Una entrada reciente del blog gominolas de petróleo, al que estoy suscrito desde sus comienzos en abril del año pasado, se refería a los problemas derivados de reutilizar las botellas de plástico de agua embotellada. La entrada en si está bien escrita, como habitualmente, pero estoy en desacuerdo con su conclusión final que invita a no reutilizarlas. Mi desacuerdo no tiene ninguna importancia, dada mi escasa relevancia, pero lo que más me preocupa son los comentarios que la entrada ha generado en muchos de sus lectores y que evidencian el nivel de quimifobia reinante. Yo también podría haber dejado un comentario, pero he preferido escribir una nueva entrada al respecto sobre la ya vieja polémica de la contaminación del agua embotellada, como consecuencia de la migración desde el plástico de una serie de sustancias pretendidamente dañinas para el consumidor. Es una historia que ya ha salido varias veces en este blog a lo largo de sus seis años y 340 entradas de funcionamiento, pero que siempre es bueno revisar de cuando en cuando, dada la recurrente actualidad del tema.
Según esa conclusión final de la entrada (algo también propugnado por la OCU años atrás), no es bueno reutilizar botellas de agua porque en su reuso, y consiguiente envejecimiento, podemos provocar que, desde ellas, migren al agua sustancias como antimonio, formaldehído y acetaldehído provenientes del plástico (PET) que las conforma. Debe ir por delante que está bien establecido que dichas sustancias pueden encontrarse en botellas que se vayan a abrir por primera vez y no solo en las que se reutilicen. El antimonio proviene de restos del catalizador empleado en la síntesis del polímero, mientras que los otros dos aldehídos son consecuencia de procesos de degradación que sufre el mismo, al someterlo a las altas temperaturas necesarias para moldearlo en forma de botella, junto con la simultánea acción del omnipresente oxígeno del aire.
Sobre el antimonio en el agua embotellada hay una vieja entrada del Blog del Búho, relacionada además con la vida de Mozart, que podeis leer aquí. En resumen, lo que allí se mantenía, es que todos los días inhalamos una cierta cantidad de antimonio, proveniente de la contaminación ambiental, que éste no se acumula en el organismo y que para llegar a esa cantidad diaria bebiendo agua embotellada que contenga antimonio, por migración desde el plástico, deberíamos beber mas de mil quinientas botellas diarias de agua (¡toma intoxicación acuosa o potomanía!). Sobre el formaldehído hay otra entrada, de la misma época, que podeis leer aquí si os place, aunque no tiene que ver específicamente con las botellas de agua. Dado que las conclusiones que pueden extraerse sobre el formaldehído, en lo relativo al consumo de agua embotellada, son de menor relieve que las que voy a exponer a propósito del malvado acetaldehído, nos centraremos en este último.
Las prevenciones sobre el acetaldehído surgen de su relación con el cáncer de boca y vías anexas como la faringe y el esófago (tracto digestivo superior, dicen los finos matasanos). Hoy parece bien probado que ese tipo de problemas se deben, en una gran parte, a la ingestión de bebidas alcohólicas en general y a algunas en particular, como consecuencia de la concentración de acetaldehído inherente a la bebida y al que posteriormente se genera en la propia cavidad bucal. Algunas bebidas alcohólicas como el calvados contienen concentraciones de acetaldehído del orden de 100-200 ppm, mientras que en otras, como el vodka, es difícil detectarlo. El vino tinto anda por las 10-12 ppm y la cerveza por 5-6. Todo es cuestión de la materia prima (muchas frutas como la manzana del calvados o las uvas de vino ya contienen acetaldehído) y del proceso de elaboración.
Pero ahí no se acaba la cosa. Cuando uno ingiere una bebida alcohólica, con independencia de que contenga o no acetaldehído antes de la ingestión, ciertas bacterias presentes en la saliva generan esa sustancia en la cavidad bucal, a costa del etanol presente en la bebida. Las concentraciones finales de acetaldehído dependen de los hábitos del bebedor, de su higiene bucal, de si fuma o no al mismo tiempo (el humo del tabaco también contiene acetaldehído), etc. En cualquier caso, y dado que el contenido alcohólico se diluye con el agua de la saliva, las cantidades de acetaldehído no llegan a los valores que arriba se indican pero, en muchos casos, se han detectado cantidades superiores a las 20 ppm. Dicen los organismos internacionales que el contenido tolerable en acetaldehído para no tener problemas debe estar por debajo de las 4/6 partes por millón (ppm), una cifra que se ha establecido con ayuda de sufridos ratones a los que se ha puesto ciegos de acetaldehído.
Podemos comparar esos datos con los contenidos de acetaldehído en el agua embotellada "de primer uso". Entre ellos, he elegido como representativo un artículo publicado por investigadores del Instituto de la Salud japonés en 2006, un trabajo que comparaba veinte aguas embotelladas en PET de Japón, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Ocho de ellas contenían acetaldehido en cantidades inferiores a 5 ppb (todas francesas) mientras que el resto andaban entre 30/50 ppb, 1000 y 100 veces inferiores, respectivamente, al límite peligroso que mencionábamos arriba. El que se lleguen a esos valores u otros tiene mucho que ver con el proceso de moldeo del PET en forma de botellas y con los tratamientos posteriores que los fabricantes aplican a las mismas.
Hay también muchos estudios analíticos que siguen el contenido en acetaldehido de aguas embotelladas sujetas a temperaturas más elevadas (40º o más) durante varios meses. Los resultados son bastante concluyentes y parecen indicar que las cantidades de acetaldehído que contiene un agua sujeta a temperaturas del orden de 40º durante períodos del orden de 3-4 meses alcanzan concentraciones de acetaldehído que llegan a estar incluso por encima del nivel peligroso arriba descrito (5 ppm).
Pero aunque eso pasara con algún despistado que haya dejado la botella en tan inadecuadas condiciones y durante tanto tiempo, tenemos un chivato que nos haría desecharla con rapidez. El acetaldehído es el causante del sabor a plástico que, a veces, detectamos en determinadas botellas mal conservadas. Y es muy importante conocer, para la polémica que nos entretiene, que nuestras papilas gustativas detectan ese sabor a plástico a cantidades muy pequeñas de acetaldehído. Hay muchos estudios que han tratado de evaluar la concentración umbral, a partir de la que los humanos somos capaces de detectar el acetaldehído en botellas de agua embotellada. Aunque, como es lógico, hay discrepancias en las cifras de los investigadores, todas ellas andan entre las 10 y las 50 ppb, es decir en el entorno de las cantidades detectadas en el estudio de los japoneses, pero 100 veces inferiores a la concentración tenida por peligrosa. Y más de mil veces inferior a la del calvados donde, por razones obvias, nuestras papilas se despistan en la búsqueda del acetaldehído.
Y, finalmente, estoy en desacuerdo con la conclusión de la entrada arriba mencionada porque a pesar de que en ella se menciona algún estudio que parece indicar que el sucesivo llenado provoca que la migración vaya a más, ese resultado es difícil de asumir. Una botella de PET contiene el antimonio, el formaldehído y el acetaldehido que contiene por su propio proceso de fabricación. Y, a partir de ahí, el plástico no procrea esas sustancias. Desde luego en el caso del antimonio eso es indiscutible. Así que cada llenado y vaciado implica la salida de una cierta cantidad del mismo y, tras un cierto número de procesos, se acabará el antimonio para siempre. En el caso del formaldehído y el acetaldehído es verdad que pudieran surgir nuevas cantidades como consecuencia de procesos de degradación ulteriores a su fabricación, pero en las condiciones normales de empleo ese proceso es practicamente inexistente.
Un poco largo ha quedado esto pero, en conclusión, yo no me asustaría por beber agua embotellada y menos por reutilizar las botellas. Es cierto que hay que tener compasión con los fabricantes y no querer tener una botella para toda la vida, así que con cambiarla de vez en cuando aquí paz y despues gloria. Y si el miedo al acetaldehído persiste, la solución es volverse abstemio de agua embotellada (¡viva el agua de grifo!) y de bebidas alcohólicas, sobre todo de algunas que uno se mete a pequeños chupitos.
Según esa conclusión final de la entrada (algo también propugnado por la OCU años atrás), no es bueno reutilizar botellas de agua porque en su reuso, y consiguiente envejecimiento, podemos provocar que, desde ellas, migren al agua sustancias como antimonio, formaldehído y acetaldehído provenientes del plástico (PET) que las conforma. Debe ir por delante que está bien establecido que dichas sustancias pueden encontrarse en botellas que se vayan a abrir por primera vez y no solo en las que se reutilicen. El antimonio proviene de restos del catalizador empleado en la síntesis del polímero, mientras que los otros dos aldehídos son consecuencia de procesos de degradación que sufre el mismo, al someterlo a las altas temperaturas necesarias para moldearlo en forma de botella, junto con la simultánea acción del omnipresente oxígeno del aire.
Sobre el antimonio en el agua embotellada hay una vieja entrada del Blog del Búho, relacionada además con la vida de Mozart, que podeis leer aquí. En resumen, lo que allí se mantenía, es que todos los días inhalamos una cierta cantidad de antimonio, proveniente de la contaminación ambiental, que éste no se acumula en el organismo y que para llegar a esa cantidad diaria bebiendo agua embotellada que contenga antimonio, por migración desde el plástico, deberíamos beber mas de mil quinientas botellas diarias de agua (¡toma intoxicación acuosa o potomanía!). Sobre el formaldehído hay otra entrada, de la misma época, que podeis leer aquí si os place, aunque no tiene que ver específicamente con las botellas de agua. Dado que las conclusiones que pueden extraerse sobre el formaldehído, en lo relativo al consumo de agua embotellada, son de menor relieve que las que voy a exponer a propósito del malvado acetaldehído, nos centraremos en este último.
Las prevenciones sobre el acetaldehído surgen de su relación con el cáncer de boca y vías anexas como la faringe y el esófago (tracto digestivo superior, dicen los finos matasanos). Hoy parece bien probado que ese tipo de problemas se deben, en una gran parte, a la ingestión de bebidas alcohólicas en general y a algunas en particular, como consecuencia de la concentración de acetaldehído inherente a la bebida y al que posteriormente se genera en la propia cavidad bucal. Algunas bebidas alcohólicas como el calvados contienen concentraciones de acetaldehído del orden de 100-200 ppm, mientras que en otras, como el vodka, es difícil detectarlo. El vino tinto anda por las 10-12 ppm y la cerveza por 5-6. Todo es cuestión de la materia prima (muchas frutas como la manzana del calvados o las uvas de vino ya contienen acetaldehído) y del proceso de elaboración.
Pero ahí no se acaba la cosa. Cuando uno ingiere una bebida alcohólica, con independencia de que contenga o no acetaldehído antes de la ingestión, ciertas bacterias presentes en la saliva generan esa sustancia en la cavidad bucal, a costa del etanol presente en la bebida. Las concentraciones finales de acetaldehído dependen de los hábitos del bebedor, de su higiene bucal, de si fuma o no al mismo tiempo (el humo del tabaco también contiene acetaldehído), etc. En cualquier caso, y dado que el contenido alcohólico se diluye con el agua de la saliva, las cantidades de acetaldehído no llegan a los valores que arriba se indican pero, en muchos casos, se han detectado cantidades superiores a las 20 ppm. Dicen los organismos internacionales que el contenido tolerable en acetaldehído para no tener problemas debe estar por debajo de las 4/6 partes por millón (ppm), una cifra que se ha establecido con ayuda de sufridos ratones a los que se ha puesto ciegos de acetaldehído.
Podemos comparar esos datos con los contenidos de acetaldehído en el agua embotellada "de primer uso". Entre ellos, he elegido como representativo un artículo publicado por investigadores del Instituto de la Salud japonés en 2006, un trabajo que comparaba veinte aguas embotelladas en PET de Japón, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Ocho de ellas contenían acetaldehido en cantidades inferiores a 5 ppb (todas francesas) mientras que el resto andaban entre 30/50 ppb, 1000 y 100 veces inferiores, respectivamente, al límite peligroso que mencionábamos arriba. El que se lleguen a esos valores u otros tiene mucho que ver con el proceso de moldeo del PET en forma de botellas y con los tratamientos posteriores que los fabricantes aplican a las mismas.
Hay también muchos estudios analíticos que siguen el contenido en acetaldehido de aguas embotelladas sujetas a temperaturas más elevadas (40º o más) durante varios meses. Los resultados son bastante concluyentes y parecen indicar que las cantidades de acetaldehído que contiene un agua sujeta a temperaturas del orden de 40º durante períodos del orden de 3-4 meses alcanzan concentraciones de acetaldehído que llegan a estar incluso por encima del nivel peligroso arriba descrito (5 ppm).
Pero aunque eso pasara con algún despistado que haya dejado la botella en tan inadecuadas condiciones y durante tanto tiempo, tenemos un chivato que nos haría desecharla con rapidez. El acetaldehído es el causante del sabor a plástico que, a veces, detectamos en determinadas botellas mal conservadas. Y es muy importante conocer, para la polémica que nos entretiene, que nuestras papilas gustativas detectan ese sabor a plástico a cantidades muy pequeñas de acetaldehído. Hay muchos estudios que han tratado de evaluar la concentración umbral, a partir de la que los humanos somos capaces de detectar el acetaldehído en botellas de agua embotellada. Aunque, como es lógico, hay discrepancias en las cifras de los investigadores, todas ellas andan entre las 10 y las 50 ppb, es decir en el entorno de las cantidades detectadas en el estudio de los japoneses, pero 100 veces inferiores a la concentración tenida por peligrosa. Y más de mil veces inferior a la del calvados donde, por razones obvias, nuestras papilas se despistan en la búsqueda del acetaldehído.
Y, finalmente, estoy en desacuerdo con la conclusión de la entrada arriba mencionada porque a pesar de que en ella se menciona algún estudio que parece indicar que el sucesivo llenado provoca que la migración vaya a más, ese resultado es difícil de asumir. Una botella de PET contiene el antimonio, el formaldehído y el acetaldehido que contiene por su propio proceso de fabricación. Y, a partir de ahí, el plástico no procrea esas sustancias. Desde luego en el caso del antimonio eso es indiscutible. Así que cada llenado y vaciado implica la salida de una cierta cantidad del mismo y, tras un cierto número de procesos, se acabará el antimonio para siempre. En el caso del formaldehído y el acetaldehído es verdad que pudieran surgir nuevas cantidades como consecuencia de procesos de degradación ulteriores a su fabricación, pero en las condiciones normales de empleo ese proceso es practicamente inexistente.
Un poco largo ha quedado esto pero, en conclusión, yo no me asustaría por beber agua embotellada y menos por reutilizar las botellas. Es cierto que hay que tener compasión con los fabricantes y no querer tener una botella para toda la vida, así que con cambiarla de vez en cuando aquí paz y despues gloria. Y si el miedo al acetaldehído persiste, la solución es volverse abstemio de agua embotellada (¡viva el agua de grifo!) y de bebidas alcohólicas, sobre todo de algunas que uno se mete a pequeños chupitos.
Búho,
ResponderEliminarComo siempre, dejando las cosas claras.
Felicidades por el post.
Bernardo Herradón
Hola Yanko
ResponderEliminarAparte de cómo presentas los problemas creo que la forma de argumentarlos me parece notable. Si tuvieramos que conceder un premio de divulgación científica creo que no haría falta buscar mucho: tu serias el ganador. Otro aspecto que me gusta de tus comentarios es como los vas enlazando con otros anteriores, ahí se noto tu vocación polimerista. Una vez más has logrado que inicie mi trabajo universitario con la alegria de ser un químico. Un abrazo
Katime
Absolutamente de acuerdo contigo como siempre. La recomendación de no reutilizar las botellas la relaciono con que muchos consumidores beben "a morro" de la botella y la contaminan microbiologicamente. Llenados posteriores sin lavarla y secarla solo hacen que aumentar su número y aunque no sean patógenos producen cambios en el sabor.
ResponderEliminarExcelente comentario y perfectamente explicado. A ver si conseguimos no volvernos todos paranoicos.Por cierto, mi perro lleva 10 años usando el mismo bebedero de plástico. ¿Que desgracias le acecharán?
ResponderEliminarComo siempre, interesante!
ResponderEliminarComo siempre, interesante!
ResponderEliminarPerfecto, Búho. Me uno a la cascada de químicos que nos sentimos orgullosos de la precisión y claridad de nuestro portavoz
ResponderEliminarBuenas,
ResponderEliminarantes de nada, quiero agradecerte tu interés en el artículo que escribí y la molestia que te has tomado para redactar este.
Si estás suscrito desde hace más de un año al blog que escribo, cosa que también te agradezco sinceramente, sabrás que yo también pretendo luchar contra la sinrazón y todas sus vertientes en lo que a alimentos se refiere: mitos, quimiofobias, estafas y demás. Sin embargo, en esta ocasión tengo la sensación de que me ha salido el tiro por la culata, porque a pesar de intentar ser prudente, el artículo ha sido malinterpretado en muchos casos y he podido ver cómo en alguna ocasión se ha utilizado como un alegato contra el agua embotellada y los plásticos. (Por cierto, dicho sea de paso, yo también soy un defensor del agua del grifo).
Entrando en materia, un comentario de Orges (de "La margarita se agita") y este artículo que aquí escribes, me han hecho reconsiderar y modificar parcialmente el texto que redacté.
Algo que había pasado por alto es que en el estudio en el que se indica que la reutilización de la botella provoca un aumento de la concentración de ciertas sustancias tóxicas en el agua, también se menciona que este factor tiene un efecto similar al tiempo de permanencia del agua en la botella. Ya he modificado la entrada para mostrar este punto.
Por otra parte, como bien dices, los efectos de formaldehído, acetaldehído y otros compuestos similares, no es preocupante para la salud en las concentraciones en las que se puede encontrar en el agua en condiciones normales de consumo (quizá este punto estaba un poco confuso, así que lo he aclarado).
Por último, creo que hay algo que has pasado por alto. En varios de los estudios consultados se menciona que algunas sustancias, como el antimonio, a pesar de encontrarse en concentraciones que a priori son seguras para la salud (según los límites establecidos actualmente), podrían tener actividad toxigénica y estrogénica incluso a bajas concentraciones. Como se menciona en el post, no se conoce a ciencia cierta cuál es el origen de estas sustancias, ni tampoco si a esas concentraciones provocan efectos adversos sobre la salud, de modo que hay que seguir investigando sobre ello.
Desde aquí pido disculpas si el texto original llevó a confusión. Espero que ahora, con vuestra ayuda, haya quedado más claro.
Gracias de nuevo.
¡Saludos!
Gracias a ti Papyrus por tener en cuenta mis modestas opiniones (aunque si he hecho piña con Orges, la cosa es ya de cuidado, jejeje). Escribí el post porque en mis más de treinta años de enseñar Química y Polímeros a universitarios, me he dado cuenta que la linea que incita a la quimifobia o la quimifilia con un mismo planteamiento es muy sutil y los comentarios en tu entrada me preocuparon por el sesgo que tomaban (por cierto, cuanta gente te comenta cosas, a mi no me pasa lo mismo).
ResponderEliminarEn cualquier caso, en esta pelea, siempre te he considerado de los nuestros. Y estas discrepancias, así resueltas, no se ven en otros ámbitos.
En cuanto a lo de que "el veneno está en la dosis" es solo una generalización que a veces falla incluso a bajas concentraciones estoy al loro de lo que se cuece, sobre todo porque es un argumento que están empleando muchos los que claman contra moléculas tenidas por disruptores o alteradores endocrino. Pero, por el momento, no lo tengo claro.
Por email te mando un pdf de un review sobre el tema aparecido recientemente.
Y sigue ilustrándonos con tu saber sobre los alimentos.
Con titulares del tipo "El humo de los motores diésel causa cáncer de pulmón" en las primeras páginas de los diarios de mayor tirada, es natural que la gente se alarme.
ResponderEliminarNuevamente te felicito y te agradezco por traernos tranquilidad, ya que cuando aparecen artículos que nos echan cuco con el uso de plásticos,son generalidades y nunca aparecen cifras como tú nos muestras. Ya sabemos que con el aumento de temperatura aparece ese olor peculiar, y yo también soy hincha del agua del grifo.
ResponderEliminarHola, mi duda reside en los recipientes de PC etiquetados dentro del grupo 7 y que son típicos de las vacas de agua, ¿qué opinas de su reutilización? Gracias
ResponderEliminarHola,mi duda reside en las vacas de agua qué suelen ser de PC etiquetadas como 7, ¿Qué opinas de su reutilización? Gracias
ResponderEliminarGracias Sergio por seguir mi propuesta en Twitter de escribir aquí comentarios con lo que te apetezca. Me resulta más fácil contestar en este foro que en unos pocos caracteres.
ResponderEliminarSea con envases de PC, PET o PE, la principal pega de la reutilización es de tipo sanitario. Si uno no lava bien los envases, los microorganismos pueden crecer en el envase y causar problemas. Supongo que las empresas que se dedican al suministro de agua a oficinas y otros colectivos tendrán protocolos que aseguren la esterilización de esos envases antes de su reutilización. Pero no estoy al tanto, entre otras cosas porque yo no reutilizo casi nunca los envases de agua que compro y, por tanto, no me ha preocupado el tema en demasía.
En lo relativo a la posible migración al agua de restos del monómero empleado (el bisfenol A) que puedan quedar atrapados en el plástico de poli carbonato, cuantas más veces se empleen los recipientes menos bisfenol A residual, susceptible de migrar, irá quedando en las botellas (a no ser que el BPA procree en las mismas), así que por ahí no veo mucho problema.
Y como cuento en esta entrada, http://elblogdebuhogris.blogspot.com.es/2017/02/sobre-el-bisfenol-otra-vez.html, el posible (casi ridículo) BPA que migre al agua y lo bebamos es metabolizado rápidamente por nuestro organismo, dando un metabolito que no tiene actividad estrogénica. Yo no lo digo yo, lo dice la FDA:
https://www.fda.gov/newsevents/publichealthfocus/ucm064437.htm
Muchas gracias Juan, queda clarísimo
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