Lo que son las paradojas de la vida. Nos están bombardeando cada día con el asunto de que la concentración del CO2 en la atmósfera está creciendo continuamente como consecuencia, sobre todo, de la quema de combustibles fósiles y ahora resulta que, desde un poco antes del verano, hemos entrado en un período de absoluta escasez de dicho gas para muchos procesos industriales donde su concurso es absolutamente necesario, procesos que están en el origen de cosas que se han vuelto tan cotidianas como beber cerveza o comprar carne u otros productos, envasados en atmósferas modificadas ricas en ese gas para preservar su color o prestancia a los ojos del consumidor. En otros usos un poco menos conocidos, el CO2 se usa para aturdir animales antes de su sacrificio o para llenar extintores que lo expulsarán en forma de polvo a -80 ºC.
Y la culpa de esta situación, la peor en décadas según algunas fuentes conocedoras del tema, la tiene otro gas: el amoniaco o NH3, obtenido a partir de sus componentes, hidrógeno y nitrógeno, por medio de la famosa síntesis de Haber-Bosch, de la que he dado muchos detalles en otra entrada de este Blog. Mientras el nitrógeno es accesible en tanto que componente mayoritario del aire de nuestra atmósfera, del que puede extraerse, las modernos plantas de producción de amoniaco obtienen el hidrógeno necesario para dicha síntesis de hidrocarburos como el metano (CH4), contenido en el gas natural. En el proceso de "separar" el carbono y el hidrógeno del metano, se obtiene como subproducto CO2, que esas industrias comercializan para los variados usos del gas, algunos de los cuales he mencionado arriba.
Como también puede leerse en la entrada arriba mencionada, el amoniaco se usa fundamentalmente para fabricar fertilizantes, proporcionando a través de ellos el nitrógeno que las plantas necesitan para crecer, junto con aportes sustanciales de fósforo y potasio. Pero la agricultura extensiva en el Hemisferio Norte no fertiliza durante los meses de verano, así que la venta de fertilizantes cae, la producción de amoniaco lo hace al unísono y nuestras espitas de cerveza pueden llegar a verse privadas del necesario CO2.
Y vosotros diréis, ¿pero eso pasará todos los años y habrá previsiones al respecto, no?. Pues si y no. Dicen algunos medios británicos que, al menos en ese país, la culpa la tiene el disparado consumo de cerveza que se ha producido en tierras del Brexit como consecuencia de los mundiales de fútbol y la pertinaz sequía que les asola y que ha dejado los campos de golf de Escocia (hoy he visto como está el de Carnoustie, sede del Open 2018) cual campos de trigo castellano en pleno agosto.
Alguno de mis lectores, generalmente bien informados, habrá pensado que este es un buen nicho de negocio para el asunto de la captura y almacenamiento de CO2 (CCS, Carbon Capture and Storage), un conjunto de tecnologías que se pregonan como solución para devolver la concentración de este gas en la atmósfera a los valores del periodo preindustrial, eliminando así lo que, para muchos, es el botón principal a la hora de regular el llamado cambio climático.
Ciertamente hay mucho CO2 en el aire de nuestra atmósfera, dada su vasta extensión, pero el problema es que esa concentración que preocupa tanto a los climatólogos es, desde el punto de vista cuantitativo, casi ridícula. Las famosas 400 ppm (411 para ser exactos a finales de junio de 2018) suponen, una vez transformadas en tanto por ciento, que el aire que nos rodea solo contiene un 0,04% de CO2, lo que hace inviable económicamente el obtenerlo a partir de esa vía. Algo más práctico, en principio, es dedicarse a capturar el CO2 que emiten las plantas que queman carbón o hidrocarburos para producir electricidad.
Pero incluso la viabilidad de esta segunda opción es más que discutible, aunque prefiero dejarlo para otra ocasión. Mientras tanto esperemos que la crisis no vaya a mayores y la situación se normalice. Basta con esperar a que los agricultores vuelvan a comprar fertilizantes.
Y la culpa de esta situación, la peor en décadas según algunas fuentes conocedoras del tema, la tiene otro gas: el amoniaco o NH3, obtenido a partir de sus componentes, hidrógeno y nitrógeno, por medio de la famosa síntesis de Haber-Bosch, de la que he dado muchos detalles en otra entrada de este Blog. Mientras el nitrógeno es accesible en tanto que componente mayoritario del aire de nuestra atmósfera, del que puede extraerse, las modernos plantas de producción de amoniaco obtienen el hidrógeno necesario para dicha síntesis de hidrocarburos como el metano (CH4), contenido en el gas natural. En el proceso de "separar" el carbono y el hidrógeno del metano, se obtiene como subproducto CO2, que esas industrias comercializan para los variados usos del gas, algunos de los cuales he mencionado arriba.
Como también puede leerse en la entrada arriba mencionada, el amoniaco se usa fundamentalmente para fabricar fertilizantes, proporcionando a través de ellos el nitrógeno que las plantas necesitan para crecer, junto con aportes sustanciales de fósforo y potasio. Pero la agricultura extensiva en el Hemisferio Norte no fertiliza durante los meses de verano, así que la venta de fertilizantes cae, la producción de amoniaco lo hace al unísono y nuestras espitas de cerveza pueden llegar a verse privadas del necesario CO2.
Y vosotros diréis, ¿pero eso pasará todos los años y habrá previsiones al respecto, no?. Pues si y no. Dicen algunos medios británicos que, al menos en ese país, la culpa la tiene el disparado consumo de cerveza que se ha producido en tierras del Brexit como consecuencia de los mundiales de fútbol y la pertinaz sequía que les asola y que ha dejado los campos de golf de Escocia (hoy he visto como está el de Carnoustie, sede del Open 2018) cual campos de trigo castellano en pleno agosto.
Alguno de mis lectores, generalmente bien informados, habrá pensado que este es un buen nicho de negocio para el asunto de la captura y almacenamiento de CO2 (CCS, Carbon Capture and Storage), un conjunto de tecnologías que se pregonan como solución para devolver la concentración de este gas en la atmósfera a los valores del periodo preindustrial, eliminando así lo que, para muchos, es el botón principal a la hora de regular el llamado cambio climático.
Ciertamente hay mucho CO2 en el aire de nuestra atmósfera, dada su vasta extensión, pero el problema es que esa concentración que preocupa tanto a los climatólogos es, desde el punto de vista cuantitativo, casi ridícula. Las famosas 400 ppm (411 para ser exactos a finales de junio de 2018) suponen, una vez transformadas en tanto por ciento, que el aire que nos rodea solo contiene un 0,04% de CO2, lo que hace inviable económicamente el obtenerlo a partir de esa vía. Algo más práctico, en principio, es dedicarse a capturar el CO2 que emiten las plantas que queman carbón o hidrocarburos para producir electricidad.
Pero incluso la viabilidad de esta segunda opción es más que discutible, aunque prefiero dejarlo para otra ocasión. Mientras tanto esperemos que la crisis no vaya a mayores y la situación se normalice. Basta con esperar a que los agricultores vuelvan a comprar fertilizantes.
Búho, me has dejado perpleja...Ni en sueños, pensé que faltaría CO2 para algo...con tanto machaque de las 400 ppm ... increíble...
ResponderEliminarLa verdad, he estado pensando en el metano en Siberia, por los 40º que insólitamente hay por esos lados, por el derretimiento del permafrost... pero jamás en el CO2...
Se aprende, leyendo tus post...Gracias.