Uno de los ejemplos emblemáticos (al menos en mi opinión) de hasta donde puede llegar la falta de criterios consistentes en lo que a ciencia se refiere, es la pujanza de la homeopatía como “medicina alternativa”. Los principios de la homeopatía se basan en la obra publicada por Samuel Hahnemann en 1810 bajo el titulo Organon der Rationellen Heilkunde, principios que se han mantenido inmutables hasta la actualidad (compárese esa inmutabilidad con lo ocurrido en la medicina convencional).
Hahnemann pasó gran parte de su vida probando sustancias naturales para ver qué síntomas producían, bajo la hipótesis de que podían curar enfermedades que tenían esos mismos síntomas. Obviamente muchas sustancias naturales pueden ser extremadamente tóxicas (él lo experimentó con la quinina). Preocupado por los efectos secundarios experimentó con la dilución, encontrando, como es obvio para cualquier persona sensata, que al aumentar la dilución disminuían o incluso desaparecían dichos efectos secundarios. Y lo que es más asombroso, llegó a la conclusión de que cuanto mayor era la dilución más parecían beneficiarse sus pacientes. Ello es lo que se conoce como la ley de los infinitesimales de Hahnemann: “cuanto menos mejor”.
Philipp Theophrast von Hohenheim, para los amigos Paracelso, un personaje pintoresco y genial que revolucionó la clásica Universidad de Bolonia en el siglo XVI, fue mucho más clarividente que Hahnemenn con tres siglos de anticipación. Dosis sola facit venenum - sólo la dosis hace veneno - era su máxima y con ese criterio usaba algunos venenos como fármacos, pero no llegó a los extremos fundamentalistas del homeópata que, lo que es peor, han perpetuado sus seguidores cual religión. Y esa máxima de Paracelso se vuelve de rabiosa actualidad cuando el hecho de que nuestras técnicas analíticas detecten cantidades infinitesimales (ppm, ppb) de cualquier sustancia (natural o sintética) parecen convertirlas, en muchos casos, en letales para nuestro organismo. Pero volvamos a la homeopatía.
Todos los medicamentos homeopáticos llevan una etiqueta que indica el número de diluciones que se han efectuado con la llamada cepa homeopática o “materia prima” de las preparaciones. Algunos preparados homeopáticos llegan a diluciones que, en su jerga, se denominan 30 CH, obtenidos a partir de auténticos venenos para el organismo humano como el arsénico, venenos de serpientes o la belladona. Eso quiere decir que la cepa homeopática, que suele tener una concentración inferior a 1 M (molar), se ha diluido treinta veces sobre la base de un procedimiento que consiste en coger una parte de la cepa, diluirla en 99 partes del diluyente (generalmente agua), coger una parte de esa nueva concentración y diluirla en 99 partes de diluyente y, así sucesivamente, hasta treinta.
Cualquier estudiante de Bachillerato que no sea un piernas calculando concentraciones de disoluciones acuosas puede llegar a concluir que cuando el medicamento contenga en su etiqueta denominaciones como 11 CH o 12 CH, la concentración molar anda entre 10 elevado a -22 y diez elevado a -24 molar. Y diez elevado a -60 M para el caso de los 30 CH. Y otro de los conceptos de Química que cualquier estudiante conoce es el ligado al llamado número de Avogadro, que aunque establecido en 1811, no se reconoció su validez con datos experimentales hasta 1860. En un mol de cualquier sustancia hay 602.300.000.000.000.000.000.000 átomos o moléculas de esa sustancia. Por ejemplo, en aproximadamente 75 gramos de arsénico hay ese increíble número de átomos pequeñitos de arsénico.
O sea, que a partir de concentraciones como 10 elevado a -24 molar, hay más probabilidades de que en la disolución haya un solo átomo o molécula de la sustancia en cuestión o no haya ninguna. Así que ¿qué tendremos a una concentración 10 elevado a -60 M, como la de los preparados 30 CH?. Agua o lactosa, empleada como soporte en las famosas pildoritas homeopáticas.
El razonamiento que acabamos de hacer está tan bien asentado en bases comprobadas desde hace años que los propios homeopáticos tuvieron que reaccionar. Y así comienza la historia de un par de artículos científicos que muestran la influencia de grupos de presión bien establecidos en comportamientos que, como el científico, debiera estar alejados de influencias espúreas. En años recientes hemos conocido algunos más (fusión fría, células madre,....).
Entre 1987 y 1988, una revista secundaria pero honesta como The European Journal of Pharmacology y la prestigiosa Nature publicaron un par de trabajos de un grupo de homeópatas liderados por J. Benviste. No voy a entrar en el detalle de ambos artículos pero la filosofía que existía tras ellos y que trataba de contrarrestar el argumento irrefutable basado en el número de Avogadro es alucinante. Los autores sostenían que, efectivamente, a altas diluciones, la probabilidad de encontrar alguna molécula del principio activo es muy baja si no nula, pero el agua mantiene una “memoria” de lo que ha contenido en ella y, gracias a esa memoria, puede tener efectos beneficiosos.
El llamado caso de la memoria del agua es uno de los más flagrantes goles metidos a los referees de Nature (un referee es un científico de prestigio que evalúa la validez de artículos de otros, en el clásico procedimiento de las revistas científicas). El caso tiene múltiples significados que no caben en esta entrada de mi blog. Más allá de la pretensión ilegítima a la condición de ciencia por parte de una doctrina, la homeopática, de inspiración preatomista, el caso ilustra la mediocridad de la literatura científica en general (entono el mea culpa en lo que me atañe) y, en el trasfondo, los complejos juegos de poder que agitan la comunidad científica internacional y sus relaciones con la sociedad civil. Y resulta sorprendente que una sociedad culta, como la francesa, haya llegado a admitir la homeopatía en tal grado que la Seguridad Social de ese país sufrague el 65% del costo de los medicamentos homeopáticos. ¿Será porque una de las empresas de mayor facturación homeopática y que distribuye sus productos en la economía global es la francesa Boiron?.
Hahnemann pasó gran parte de su vida probando sustancias naturales para ver qué síntomas producían, bajo la hipótesis de que podían curar enfermedades que tenían esos mismos síntomas. Obviamente muchas sustancias naturales pueden ser extremadamente tóxicas (él lo experimentó con la quinina). Preocupado por los efectos secundarios experimentó con la dilución, encontrando, como es obvio para cualquier persona sensata, que al aumentar la dilución disminuían o incluso desaparecían dichos efectos secundarios. Y lo que es más asombroso, llegó a la conclusión de que cuanto mayor era la dilución más parecían beneficiarse sus pacientes. Ello es lo que se conoce como la ley de los infinitesimales de Hahnemann: “cuanto menos mejor”.
Philipp Theophrast von Hohenheim, para los amigos Paracelso, un personaje pintoresco y genial que revolucionó la clásica Universidad de Bolonia en el siglo XVI, fue mucho más clarividente que Hahnemenn con tres siglos de anticipación. Dosis sola facit venenum - sólo la dosis hace veneno - era su máxima y con ese criterio usaba algunos venenos como fármacos, pero no llegó a los extremos fundamentalistas del homeópata que, lo que es peor, han perpetuado sus seguidores cual religión. Y esa máxima de Paracelso se vuelve de rabiosa actualidad cuando el hecho de que nuestras técnicas analíticas detecten cantidades infinitesimales (ppm, ppb) de cualquier sustancia (natural o sintética) parecen convertirlas, en muchos casos, en letales para nuestro organismo. Pero volvamos a la homeopatía.
Todos los medicamentos homeopáticos llevan una etiqueta que indica el número de diluciones que se han efectuado con la llamada cepa homeopática o “materia prima” de las preparaciones. Algunos preparados homeopáticos llegan a diluciones que, en su jerga, se denominan 30 CH, obtenidos a partir de auténticos venenos para el organismo humano como el arsénico, venenos de serpientes o la belladona. Eso quiere decir que la cepa homeopática, que suele tener una concentración inferior a 1 M (molar), se ha diluido treinta veces sobre la base de un procedimiento que consiste en coger una parte de la cepa, diluirla en 99 partes del diluyente (generalmente agua), coger una parte de esa nueva concentración y diluirla en 99 partes de diluyente y, así sucesivamente, hasta treinta.
Cualquier estudiante de Bachillerato que no sea un piernas calculando concentraciones de disoluciones acuosas puede llegar a concluir que cuando el medicamento contenga en su etiqueta denominaciones como 11 CH o 12 CH, la concentración molar anda entre 10 elevado a -22 y diez elevado a -24 molar. Y diez elevado a -60 M para el caso de los 30 CH. Y otro de los conceptos de Química que cualquier estudiante conoce es el ligado al llamado número de Avogadro, que aunque establecido en 1811, no se reconoció su validez con datos experimentales hasta 1860. En un mol de cualquier sustancia hay 602.300.000.000.000.000.000.000 átomos o moléculas de esa sustancia. Por ejemplo, en aproximadamente 75 gramos de arsénico hay ese increíble número de átomos pequeñitos de arsénico.
O sea, que a partir de concentraciones como 10 elevado a -24 molar, hay más probabilidades de que en la disolución haya un solo átomo o molécula de la sustancia en cuestión o no haya ninguna. Así que ¿qué tendremos a una concentración 10 elevado a -60 M, como la de los preparados 30 CH?. Agua o lactosa, empleada como soporte en las famosas pildoritas homeopáticas.
El razonamiento que acabamos de hacer está tan bien asentado en bases comprobadas desde hace años que los propios homeopáticos tuvieron que reaccionar. Y así comienza la historia de un par de artículos científicos que muestran la influencia de grupos de presión bien establecidos en comportamientos que, como el científico, debiera estar alejados de influencias espúreas. En años recientes hemos conocido algunos más (fusión fría, células madre,....).
Entre 1987 y 1988, una revista secundaria pero honesta como The European Journal of Pharmacology y la prestigiosa Nature publicaron un par de trabajos de un grupo de homeópatas liderados por J. Benviste. No voy a entrar en el detalle de ambos artículos pero la filosofía que existía tras ellos y que trataba de contrarrestar el argumento irrefutable basado en el número de Avogadro es alucinante. Los autores sostenían que, efectivamente, a altas diluciones, la probabilidad de encontrar alguna molécula del principio activo es muy baja si no nula, pero el agua mantiene una “memoria” de lo que ha contenido en ella y, gracias a esa memoria, puede tener efectos beneficiosos.
El llamado caso de la memoria del agua es uno de los más flagrantes goles metidos a los referees de Nature (un referee es un científico de prestigio que evalúa la validez de artículos de otros, en el clásico procedimiento de las revistas científicas). El caso tiene múltiples significados que no caben en esta entrada de mi blog. Más allá de la pretensión ilegítima a la condición de ciencia por parte de una doctrina, la homeopática, de inspiración preatomista, el caso ilustra la mediocridad de la literatura científica en general (entono el mea culpa en lo que me atañe) y, en el trasfondo, los complejos juegos de poder que agitan la comunidad científica internacional y sus relaciones con la sociedad civil. Y resulta sorprendente que una sociedad culta, como la francesa, haya llegado a admitir la homeopatía en tal grado que la Seguridad Social de ese país sufrague el 65% del costo de los medicamentos homeopáticos. ¿Será porque una de las empresas de mayor facturación homeopática y que distribuye sus productos en la economía global es la francesa Boiron?.
Conforme leo cada uno de sus textos que no me toman más de 1 minuto, se asoman por el hoyo más errores de bulto. Nature acepta un artículo donde se replican los resultados en otros laboratorios, no lo retiran pero lo desacreditan con base a 3 de 7 experimentos y para variar con un mal uso de la estadística. Podría usted explicar cuál es la razón de llamar a Benveniste y a su grupo como "homeópatas" o la razón de que los trabajos publicados en el European Journal of Pharmacology no han sido contestados por le grandioso ilusionista Randi. Si tiene tiempo puede añadir de dónde saca que la investigación de la memoria del agua sea "de inspiración preatomista" si la razón es que se justifica que existen moléculas de agua con sus respectivos átomos.
ResponderEliminarNadie ha replicado lo resultados del experimento de Benviste, ni siquiera él mismo cuando aceptó el reto del millón de dólares de Randi por ejemplo. Casualmente,
ResponderEliminarquien tiene que probar si la memoria del agua es algo real, son los "científicos" que creen en ella en contra del consenso actual, apoyado por las pruebas que aporta el conocimiento científico. No hace falta refutar todos los estudios que afirman algo tan fuera de lugar como la memoria esta.
Si fuera por errores estadísticos ,con corregirlos (los Benviste y compañía) hubiera bastado y ahora tendríamos a un premio Nobel y las multinacionales homeopáticas no harían el ridículo como boirón con el máster de la uni de Barcelona y su famosa ya rueda de prensa.
Igual los llama homeópatas por que el experimento estaba financiado por boirón y el resultado influido sin duda por este detalle entre otros.
Lo de preatomistas será por la mentalidad vitalista ( filosofía básica de la homeopatía)que necesitan para creerse los falsos resultados que producen y atesoran. Hablan de cosas reales como los átomos pero que interactúan de forma mágica.