Durante la Primera Guerra Mundial, las autoridades militares francesas estaban desconcertadas: numerosos trabajadores de sus fábricas de municiones comenzaron a sufrir un misterioso adelgazamiento, acompañado de hipertermia extrema de hasta 45ºC, que causó más de 35 muertos y cientos de afectados. Los supervivientes no paraban de adelgazar por mucho que comieran. Solo recuperaban peso cuando trabajaban lejos de las municiones. El asunto quedó archivado y no se estudió en profundidad. ¿Qué importaban unas decenas de muertos al año cuando en la primera batalla del Marne murieron 80.000 soldados franceses en una sola semana?
En 1933, el farmacólogo americano Maurice L. Tainter investigó el asunto y halló la causa. Los obuses franceses utilizaban ácido pícrico (2,4,6-trinitrofenol) como explosivo y en su preparación mediante nitración del fenol se producía un subproducto, el 2,4-dinitrofenol (DNP) que, administrado en pequeña cantidad a ratas de laboratorio, recapitulaba la anorexia e hipertermia de los trabajadores franceses. Hoy sabemos que el DNP es uno de los anoréxicos más potentes que existen y que una pequeña cantidad del mismo, ingerido o inhalado como polvo durante un breve período, inhibe la formación de ATP (Trifosfato de adenosina)en las mitocondrias, bloquea la síntesis de proteínas, estimula el consumo de oxígeno y provoca una hipertermia descontrolada. Lo importante es que el caso del DNP puso de manifiesto que la presencia ambiental de ciertas moléculas sintéticas puede alterar, significativamente, la masa corporal con independencia de la alimentación o el ejercicio.
Pasaron las décadas y la penosa delgadez de comienzos del siglo XX ha sido reemplazada por la denostada “pandemia de obesidad” actual. Por consiguiente, solo era cuestión de tiempo que surgiese la pregunta: ¿podrían algunos productos químicos presentes en nuestros entornos laborales, urbanos, alimentos, etc… provocar el efecto contrario al de DNP? Es decir, ¿podrían añadir una obesidad “extra” a la que nos corresponde por dieta y ejercicio? Esta idea es muy intuitiva y se ha concretado en la llamada hipótesis de los productos obesógenos,que ha sido recogida en artículos de revisión como éste publicado en la revista Journal of Pharmacology.
A pesar de que en las conclusiones del artículo los autores acaban admitiendo que la obesidad humana es un proceso multifactorial y que, en la práctica, es virtualmente imposible distinguir claramente el “efecto obesógeno” de otros factores como la sobrealimentación, el desequilibrio nutricional, la falta de ejercicio o los factores genéticos, no por ello dejan de preconizar la prohibición o drástica limitación de los obesógenos como medida preventiva para combatir la obesidad global.
El problema es que los obesógenos forman parte de muchos productos que usamos diariamente como detergentes, alimentos, envases de plástico, ropa, cosméticos, etc…, lo que dificulta sortear sus efectos. A día de hoy, y como se recoge en este artículo de divulgación (basado en gran parte en el anterior), en torno a 50 productos químicos han sido etiquetados por algunos endocrinólogos como obesógenos o potenciales obesógenos. Entre ellos están el famoso bisfenol A (BPA), de cuya vida y milagros ya se habló en este Blog (ver aquí y aquí), los bifenilos policlorados, los ftalatos, los éteres de polibromodifenilos, las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, los parabenos, la acrilamida, los alquilfenoles, el dibutilestaño o algunos metales pesados como el cadmio y el arsénico.
En el laboratorio se ha comprobado que, por ejemplo, el BPA es un disruptor endocrino que activa los adipocitos encargados de almacenar grasa y aumenta perceptiblemente el tejido adiposo blanco en animales, lo cual apoyaría la hipótesis obesógena. Sin embargo, para justificar los resultados experimentales, los autores necesitan invocar las denominadas dosis-respuestas no-monotónicas; es decir, que la acción de esos obesógenos no iría disminuyendo a concentraciones cada vez más bajas, como suele ser lo habitual, sino que, a partir de un determinado valor, esas sustancias podrían tener a bajas concentraciones un mayor efecto que a altas.
La naturaleza química de los compuestos obesógenos es otro de los puntos más llamativos de la hipótesis. Los 50 compuestos mencionados arriba también son posibles tóxicos a través de mecanismos de acción que nada tienen que ver con la obesidad. No se sabe si tras su absorción, y a las concentraciones fisiológicas en tejidos humanos, actúan realmente como obesógenos o no.
Además, resulta sorprendente que decenas de miles de moléculas de nuestro entorno natural, procedentes de animales, vegetales o minerales, nunca se hayan identificado como inequívocamente obesógenos, excluyendo los propios alimentos grasos o los azúcares. Tampoco se ha descubierto hasta ahora ningún compuesto sintético con una actividad claramente obesógena comparable a la que tiene el DNP arriba mencionado para la anorexia.
En fin, el tiempo dirá si la hipótesis obesógena va engordando o adelgazando, pero si os hacen un comentario impertinente acerca de esa barriguita que se adivina bajo el niqui, ahora tenéis algunos “químicos” a los que echar la culpa.
(*) El Prof. Jesús M. Aizpurua es un viejo amigo, al que llegué a dar clase en los primeros años de mi Facultad. Hoy es Catedrático de Química Orgánica en la misma. Un especialista en el diseño y la síntesis de nuevos compuestos mediante la llamada Click Chemistry, es un relevante científico de la UPV/EHU. Y un decidido emprendedor en la aplicación de su investigación, como lo demuestra el que sea el Director Científico de la empresa Miramoon Pharma S.L., entre cuyos productos se encuentra el novedoso candidato a fármaco PM-004, destinado al tratamiento no invasivo de la retinosis pigmentaria.
En 1933, el farmacólogo americano Maurice L. Tainter investigó el asunto y halló la causa. Los obuses franceses utilizaban ácido pícrico (2,4,6-trinitrofenol) como explosivo y en su preparación mediante nitración del fenol se producía un subproducto, el 2,4-dinitrofenol (DNP) que, administrado en pequeña cantidad a ratas de laboratorio, recapitulaba la anorexia e hipertermia de los trabajadores franceses. Hoy sabemos que el DNP es uno de los anoréxicos más potentes que existen y que una pequeña cantidad del mismo, ingerido o inhalado como polvo durante un breve período, inhibe la formación de ATP (Trifosfato de adenosina)en las mitocondrias, bloquea la síntesis de proteínas, estimula el consumo de oxígeno y provoca una hipertermia descontrolada. Lo importante es que el caso del DNP puso de manifiesto que la presencia ambiental de ciertas moléculas sintéticas puede alterar, significativamente, la masa corporal con independencia de la alimentación o el ejercicio.
Pasaron las décadas y la penosa delgadez de comienzos del siglo XX ha sido reemplazada por la denostada “pandemia de obesidad” actual. Por consiguiente, solo era cuestión de tiempo que surgiese la pregunta: ¿podrían algunos productos químicos presentes en nuestros entornos laborales, urbanos, alimentos, etc… provocar el efecto contrario al de DNP? Es decir, ¿podrían añadir una obesidad “extra” a la que nos corresponde por dieta y ejercicio? Esta idea es muy intuitiva y se ha concretado en la llamada hipótesis de los productos obesógenos,que ha sido recogida en artículos de revisión como éste publicado en la revista Journal of Pharmacology.
A pesar de que en las conclusiones del artículo los autores acaban admitiendo que la obesidad humana es un proceso multifactorial y que, en la práctica, es virtualmente imposible distinguir claramente el “efecto obesógeno” de otros factores como la sobrealimentación, el desequilibrio nutricional, la falta de ejercicio o los factores genéticos, no por ello dejan de preconizar la prohibición o drástica limitación de los obesógenos como medida preventiva para combatir la obesidad global.
El problema es que los obesógenos forman parte de muchos productos que usamos diariamente como detergentes, alimentos, envases de plástico, ropa, cosméticos, etc…, lo que dificulta sortear sus efectos. A día de hoy, y como se recoge en este artículo de divulgación (basado en gran parte en el anterior), en torno a 50 productos químicos han sido etiquetados por algunos endocrinólogos como obesógenos o potenciales obesógenos. Entre ellos están el famoso bisfenol A (BPA), de cuya vida y milagros ya se habló en este Blog (ver aquí y aquí), los bifenilos policlorados, los ftalatos, los éteres de polibromodifenilos, las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, los parabenos, la acrilamida, los alquilfenoles, el dibutilestaño o algunos metales pesados como el cadmio y el arsénico.
En el laboratorio se ha comprobado que, por ejemplo, el BPA es un disruptor endocrino que activa los adipocitos encargados de almacenar grasa y aumenta perceptiblemente el tejido adiposo blanco en animales, lo cual apoyaría la hipótesis obesógena. Sin embargo, para justificar los resultados experimentales, los autores necesitan invocar las denominadas dosis-respuestas no-monotónicas; es decir, que la acción de esos obesógenos no iría disminuyendo a concentraciones cada vez más bajas, como suele ser lo habitual, sino que, a partir de un determinado valor, esas sustancias podrían tener a bajas concentraciones un mayor efecto que a altas.
La naturaleza química de los compuestos obesógenos es otro de los puntos más llamativos de la hipótesis. Los 50 compuestos mencionados arriba también son posibles tóxicos a través de mecanismos de acción que nada tienen que ver con la obesidad. No se sabe si tras su absorción, y a las concentraciones fisiológicas en tejidos humanos, actúan realmente como obesógenos o no.
Además, resulta sorprendente que decenas de miles de moléculas de nuestro entorno natural, procedentes de animales, vegetales o minerales, nunca se hayan identificado como inequívocamente obesógenos, excluyendo los propios alimentos grasos o los azúcares. Tampoco se ha descubierto hasta ahora ningún compuesto sintético con una actividad claramente obesógena comparable a la que tiene el DNP arriba mencionado para la anorexia.
En fin, el tiempo dirá si la hipótesis obesógena va engordando o adelgazando, pero si os hacen un comentario impertinente acerca de esa barriguita que se adivina bajo el niqui, ahora tenéis algunos “químicos” a los que echar la culpa.
(*) El Prof. Jesús M. Aizpurua es un viejo amigo, al que llegué a dar clase en los primeros años de mi Facultad. Hoy es Catedrático de Química Orgánica en la misma. Un especialista en el diseño y la síntesis de nuevos compuestos mediante la llamada Click Chemistry, es un relevante científico de la UPV/EHU. Y un decidido emprendedor en la aplicación de su investigación, como lo demuestra el que sea el Director Científico de la empresa Miramoon Pharma S.L., entre cuyos productos se encuentra el novedoso candidato a fármaco PM-004, destinado al tratamiento no invasivo de la retinosis pigmentaria.
Un artículo muy interesante. Sea en un sentido o en otro, la posibilidad de modificar el metabolismo hacia la obesidad o la anorexia abre muchas opciones. En fin, la química nunca dejará de sorprendernos. Zorionak, Txus Mari, oso interesgarria :-).
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por leerme, Anónimo. No voy a entrar en mucho debate sobre el artículo de The Guardian. Yo podría escribir uno en sentido contrario sobre la base de cambiar "de la presión de la industria y la oposición de los políticos de derecha" por "de la presión de activistas medioambientales y la izquierda woke que funciona en Occidente". Pero es un debate político que no me interesa.
ResponderEliminarSi entras en la página que The Guardian cita como prueba del efecto de muchas sustancias químicas en casos de cáncer, (https://www.ewg.org/the-toxic-twelve-chemicals-and-contaminants-in-cosmetics)
verás que en la bibliografía hay pocas referencias científicas serias. Quizás, entre otros, un paper de Laura N. Vandenberg et al., Hormones & Endocrine-Disrupting Chemicals: Low-Dose Effects & Nonmonotonic Dose Responses, 33 Endocrine Rev. 378-455 (2012), http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/22419778., la principal impulsora de las dosis no-monotónicas de los disrupntores endocrinos y que en España ha dado relevancia a Nicolás Olea de la Universidad de Granada. Desgraciadamente para ellos, el reciente programa Clarity/BPA no les ha dado mucha bola.