Rara vez he publicado aquí alguna entrada que, en mayor o menor medida, no tenga que ver con la Química. Pero hoy, para acabar el año, lo voy a hacer. En este día de los Inocentes (cuándo si no) del año 1872 nació en esta ciudad Pío Baroja y Nessi, uno de los preclaros escritores de su época. Así que hoy se cumplen ciento cincuenta años de su nacimiento. Y como esto es un Blog personal y el Búho ha sido barojiano desde su más tierna adolescencia, quiero que quede constancia del hecho en esta entrada. La siguiente efeméride, cuando se cumpla el siglo de su muerte (el 30 de octubre de 2056), me pillará ya convertido en cenizas.
En algún momento de la década de los sesenta del siglo pasado, mi padre compró las obras completas de Baroja en la edición de 1947 que publicó Biblioteca Nueva, una editorial radicada en Madrid. Siempre ha sido un misterio para mi la razón por la que mi padre compraba libros de autores conocidos (Quevedo, Baroja, Unamuno, Blasco Ibañez, Garcia Lorca,...), en cuidadas ediciones, en una librería desordenada que estaba en la manzana siguiente a la que yo llevo viviendo cuarenta años, en la Plaza del Buen Pastor de Donosti. Nunca le vi leer (al menos no de manera regular) ninguno de esos tomos. Pero cuando deshicimos el piso de mis padres hace dos años, todos tenían claro que los diversos tomos de las Obras Completas de Baroja eran para un servidor.
Empecé a leerlas cuando todavía estudiaba Bachillerato, muchas veces con nocturnidad y la ayuda de una linterna que ocultaba entre las sábanas. Lo que me ocasionaba más de una bronca paterna. Peor fue que esa pasión barojiana me supuso un cero en conducta cuando llevé la contraria al fraile corazonista que nos daba Literatura española, al decirle que la famosa novela La Busca no me había parecido una obra especialmente pecaminosa. Mi padre fue llamado a capítulo por el Director del Colegio pero me sacó la cara y todo quedó en nada. Aunque, con posterioridad, el Hermano Victorino (que así se llamaba el fraile) nunca me puso buena nota en los exámenes de la asignatura, a pesar de que yo era un estudiante excepcional (ya se me murieron mis abuelitas hace tiempo).
El caso es que, este año, se ha vuelto a constatar la mala prensa que, en las Instituciones, ha tenido siempre el cascarrabias de Don Pío. Los concejales del PP en el Ayuntamiento donostiarra propusieron en febrero la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad con ocasión del aniversario que estamos comentando. Pero todo el resto del arco político se posicionó en contra. La discusión demostró que muchos de los ediles de mi pueblo no han leído nunca a Baroja o han hecho una búsqueda intencionada de alguna frase de Don Pío que le inhabilitara como merecedor de tal galardón. Cosa no muy complicada, ya que uno puede encontrar muchos párrafos en sus libros que indican su desapego por la Donosti de los años veinte. No quiero ni pensar lo que diría ahora, cuando lo que él criticaba (y que podría resumirse con el término ñoñostiarrismo) anda otra vez en máximos.
Pero creo que los tiros van por otro lado. Baroja no ha caído nunca bien a los políticos, particularmente a los nacionalistas. No voy a entrar en detalles que puedan enturbiar la entrada pero en los escritos de Baroja queda clara su aversión por Sabino de Arana (tampoco los comunistas salen bien parados). Ello resultó ya obvio en 2006, al cumplirse el cincuentenario de la muerte del escritor, cuando una propuesta presentada por el PSOE para que la Diputación Foral celebrara una serie de actos conmemorativos se encontró con la oposición frontal de la mayoría nacionalista entonces imperante (PNV más EA).
Así que lo de este año no es más que una reedición de lo anterior aunque, esta vez, hasta los socialistas se han apuntado al carro. Su portavoz en el Ayuntamiento y futura candidata a la Alcaldía adujo que Baroja fue muy crítico con la ciudad, llegando a escribir en 1917 (!!) que su espíritu era "lamentable. Allí no interesa la ciencia, ni el arte, ni la literatura, ni la historia, ni la política, ni nada". Y concluyó la concejala con otra cita: "Yo no tengo ciudad. Hoy por hoy me considero extraurbano". Para acabar apostillando que Baroja ya tenía reconocimiento en espacios públicos de esta ciudad.
Y es cierto. Aparte de un paseo con su nombre en los extrarradios, con escultura de Nestor Basterretxea incluida, hay un busto junto al teatro Victoria Eugenia, en uno de los extremos de la calle Oquendo, la calle en la que nació. Una foto de ese busto es la que decora el inicio de esta entrada y podéis ampliarla clicando en ella. En realidad, se trata de una copia en bronce del realizado en piedra por el escultor Victorio Macho que lleva, además, una inscripción que recuerda el centenario del nacimiento de Baroja, ahora hace 50 años.
El busto original se instaló en 1935 en el claustro del Museo de San Telmo y al evento asistió el propio Don Pío, acompañado por el pintor Zuloaga entre otros. Se retiró después de la guerra civil y volvió a su lugar original durante la Transición para reposar otra vez, y sin que se sepa por qué, a los almacenes municipales donde me consta que estaba en 2006. Ese año, con ocasión del cincuentenario de su muerte, un concejal del PNV pidió volver a colocarlo en el claustro de San Telmo, pero no estoy seguro de que esté ahí, porque no he ido al Museo desde su última restauración (tendré que ir en peregrinación un día de estos).
Frente a la réplica en bronce, al otro lado de la calle, hay una placa que recuerda la casa en la que nació Baroja. También esto tiene un punto de polémica, porque uno de los sobrinos de Don Pío (ya fallecido), Pío Caro Baroja, solía decir, con cierta sorna, que la placa estaba colocada en la casa equivocada y que, en realidad, su tío había nacido en la finca colindante.
En fin, espero me perdonéis estos desahogos barojianos. Don Pío no dejaba títere con cabeza y así fue haciendo "amigos". Una buena prueba son sus diatribas contra los profesores universitarios que tuvo. Dado que este Blog versa sobre la Química, voy a recordar su apunte del profesor de esa materia durante el curso preparatorio de Medicina que siguió en Madrid. En las primeras páginas de su novela El árbol de la Ciencia dice que "[.....]aquella clase de Química en la capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y el cloro estaba haciendo su propio descubrimiento. [...] Dejaba los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase, con el fin de retirarse entre aplausos, como un prestidigitador"".
Que 2023 os sea leve, amigos.
En algún momento de la década de los sesenta del siglo pasado, mi padre compró las obras completas de Baroja en la edición de 1947 que publicó Biblioteca Nueva, una editorial radicada en Madrid. Siempre ha sido un misterio para mi la razón por la que mi padre compraba libros de autores conocidos (Quevedo, Baroja, Unamuno, Blasco Ibañez, Garcia Lorca,...), en cuidadas ediciones, en una librería desordenada que estaba en la manzana siguiente a la que yo llevo viviendo cuarenta años, en la Plaza del Buen Pastor de Donosti. Nunca le vi leer (al menos no de manera regular) ninguno de esos tomos. Pero cuando deshicimos el piso de mis padres hace dos años, todos tenían claro que los diversos tomos de las Obras Completas de Baroja eran para un servidor.
Empecé a leerlas cuando todavía estudiaba Bachillerato, muchas veces con nocturnidad y la ayuda de una linterna que ocultaba entre las sábanas. Lo que me ocasionaba más de una bronca paterna. Peor fue que esa pasión barojiana me supuso un cero en conducta cuando llevé la contraria al fraile corazonista que nos daba Literatura española, al decirle que la famosa novela La Busca no me había parecido una obra especialmente pecaminosa. Mi padre fue llamado a capítulo por el Director del Colegio pero me sacó la cara y todo quedó en nada. Aunque, con posterioridad, el Hermano Victorino (que así se llamaba el fraile) nunca me puso buena nota en los exámenes de la asignatura, a pesar de que yo era un estudiante excepcional (ya se me murieron mis abuelitas hace tiempo).
El caso es que, este año, se ha vuelto a constatar la mala prensa que, en las Instituciones, ha tenido siempre el cascarrabias de Don Pío. Los concejales del PP en el Ayuntamiento donostiarra propusieron en febrero la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad con ocasión del aniversario que estamos comentando. Pero todo el resto del arco político se posicionó en contra. La discusión demostró que muchos de los ediles de mi pueblo no han leído nunca a Baroja o han hecho una búsqueda intencionada de alguna frase de Don Pío que le inhabilitara como merecedor de tal galardón. Cosa no muy complicada, ya que uno puede encontrar muchos párrafos en sus libros que indican su desapego por la Donosti de los años veinte. No quiero ni pensar lo que diría ahora, cuando lo que él criticaba (y que podría resumirse con el término ñoñostiarrismo) anda otra vez en máximos.
Pero creo que los tiros van por otro lado. Baroja no ha caído nunca bien a los políticos, particularmente a los nacionalistas. No voy a entrar en detalles que puedan enturbiar la entrada pero en los escritos de Baroja queda clara su aversión por Sabino de Arana (tampoco los comunistas salen bien parados). Ello resultó ya obvio en 2006, al cumplirse el cincuentenario de la muerte del escritor, cuando una propuesta presentada por el PSOE para que la Diputación Foral celebrara una serie de actos conmemorativos se encontró con la oposición frontal de la mayoría nacionalista entonces imperante (PNV más EA).
Así que lo de este año no es más que una reedición de lo anterior aunque, esta vez, hasta los socialistas se han apuntado al carro. Su portavoz en el Ayuntamiento y futura candidata a la Alcaldía adujo que Baroja fue muy crítico con la ciudad, llegando a escribir en 1917 (!!) que su espíritu era "lamentable. Allí no interesa la ciencia, ni el arte, ni la literatura, ni la historia, ni la política, ni nada". Y concluyó la concejala con otra cita: "Yo no tengo ciudad. Hoy por hoy me considero extraurbano". Para acabar apostillando que Baroja ya tenía reconocimiento en espacios públicos de esta ciudad.
Y es cierto. Aparte de un paseo con su nombre en los extrarradios, con escultura de Nestor Basterretxea incluida, hay un busto junto al teatro Victoria Eugenia, en uno de los extremos de la calle Oquendo, la calle en la que nació. Una foto de ese busto es la que decora el inicio de esta entrada y podéis ampliarla clicando en ella. En realidad, se trata de una copia en bronce del realizado en piedra por el escultor Victorio Macho que lleva, además, una inscripción que recuerda el centenario del nacimiento de Baroja, ahora hace 50 años.
El busto original se instaló en 1935 en el claustro del Museo de San Telmo y al evento asistió el propio Don Pío, acompañado por el pintor Zuloaga entre otros. Se retiró después de la guerra civil y volvió a su lugar original durante la Transición para reposar otra vez, y sin que se sepa por qué, a los almacenes municipales donde me consta que estaba en 2006. Ese año, con ocasión del cincuentenario de su muerte, un concejal del PNV pidió volver a colocarlo en el claustro de San Telmo, pero no estoy seguro de que esté ahí, porque no he ido al Museo desde su última restauración (tendré que ir en peregrinación un día de estos).
Frente a la réplica en bronce, al otro lado de la calle, hay una placa que recuerda la casa en la que nació Baroja. También esto tiene un punto de polémica, porque uno de los sobrinos de Don Pío (ya fallecido), Pío Caro Baroja, solía decir, con cierta sorna, que la placa estaba colocada en la casa equivocada y que, en realidad, su tío había nacido en la finca colindante.
En fin, espero me perdonéis estos desahogos barojianos. Don Pío no dejaba títere con cabeza y así fue haciendo "amigos". Una buena prueba son sus diatribas contra los profesores universitarios que tuvo. Dado que este Blog versa sobre la Química, voy a recordar su apunte del profesor de esa materia durante el curso preparatorio de Medicina que siguió en Madrid. En las primeras páginas de su novela El árbol de la Ciencia dice que "[.....]aquella clase de Química en la capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y el cloro estaba haciendo su propio descubrimiento. [...] Dejaba los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase, con el fin de retirarse entre aplausos, como un prestidigitador"".
Que 2023 os sea leve, amigos.