La pasada semana, algunos de mis colegas pertenecientes a la chusmarra de químicos que puebla el campus de Ibaeta en Donosti volvieron a casa por Navidad...., desde Hawái. Otros aún deben andar por allí, aprovechando el viaje. Hace exactamente veinte años, la Búha y un servidor, acompañados de una de mis colegas y su pareja, hicimos lo mismo, para asistir a la edición 1995 del citado Congreso, el International Chemical Congress of Pacific Basin Societies, un clásico para químicos americanos, japoneses, coreanos y algunos europeos que se suelen descolgar por allí.
El caso es que estos mismos días he retomado la lectura de un libro que había dejado sin terminar hace unos meses. No por aburrimiento, sino porque los libros de tipo más o menos técnico que leo no son, en muchos casos, como novelas que se leen de un tirón. Este del que os hablo es un libro interesantísimo, titulado Water 4.0 de David Selak y al que creo que ya he hecho mención en otro post. En su subtítulo dice literalmente "El pasado, presente y futuro del recurso más importante para la vida humana". Pues bien, uno de los capítulos a los que aún no había llegado está dedicado a la presencia en el agua de restos de la actividad humana de cada día y, más concretamente, de hormonas, productos farmacéuticos y sustancias químicas que pueden resultar peligrosas para la vida de los organismos que pueblan las aguas de ríos, lagos o mares.
Y resulta que un David Selak con veinte años menos, igual que un servidor, también anduvo por Honolulu en 1995 en el mismo Congreso que estuvimos nosotros y que he mencionado arriba. Evidentemente en diferentes sesiones, porque yo andaba liado con mis polímeros y él con su contaminación de aguas. En la sesión que se celebró en la tarde del lunes 18 de diciembre de 1995, dentro del apartado de Química Ambiental, David Selak se encontró con una comunicación oral que le llamó la atención. Una tal Susan Jobling, joven postdoc del Departamento de Biología y Bioquímica de la Brunel University en la inglesa ciudad de Middlesex (muy adecuado el sex final como veréis), disertó sobre un estudio realizado en su Tesis Doctoral, a principios de los 90, en el que habían encontrado que ciertos peces machos desarrollaban un comportamiento hermafrodita con óvulos en sus testículos. Los peces investigados provenían del río Lea un afluente del conocido Támesis aunque, posteriormente, habían encontrado similar comportamiento en otros ríos ingleses.
En el cortísimo resumen (9 líneas) del abultado Book of Abstracts del Congreso, Susan Jobling atribuía el efecto de la feminización de los peces estudiados a sustancias ya muy vistas en este Blog, como el DDT, el bisfenol A, algunos componentes de los detergentes como los alquil fenoles, etc. Todos ellos considerados como sustancias que hoy llamamos disruptores endocrino, es decir, sustancias que imitan el comportamiento de moléculas como el estradiol, la hormona que regula los sistemas reproductivos de la mayoría de los vertebrados. La presencia de estradiol o moléculas de parecida estructura en la sangre de los machos puede generar procesos de feminización.
Pero cuando David Selak se puso a calcular concentraciones necesarias para esos efectos en los peces, algo no le cuadraba. Las sustancias causantes de esos efectos a las concentraciones manejadas en la comunicación de Jobling deberían ser disruptores mucho más potentes que las sustancias químicas mencionadas. Y las únicas que Selak conocía eran estrógenos esteroides como la estrona (E1), el propio estradiol (E2) o el estriol (E3), hormonas generadas naturalmente en el organismo de los seres vivos, o las hormonas sintéticas empleadas como anticonceptivos y que ya llevaban más de treinta años en el mercado occidental, como el alfa-etinil estradiol (EE2). La orina humana contiene cantidades muy variables de todas ellas que acaban donde acaban nuestras aguas residuales. Para poner las cosas en su contexto, mientras los hombres y las mujeres menopaúsicas producen del orden de 7 microgramos por día de E1+E2+E3, las embarazadas multiplican esa cifra prácticamente por mil. Y hay, por otro lado, millones y millones de mujeres que usan anticonceptivos, basados en EE2, en el mundo.
La capacidad de funcionar como disruptores de estas moléculas es, como mencionaba, mucho más elevada que el de las otras sustancias químicas tenidas por tales. De hecho, si a la capacidad disruptora del E2 (el estrógeno más potente) le damos el valor unidad, el Bisfenol A tendría una potencia disruptora de 0.00004 y el Nonilfenol, uno de los productos habituales en detergentes, andaría por 0.0001. Luego, evidentemente, está el problema de la concentración de cada una de esas sustancias en el agua de un río o lago concreto.
Y alguno se preguntará que cómo puede ser que estando el E2 secretado por embarazadas siempre ahí, desde el inicio de las grandes aglomeraciones urbanas, no se hayan conocido casos de peces feminizados en el Támesis o en ríos similares (p. e. el Danubio) hasta los noventa. Pues Selak también tiene la respuesta. Hasta bien entrados los años 70, las estaciones de tratamiento de aguas eran poco frecuentes y este tipo de ríos estaban tan contaminados por todo tipo de desechos industriales o por materia orgánica de las aguas fecales (que consumía mucho oxígeno) que los pobres peces, literalmente, no podía vivir en ellos (cómo me acuerdo yo del Urumea de mis años infantiles). Cuando las plantas de tratamiento empezaron a funcionar, los peces volvieron a poder vivir en esas aguas pero aquellos que les daba por estar cerca de los puntos en los que esas plantas devolvían sus aguas a un río, se encontraban con una serie de sustancias (ya sea estrógenos, ya sean sustancias como el Bisfenol A) que las plantas de tratamiento no son capaces de eliminar de forma eficaz y que les causaban los problemas descritos por Jobling.
Pero que no cunda el pánico. Las aguas que salen de las depuradoras suelen ser habitualmente diluidas por el agua que el propio caudal continuo del río aporta y ya no os digo nada del grado de dilución cuando acaban en el mar. En cualquier caso, los pobres peces del Támesis han ayudado a identificar un problema potencial que habrá que ir resolviendo. Y, desde luego, no creo que la solución por la que se abogue sea eliminar los anticonceptivos (lo que alegraría a más de uno) o cargarse a las embarazadas (que dejaría a mi comadrona sin trabajo).
El caso es que estos mismos días he retomado la lectura de un libro que había dejado sin terminar hace unos meses. No por aburrimiento, sino porque los libros de tipo más o menos técnico que leo no son, en muchos casos, como novelas que se leen de un tirón. Este del que os hablo es un libro interesantísimo, titulado Water 4.0 de David Selak y al que creo que ya he hecho mención en otro post. En su subtítulo dice literalmente "El pasado, presente y futuro del recurso más importante para la vida humana". Pues bien, uno de los capítulos a los que aún no había llegado está dedicado a la presencia en el agua de restos de la actividad humana de cada día y, más concretamente, de hormonas, productos farmacéuticos y sustancias químicas que pueden resultar peligrosas para la vida de los organismos que pueblan las aguas de ríos, lagos o mares.
Y resulta que un David Selak con veinte años menos, igual que un servidor, también anduvo por Honolulu en 1995 en el mismo Congreso que estuvimos nosotros y que he mencionado arriba. Evidentemente en diferentes sesiones, porque yo andaba liado con mis polímeros y él con su contaminación de aguas. En la sesión que se celebró en la tarde del lunes 18 de diciembre de 1995, dentro del apartado de Química Ambiental, David Selak se encontró con una comunicación oral que le llamó la atención. Una tal Susan Jobling, joven postdoc del Departamento de Biología y Bioquímica de la Brunel University en la inglesa ciudad de Middlesex (muy adecuado el sex final como veréis), disertó sobre un estudio realizado en su Tesis Doctoral, a principios de los 90, en el que habían encontrado que ciertos peces machos desarrollaban un comportamiento hermafrodita con óvulos en sus testículos. Los peces investigados provenían del río Lea un afluente del conocido Támesis aunque, posteriormente, habían encontrado similar comportamiento en otros ríos ingleses.
En el cortísimo resumen (9 líneas) del abultado Book of Abstracts del Congreso, Susan Jobling atribuía el efecto de la feminización de los peces estudiados a sustancias ya muy vistas en este Blog, como el DDT, el bisfenol A, algunos componentes de los detergentes como los alquil fenoles, etc. Todos ellos considerados como sustancias que hoy llamamos disruptores endocrino, es decir, sustancias que imitan el comportamiento de moléculas como el estradiol, la hormona que regula los sistemas reproductivos de la mayoría de los vertebrados. La presencia de estradiol o moléculas de parecida estructura en la sangre de los machos puede generar procesos de feminización.
Pero cuando David Selak se puso a calcular concentraciones necesarias para esos efectos en los peces, algo no le cuadraba. Las sustancias causantes de esos efectos a las concentraciones manejadas en la comunicación de Jobling deberían ser disruptores mucho más potentes que las sustancias químicas mencionadas. Y las únicas que Selak conocía eran estrógenos esteroides como la estrona (E1), el propio estradiol (E2) o el estriol (E3), hormonas generadas naturalmente en el organismo de los seres vivos, o las hormonas sintéticas empleadas como anticonceptivos y que ya llevaban más de treinta años en el mercado occidental, como el alfa-etinil estradiol (EE2). La orina humana contiene cantidades muy variables de todas ellas que acaban donde acaban nuestras aguas residuales. Para poner las cosas en su contexto, mientras los hombres y las mujeres menopaúsicas producen del orden de 7 microgramos por día de E1+E2+E3, las embarazadas multiplican esa cifra prácticamente por mil. Y hay, por otro lado, millones y millones de mujeres que usan anticonceptivos, basados en EE2, en el mundo.
La capacidad de funcionar como disruptores de estas moléculas es, como mencionaba, mucho más elevada que el de las otras sustancias químicas tenidas por tales. De hecho, si a la capacidad disruptora del E2 (el estrógeno más potente) le damos el valor unidad, el Bisfenol A tendría una potencia disruptora de 0.00004 y el Nonilfenol, uno de los productos habituales en detergentes, andaría por 0.0001. Luego, evidentemente, está el problema de la concentración de cada una de esas sustancias en el agua de un río o lago concreto.
Y alguno se preguntará que cómo puede ser que estando el E2 secretado por embarazadas siempre ahí, desde el inicio de las grandes aglomeraciones urbanas, no se hayan conocido casos de peces feminizados en el Támesis o en ríos similares (p. e. el Danubio) hasta los noventa. Pues Selak también tiene la respuesta. Hasta bien entrados los años 70, las estaciones de tratamiento de aguas eran poco frecuentes y este tipo de ríos estaban tan contaminados por todo tipo de desechos industriales o por materia orgánica de las aguas fecales (que consumía mucho oxígeno) que los pobres peces, literalmente, no podía vivir en ellos (cómo me acuerdo yo del Urumea de mis años infantiles). Cuando las plantas de tratamiento empezaron a funcionar, los peces volvieron a poder vivir en esas aguas pero aquellos que les daba por estar cerca de los puntos en los que esas plantas devolvían sus aguas a un río, se encontraban con una serie de sustancias (ya sea estrógenos, ya sean sustancias como el Bisfenol A) que las plantas de tratamiento no son capaces de eliminar de forma eficaz y que les causaban los problemas descritos por Jobling.
Pero que no cunda el pánico. Las aguas que salen de las depuradoras suelen ser habitualmente diluidas por el agua que el propio caudal continuo del río aporta y ya no os digo nada del grado de dilución cuando acaban en el mar. En cualquier caso, los pobres peces del Támesis han ayudado a identificar un problema potencial que habrá que ir resolviendo. Y, desde luego, no creo que la solución por la que se abogue sea eliminar los anticonceptivos (lo que alegraría a más de uno) o cargarse a las embarazadas (que dejaría a mi comadrona sin trabajo).
Hace algunos años, leí de ostras hermafroditas debido al nonilfenol, que actúa como disruptor endocrino...También de unos peces que cambiaban de sexo durante su vida...es decir que cosas raras están ocurriendo, porque los humanos tomamos medicamentos, antibióticos, hormonas, y las excretamos por la orina, así que van a dar a los ríos, y luego al mar...Y no nos olvidemos de los bloqueadores solares con que nos embetunamos y luego se diluyen en las piscinas o en el mar...
ResponderEliminarEn realidad no nos debería extrañar, ¿verdad? El problema es ¿eso nos perjudica? ¿de algún modo esas sustancias nos influyen ?
Que bueno que apareciste, Búho!! Un abrazo y un ¡Feliz Año Nuevo!
Mira, al final será que tenía razón Evo Morales con que comer pollo hormonado producía mariconismo. Sabiduría de la Pachamama.
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