Esta semana que ahora acaba ha sido mi cumpleaños. Pero el día anterior, habíamos despedido en el cementerio a un ser querido. Así que no he tenido mucho tiempo para escribir la entrada que pensaba escribir y que, por ahora, se ha quedado encima de la mesa. Así que este sábado, con algo más de tranquilidad, voy a hacer un par de apuntes de cosas que me han pasado estos siete complicados días. Sobre mi cumple poco que decir, uno ya es un septuagenario y no tiene ningún sentimiento particular que pueda resultar interesante a nadie. Pero lo de los cementerios es otra cosa. Hacía más de veinte años que no me veía envuelto en la vorágine de tener que planificar, en pocos minutos, la despedida a un difunto, usando y comprobando el funcionamiento de una empresa de servicios funerarios.
Funerarias ecológicas
Los servicios funerarios son una maquinaria prodigiosa, que funciona las 24 horas del día todos los días del año. Y ciertamente un buen negocio, dadas las necesidades perentorias que todos tenemos cuando acabamos en una oficina funeraria o en un tanatorio. Alrededor de la muerte de una persona medran toda una serie de burócratas, floristas, carpinteros, maquilladores, empresas de sepulturas y losas, gestorías en asuntos testamentarios y hasta periódicos. Todo, como digo, con precisión milimétrica y profesionalidad decorada con tonos compungidos.
Lo que más me ha llamado la atención en esta ocasión es el aura ecologista con la que se está adornando el negocio. Desde flores provenientes de cultivos ecológicos, recordatorios en papel reciclado o coches funerarios híbridos, a féretros de madera en cuya producción se emplea materia prima que proviene de talas controladas de árboles, acompañadas de una posterior reforestación de lo talado, dicen que ajustando todo ello lo más posible para evitar el desperdicio de madera. Nos han contado que hasta el serrín generado en la fabricación del ataúd sirve como combustible para calderas de biomasa, que producen la energía utilizada para el agua caliente de las empresas fabricantes.
Si se opta por una cremación (lo que ha sido nuestro caso), la empresa te cuenta que, para garantizar que en los servicios de cremación se reduzcan las emisiones nocivas a la atmósfera, se han sustituido los barnices de disolventes sintéticos en los féretros por otros al agua. Lo que no dicen es qué pasa con el posible mercurio que generen las amalgamas del cadáver y sobre lo que ya hablamos aquí en su día. Tras la cremación, uno puede elegir entre diversos modelos de urnas para contener las cenizas, donde no faltan las elaboradas con material biodegradable. Si el cadáver no se va a incinerar, se apuesta por el uso de sudarios biodegradables.
Nada que objetar a estas prácticas, acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir. Aunque lo mismo que me pasa en temas como los vinos ecológicos o biodinámicos, sobre las que ya he escrito entradas, mi escéptico olfato me dice que todo ello contribuye a que el pobre muerto pague, desde sus ya innecesarios ahorros (o desde los de sus familiares), una cantidad adicional, destinada a enterrarle de manera "mas verde". Como si ya no fuera caro el morirse.
Un libro interesante
Dado que como consecuencia de todos los avatares acontecidos, esta semana he dormido aún peor que lo que ya es habitual en mi, he repasado, en su versión en castellano, un libro que había leído (y releído) con anterioridad en inglés. Se trata de "Cómo funciona el mundo" de Vaclav Smil. Resulta curioso que el título en castellano sea idéntico a otro escrito diez años antes por el lingüista y activista geopolítico Noam Chomsky. Y digo que es curioso porque, en las versiones en inglés de ambos, el libro de Chomsky (2012) se titula "How the world works", mientras que el de Smil (2022) se titulaba "How the world really works".
En cualquier caso, el libro de Smil está, desde hace unas pocas semanas, en las librerías y en su versión en castellano, publicada por Debate. Y si os queréis formar una opinión propia, en torno a toda esa marabunta que nos asalta diariamente sobre cuestiones energéticas ligadas a la transición derivada del cambio climático, os recomiendo vivamente su lectura. Reconozco que es un libro en el que, en algunos momentos, Smil apabulla con la cantidad de datos que es capaz de manejar y con la erudición sobre estos temas que ha acumulado en sus más de veinte libros dedicados a la energía.
No pretendo contaros el libro ni realizar una revisión del mismo, algo para lo que no estoy particularmente dotado, pero si quiero que sepáis que, a lo largo del mismo, Vaclav Smil pretende, en el primer capítulo, ayudaros a comprender la energía, en términos de los combustibles fósiles empleados en su producción y de la electricidad, la forma más flexible de utilización de esa energía. El segundo está dedicado a comprender la producción de alimentos y la necesidad de combustibles fósiles para dar de comer a tanta gente como la que puebla la Tierra. En el tercer capítulo, el que más veces he releído, el autor define cuatro materiales que llama pilares de la civilización moderna: acero, hormigón, amoniaco y plásticos, mostrando lo complicado que va a ser descarbonizar la producción de esos materiales.
Tras dedicar el capítulo cuarto a la evolución de lo que ha acabado llamándose globalización, el quinto se dedica a comprender los riesgos que nos han acechado y acechan, desde los volcanes a los virus y las dietas. El sexto se destina a comprender el entorno y evaluar cómo afectan los cambios ambientales y climáticos a nuestras tres necesidades vitales: agua, oxígeno y comida, para presentar después sus puntos de vista sobre el calentamiento global. Y terminar, en el séptimo, con un análisis de las dificultades para comprender el futuro, atrapados entre los catastrofistas (que todo lo ven mal) y los tecno optimistas (que todo lo ven bien). Ni unos ni otros han predicho particularmente bien el futuro en décadas pasadas, así que es razonable que tampoco lo hagan en las siguientes.
En cualquier caso, si estáis dudando en comprarlo, acercaros a una librería y leed la introducción titulada ¿Por qué necesitamos este libro?. Tras esa lectura la suerte estará definitivamente echada. No admite medias tintas.
Funerarias ecológicas
Los servicios funerarios son una maquinaria prodigiosa, que funciona las 24 horas del día todos los días del año. Y ciertamente un buen negocio, dadas las necesidades perentorias que todos tenemos cuando acabamos en una oficina funeraria o en un tanatorio. Alrededor de la muerte de una persona medran toda una serie de burócratas, floristas, carpinteros, maquilladores, empresas de sepulturas y losas, gestorías en asuntos testamentarios y hasta periódicos. Todo, como digo, con precisión milimétrica y profesionalidad decorada con tonos compungidos.
Lo que más me ha llamado la atención en esta ocasión es el aura ecologista con la que se está adornando el negocio. Desde flores provenientes de cultivos ecológicos, recordatorios en papel reciclado o coches funerarios híbridos, a féretros de madera en cuya producción se emplea materia prima que proviene de talas controladas de árboles, acompañadas de una posterior reforestación de lo talado, dicen que ajustando todo ello lo más posible para evitar el desperdicio de madera. Nos han contado que hasta el serrín generado en la fabricación del ataúd sirve como combustible para calderas de biomasa, que producen la energía utilizada para el agua caliente de las empresas fabricantes.
Si se opta por una cremación (lo que ha sido nuestro caso), la empresa te cuenta que, para garantizar que en los servicios de cremación se reduzcan las emisiones nocivas a la atmósfera, se han sustituido los barnices de disolventes sintéticos en los féretros por otros al agua. Lo que no dicen es qué pasa con el posible mercurio que generen las amalgamas del cadáver y sobre lo que ya hablamos aquí en su día. Tras la cremación, uno puede elegir entre diversos modelos de urnas para contener las cenizas, donde no faltan las elaboradas con material biodegradable. Si el cadáver no se va a incinerar, se apuesta por el uso de sudarios biodegradables.
Nada que objetar a estas prácticas, acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir. Aunque lo mismo que me pasa en temas como los vinos ecológicos o biodinámicos, sobre las que ya he escrito entradas, mi escéptico olfato me dice que todo ello contribuye a que el pobre muerto pague, desde sus ya innecesarios ahorros (o desde los de sus familiares), una cantidad adicional, destinada a enterrarle de manera "mas verde". Como si ya no fuera caro el morirse.
Un libro interesante
Dado que como consecuencia de todos los avatares acontecidos, esta semana he dormido aún peor que lo que ya es habitual en mi, he repasado, en su versión en castellano, un libro que había leído (y releído) con anterioridad en inglés. Se trata de "Cómo funciona el mundo" de Vaclav Smil. Resulta curioso que el título en castellano sea idéntico a otro escrito diez años antes por el lingüista y activista geopolítico Noam Chomsky. Y digo que es curioso porque, en las versiones en inglés de ambos, el libro de Chomsky (2012) se titula "How the world works", mientras que el de Smil (2022) se titulaba "How the world really works".
En cualquier caso, el libro de Smil está, desde hace unas pocas semanas, en las librerías y en su versión en castellano, publicada por Debate. Y si os queréis formar una opinión propia, en torno a toda esa marabunta que nos asalta diariamente sobre cuestiones energéticas ligadas a la transición derivada del cambio climático, os recomiendo vivamente su lectura. Reconozco que es un libro en el que, en algunos momentos, Smil apabulla con la cantidad de datos que es capaz de manejar y con la erudición sobre estos temas que ha acumulado en sus más de veinte libros dedicados a la energía.
No pretendo contaros el libro ni realizar una revisión del mismo, algo para lo que no estoy particularmente dotado, pero si quiero que sepáis que, a lo largo del mismo, Vaclav Smil pretende, en el primer capítulo, ayudaros a comprender la energía, en términos de los combustibles fósiles empleados en su producción y de la electricidad, la forma más flexible de utilización de esa energía. El segundo está dedicado a comprender la producción de alimentos y la necesidad de combustibles fósiles para dar de comer a tanta gente como la que puebla la Tierra. En el tercer capítulo, el que más veces he releído, el autor define cuatro materiales que llama pilares de la civilización moderna: acero, hormigón, amoniaco y plásticos, mostrando lo complicado que va a ser descarbonizar la producción de esos materiales.
Tras dedicar el capítulo cuarto a la evolución de lo que ha acabado llamándose globalización, el quinto se dedica a comprender los riesgos que nos han acechado y acechan, desde los volcanes a los virus y las dietas. El sexto se destina a comprender el entorno y evaluar cómo afectan los cambios ambientales y climáticos a nuestras tres necesidades vitales: agua, oxígeno y comida, para presentar después sus puntos de vista sobre el calentamiento global. Y terminar, en el séptimo, con un análisis de las dificultades para comprender el futuro, atrapados entre los catastrofistas (que todo lo ven mal) y los tecno optimistas (que todo lo ven bien). Ni unos ni otros han predicho particularmente bien el futuro en décadas pasadas, así que es razonable que tampoco lo hagan en las siguientes.
En cualquier caso, si estáis dudando en comprarlo, acercaros a una librería y leed la introducción titulada ¿Por qué necesitamos este libro?. Tras esa lectura la suerte estará definitivamente echada. No admite medias tintas.
He regalado el libro esta semana. Yo creo que vendrán más.
ResponderEliminarGracias Yanko. Libro a tener en cuenta
ResponderEliminarBuenas tardes, Búho. Que oportuna tu semana para recordarme la mía, cinco años ha. Gracias, los recuerdos pueden curar o cauterizrar. Hace cinco años y cinco meses tuve que comprobar, para mi desgracia, los trámites de una funeraria y los sustos del traslado de unas cenizas en el AVE. Me has convencido del libro, en cuanto llegue lo pido en Madrid. Gracias de nuevo de este septuagenario que dejará de serlo en cinco meses.
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