A principios del pasado diciembre, os hablaba de ciertas larvas capaces de devorar poliestireno expandido, esa especie de corcho blanco y ligero que se usa en muchos envases para proteger el contenido de los mismos. Ahora y gracias a dos amigos y lectores del Blog, tengo material muy reciente (de ayer y anteayer) para poder contar otra historia sobre orugas que comen polietileno, el material que, entre otras cosas, se emplea para fabricar las bolsas de basura que aparecen a la izquierda y que están siendo objeto de una persecución que, en mi opinión, es un tanto desmesurada. Sobre ello ya hablé hace tiempo (2008) aquí y, por el momento, no veo muchas razones para retractarme de lo entonces escrito.
Federica Bertocchini es una investigadora de un Instituto de Investigación del CSIC radicado en Cantabria. Es una apicultora aficionada y de su pasión por la apicultura extrajo una idea que ha dado lugar a los resultados que voy a comentar, publicados el pasado lunes en una revista científica [Current Biology 27, R283, (2017)]. Las orugas de la polilla de la cera son un problema para apicultores como Federica porque, literalmente, atacan las colmenas para comerse la cera de las mismas (uno más de los muchos problemas de las pobres abejas). El caso es que un día andaba limpiando de orugas sus colmenas, metiéndolas en bolsas de plástico para deshacerse de ellas, y comprobó que se le escapaban de las mismas tras comerse el polietileno y llenarlas de agujeros.
Así que se puso manos a la obra con gentes de la Universidad de Cambridge y, en el trabajo antes mencionado, ella y dos colegas ingleses vienen a demostrar que, efectivamente, cien orugas mastican y digieren el polietileno a un ritmo de 92 miligramos por cada 12 horas. El trabajo explica el posible comportamiento de las orugas ante el polietileno sobre la base de que la cera y este plástico son muy parecidos en términos de estructura química: cadenas medianamente largas de grupos -CH2- en el caso de las ceras y cadenas mucho más largas de las mismas unidades en el caso del polietileno. Aunque, como dice mi amigo Sebastián (que de esto sabe un rato), en el segundo de los comentarios abajo, la cosa puede ser diferente dependiendo del tamaño de la cadena. En cualquier caso, parece que en ambas situaciones, las orugas parecen disponer de algún mecanismo por el que son capaces de romper los enlaces entre esos grupos y digerir uno y otro producto. No tienen claro los autores, sin embargo, si el tracto intestinal de las orugas contiene bacterias capaces de actuar contra el polietileno y/o si existen enzimas específicas que facilitan esa digestión. En una entrevista que he visto en YouTube, Federica dice que ese va a ser el siguiente paso en su investigación.
Como en esto de las noticias atractivas el que no corre vuela, hoy mismo, Philip Ball, un conocido divulgador científico británico se hacía eco en The Guardian sobre la publicación del trabajo arriba mencionado y ponía en contexto los fríos datos del mismo. Al ritmo de los miligramos consumidos por 100 orugas, la cantidad de ellas que necesitaríamos para librarnos de la ingente cantidad de residuos de polietileno sería también desmesurada y podríamos provocar un importante problema ambiental. Sería muy difícil controlar las orugas en espacios estrictamente cerrados y las abejas iban a sufrir las consecuencias. Como ejemplo de los males de este tipo de arma biológica, Ball recuerda los devastadores efectos en Australia del llamado sapo de caña que se introdujo para controlar algunas plagas en cosechas y ahora se ha convertido él mismo en una plaga, cargándose una parte importante de la fauna australiana.
Pero Ball no echa en saco roto los resultados del trabajo y propone como solución menos peligrosa el identificar las bacterias y enzimas responsables de la digestión (como también sugería la Bertocchini), mucho más manejables a la hora de conseguir la degradación del material. Algo que también sería posible en el caso de las larvas que comían poliestireno expandido de mi entrada de diciembre. Como allí se decía al final, sigan atentos al asunto en sus pantallas. La cosa promete.
Federica Bertocchini es una investigadora de un Instituto de Investigación del CSIC radicado en Cantabria. Es una apicultora aficionada y de su pasión por la apicultura extrajo una idea que ha dado lugar a los resultados que voy a comentar, publicados el pasado lunes en una revista científica [Current Biology 27, R283, (2017)]. Las orugas de la polilla de la cera son un problema para apicultores como Federica porque, literalmente, atacan las colmenas para comerse la cera de las mismas (uno más de los muchos problemas de las pobres abejas). El caso es que un día andaba limpiando de orugas sus colmenas, metiéndolas en bolsas de plástico para deshacerse de ellas, y comprobó que se le escapaban de las mismas tras comerse el polietileno y llenarlas de agujeros.
Así que se puso manos a la obra con gentes de la Universidad de Cambridge y, en el trabajo antes mencionado, ella y dos colegas ingleses vienen a demostrar que, efectivamente, cien orugas mastican y digieren el polietileno a un ritmo de 92 miligramos por cada 12 horas. El trabajo explica el posible comportamiento de las orugas ante el polietileno sobre la base de que la cera y este plástico son muy parecidos en términos de estructura química: cadenas medianamente largas de grupos -CH2- en el caso de las ceras y cadenas mucho más largas de las mismas unidades en el caso del polietileno. Aunque, como dice mi amigo Sebastián (que de esto sabe un rato), en el segundo de los comentarios abajo, la cosa puede ser diferente dependiendo del tamaño de la cadena. En cualquier caso, parece que en ambas situaciones, las orugas parecen disponer de algún mecanismo por el que son capaces de romper los enlaces entre esos grupos y digerir uno y otro producto. No tienen claro los autores, sin embargo, si el tracto intestinal de las orugas contiene bacterias capaces de actuar contra el polietileno y/o si existen enzimas específicas que facilitan esa digestión. En una entrevista que he visto en YouTube, Federica dice que ese va a ser el siguiente paso en su investigación.
Como en esto de las noticias atractivas el que no corre vuela, hoy mismo, Philip Ball, un conocido divulgador científico británico se hacía eco en The Guardian sobre la publicación del trabajo arriba mencionado y ponía en contexto los fríos datos del mismo. Al ritmo de los miligramos consumidos por 100 orugas, la cantidad de ellas que necesitaríamos para librarnos de la ingente cantidad de residuos de polietileno sería también desmesurada y podríamos provocar un importante problema ambiental. Sería muy difícil controlar las orugas en espacios estrictamente cerrados y las abejas iban a sufrir las consecuencias. Como ejemplo de los males de este tipo de arma biológica, Ball recuerda los devastadores efectos en Australia del llamado sapo de caña que se introdujo para controlar algunas plagas en cosechas y ahora se ha convertido él mismo en una plaga, cargándose una parte importante de la fauna australiana.
Pero Ball no echa en saco roto los resultados del trabajo y propone como solución menos peligrosa el identificar las bacterias y enzimas responsables de la digestión (como también sugería la Bertocchini), mucho más manejables a la hora de conseguir la degradación del material. Algo que también sería posible en el caso de las larvas que comían poliestireno expandido de mi entrada de diciembre. Como allí se decía al final, sigan atentos al asunto en sus pantallas. La cosa promete.
¡Pues claro que hace un par de días que esta noticia aparece a cada rato y por todos lados...!La cosa es, eso sí, que se dice que la oruga digiere el polietileno, pero no se dice en qué compuestos se degrada...si es algún plástico diferente o qué...
ResponderEliminarAcá ya nos amenazan en los supermercados con que no nos darán bolsas a fin de año...Yo no me hago problema porque siempre ando con una de género en la cartera, pero lo hasta divertido es que todo lo que compro, viene envuelto en plástico!! que al final de cuentas, es lo único que yo saco en la basura...porque lo orgánico lo convierto en tierra.
Será interesante saber cómo se produce esa "digestión", y si hay en realidad esperanzas de poder hacer uso de esas bacterias sin dejar la tendalada ambiental.
Mientras tanto, tratemos de minimizar el impacto...
La diferencia en el tamaño de las cadenas de las parafinas de panal con las del polietileno debiera implicar procesos diferentes de degradación en los dos materiales. Es bien conocido que las parafinas cortas se biodegradan mediante la combinación de varias enzimas gracias a que el proceso se inicia en los extremos de la cadena con cierta facilidad. Esto es mucho mas difícil en las cadenas de muy alto peso molecular de polietileno y que como resultado son esencialmente inertes frente a la biodegradación.
ResponderEliminarGracias Sebastián. Una buena matización de alguien que sabe del tema.
ResponderEliminarSegún la información dada en alguno de los diarios de estos días, no es que las orugas se "coman" el polietileno, sino que segregan algo que produce su degradación, ya que las bolsas en las que Bertocchini recogía esas orugas se agujerearon por el simple contacto con la masa de orugas muertas.
ResponderEliminarYa lo decían Yang y colaboradores hace casi tres años, e incluso identificaron las cepas implicadas!
ResponderEliminarhttps://www.researchgate.net/publication/268154348_Evidence_of_Polyethylene_Biodegradation_by_Bacterial_Strains_from_the_Guts_of_Plastic-Eating_Waxworms
Exacto, anónimo. El artículo que menciono en la entrada, en su referencia (4) hace mención a ese paper de Yang. Pero los resultados de FTIR del paper sobre las orugas de la seda, muestran la aparición de etilenglicol, cosa que no ocurre en el trabajo de Yang. Pero esto es demasiado técnico para un Blog como el del Búho.
ResponderEliminarPuede ser Aurora. Aunque las empleadas en el artículo de Current Biology estaban vivitas y coleando, los autores si demuestran que la masticación no es la única fuente en la pérdida de masa del plástico.
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarNo conocía la entrada anterior, la de las bolsas de plástico. Después de leerla, sólo quería apuntar que el problema que quieren resolver con las bolsas de plástico creo que no es el cambio climático, sino los residuos plásticos, que todavía no he entendido cómo (¿será que somos unos guarros?) acaban desperdigados por ríos, campos, y finalmente en el mar, y en los peces que después nos comemos. Otra cuestión distinta es si, con la prohibición, el impuesto, etc se conseguirá algo o no, o como dice otra lectora, el problema está en otro sitio (envases por doquier, microplásticos en productos de higiene, etc.).
Por otro lado, la pelea entre los papeleros y los "químicos" sobre quien consume más y quien contamina más los ríos, me parece que está muy contaminada por, según quien la cuente, resulta en una dirección o en otra, pero bueno, para lo que estoy diciendo creo que es irrelevante...
En aquella entrada hacías bien, además, en no considerar el reciclaje de las bolsas. Si no me equivoco, los plásticos tienen unos ratios medios de reciclaje bastante bajos, y en el caso particular de las bolsas, creo que es nulo (pero hablo de oídas...)
Qué te voy a decir yo, Quimico yorganico, que tu ya no sepas...
ResponderEliminarEs una lástima que mi hijo se volviera apicultor hace sólo dos años. De haberlo hecho antes, es muy probable que este asunto hubiera nacido en la Facultad de San Sebastián. El que las orugas comían plástico, yo lo observé de otra forma. Dejé una caja de cartón con los restos de cera y fibra que quedan después de fundir panales para recuperar los cuadros y la cera, en lo alto de un leñero y, al quitarla después de unos meses, vi que una parte de las numerosas orugas que habían proliferado en la caja se habían comido el tramo de aislante de una tubería de agua que pasaba por detrás de la caja. El aislante es la típica "coquilla" de material espumado. No sé qué material es, supongo que PP, pero en este caso además debe estar bastante cargado, porque es completamente negro. Llevaba unos días pensando en contártelo cuando escribiste tu primera entrada sobre este asunto. Así que lo dejé correr.
ResponderEliminarAntonio Gracia
¿Y no les pusiste a continuación PET en la dieta?.😏😏
ResponderEliminarLlevo desde el 2006 tratando de desarrollar procesos de eliminacion de residuos empleando larvas de insecto.
ResponderEliminarY es algo realmente dificil. Lo mas cercano a tener exito es la eliminacion de residuos organicos biodegradables empleando larvas de la moscaa Hermetia illucens.
Esta larva devora residuos a un ritmo espectacular,elimina mas de su propio peso cada dia. Se pueden criar en grandes cantidades.... y aun resulta dificil.
Veo practicamente imposible poder desarrollar un proceso de eliminacion de plasticos con estas larvas.
Pero el principal obstaculo no es tecnico, sino economico. Aunque se solventasen todos los problemas tecnicos nunca llegara a ser rentable alimentar insectos con plastico.
Simplemente es un alimento demasiado caro.
El polietileno reciclado se esta pagando por encima de los 700€/tn.
El problema del plastico no es que no existan procesos para tratarlos. Se pueden reciclar, producir hidrocarburos, o incluso incinerarlos. El problema esta en recogerlos. Si ya les tienes recogidos y clasificados por tipos... entonces no tiene sentido darselo de comer a los insectos.
Gracias Alba. Yo también soy algo escéptico. Llevo desde el año 76 trabajando en polímeros y a lo largo de este tiempo, las múltiples facetas del problema que planteas aparecen y desaparecen como el Guadiana. Se está avanzando mucho en recogida selectiva, pero al final los ciclos de reciclado de estos materiales son cortos y seguiremos necesitando deshacernos de los que ya no sirven para nada. El reciclado químico (volver a los monómeros de partida) es caro y, por tanto, poco competitivo mientras el petróleo no suba mucho. No se te olvide que el empleo de petróleo en la obtención de materias primas o monómeros para obtener plásticos es un poco la calderilla del uso que los humanos damos al petróleo. Así que, como planteo en un artículo reciente, que puedes ver aquí:
ResponderEliminarhttp://www.ehu.eus/eu/web/guest/preview-campusa/-/asset_publisher/1O7v/content/n_20170512-cathedra-yanko-iruin
hay que recogerlos inteligentemente (y no tirarlos al medio ambiente), reciclarlos en lo posible y, finalmente, quemarlos.