinos de alimentos para animales o de productos lácteos añadían melamina a esos productos como forma de "engañar" a los procedimientos analíticos habituales para determinar el contenido en proteínas de los alimentos que comercializan. Los grupos amina existentes en la melamina eran asi contabilizados como provenientes de proteínas, acabando por incrementar el contenido en las mismas en la información que se coloca en los envases. Pero al que no engañan es al cuerpo del ser vivo que los ingiere, en el que se producen graves alteraciones en el riñón que pueden llevar a la muerte.
Como no puede ser de otra manera, la reacción ha sido inmediata, no sólo eliminando los productos del mercando sino implantando nuevas normas en la determinación de contenido proteínico que eviten ese tipo de fraudes. Porque herramientas tenemos para ello, lo que ocurre es que nadie parece haber previsto que gentes sin escrúpulos pudieran hacer lo que han hecho. Y así, me consta por publicidad recibida, que en la reciente Expoquimia que cerró sus puertas este viernes, varias casas comerciales presentaron herramientas analíticas específicas para la determinación de melamina en cantidades infinitesimales.
Aunque habrá otros que lo verán de otra manera, mi percepción es que aunque la globalidad en la que vivimos tiene también sus riesgos de naturaleza química, disponemos, en muchos casos, de medios rápidos de respuesta con los que enfrentar estas amenazas. Y no soy un optimista visceral, más bien lo contrario. O al menos eso dice mi chica.
Los laminados de formica tienen su origen en unos materiales poliméricos implantados desde los inicios del siglo XX: las resinas fenólicas. Obtenidas a partir de sustancias químicas tan simples como el fenol y el formaldehido, siguen teniendo un amplio acomodo en la fabricación de cosas como las zapatas de los frenos de los automóviles, los llamados machos de fundición donde se vierten las coladas de metales fundidos o en la fabricación de los laminados tipo formica en los que se usan para impregnar láminas de papel que se apilan hasta formar el laminado. La historia de la compañía Formica es otra amalgama de litigios judiciales por un lado y de empresarios tozudos por otro. Pero lo que aquí nos interesa es que, en un determinado momento, la compañía patentó una variante de las resinas fenólicas al sustituir el fenol por la melamina, un compuesto orgánico en cuyo contenido el nitrógeno participa en un 66% en masa. Las resinas resultantes se conocen como resinas de melamina (y ojo al nombre, que no es lo mismo este compuesto orgánico, la melamina, que la melanina de nuestra piel y nuestro pelo. Solo cambia una letra, lo que genera confusiones, pero son cosas radicalmente distintas). Estas resinas tenían unas propiedades bastante diferentes de las de fenol, fundamentalmente en lo que se refiere a las posibilidades de coloreado diverso y a su alta resistencia al fuego y temperaturas elevadas.
La melamina está estos días, desgraciadamente para los químicos, en muchos medios de comunicación. En un proceso que tuvo su origen en una oleada de muertes de gatos y otros animales domésticos en EEUU, la cosa ha revestido una mayor gravedad con la muerte de cuatro niños chinos y la intoxicación grave de varios miles, tras la ingestión de leche y otros derivados lácteos y alimentos.
El origen del problema demuestra, una vez más, que la codicia humana está en la mayor parte de estos desastres (no hay más que recordar en nuestros lares el asunto de la colza). Resulta que varios fabricantes chinos de alimentos para animales o de productos lácteos añadían melamina a esos productos como forma de "engañar" a los procedimientos analíticos habituales para determinar el contenido en proteínas de los alimentos que comercializan. Los grupos amina existentes en la melamina eran asi contabilizados como provenientes de proteínas, acabando por incrementar el contenido en las mismas en la información que se coloca en los envases. Pero al que no engañan es al cuerpo del ser vivo que los ingiere, en el que se producen graves alteraciones en el riñón que pueden llevar a la muerte.
Como no puede ser de otra manera, la reacción ha sido inmediata, no sólo eliminando los productos del mercando sino implantando nuevas normas en la determinación de contenido proteínico que eviten ese tipo de fraudes. Porque herramientas tenemos para ello, lo que ocurre es que nadie parece haber previsto que gentes sin escrúpulos pudieran hacer lo que han hecho. Y así, me consta por publicidad recibida, que en la reciente Expoquimia que cerró sus puertas este viernes, varias casas comerciales presentaron herramientas analíticas específicas para la determinación de melamina en cantidades infinitesimales.
Aunque habrá otros que lo verán de otra manera, mi percepción es que aunque la globalidad en la que vivimos tiene también sus riesgos de naturaleza química, disponemos, en muchos casos, de medios rápidos de respuesta con los que enfrentar estas amenazas. Y no soy un optimista visceral, más bien lo contrario. O al menos eso dice mi chica.
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