Supongo que habrá otros profesionales que, en su campo, piensen lo mismo que voy a relataros, pero creo que hay pocas actividades tan incomprendidas por parte del público en general como las que realizamos los científicos, particularmente los científicos ligados al mundo académico. Llevo treinta años en esto e incluso en mi entorno más próximo tengo dificultades para explicar que aunque mis estudiantes en la Universidad hayan terminado su período lectivo, yo no estoy de vacaciones. La cara de incomprensión que generalmente detecto en mi interlocutor me indica que en el fondo está pensando: ¿y qué coño hará este tío si no tiene clases?.
Aunque la conversación siga y le explique que muchas de mis horas se dedican a planificar y seguir el curso de proyectos de investigación, financiados con una pasta gansa por Instituciones o Industrias, que para eso necesito gente joven, laboratorios, ideasy tiempo, al final, la sensación suele ser agridulce. Parece que lo han entendido pero, al menos yo, siempre me quedo con la idea de que, bajito y sin que les oiga, van mascullando algo parecido a sabios despistados, torres de marfil, sexo de los ángeles, etc.
Ese mismo desconocimiento se ha hecho también patente cuando a varios de mis amigos les han concedido algún premio. Como tengo Uno que colecciona premios como quien colecciona sellos, algún familiar próximo, entre ofendido e inquisidor, me ha solido preguntar con ocasión de la concesión de alguno de esos premios: Bueno, y a tí ¿cuándo te dan un premio?. La labor de explicarles que no doy la talla para ese tipo de recompensas es casi imposible. No acaban de comprender que los científicos se puedan clasificar como restaurantes en una Guia Michelín o como equipos de fútbol en una tabla clasificatoria. Así que como alguno de mis lectores puede estar en semejante situación, he decidido dedicar una entrada a mostrar cómo se evalúa la actividad científica, aprovechando el revuelo que ha organizado entre nosotros la reciente introducción de un baremo de calificación bastante objetivo y extraordinariamente sencillo de calcular.
Si uno quiere ser alguien en Ciencia, aunque sea en un ámbito reducido como el de la boina que nos tutela en este pequeño país, sus resultados científicos tienen que estar disponibles para toda la comunidad científica en forma de artículos publicados en revistas de difusión internacional. Ello permite que otros científicos puedan verificar la relevancia del trabajo y usarlo como punto de partida de sus propios avances. Sólo así, sobre las espaldas de los que nos han precedido, la ciencia puede ir avanzando de forma sostenida y fiable.
Antes de publicar en una revista seria, el trabajo remitido es sometido a la consideración de dos o mas científicos del mismo campo, que tienen que evaluar la relevancia o no de los resultados presentados. En realidad estamos ante un primer escalón de la evaluación de la actividad de un científico. Es algo parecido a las visitas que los inspectores de la Guía Michelin realizan a los restaurantes para concederles una o más estrellas en su Guía.
Si el artículo pasa ese filtro y se publica, otros científicos lo leen, lo comprueban, se basan en él y, a la hora de escribir sus propios artículos, lo citarán si realmente les ha resultado relevante en su trabajo. Es evidente, por tanto, que un artículo que incluya una investigación que amplíe de forma importante el conocimiento de un campo, o revele una fuente de potenciales aplicaciones prácticas, será tomado en consideración y posteriormente citado en muchos artículos. Por el contrario, habrá otros artículos que pasen sin pena ni gloria por las mesas y los ojos de otros investigadores, perdiéndose en el olvido sempiterno de las bibliotecas reales o virtuales. Esa abundancia o parquedad de citas es el segundo y más importante nivel de evaluación, algo así como el nivel de aceptación por parte de un público variopinto de los restaurantes mencionados en la Guía Michelín.
Pero el número de publicaciones que ven la luz anualmente en cada campo es inmenso y no era fácil, hasta hace poco, disponer de herramientas rápidas y eficaces para evaluar ese nivel de aceptación. Durante muchos años, la forma de evaluar se basaba en el propio Curriculum Vitae que el propio investigador suministraba al organismo evaluador. Con él en la mano, se contaban el número de artículos publicados, se referenciaban al número de autores, se tenía en cuenta si la revista era más o menos importante. Es decir, muchas variables, sujetas algunas a la subjetividad del evaluador. Y, sobre todo, una tarea extraordinariamente farrogosa para el mismo.
Hoy en día, sin embargo, la informática, con sus potentes motores de búsqueda y sus herramientas de análisis, hace que sea posible con ayuda de un ordenador y una conexión a internet, conocer la estadística de un determinado científico en términos del número de trabajos publicados y el número de citas que ese trabajo ha generado en otros artículos.
Esa mayor fiabilidad de las herramientas hizo que, recientemente (2005), J.E. Hirsch, un físico de la Universidad de California, propusiera un modo de evaluación de un científico que ha cautivado a mucha gente por su extraordinaria facilidad. Basta con entrar (no lo puede hacer cualquiera, pero desde las intranets de las Universidades españolas y otras Instituciones si es posible) en bases de datos como la ISI Web of Knowledge, introducir el nombre del investigador y pedir a esa base datos que ordene los artículos que ha publicado de mayor a menor número de citas. Iremos bajando en la lista hasta que el número de citas de un artículo sea inferior al puesto que ese artículo ocupa en la clasificación. Ese es el valor del indice h de Hirsch. Evidentemente tiene en cuenta tanto el número de artículos como el número de citas y permite en pocos minutos evaluar de forma bastante objetiva el nivel alcanzado por un científico. Aunque hay científicos muy relevantes con valores de h en torno a 100, el propio Hirsch evalúa en su artículo el valor medio de h de los Premios Nobel de Física de los últimos veinte años, obteniendo un valor de h = 41 (±15).
En mi Facultad tenemos el honor de contar con cuatro Premios Euskadi de Investigación (con tres me bato el cobre al golf, el cuarto golfea con neutrones). Una búsqueda rápida en la web arriba mencionada me proporciona un valor medio para ellos de h = 30 (±10). El que esto os escribe se queda en 19. Así que no estoy lejos de la gama baja de ese promedio, pero muy lejos de la media. Y ya no tengo edad para generar grandes expectativas futuras.
Aunque la conversación siga y le explique que muchas de mis horas se dedican a planificar y seguir el curso de proyectos de investigación, financiados con una pasta gansa por Instituciones o Industrias, que para eso necesito gente joven, laboratorios, ideasy tiempo, al final, la sensación suele ser agridulce. Parece que lo han entendido pero, al menos yo, siempre me quedo con la idea de que, bajito y sin que les oiga, van mascullando algo parecido a sabios despistados, torres de marfil, sexo de los ángeles, etc.
Ese mismo desconocimiento se ha hecho también patente cuando a varios de mis amigos les han concedido algún premio. Como tengo Uno que colecciona premios como quien colecciona sellos, algún familiar próximo, entre ofendido e inquisidor, me ha solido preguntar con ocasión de la concesión de alguno de esos premios: Bueno, y a tí ¿cuándo te dan un premio?. La labor de explicarles que no doy la talla para ese tipo de recompensas es casi imposible. No acaban de comprender que los científicos se puedan clasificar como restaurantes en una Guia Michelín o como equipos de fútbol en una tabla clasificatoria. Así que como alguno de mis lectores puede estar en semejante situación, he decidido dedicar una entrada a mostrar cómo se evalúa la actividad científica, aprovechando el revuelo que ha organizado entre nosotros la reciente introducción de un baremo de calificación bastante objetivo y extraordinariamente sencillo de calcular.
Si uno quiere ser alguien en Ciencia, aunque sea en un ámbito reducido como el de la boina que nos tutela en este pequeño país, sus resultados científicos tienen que estar disponibles para toda la comunidad científica en forma de artículos publicados en revistas de difusión internacional. Ello permite que otros científicos puedan verificar la relevancia del trabajo y usarlo como punto de partida de sus propios avances. Sólo así, sobre las espaldas de los que nos han precedido, la ciencia puede ir avanzando de forma sostenida y fiable.
Antes de publicar en una revista seria, el trabajo remitido es sometido a la consideración de dos o mas científicos del mismo campo, que tienen que evaluar la relevancia o no de los resultados presentados. En realidad estamos ante un primer escalón de la evaluación de la actividad de un científico. Es algo parecido a las visitas que los inspectores de la Guía Michelin realizan a los restaurantes para concederles una o más estrellas en su Guía.
Si el artículo pasa ese filtro y se publica, otros científicos lo leen, lo comprueban, se basan en él y, a la hora de escribir sus propios artículos, lo citarán si realmente les ha resultado relevante en su trabajo. Es evidente, por tanto, que un artículo que incluya una investigación que amplíe de forma importante el conocimiento de un campo, o revele una fuente de potenciales aplicaciones prácticas, será tomado en consideración y posteriormente citado en muchos artículos. Por el contrario, habrá otros artículos que pasen sin pena ni gloria por las mesas y los ojos de otros investigadores, perdiéndose en el olvido sempiterno de las bibliotecas reales o virtuales. Esa abundancia o parquedad de citas es el segundo y más importante nivel de evaluación, algo así como el nivel de aceptación por parte de un público variopinto de los restaurantes mencionados en la Guía Michelín.
Pero el número de publicaciones que ven la luz anualmente en cada campo es inmenso y no era fácil, hasta hace poco, disponer de herramientas rápidas y eficaces para evaluar ese nivel de aceptación. Durante muchos años, la forma de evaluar se basaba en el propio Curriculum Vitae que el propio investigador suministraba al organismo evaluador. Con él en la mano, se contaban el número de artículos publicados, se referenciaban al número de autores, se tenía en cuenta si la revista era más o menos importante. Es decir, muchas variables, sujetas algunas a la subjetividad del evaluador. Y, sobre todo, una tarea extraordinariamente farrogosa para el mismo.
Hoy en día, sin embargo, la informática, con sus potentes motores de búsqueda y sus herramientas de análisis, hace que sea posible con ayuda de un ordenador y una conexión a internet, conocer la estadística de un determinado científico en términos del número de trabajos publicados y el número de citas que ese trabajo ha generado en otros artículos.
Esa mayor fiabilidad de las herramientas hizo que, recientemente (2005), J.E. Hirsch, un físico de la Universidad de California, propusiera un modo de evaluación de un científico que ha cautivado a mucha gente por su extraordinaria facilidad. Basta con entrar (no lo puede hacer cualquiera, pero desde las intranets de las Universidades españolas y otras Instituciones si es posible) en bases de datos como la ISI Web of Knowledge, introducir el nombre del investigador y pedir a esa base datos que ordene los artículos que ha publicado de mayor a menor número de citas. Iremos bajando en la lista hasta que el número de citas de un artículo sea inferior al puesto que ese artículo ocupa en la clasificación. Ese es el valor del indice h de Hirsch. Evidentemente tiene en cuenta tanto el número de artículos como el número de citas y permite en pocos minutos evaluar de forma bastante objetiva el nivel alcanzado por un científico. Aunque hay científicos muy relevantes con valores de h en torno a 100, el propio Hirsch evalúa en su artículo el valor medio de h de los Premios Nobel de Física de los últimos veinte años, obteniendo un valor de h = 41 (±15).
En mi Facultad tenemos el honor de contar con cuatro Premios Euskadi de Investigación (con tres me bato el cobre al golf, el cuarto golfea con neutrones). Una búsqueda rápida en la web arriba mencionada me proporciona un valor medio para ellos de h = 30 (±10). El que esto os escribe se queda en 19. Así que no estoy lejos de la gama baja de ese promedio, pero muy lejos de la media. Y ya no tengo edad para generar grandes expectativas futuras.
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