La historia del Taxol, un anticancerígeno cuya venta ha explotado en los años noventa, es uno de los más claros ejemplos de la falacia natural/sintético y viene a demostrar cómo la Química ha sido capaz de resolver un asunto que, en aras a un tratamiento eficaz de cánceres como el de mama, el de útero o el de pulmón, hubiera podido acabar en poco tiempo con una especie vegetal.
Todo comienza a principios de los sesenta. Un botánico del Departamento de Agricultura americano que se dedicaba a recoger muestras para un proyecto iniciado en 1958 por el National Cancer Institute sobre actividad anticancerígena de unas 35.000 plantas diferentes, se trajo de un viaje al Pacífico corteza, agujas y bayas del llamado tejo del Pacífico (Taxus brebifolia) que parecían tener un efecto beneficioso en ciertos procesos cancerosos. Unos meses más tarde, en 1963, se descubría que extractos de la corteza de ese árbol tenían propiedades antitumorales. Se necesitaron ocho años más antes de que un artículo en el Journal of American Chemical Society se publicara el aislamiento e identificación del principio activo causante de esa actividad antitumoral. A finales de los setenta se conocían ya las causas de esa actividad, en las que no entraré por ser lego en la materia.
La estructura era de aúpa. Sólo el escribir la denominación en términos químicos echa para atrás. Se trata de una moleculita de nada que responde a la siguiente denominación: (alfaR, betaS)-beta-(benzoilamino)-alfa-ácido hidroxipropanoico (2aR, 4S, 4aS, 6R, 9S, 11S, 12S, 12aR,12bS)-6,12b-(acetiloxi)-12-(benzoiloxi)-2a, 3, 4, 4a, 5, 6, 9, 10, 11, 12, 12a-dodecahidro-4, 11-dihidroxi-4a, 8,13,13-tetrametil-5-oxo-7,11-metano-1H-ciclo-deca(3,4)benz(1, 2-b)oxet-p-il-ester. En definitiva, vale más llamarle Paclitaxel en la intimidad, porque hasta me desequilibra el ajuste a derecha e izquierda de la columna de texto de este post.
Desde el principio se vió que sintetizar esta estructura en el laboratorio iba a dar muchos quebraderos de cabeza. No en vano contiene 112 átomos y 12 carbonos asimétricos, algo que pone la guinda en las dificultades de síntesis. Pero había que intentarlo porque si no, la especie desaparecería en muy poco tiempo, dado que de la corteza de un árbol adulto que tarda casi 200 años en alcanzar una altura de unos 40 pies no pueden extraerse más allá de 300 miligramos (0.3 gramos) del principio activo.
El paso definitivo se dió al descubrirse que las agujas de un pariente inglés del Tejo del Pacífico, casi endémico en el Reino Unido, podían proporcionar de manera sostenible un compuesto, la 10-deacetilbacatina (DAB) a partir de la cuál un proceso sintético (semisintético habría que decir con más propiedad) permitía llegar a la estructura del Paclitaxel que, finalmente, en 1993 se puso a la venta bajo el nombre comercial de Taxol por la firma Bristol-Myers Squibb. Desde entonces, las ventas anuales se estiman en miles de millones de dólares.
Todo comienza a principios de los sesenta. Un botánico del Departamento de Agricultura americano que se dedicaba a recoger muestras para un proyecto iniciado en 1958 por el National Cancer Institute sobre actividad anticancerígena de unas 35.000 plantas diferentes, se trajo de un viaje al Pacífico corteza, agujas y bayas del llamado tejo del Pacífico (Taxus brebifolia) que parecían tener un efecto beneficioso en ciertos procesos cancerosos. Unos meses más tarde, en 1963, se descubría que extractos de la corteza de ese árbol tenían propiedades antitumorales. Se necesitaron ocho años más antes de que un artículo en el Journal of American Chemical Society se publicara el aislamiento e identificación del principio activo causante de esa actividad antitumoral. A finales de los setenta se conocían ya las causas de esa actividad, en las que no entraré por ser lego en la materia.
La estructura era de aúpa. Sólo el escribir la denominación en términos químicos echa para atrás. Se trata de una moleculita de nada que responde a la siguiente denominación: (alfaR, betaS)-beta-(benzoilamino)-alfa-ácido hidroxipropanoico (2aR, 4S, 4aS, 6R, 9S, 11S, 12S, 12aR,12bS)-6,12b-(acetiloxi)-12-(benzoiloxi)-2a, 3, 4, 4a, 5, 6, 9, 10, 11, 12, 12a-dodecahidro-4, 11-dihidroxi-4a, 8,13,13-tetrametil-5-oxo-7,11-metano-1H-ciclo-deca(3,4)benz(1, 2-b)oxet-p-il-ester. En definitiva, vale más llamarle Paclitaxel en la intimidad, porque hasta me desequilibra el ajuste a derecha e izquierda de la columna de texto de este post.
Desde el principio se vió que sintetizar esta estructura en el laboratorio iba a dar muchos quebraderos de cabeza. No en vano contiene 112 átomos y 12 carbonos asimétricos, algo que pone la guinda en las dificultades de síntesis. Pero había que intentarlo porque si no, la especie desaparecería en muy poco tiempo, dado que de la corteza de un árbol adulto que tarda casi 200 años en alcanzar una altura de unos 40 pies no pueden extraerse más allá de 300 miligramos (0.3 gramos) del principio activo.
El paso definitivo se dió al descubrirse que las agujas de un pariente inglés del Tejo del Pacífico, casi endémico en el Reino Unido, podían proporcionar de manera sostenible un compuesto, la 10-deacetilbacatina (DAB) a partir de la cuál un proceso sintético (semisintético habría que decir con más propiedad) permitía llegar a la estructura del Paclitaxel que, finalmente, en 1993 se puso a la venta bajo el nombre comercial de Taxol por la firma Bristol-Myers Squibb. Desde entonces, las ventas anuales se estiman en miles de millones de dólares.
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