Vaya por delante que el que esto os presenta es un químico y un químico convencido del papel de la Química en la eliminación del hambre, la enfermedad y la pobreza en aquellos países que han tenido una industria química bien asentada. Sin embargo, en estadísticas de esos países desarrollados, es normal encontrar a la Química en general, y a la industria química en particular, en los últimos puestos del ranking en lo que a confianza de los ciudadanos se refiere, a niveles similares de la confianza que inspiran, pongamos por caso, los políticos del pais.
De alguna forma, la industria química se ha ganado parte de esa desconfianza por los problemas de contaminación que ha creado y por su incapacidad para comunicar con la sociedad. Sin embargo, hay que decir que, en lo que a contaminación se refiere, otras industrias, como la siderometalúrgica o la minería, han causado contaminaciones mucho más severas que la industria química. Y qué decir del tráfico rodado… Pero esos problemas reales (que hay que resolver) no nos deben impedir ser conscientes de que una parte de nuestra confortable vida actual descansa en los logros de la Química.
Hay muchas contribuciones importantes de la Química al desarrollo de la humanidad. La mayor parte de ellas se han producido a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. A la hora de elegir un proceso representativo, situado en los albores de la industria química, quizás uno de los más importantes es el el proceso Haber-Bosch de la síntesis del amoníaco. Su importancia radica en que a pesar de que el nitrógeno está omnipresente en la atmósfera, los seres vivos (que lo necesitan para producir aminoácidos o proteínas) no son capaces de fijarlo en su organismo y sólo lo inspiran y expiran durante el proceso respiratorio. Sin embargo, la molécula generada en el proceso Haber-Bosch, el amoniaco, puede dar lugar a fertilizantes que ayudan a las plantas a fijar el nitrógeno en forma de otras sustancias que, al ser ingeridas por otros seres vivos, pasan a su cadena metabólica. Otros usos no despreciables del amoníaco incluyen la fabricación de explosivos o de determinados polímeros (poliamidas, poliuretanos, poliimidas, etc.).
Quizás sean las Ciencias de la Salud las que más beneficiadas han resultado de la interacción con la Química. Partiendo de sustancias como la aspirina o la Vitamina C, sustancias que de una u otra forma han surgido en el ámbito de la propia naturaleza, pero que posteriormente han sido sintetizadas en el laboratorio, la Química ha construido un edificio capaz de enfrentarse a los graves problemas de salud que la Humanidad ha tenido que encarar. Y así, se han generado por síntesis química multitud de moléculas nuevas en forma de antibióticos, vacunas, otros tipos de vitaminas, antidepresivos, potentes anestésicos, anticonceptivos y una extensa gama más de genéricos. No se debe olvidar tampoco el papel de la Quimioterapia, que se ha revelado como un método eficaz y cada vez más depurado, en cuanto a efectos secundarios, para el tratamiento de diversos tipos de cánceres. Quizás uno de los resultados más espectaculares sea la evolución de los cánceres infantiles antes y despues de la introducción de los revolucionarios tratamientos de quimioterapia iniciados a partir de los años sesenta.
En definitiva, todas estas estrategias farmacológicas se han implantado en nuestra sociedad y, hoy en día, sus repercusiones en nuestra modo de vida son enormes. Basta con comparar las sociedades occidentales con aquellas que no disponen de posibilidades para acceder a estos fármacos para darse cuenta de cómo sería la vida sin ellos.
Por otro lado, usando como materia prima productos derivados del petróleo, la Química ha producido a partir de los años 30 del siglo pasado toda una gran variedad de nuevos materiales que llamamos polímeros o plásticos, que han revolucionado muchos de nuestros modos de vida y que han crecido a un ritmo espectacular. Aunque se pudiera argumentar que, en tanto que derivados del petróleo, su producción pudiera resultar afectada en el futuro por el agotamiento de éste, es conveniente explicar que sólo el 4% del petróleo manipulado en refinerías va hacia líneas de síntesis de medicinas, polímeros, etc., mientras que el 80% simplemente se quema como materia prima para la producción de energía en sus diversas formas.
Pero no todo es de color de rosa en el mundo relacionado con la Química. La Química ha causado problemas y se la identifica con residuos, contaminación atmosférica, etc. Sin embargo, frente al énfasis que se pone en ese tipo de problemas, pocas veces se ha resaltado debidamente la manifiesta capacidad de la Química en la resolución de los propios problemas que ha ido creando. Problemas que, en muchos casos, han nacido de un desconocimiento de lo que pueda derivarse de la introducción de algunos procesos.
Es evidente, por tanto, que todo proceso o producto nuevo tiene un riesgo. Pero sin la asunción de algún riesgo, ningún avance es posible. Y no deja de ser curioso que mientras que asumimos de forma casi automática riesgos que, como el uso del automóvil o el fumar, tienen muchas probabilidades de causarnos lesiones graves o la muerte a lo largo de nuestra vida, asumamos mucho peor el empleo de sustancias que, siendo potencialmente peligrosas, hay mucha menor probabilidad de que puedan causarnos problemas graves (el empleo de plásticos es bastante ilustrativo a ese respecto).
En línea con lo manifestado en el párrafo anterior, hay muchos ejemplos en los que el desarrollo de nuevos procesos o productos sintéticos ha dado lugar lugar a problemas ambientales graves que no se preveían cuando se descubrieron. El ejemplo de la capa de ozono es relevante por su gravedad, pero también por la rapidez con la que se obtuvieron las bases para iniciar la resolución del problema. Otro ejemplo del riesgo en el avance, contaminado en este caso por errores humanos graves, y sobre el que volveré en los próximos días en este Blog es el de la talidomida. Este medicamento fue introducido en los años 50 por una pequeña industria farmaceútica alemana como alternativa a tranquilizantes que se habían introducido entonces en el mercado (Valium, Veronal). Pronto se pudo comprobar que su administración a embarazadas causaba malformaciones a los fetos. Aproximadamente 8.000 niños nacieron vivos con deformaciones severas y en otros muchos casos el embarazo no llegó a su final.
En resumen, desde principios del siglo XX los químicos fueron capaces de sintetizar compuestos nuevos que supusieron avances con importantes repercusiones en el nivel de vida de la población, pero con el paso de los años se descubrió que producían un efecto secundario en el medio ambiente. De nuevo los químicos fueron los que explicaron el problema y plantearon alternativas respetuosas con el ambiente que nos permitieran no renunciar a los avances y mejoras en la calidad de vida que nos habían proporcionado, por ejemplo, sustancias como los CFCs, causantes del problema de la capa de ozono.
Deliberadamente, en los párrafos dedicados a los fármacos, hemos introducido una discusión que enfrenta una serie de ellos que tienen que ver con sustancias que se producen en la naturaleza con muchas más sustancias de carácter farmacológico que son sustancias nuevas, producidas por el hombre en el laboratorio. La fotografía que ilustra esta página corresponde a la planta (Digitalis lanata) de la que se extrae la digoxina, el fármaco por excelencia para muchos enfermos cardíacos desde finales del siglo XVIII. Es uno de los pocos casos en el que el principio activo se sigue extrayendo de la planta y no se ha sintetizado en el laboratorio. Estos y otros ejemplos evidencian lo sutil de la línea que separa lo que a nivel de calle se conocen como productos naturales de los denominados sintéticos. Asociar algunos productos con el concepto natural (o bueno) y otros con el de sintético ( o químico, malo) es una falacia que ha calado en la sociedad en gran parte debido a medios de comunicación. Muchos productos que los químicos sintetizan o usan como reactivos en el laboratorio o la industria son moléculas que están en nuestro organismo, en los alimentos, en las plantas, etc.
La tolerancia de las sociedades occidentales con las bebidas alcohólicas es un buen ejemplo de la inconsistencia de la disputa natural/artificial. Todas las bebidas alcohólicas contienen etanol y, muchas de ellas, como la sidra, metanol. Ambas son sustancias químicas bien conocidas (y peligrosas en dosis no muy lejanas de las que se pueden ingerir en ciertas situaciones descontroladas). Por ejemplo, muchas sidras contienen cerca del ml. por litro de metanol y la dosis mínima letal se considera que es de 30 ml de metanol puro, aunque en la bibliografía se barajan cifras muy dispares en relación con la dosis tóxica (que produce ceguera) y/o mortal. Y las consecuencias del etanol sobre el hígado (cirrosis hepática) son de dominio público. Sin embargo, basta ver lo que se repite en la publicidad de vino o sidra el término “natural” por derivarse de productos de la naturaleza como las uvas o las manzanas. Pero ambas dan lugar, tras el procesos de fermentación, a los alcoholes mencionados, los mismos que en el laboratorio almacenamos en botellas cuyas etiquetas ponen metanol o etanol.
Otro aspecto relevante a tener en cuenta en esta discusión es la aparente contaminación de casi todo lo que usamos, comemos,… Sustancias peligrosas aparecen en análisis realizados en alimentos y otros bienes, causando una evidente alarma social. A lo largo del siglo XX, las compañías relacionadas con el sector analítico han puesto en el mercado instrumentos muy poderosos que permiten detectar sustancias en cantidades próximas a una parte por trillon (1ppt) que, en una escala de tiempos, es similar a un segundo en 30.000 años. Aparatos estandarizados miden partes por billón (ppb, como un segundo con respecto a 30 años) y técnicas analíticas hoy muy económicas pueden medir sin dificultad partes por millón (ppm).
Con esas herramientas en la mano, cantidades infinitesimales de cualquier contaminante puede detectarse de forma fiable en agua, leche u otros alimentos. La pregunta clave que debiéramos hacernos es:¿la posibilidad de esas detecciones es para asustarse o para confiarse?. Durante siglos, nadie ha tenido los métodos analíticos que ahora tenemos ni el control con ellos de las sustancias que ingerimos. ¿Estaban nuestros antepasados en una situación mejor que la nuestra en lo que a calidad de vida se refiere?. Para un químico la respuesta no tiene duda.
En definitiva, la Química ha supuesto una pieza clave en el tipo de vida que hoy llevamos, en nuestra salud, en nuestra movilidad y pocos estamos dispuestos, en el fondo, a renunciar a esas conquistas. Y, lo que es más importante, sin la Química es difícil que podamos seguir avanzando en cuestiones como la terapia génica, las nuevas fuentes de energía o los nuevos materiales y procesos ligados a la nanotecnología que, probablemente, supondrán un cambio radical en nuestra forma de vida.
De alguna forma, la industria química se ha ganado parte de esa desconfianza por los problemas de contaminación que ha creado y por su incapacidad para comunicar con la sociedad. Sin embargo, hay que decir que, en lo que a contaminación se refiere, otras industrias, como la siderometalúrgica o la minería, han causado contaminaciones mucho más severas que la industria química. Y qué decir del tráfico rodado… Pero esos problemas reales (que hay que resolver) no nos deben impedir ser conscientes de que una parte de nuestra confortable vida actual descansa en los logros de la Química.
Hay muchas contribuciones importantes de la Química al desarrollo de la humanidad. La mayor parte de ellas se han producido a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. A la hora de elegir un proceso representativo, situado en los albores de la industria química, quizás uno de los más importantes es el el proceso Haber-Bosch de la síntesis del amoníaco. Su importancia radica en que a pesar de que el nitrógeno está omnipresente en la atmósfera, los seres vivos (que lo necesitan para producir aminoácidos o proteínas) no son capaces de fijarlo en su organismo y sólo lo inspiran y expiran durante el proceso respiratorio. Sin embargo, la molécula generada en el proceso Haber-Bosch, el amoniaco, puede dar lugar a fertilizantes que ayudan a las plantas a fijar el nitrógeno en forma de otras sustancias que, al ser ingeridas por otros seres vivos, pasan a su cadena metabólica. Otros usos no despreciables del amoníaco incluyen la fabricación de explosivos o de determinados polímeros (poliamidas, poliuretanos, poliimidas, etc.).
Quizás sean las Ciencias de la Salud las que más beneficiadas han resultado de la interacción con la Química. Partiendo de sustancias como la aspirina o la Vitamina C, sustancias que de una u otra forma han surgido en el ámbito de la propia naturaleza, pero que posteriormente han sido sintetizadas en el laboratorio, la Química ha construido un edificio capaz de enfrentarse a los graves problemas de salud que la Humanidad ha tenido que encarar. Y así, se han generado por síntesis química multitud de moléculas nuevas en forma de antibióticos, vacunas, otros tipos de vitaminas, antidepresivos, potentes anestésicos, anticonceptivos y una extensa gama más de genéricos. No se debe olvidar tampoco el papel de la Quimioterapia, que se ha revelado como un método eficaz y cada vez más depurado, en cuanto a efectos secundarios, para el tratamiento de diversos tipos de cánceres. Quizás uno de los resultados más espectaculares sea la evolución de los cánceres infantiles antes y despues de la introducción de los revolucionarios tratamientos de quimioterapia iniciados a partir de los años sesenta.
En definitiva, todas estas estrategias farmacológicas se han implantado en nuestra sociedad y, hoy en día, sus repercusiones en nuestra modo de vida son enormes. Basta con comparar las sociedades occidentales con aquellas que no disponen de posibilidades para acceder a estos fármacos para darse cuenta de cómo sería la vida sin ellos.
Por otro lado, usando como materia prima productos derivados del petróleo, la Química ha producido a partir de los años 30 del siglo pasado toda una gran variedad de nuevos materiales que llamamos polímeros o plásticos, que han revolucionado muchos de nuestros modos de vida y que han crecido a un ritmo espectacular. Aunque se pudiera argumentar que, en tanto que derivados del petróleo, su producción pudiera resultar afectada en el futuro por el agotamiento de éste, es conveniente explicar que sólo el 4% del petróleo manipulado en refinerías va hacia líneas de síntesis de medicinas, polímeros, etc., mientras que el 80% simplemente se quema como materia prima para la producción de energía en sus diversas formas.
Pero no todo es de color de rosa en el mundo relacionado con la Química. La Química ha causado problemas y se la identifica con residuos, contaminación atmosférica, etc. Sin embargo, frente al énfasis que se pone en ese tipo de problemas, pocas veces se ha resaltado debidamente la manifiesta capacidad de la Química en la resolución de los propios problemas que ha ido creando. Problemas que, en muchos casos, han nacido de un desconocimiento de lo que pueda derivarse de la introducción de algunos procesos.
Es evidente, por tanto, que todo proceso o producto nuevo tiene un riesgo. Pero sin la asunción de algún riesgo, ningún avance es posible. Y no deja de ser curioso que mientras que asumimos de forma casi automática riesgos que, como el uso del automóvil o el fumar, tienen muchas probabilidades de causarnos lesiones graves o la muerte a lo largo de nuestra vida, asumamos mucho peor el empleo de sustancias que, siendo potencialmente peligrosas, hay mucha menor probabilidad de que puedan causarnos problemas graves (el empleo de plásticos es bastante ilustrativo a ese respecto).
En línea con lo manifestado en el párrafo anterior, hay muchos ejemplos en los que el desarrollo de nuevos procesos o productos sintéticos ha dado lugar lugar a problemas ambientales graves que no se preveían cuando se descubrieron. El ejemplo de la capa de ozono es relevante por su gravedad, pero también por la rapidez con la que se obtuvieron las bases para iniciar la resolución del problema. Otro ejemplo del riesgo en el avance, contaminado en este caso por errores humanos graves, y sobre el que volveré en los próximos días en este Blog es el de la talidomida. Este medicamento fue introducido en los años 50 por una pequeña industria farmaceútica alemana como alternativa a tranquilizantes que se habían introducido entonces en el mercado (Valium, Veronal). Pronto se pudo comprobar que su administración a embarazadas causaba malformaciones a los fetos. Aproximadamente 8.000 niños nacieron vivos con deformaciones severas y en otros muchos casos el embarazo no llegó a su final.
En resumen, desde principios del siglo XX los químicos fueron capaces de sintetizar compuestos nuevos que supusieron avances con importantes repercusiones en el nivel de vida de la población, pero con el paso de los años se descubrió que producían un efecto secundario en el medio ambiente. De nuevo los químicos fueron los que explicaron el problema y plantearon alternativas respetuosas con el ambiente que nos permitieran no renunciar a los avances y mejoras en la calidad de vida que nos habían proporcionado, por ejemplo, sustancias como los CFCs, causantes del problema de la capa de ozono.
Deliberadamente, en los párrafos dedicados a los fármacos, hemos introducido una discusión que enfrenta una serie de ellos que tienen que ver con sustancias que se producen en la naturaleza con muchas más sustancias de carácter farmacológico que son sustancias nuevas, producidas por el hombre en el laboratorio. La fotografía que ilustra esta página corresponde a la planta (Digitalis lanata) de la que se extrae la digoxina, el fármaco por excelencia para muchos enfermos cardíacos desde finales del siglo XVIII. Es uno de los pocos casos en el que el principio activo se sigue extrayendo de la planta y no se ha sintetizado en el laboratorio. Estos y otros ejemplos evidencian lo sutil de la línea que separa lo que a nivel de calle se conocen como productos naturales de los denominados sintéticos. Asociar algunos productos con el concepto natural (o bueno) y otros con el de sintético ( o químico, malo) es una falacia que ha calado en la sociedad en gran parte debido a medios de comunicación. Muchos productos que los químicos sintetizan o usan como reactivos en el laboratorio o la industria son moléculas que están en nuestro organismo, en los alimentos, en las plantas, etc.
La tolerancia de las sociedades occidentales con las bebidas alcohólicas es un buen ejemplo de la inconsistencia de la disputa natural/artificial. Todas las bebidas alcohólicas contienen etanol y, muchas de ellas, como la sidra, metanol. Ambas son sustancias químicas bien conocidas (y peligrosas en dosis no muy lejanas de las que se pueden ingerir en ciertas situaciones descontroladas). Por ejemplo, muchas sidras contienen cerca del ml. por litro de metanol y la dosis mínima letal se considera que es de 30 ml de metanol puro, aunque en la bibliografía se barajan cifras muy dispares en relación con la dosis tóxica (que produce ceguera) y/o mortal. Y las consecuencias del etanol sobre el hígado (cirrosis hepática) son de dominio público. Sin embargo, basta ver lo que se repite en la publicidad de vino o sidra el término “natural” por derivarse de productos de la naturaleza como las uvas o las manzanas. Pero ambas dan lugar, tras el procesos de fermentación, a los alcoholes mencionados, los mismos que en el laboratorio almacenamos en botellas cuyas etiquetas ponen metanol o etanol.
Otro aspecto relevante a tener en cuenta en esta discusión es la aparente contaminación de casi todo lo que usamos, comemos,… Sustancias peligrosas aparecen en análisis realizados en alimentos y otros bienes, causando una evidente alarma social. A lo largo del siglo XX, las compañías relacionadas con el sector analítico han puesto en el mercado instrumentos muy poderosos que permiten detectar sustancias en cantidades próximas a una parte por trillon (1ppt) que, en una escala de tiempos, es similar a un segundo en 30.000 años. Aparatos estandarizados miden partes por billón (ppb, como un segundo con respecto a 30 años) y técnicas analíticas hoy muy económicas pueden medir sin dificultad partes por millón (ppm).
Con esas herramientas en la mano, cantidades infinitesimales de cualquier contaminante puede detectarse de forma fiable en agua, leche u otros alimentos. La pregunta clave que debiéramos hacernos es:¿la posibilidad de esas detecciones es para asustarse o para confiarse?. Durante siglos, nadie ha tenido los métodos analíticos que ahora tenemos ni el control con ellos de las sustancias que ingerimos. ¿Estaban nuestros antepasados en una situación mejor que la nuestra en lo que a calidad de vida se refiere?. Para un químico la respuesta no tiene duda.
En definitiva, la Química ha supuesto una pieza clave en el tipo de vida que hoy llevamos, en nuestra salud, en nuestra movilidad y pocos estamos dispuestos, en el fondo, a renunciar a esas conquistas. Y, lo que es más importante, sin la Química es difícil que podamos seguir avanzando en cuestiones como la terapia génica, las nuevas fuentes de energía o los nuevos materiales y procesos ligados a la nanotecnología que, probablemente, supondrán un cambio radical en nuestra forma de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario