Enrique Gómez Bengoa (entrada invitada)
Breg estaba concentrado en arrancar las últimas moras, las que quedaban escondidas entre las espinas del arbusto. De repente, una rama caída chascó a su espalda, un chasquido fuerte seguido de un gruñido más fuerte aún. Quedó paralizado, sabía perfectamente qué es lo que había detrás, no debía moverse ni hacer el mínimo gesto. Sintió cómo los riñones, mejor dicho, esas glándulas que tenía encima de los riñones, habían empezado a segregar la molécula que, con un poco de suerte, le podría salvar la vida; esa molécula que sus descendientes, 15000 años más tarde, llamarían adrenalina o epinefrina. Notó cómo se inyectaba la adrenalina en su sangre, y empezó a sentir sus efectos, los conocía perfectamente.
El hígado había empezado a movilizar grandes cantidades de glucógeno para disponer de energía rápida; las pupilas se le habían dilatado para tener una mejor visión; se le había parado el sistema digestivo, no iba a sentir el estómago ni las tripas durante un rato; las arterias que regaban los músculos de brazos y piernas se habían ensanchado, ya sentía calor en las manos, le empezaban a sudar; los bronquios se habían abierto, sentía una necesidad imperiosa de respirar fuerte. Por otro lado, el sistema nervioso simpático había tomado el control de su cuerpo, varias neuronas simpáticas a lo largo de su espalda estaban segregando noradrenalina, que le hacía subir la tensión arterial, la sangre golpeaba en sus oídos y en su garganta. La acción violenta de la adrenalina y la noradrenalina había acelerado su corazón, que estaba cogiendo un ritmo imparable, lo podía oír y ese sonido le asustaba aún más. La noradrenalina había entrado en la amígdala cerebral, algunas sinapsis cerebrales habían dejado de producirse. Solo habían pasado unos instantes, pero ya no era capaz de razonar, el pánico se había enganchado en su pecho.
Se oyó gritar a sí mismo y sus piernas empezaron a moverse muy rápido, involuntariamente, por suerte las dos en la misma dirección. Giró la cabeza y vio que el oso, un oso enorme, también había empezado a correr hacia él. Breq corrió, corrió, saltó troncos caídos, esquivó ramas, resbaló y siguió corriendo como solo se puede correr tras una descarga de adrenalina. En condiciones normales no habría corrido tan rápido y habría tenido que parar mucho antes, pero es lo bueno que tienen determinadas moléculas, que te hacen rendir más. En otras circunstancias, 15.000 años más tarde, algún comité de competición habría dado por nula su huída. Volvió de nuevo la cabeza y esta vez no vio nada, en alguno de sus quiebros el animal había desistido. Sin embargo, no podía parar de correr. Se giró de nuevo y solo había árboles, paisaje, nada más. Paró un momento, volvió a correr, volvió a parar, jadeó, miró en todas direcciones. Nada.
Entonces sintió como los niveles de adrenalina descendían, mientras sus neuronas se inundaban de dopamina y serotonina. Empezaban a funcionar de nuevo las sinapsis cerebrales, empezaba a pensar conscientemente, se sentía eufórico. Además, en el interior de su cerebro estaba ocurriendo algo fascinante, gracias a la acción de la dopamina, adrenalina, y noradrenalina millones de nuevas conexiones neuronales se estaban estableciendo instantáneamente, millones de neuronas estaban quedándose definitivamente pegadas entre sí en una nueva red; el recuerdo de lo que acababa de ocurrir se estaba fijando para siempre en su memoria. Ya más tranquilo, pensó en las moras que había estado recogiendo y que, en algún momento de la carrera, había perdido sin darse cuenta. Ya no podía volver a por ellas. Mala suerte, porque pensaba que era un día importante para regalárselas a Lada. A él le gustaba esa chica y a ella le gustaban las moras, qué cosas. Lo tenía todo planeado, iba a ser una bonita tarde de final de verano, y entre el atardecer rojizo y las moras su plan era conseguir encharcarle el cerebro de oxitocina, y feniletilamina y serotonina. Si además acertaba con un roce de pieles en el momento oportuno, ella segregaría encefalinas y endorfinas, y todo ese festival de moléculas no podía fallar, no fallaba nunca.….. Ahora ya no tenía moras, pero volvía con unos cuantos rasguños, y quizá el relato de lo sucedido, o mejor, de lo que no había sucedido le podía dar una segunda oportunidad.
Mientras seguía caminando hacia la cueva pensó de nuevo en la adrenalina. Su hermano Skag había muerto tontamente el año anterior tras picarle unas abejas. Se hinchó y dejó de respirar, anafilaxis. Se habría solucionado con una simple inyección de adrenalina sintética. Pero en el Magdaleniense no existía esa opción. Sin embargo, no todo eran desventajas en aquella época, la adrenalina le había salvado la vida. En el futuro, desprovista de sus funciones de supervivencia, la adrenalina será más una molestia, muy natural, pero molestia al fin y al cabo, ataques de ansiedad, pánico, estrés, una pesada carga que los humanos modernos intentarán aliviar tirándose por barrancos, o en parapente, convirtiéndose en el único animal que pone su vida en peligro voluntariamente, por placer.
A Breg le gustaba pensar en moléculas, era un Illuminati desterrado en el Magdaleniense. Se sentó en una gran piedra, y pensó en la dopamina, una de sus preferidas, y en su precursor sintético, la L-Dopa. Su madre tenía deficiencia de dopamina, lo que le provocaba unos temblores cada vez más evidentes y algo peor, rigidez muscular. Ya no podía viajar más con ellos. Se habría solucionado con dosis de L-Dopa sintética.
En ese momento, una imagen se formó en su mente. Cogió una piedra y dibujó un fragmento de molécula en el suelo, aromático-carbono-carbono-nitrógeno. Había encontrado la clave, la estructura común que comparten la dopamina, adrenalina, serotonina, feniletilamina, encefalina…. y que hace que tengan efectos tan potentes en nuestro organismo. También la psilocibina, sustancia natural, psicoactiva, que se encuentra en las setas de las brujas, esas setas alucinógenas que se pasaba el día comiendo el tonto de su sobrino. Eso era, parecidas estructuras, mismos receptores.
De repente, algo empezó a ir mal, el cielo se oscureció muy rápidamente, o ¿eran sus ojos que se cerraban?.
Cuando el Profesor Alexei Tomarov abrió los ojos y volvió en sí, no entendió nada de lo que estaba ocurriendo. Su corazón se aceleraba y se frenaba, le sudaban las manos. Se miró en un espejo, sus pupilas estaban totalmente dilatadas, sintió miedo. ¿Qué hacía dormido en el laboratorio?. ¿Por qué le perseguía un oso?. Imágenes reales se mezclaban con otras irreales. Entonces vio el vidrio con el polvo blanco que había sintetizado hacía un rato, una molécula llamada anfetamina, y que quizá no debía haber probado. Una estructura molecular se formó en su cabeza, la pintó rápidamente en un papel. Como en una revelación, acababa de encontrar la estructura básica que hace que adrenalina, anfetamina, dopamina, y muchas moléculas más sean capaces de convulsionar el cuerpo humano.
El Profesor Alexei Tomarov nunca existió. Sin embargo, una serie de científicos reales, con historias en algunos casos alucinantes, ha conseguido a lo largo de muchos años desenmascarar la estructura orgánica aromático-carbono-carbono-amina, como una de las estructuras moleculares con efectos más potentes en nuestro organismo; las sustancias que contienen dicha estructura afectan en general a nuestro sistema nervioso central, se unen a los receptores adrenérgicos (adrenalina) y dopaminérgicos (dopamina) y en muchos casos son psicoactivas. Algunos de estos científicos con historias reales fueron el polaco Napoleon Cybulski que en 1895 consiguió los primeros extractos suprarrenales que contenían adrenalina. Stolz y Dakin, que de forma independiente sintetizaron adrenalina por primera vez en 1904. Barger y Ewens, que sintetizaron dopamina por primera vez en 1910. El sueco Arvid Carlsson, que obtuvo el Premio Nobel al identificar la dopamina como el neurotransmisor implicado en la enfermedad de Parkinson. William Knowles, premio Nobel por sus trabajos en la síntesis de la L-Dopa, fármaco que atenúa los síntomas del Parkinson. Gregorio Marañón, médico que inyectó adrenalina a sus pacientes para medir la ansiedad que experimentaban… y muchos cientos de científicos más.
Quizá la historia del Profesor Tomarov se parezca a las historias reales de dos científicos: La del químico suizo Albert Hofmann, que el 16 de abril de 1943 descubrió accidentalmente las propiedades alucinógenas y psicodélicas del LSD. Hofmann acababa de sintetizarlo, y cuando lo estaba recristalizando, se vio obligado a interrumpir su trabajo, según escribió en su cuaderno “afectado por un estado parecido al sueño, mientras percibía con los ojos cerrados un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos y de intensas formas caleidoscópicas”.
Y la del polémico químico y farmacéutico de origen ruso Alexander Shulgin que popularizó el éxtasis (MDMA, metilendioxianfetamina) en los años setenta. El éxtasis había sido sintetizado accidentalmente en 1912 en la farmacéutica alemana Merck, pero se consideró inservible. Shulgin hizo durante los años setenta un inventario de sustancias psicotrópicas, probando una a una todas las moléculas con posibles efectos alucinógenos. Entre ellas había muchos derivados sintéticos de la anfetamina, y otros productos naturales como la mescalina del cactus peyote (derivada de la dopamina), la psilocibina de los hongos (derivada de la triptamina) o el DMT, el alucinógeno más potente que existe, producto natural presente en la Ayahuasca de los indígenas peruanos. Todos ellos, así como el LSD, contienen la estructura mágica objeto de este relato.
Breg estaba concentrado en arrancar las últimas moras, las que quedaban escondidas entre las espinas del arbusto. De repente, una rama caída chascó a su espalda, un chasquido fuerte seguido de un gruñido más fuerte aún. Quedó paralizado, sabía perfectamente qué es lo que había detrás, no debía moverse ni hacer el mínimo gesto. Sintió cómo los riñones, mejor dicho, esas glándulas que tenía encima de los riñones, habían empezado a segregar la molécula que, con un poco de suerte, le podría salvar la vida; esa molécula que sus descendientes, 15000 años más tarde, llamarían adrenalina o epinefrina. Notó cómo se inyectaba la adrenalina en su sangre, y empezó a sentir sus efectos, los conocía perfectamente.
El hígado había empezado a movilizar grandes cantidades de glucógeno para disponer de energía rápida; las pupilas se le habían dilatado para tener una mejor visión; se le había parado el sistema digestivo, no iba a sentir el estómago ni las tripas durante un rato; las arterias que regaban los músculos de brazos y piernas se habían ensanchado, ya sentía calor en las manos, le empezaban a sudar; los bronquios se habían abierto, sentía una necesidad imperiosa de respirar fuerte. Por otro lado, el sistema nervioso simpático había tomado el control de su cuerpo, varias neuronas simpáticas a lo largo de su espalda estaban segregando noradrenalina, que le hacía subir la tensión arterial, la sangre golpeaba en sus oídos y en su garganta. La acción violenta de la adrenalina y la noradrenalina había acelerado su corazón, que estaba cogiendo un ritmo imparable, lo podía oír y ese sonido le asustaba aún más. La noradrenalina había entrado en la amígdala cerebral, algunas sinapsis cerebrales habían dejado de producirse. Solo habían pasado unos instantes, pero ya no era capaz de razonar, el pánico se había enganchado en su pecho.
Se oyó gritar a sí mismo y sus piernas empezaron a moverse muy rápido, involuntariamente, por suerte las dos en la misma dirección. Giró la cabeza y vio que el oso, un oso enorme, también había empezado a correr hacia él. Breq corrió, corrió, saltó troncos caídos, esquivó ramas, resbaló y siguió corriendo como solo se puede correr tras una descarga de adrenalina. En condiciones normales no habría corrido tan rápido y habría tenido que parar mucho antes, pero es lo bueno que tienen determinadas moléculas, que te hacen rendir más. En otras circunstancias, 15.000 años más tarde, algún comité de competición habría dado por nula su huída. Volvió de nuevo la cabeza y esta vez no vio nada, en alguno de sus quiebros el animal había desistido. Sin embargo, no podía parar de correr. Se giró de nuevo y solo había árboles, paisaje, nada más. Paró un momento, volvió a correr, volvió a parar, jadeó, miró en todas direcciones. Nada.
Entonces sintió como los niveles de adrenalina descendían, mientras sus neuronas se inundaban de dopamina y serotonina. Empezaban a funcionar de nuevo las sinapsis cerebrales, empezaba a pensar conscientemente, se sentía eufórico. Además, en el interior de su cerebro estaba ocurriendo algo fascinante, gracias a la acción de la dopamina, adrenalina, y noradrenalina millones de nuevas conexiones neuronales se estaban estableciendo instantáneamente, millones de neuronas estaban quedándose definitivamente pegadas entre sí en una nueva red; el recuerdo de lo que acababa de ocurrir se estaba fijando para siempre en su memoria. Ya más tranquilo, pensó en las moras que había estado recogiendo y que, en algún momento de la carrera, había perdido sin darse cuenta. Ya no podía volver a por ellas. Mala suerte, porque pensaba que era un día importante para regalárselas a Lada. A él le gustaba esa chica y a ella le gustaban las moras, qué cosas. Lo tenía todo planeado, iba a ser una bonita tarde de final de verano, y entre el atardecer rojizo y las moras su plan era conseguir encharcarle el cerebro de oxitocina, y feniletilamina y serotonina. Si además acertaba con un roce de pieles en el momento oportuno, ella segregaría encefalinas y endorfinas, y todo ese festival de moléculas no podía fallar, no fallaba nunca.….. Ahora ya no tenía moras, pero volvía con unos cuantos rasguños, y quizá el relato de lo sucedido, o mejor, de lo que no había sucedido le podía dar una segunda oportunidad.
Mientras seguía caminando hacia la cueva pensó de nuevo en la adrenalina. Su hermano Skag había muerto tontamente el año anterior tras picarle unas abejas. Se hinchó y dejó de respirar, anafilaxis. Se habría solucionado con una simple inyección de adrenalina sintética. Pero en el Magdaleniense no existía esa opción. Sin embargo, no todo eran desventajas en aquella época, la adrenalina le había salvado la vida. En el futuro, desprovista de sus funciones de supervivencia, la adrenalina será más una molestia, muy natural, pero molestia al fin y al cabo, ataques de ansiedad, pánico, estrés, una pesada carga que los humanos modernos intentarán aliviar tirándose por barrancos, o en parapente, convirtiéndose en el único animal que pone su vida en peligro voluntariamente, por placer.
A Breg le gustaba pensar en moléculas, era un Illuminati desterrado en el Magdaleniense. Se sentó en una gran piedra, y pensó en la dopamina, una de sus preferidas, y en su precursor sintético, la L-Dopa. Su madre tenía deficiencia de dopamina, lo que le provocaba unos temblores cada vez más evidentes y algo peor, rigidez muscular. Ya no podía viajar más con ellos. Se habría solucionado con dosis de L-Dopa sintética.
En ese momento, una imagen se formó en su mente. Cogió una piedra y dibujó un fragmento de molécula en el suelo, aromático-carbono-carbono-nitrógeno. Había encontrado la clave, la estructura común que comparten la dopamina, adrenalina, serotonina, feniletilamina, encefalina…. y que hace que tengan efectos tan potentes en nuestro organismo. También la psilocibina, sustancia natural, psicoactiva, que se encuentra en las setas de las brujas, esas setas alucinógenas que se pasaba el día comiendo el tonto de su sobrino. Eso era, parecidas estructuras, mismos receptores.
De repente, algo empezó a ir mal, el cielo se oscureció muy rápidamente, o ¿eran sus ojos que se cerraban?.
Cuando el Profesor Alexei Tomarov abrió los ojos y volvió en sí, no entendió nada de lo que estaba ocurriendo. Su corazón se aceleraba y se frenaba, le sudaban las manos. Se miró en un espejo, sus pupilas estaban totalmente dilatadas, sintió miedo. ¿Qué hacía dormido en el laboratorio?. ¿Por qué le perseguía un oso?. Imágenes reales se mezclaban con otras irreales. Entonces vio el vidrio con el polvo blanco que había sintetizado hacía un rato, una molécula llamada anfetamina, y que quizá no debía haber probado. Una estructura molecular se formó en su cabeza, la pintó rápidamente en un papel. Como en una revelación, acababa de encontrar la estructura básica que hace que adrenalina, anfetamina, dopamina, y muchas moléculas más sean capaces de convulsionar el cuerpo humano.
El Profesor Alexei Tomarov nunca existió. Sin embargo, una serie de científicos reales, con historias en algunos casos alucinantes, ha conseguido a lo largo de muchos años desenmascarar la estructura orgánica aromático-carbono-carbono-amina, como una de las estructuras moleculares con efectos más potentes en nuestro organismo; las sustancias que contienen dicha estructura afectan en general a nuestro sistema nervioso central, se unen a los receptores adrenérgicos (adrenalina) y dopaminérgicos (dopamina) y en muchos casos son psicoactivas. Algunos de estos científicos con historias reales fueron el polaco Napoleon Cybulski que en 1895 consiguió los primeros extractos suprarrenales que contenían adrenalina. Stolz y Dakin, que de forma independiente sintetizaron adrenalina por primera vez en 1904. Barger y Ewens, que sintetizaron dopamina por primera vez en 1910. El sueco Arvid Carlsson, que obtuvo el Premio Nobel al identificar la dopamina como el neurotransmisor implicado en la enfermedad de Parkinson. William Knowles, premio Nobel por sus trabajos en la síntesis de la L-Dopa, fármaco que atenúa los síntomas del Parkinson. Gregorio Marañón, médico que inyectó adrenalina a sus pacientes para medir la ansiedad que experimentaban… y muchos cientos de científicos más.
Quizá la historia del Profesor Tomarov se parezca a las historias reales de dos científicos: La del químico suizo Albert Hofmann, que el 16 de abril de 1943 descubrió accidentalmente las propiedades alucinógenas y psicodélicas del LSD. Hofmann acababa de sintetizarlo, y cuando lo estaba recristalizando, se vio obligado a interrumpir su trabajo, según escribió en su cuaderno “afectado por un estado parecido al sueño, mientras percibía con los ojos cerrados un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos y de intensas formas caleidoscópicas”.
Y la del polémico químico y farmacéutico de origen ruso Alexander Shulgin que popularizó el éxtasis (MDMA, metilendioxianfetamina) en los años setenta. El éxtasis había sido sintetizado accidentalmente en 1912 en la farmacéutica alemana Merck, pero se consideró inservible. Shulgin hizo durante los años setenta un inventario de sustancias psicotrópicas, probando una a una todas las moléculas con posibles efectos alucinógenos. Entre ellas había muchos derivados sintéticos de la anfetamina, y otros productos naturales como la mescalina del cactus peyote (derivada de la dopamina), la psilocibina de los hongos (derivada de la triptamina) o el DMT, el alucinógeno más potente que existe, producto natural presente en la Ayahuasca de los indígenas peruanos. Todos ellos, así como el LSD, contienen la estructura mágica objeto de este relato.
Muchas gracias a ambos. Si no os parece mal (seguro que no, que os conozco) colgaré el link a esta entrada para mis alumnos de Química Farmacéutica.
ResponderEliminarMirari
Que cosas pides Anónima Mirari. Los dos encantados pero sobre todo El Buho que no se ha currado la entrada y con tu iniciativa igual consigue algunos seguidores/suscriptores mas. Y de los jóvenes que son los que interesan.
ResponderEliminarExcelente post, muy bien explicado, y para comprender lo poderosas que pueden ser estas sustancias que produce nuestro organismo, aquí hay un ejemplo terrible y que debe hacer meditar a las personas...
ResponderEliminarhttp://www.lun.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2012-03-02&NewsID=177899&BodyID=0&PaginaId=12&strNameFile=12_Joven_muere_en_fantasilandia.flv&iMoveScroll=145
Yo me ajunto a lo que dice el Búho, que para algo es el sheriff de este condado. Así que también encantado. Gracias Mirari
ResponderEliminarEnrique
Bestial. Si tuviera sombrero me lo quitaba Enrique! Me lo llevo a mi facebook, y si puedo al del museo. Creo que me acabas de dar tema para un articulillo que tengo que escribir en un semanal! Gracias al author y al editor! un saludo a ambos
ResponderEliminarrasa corporal.Me ha ganado dos apuestas en dos años;la primera en bici,de Hernani a Arano y otra corriendo de Sagües a Ulia.Los jueves hacemos varios "pulsos gitanos" que consiste en juntar pie con pie los dos cuerpos tratando de desestabilizar al contrario.Cada pulso dura unos cinco segundos.Estoy buscando una manera de producir una descarga de adrenalina para obtener "fuerza sobrehumana".Lo he probado con el cafe"Su mecanismo de acción es la estimulación de la producción de catecolaminas y la liberación de adrenalina por la médula suprarrenal"(Sport life),pero no me funciona.Trabajo fuerza y técnica en el gim .Estoy probando con la "visualización"(cierro los ojos y me imagino en situaciones limite) y parece que da mejores resultados..
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