Este pasado 7 de mayo se conmemoraba el bicentenario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Para celebrar el evento, la Búha y un servidor cenamos ese día teniendo como fondo esa obra en el concierto que la cadena francesa Mezzo retransmitió en directo desde el Musikverein de Viena, con la Orquesta Filarmónica de la misma ciudad dirigida por Riccardo Muti. En estos mismos días, estoy releyendo el último libro de mi amigo Dani Torregrosa que va sobre venenos, del que ahora hablaremos. Y esa misma semana me llegó una alerta sobre un nuevo artículo científico que analizaba el plomo en mechones de pelo del “sordo genial”. Todo un cóctel que invitaba a escribir una entrada al respecto.
El citado artículo era, en realidad, una reciente Nota al Editor publicada en la revista Clinical Chemistry por investigadores americanos, que volvían a retomar la pregunta sobre si una intoxicación por plomo (saturnismo) está en el origen de la sordera completa que le asoló cuando sólo tenía 40 años, así como de las múltiples complicaciones de salud que acabaron con su vida diecisiete años más tarde. Un anterior análisis, realizado en 2007 sobre un presunto mechón de cabello del músico, llevó a la hipótesis de que los niveles de plomo, muy altos con respecto a los habituales en esa época, pudieran estar en el origen de las complicaciones mencionadas.
Pero, muy recientemente, un estudio genómico de hasta ocho mechones de pelo supuestamente provenientes del músico, llegó a la conclusión que solo cinco de ellos eran realmente de Beethoven y que el que se mencionaba en el análisis de 2007 pertenecía a una mujer.
Dos de esos mechones de los que se tiene constancia genómica (y también documental) de que pertenecieron a Beethoven son los utilizados en la Nota al Editor a la que hago referencia más arriba. Tras analizar su contenido en arsénico, mercurio y plomo, los autores encontraron concentraciones de plomo entre 65 y 94 veces más altas que el nivel de referencia habitual. Transformadas esas concentraciones en el pelo a concentraciones en sangre, se obtenía un valor entre 690 y 710 microgramos por litro, un nivel que se suele relacionar con dolencias gastrointestinales y renales, así como con problemas de audición.
En su reciente libro “El olor de las almendras amargas” que la misma portada define como “un paseo por la ciencia de los venenos y su presencia en el arte y la ficción”, los problemas de salud de Beethoven y la hipótesis de su posible saturnismo han servido a Dani Torregrosa para incluir una interesante historia (como todas las del libro) titulada “La sinfonía del plomo”, que repasa los diversos casos de envenenamientos e intoxicaciones que, desde la antigüedad hasta hace muy poco, el plomo ha causado a los humanos.
Sobre las intoxicaciones con plomo escribía yo en este Blog en fecha tan lejana como 2009, instigado por la lectura del libro de John Emsley, "Better Looking, Better Living, Better Loving: How Chemistry can Help You Achieve Life's Goals" y que dedicaba su capítulo final al papel de la Química en el suministro de una gran variedad de pigmentos y colorantes para configurar la paleta de los pintores, así como al que ahora está teniendo en la restauración de cuadros y frescos antiguos con sofisticadas metodologías. Dentro de ese capítulo y en una ventana aparte, Emsley mencionaba intoxicaciones por diversos pigmentos conteniendo plomo en pintores como Correggio, Raphael, Goya o Van Gogh.
En esa entrada del Blog, en el apartado final de Comentarios de mis lectores, hay uno firmado por Flatólogo (aka Manuel Romera) un oftalmólogo e ilustrador médico al que le privan la Química y la Gastronomía. Con su contribución (muy interesante como todas las que ha colgado a lo largo de la vida de este Blog), Flatólogo me descubrió la relación entre Beethoven y el plomo. Atribuyendo al “vino peleón y adulterado que solía beber el pobre” el origen de su saturnismo.
Eso me hizo investigar sobre el tema durante un tiempo y descubrí que nuestro músico había estado siempre rodeado de vino. De hecho nació en Bonn, junto al Rhin y provenía de una familia de comerciantes de vino, por lo que, desde muy joven, se acostumbró a beber los diferentes caldos de esa región. Cuando se mudó a Viena, su primer patrón, el Conde Lichnowsky, le incluyó una partida para vino en su estipendio. Y Franz Joseph Haydn, que fue uno de sus primeros profesores, era un enamorado del vino y propietario de una de las más famosas bodegas de la ciudad. Así que lo de “vino peleón” de Flatólogo no sé yo…...
En sus últimos años, se aficionó a los vinos dulces, como los húngaros Tokaji. Puede que alguno o varios de los vinos que consumió regularmente (como el Riesling que llegó a beber el último día de su vida) estuvieran contaminados por plomo y otros metales pesados, pero no he encontrado ninguna referencia de que alguno de esos vinos se envejecieran en recipientes de plomo, como si pasaba en el caso del famoso sapa de los romanos, también mencionado por Dani Torregrosa y que, merced a la reacción del ácido acético del vino con el plomo del recipiente, daba lugar a altos contenidos de éste en el vino final.
Además de por el vino, los autores del artículo de Clinical Chemistry especulan con que la causa de la intoxicación crónica pudiera venir también del pescado, al que Beethoven era igualmente muy aficionado, pescado que solía provenir del Danubio, un río muy contaminado por plomo en la época. Los autores acaban concluyendo que las altas concentraciones de plomo encontradas en su pelo no avalan la idea de que Beethoven muriera directamente por ello, aunque si contribuyeran a las bien documentadas dolencias que arruinaron la vida del gran compositor.
Y para acabar y en el apartado de la música que, recientemente, estoy introduciendo al final de las entradas, esta vez no tengo escapatoria. Y, por aquello de dejaros una cosa cortita, he elegido una grabación un poco rara de la Novena. Y digo rara por la superposición poco lograda de tres trozos del último movimiento. Aunque tiene la gracia de ver como director a mi admirado Leonard (Lenny) Bernstein, lo cual siempre es un espectáculo.
El citado artículo era, en realidad, una reciente Nota al Editor publicada en la revista Clinical Chemistry por investigadores americanos, que volvían a retomar la pregunta sobre si una intoxicación por plomo (saturnismo) está en el origen de la sordera completa que le asoló cuando sólo tenía 40 años, así como de las múltiples complicaciones de salud que acabaron con su vida diecisiete años más tarde. Un anterior análisis, realizado en 2007 sobre un presunto mechón de cabello del músico, llevó a la hipótesis de que los niveles de plomo, muy altos con respecto a los habituales en esa época, pudieran estar en el origen de las complicaciones mencionadas.
Pero, muy recientemente, un estudio genómico de hasta ocho mechones de pelo supuestamente provenientes del músico, llegó a la conclusión que solo cinco de ellos eran realmente de Beethoven y que el que se mencionaba en el análisis de 2007 pertenecía a una mujer.
Dos de esos mechones de los que se tiene constancia genómica (y también documental) de que pertenecieron a Beethoven son los utilizados en la Nota al Editor a la que hago referencia más arriba. Tras analizar su contenido en arsénico, mercurio y plomo, los autores encontraron concentraciones de plomo entre 65 y 94 veces más altas que el nivel de referencia habitual. Transformadas esas concentraciones en el pelo a concentraciones en sangre, se obtenía un valor entre 690 y 710 microgramos por litro, un nivel que se suele relacionar con dolencias gastrointestinales y renales, así como con problemas de audición.
En su reciente libro “El olor de las almendras amargas” que la misma portada define como “un paseo por la ciencia de los venenos y su presencia en el arte y la ficción”, los problemas de salud de Beethoven y la hipótesis de su posible saturnismo han servido a Dani Torregrosa para incluir una interesante historia (como todas las del libro) titulada “La sinfonía del plomo”, que repasa los diversos casos de envenenamientos e intoxicaciones que, desde la antigüedad hasta hace muy poco, el plomo ha causado a los humanos.
Sobre las intoxicaciones con plomo escribía yo en este Blog en fecha tan lejana como 2009, instigado por la lectura del libro de John Emsley, "Better Looking, Better Living, Better Loving: How Chemistry can Help You Achieve Life's Goals" y que dedicaba su capítulo final al papel de la Química en el suministro de una gran variedad de pigmentos y colorantes para configurar la paleta de los pintores, así como al que ahora está teniendo en la restauración de cuadros y frescos antiguos con sofisticadas metodologías. Dentro de ese capítulo y en una ventana aparte, Emsley mencionaba intoxicaciones por diversos pigmentos conteniendo plomo en pintores como Correggio, Raphael, Goya o Van Gogh.
En esa entrada del Blog, en el apartado final de Comentarios de mis lectores, hay uno firmado por Flatólogo (aka Manuel Romera) un oftalmólogo e ilustrador médico al que le privan la Química y la Gastronomía. Con su contribución (muy interesante como todas las que ha colgado a lo largo de la vida de este Blog), Flatólogo me descubrió la relación entre Beethoven y el plomo. Atribuyendo al “vino peleón y adulterado que solía beber el pobre” el origen de su saturnismo.
Eso me hizo investigar sobre el tema durante un tiempo y descubrí que nuestro músico había estado siempre rodeado de vino. De hecho nació en Bonn, junto al Rhin y provenía de una familia de comerciantes de vino, por lo que, desde muy joven, se acostumbró a beber los diferentes caldos de esa región. Cuando se mudó a Viena, su primer patrón, el Conde Lichnowsky, le incluyó una partida para vino en su estipendio. Y Franz Joseph Haydn, que fue uno de sus primeros profesores, era un enamorado del vino y propietario de una de las más famosas bodegas de la ciudad. Así que lo de “vino peleón” de Flatólogo no sé yo…...
En sus últimos años, se aficionó a los vinos dulces, como los húngaros Tokaji. Puede que alguno o varios de los vinos que consumió regularmente (como el Riesling que llegó a beber el último día de su vida) estuvieran contaminados por plomo y otros metales pesados, pero no he encontrado ninguna referencia de que alguno de esos vinos se envejecieran en recipientes de plomo, como si pasaba en el caso del famoso sapa de los romanos, también mencionado por Dani Torregrosa y que, merced a la reacción del ácido acético del vino con el plomo del recipiente, daba lugar a altos contenidos de éste en el vino final.
Además de por el vino, los autores del artículo de Clinical Chemistry especulan con que la causa de la intoxicación crónica pudiera venir también del pescado, al que Beethoven era igualmente muy aficionado, pescado que solía provenir del Danubio, un río muy contaminado por plomo en la época. Los autores acaban concluyendo que las altas concentraciones de plomo encontradas en su pelo no avalan la idea de que Beethoven muriera directamente por ello, aunque si contribuyeran a las bien documentadas dolencias que arruinaron la vida del gran compositor.
Y para acabar y en el apartado de la música que, recientemente, estoy introduciendo al final de las entradas, esta vez no tengo escapatoria. Y, por aquello de dejaros una cosa cortita, he elegido una grabación un poco rara de la Novena. Y digo rara por la superposición poco lograda de tres trozos del último movimiento. Aunque tiene la gracia de ver como director a mi admirado Leonard (Lenny) Bernstein, lo cual siempre es un espectáculo.