En alguna de las entradas que en el verano del 2019 colgué sobre microplásticos, ya manifesté mi preocupación por el posible efecto que en nuestro organismo pudiera tener la ingestión de bebidas o alimentos conteniendo nanopartículas de plástico, un escalón más en el deterioro que ese material va sufriendo con el uso y el tiempo. Por debajo de un cierto tamaño, que entra en el dominio de la millonésima del milímetro, esas partículas pueden ser susceptibles de traspasar membranas celulares e incorporarse a nuestro torrente sanguíneo (en lugar de ser expulsadas a través de las heces) y distribuirse por todos los órganos que la sangre riega. Y una vez asentadas en ellos pudieran ser el origen de problemas. No en vano tenemos el precedente de las partículas de amianto y sus terribles consecuencias. Así que sigo la literatura al respecto con cierta asiduidad para ver lo que se va configurando en el tiempo.
Por ahora no he encontrado literatura concluyente al respecto, más allá de ciertos ensayos realizados a nivel de laboratorio con células de animales o con animales a los que deliberadamente se ha alimentado con distintas cantidades de micro y nanoplásticos. Pero nada relevante que tenga que ver con la vida real que animales y humanos llevamos en el día a día y las cantidades que pudiéramos ingerir. Recientemente, sin embargo, han caído en mis manos un par de noticias al respecto, provenientes de dos grupos de investigación. Una tiene que ver con la presencia de microplásticos en la sangre de vacas y cerdos en granjas holandesas y la otra con la contaminación por plásticos en órganos provenientes de cadáveres humanos, estudio llevado a cabo por parte de científicos de la Universidad de Arizona.Y la verdad es que, por el momento, no han subido mis niveles de preocupación. Y voy a explicar por qué.
En el caso del estudio de las vacas y cerdos, la alerta me llegó por parte de un amigo de la infancia, veterinario para más señas, y que la había leído en un periódico español. Aunque también se han hecho eco de la noticia otros periódicos europeos como el Times o el Daily Mail, así como algunas webs de ganaderos. En realidad no estamos hablando de un artículo que, por ahora, haya sido publicado en una revista científica, tras una adecuada revisión de pares. El estudio se presentó en un congreso celebrado a finales del pasado octubre, organizado en Amsterdam por una Fundación cuyo nombre es Plastic Soup Foundation. Tengo que reconocer que con sólo leer el nombre arqueé mis pobladas cejas. Y más tras ver que la conferencia final la daba Charles Moore que fue quien acuñó el hoy desprestigiado término de "islas de plástico". El trabajo fue presentado por la líder de un grupo de investigación radicado en la Universidad Libre (Vrije University) de la propia Amsterdam y si estáis interesados podéis ver su presentación en este vídeo de YouTube que, con lo publicado en los periódicos, son los únicos datos de los que dispongo.
Aparte del nombre de la entidad organizadora, hay algunas cuestiones técnicas que, tras revisar el vídeo, me plantean interrogantes que con lo que en él se enseña no puedo por ahora resolver. Aunque antes de nada hay que decir que el tamaño de la muestra investigada da para pocas conclusiones: una docena de vacas lecheras holandesas y una media docena de cerdos. Pero ya en cuestiones más técnicas, me sorprende que en lugar de aislar las partículas de plástico presentes en la sangre y contarlas e identificarlas por las técnicas habituales (microscopía y espectrofotometría infrarroja y/o Raman), las investigadoras usen una técnica que conozco bien y que implica como primer paso pirolizar la muestra, esto es, destruir mediante calor las largas moléculas de los diferentes plásticos presentes y, a partir de ahí, deducir de qué plásticos provienen. No digo que no se pueda hacer, sino que hay técnicas más adecuadas. Y también me sorprende, y mucho, que en todos los animales investigados los análisis identificaban PVC, mientras que otros plásticos mucho más usados, como el polietileno y el polipropileno, aparecen con menor incidencia. Así que tendré que esperar con paciencia a ver si publican un artículo con esos resultados y los puedo considerar mejor.
La otra noticia saltó en la reunión de la American Chemical Society (ACS) celebrada en Atlanta a finales de agosto y me enteré de ella gracias a mi antigua estudiante y amiga Ainara Sangroniz que desde la Colorado State University, donde realiza una estancia postdoctoral, me tiene informado de todo lo que su innata curiosidad por la Química capta en revistas especializadas y redes. En un primer momento, la noticia en la web de la ACS hacía mención en su título a que científicos de la Universidad de Arizona habían detectado microplásticos, nanoplásticos y monómeros (la materia prima con la que se sintetizan los plásticos) en tejidos de cadáveres humanos usando una técnica denominada citometría de flujo.
Pero, a los pocos días, la propia ACS clarificaba en una nota añadida a la misma página que ese título se refería a dos comunicaciones distintas provenientes, eso sí, del mismo Grupo de investigación. Por un lado, una de las comunicaciones daba cuenta del uso de la técnica citada trabajando con tejidos humanos a los que se habían "infiltrado" deliberadamente microplásticos. Y en otra comunicación se daba cuenta de la detección en los órganos de los cadáveres (y mediante otra técnica), de (cito literalmente): "contaminación plástica en forma de monómeros, o bloques de construcción de plástico. El bisfenol A (BPA), todavía utilizado en muchos envases de alimentos a pesar de los problemas de salud, se encontró en las 47 muestras humanas investigadas". La página en cuestión puede verse aquí.
O sea, que los de Arizona no son muy de fiar. La frase en cursiva recordará a los viejos de este Blog a nuestro amigo Nicolás Olea cuando decía que los niños de Granada meaban plástico, cuando lo que había encontrado en sus pises era bisfenol A, el monómero con el que se sintetiza el polímero llamado policarbonato.
Mi preocupación por los nanoplásticos en nuestra dieta sigue vigente pero, mientras tanto, tengo que leer cosas como las mencionadas, puestas en las redes por las agencias de prensa de las Universidades y, de rebote, por los periodistas más alarmistas. Trabajo no me falta.
Por ahora no he encontrado literatura concluyente al respecto, más allá de ciertos ensayos realizados a nivel de laboratorio con células de animales o con animales a los que deliberadamente se ha alimentado con distintas cantidades de micro y nanoplásticos. Pero nada relevante que tenga que ver con la vida real que animales y humanos llevamos en el día a día y las cantidades que pudiéramos ingerir. Recientemente, sin embargo, han caído en mis manos un par de noticias al respecto, provenientes de dos grupos de investigación. Una tiene que ver con la presencia de microplásticos en la sangre de vacas y cerdos en granjas holandesas y la otra con la contaminación por plásticos en órganos provenientes de cadáveres humanos, estudio llevado a cabo por parte de científicos de la Universidad de Arizona.Y la verdad es que, por el momento, no han subido mis niveles de preocupación. Y voy a explicar por qué.
En el caso del estudio de las vacas y cerdos, la alerta me llegó por parte de un amigo de la infancia, veterinario para más señas, y que la había leído en un periódico español. Aunque también se han hecho eco de la noticia otros periódicos europeos como el Times o el Daily Mail, así como algunas webs de ganaderos. En realidad no estamos hablando de un artículo que, por ahora, haya sido publicado en una revista científica, tras una adecuada revisión de pares. El estudio se presentó en un congreso celebrado a finales del pasado octubre, organizado en Amsterdam por una Fundación cuyo nombre es Plastic Soup Foundation. Tengo que reconocer que con sólo leer el nombre arqueé mis pobladas cejas. Y más tras ver que la conferencia final la daba Charles Moore que fue quien acuñó el hoy desprestigiado término de "islas de plástico". El trabajo fue presentado por la líder de un grupo de investigación radicado en la Universidad Libre (Vrije University) de la propia Amsterdam y si estáis interesados podéis ver su presentación en este vídeo de YouTube que, con lo publicado en los periódicos, son los únicos datos de los que dispongo.
Aparte del nombre de la entidad organizadora, hay algunas cuestiones técnicas que, tras revisar el vídeo, me plantean interrogantes que con lo que en él se enseña no puedo por ahora resolver. Aunque antes de nada hay que decir que el tamaño de la muestra investigada da para pocas conclusiones: una docena de vacas lecheras holandesas y una media docena de cerdos. Pero ya en cuestiones más técnicas, me sorprende que en lugar de aislar las partículas de plástico presentes en la sangre y contarlas e identificarlas por las técnicas habituales (microscopía y espectrofotometría infrarroja y/o Raman), las investigadoras usen una técnica que conozco bien y que implica como primer paso pirolizar la muestra, esto es, destruir mediante calor las largas moléculas de los diferentes plásticos presentes y, a partir de ahí, deducir de qué plásticos provienen. No digo que no se pueda hacer, sino que hay técnicas más adecuadas. Y también me sorprende, y mucho, que en todos los animales investigados los análisis identificaban PVC, mientras que otros plásticos mucho más usados, como el polietileno y el polipropileno, aparecen con menor incidencia. Así que tendré que esperar con paciencia a ver si publican un artículo con esos resultados y los puedo considerar mejor.
La otra noticia saltó en la reunión de la American Chemical Society (ACS) celebrada en Atlanta a finales de agosto y me enteré de ella gracias a mi antigua estudiante y amiga Ainara Sangroniz que desde la Colorado State University, donde realiza una estancia postdoctoral, me tiene informado de todo lo que su innata curiosidad por la Química capta en revistas especializadas y redes. En un primer momento, la noticia en la web de la ACS hacía mención en su título a que científicos de la Universidad de Arizona habían detectado microplásticos, nanoplásticos y monómeros (la materia prima con la que se sintetizan los plásticos) en tejidos de cadáveres humanos usando una técnica denominada citometría de flujo.
Pero, a los pocos días, la propia ACS clarificaba en una nota añadida a la misma página que ese título se refería a dos comunicaciones distintas provenientes, eso sí, del mismo Grupo de investigación. Por un lado, una de las comunicaciones daba cuenta del uso de la técnica citada trabajando con tejidos humanos a los que se habían "infiltrado" deliberadamente microplásticos. Y en otra comunicación se daba cuenta de la detección en los órganos de los cadáveres (y mediante otra técnica), de (cito literalmente): "contaminación plástica en forma de monómeros, o bloques de construcción de plástico. El bisfenol A (BPA), todavía utilizado en muchos envases de alimentos a pesar de los problemas de salud, se encontró en las 47 muestras humanas investigadas". La página en cuestión puede verse aquí.
O sea, que los de Arizona no son muy de fiar. La frase en cursiva recordará a los viejos de este Blog a nuestro amigo Nicolás Olea cuando decía que los niños de Granada meaban plástico, cuando lo que había encontrado en sus pises era bisfenol A, el monómero con el que se sintetiza el polímero llamado policarbonato.
Mi preocupación por los nanoplásticos en nuestra dieta sigue vigente pero, mientras tanto, tengo que leer cosas como las mencionadas, puestas en las redes por las agencias de prensa de las Universidades y, de rebote, por los periodistas más alarmistas. Trabajo no me falta.
Gracias.
ResponderEliminar