A uno se le va pasando ya la edad de muchas cosas. Entre otras, la de pensar que mi condición de científico, de menguada talla, implica la necesidad de manejar con cierta soltura referencias de los llamados filósofos de la Ciencia. Quizás por eso, durante la drástica reducción de mi biblioteca (que ha quedado ahora muy minimalista), derivada de la radical reforma de casa que me impuso mi comadrona, muchos libros acabaron en el iglú del papel para reciclar. Hubiera preferido quemarlos al estilo del Carvallo de Vazquez Montalban, pero no tengo infraestructura pirómana. Entre la gran variedad de temáticas y autores caídos en esa razzia se encontraban obras de señeros filósofos de la Ciencia, como Popper, Lakatos, Kuhn, Bunge y otros. Pero no todo se fue al limbo eterno de la fibra virgen de celulosa. Algo de poso de las lecturas en tiempos pretéritos me ha quedado y marcado.
Por ejemplo, creo (el libro acabó en la hoguera) que fué a Mario Bunge a quien leí una frase que sigo recordando de vez en cuando. Contada a mi manera venía a decir que una parte importante de la Ciencia que publican las revistas científicas está producida por científicos que aprovechan los subproductos de la investigación de los grupos punteros de su campo. Es decir, actúan (actuamos, "mea culpa") a la manera de "mendigos" que colectan lo que se va cayendo o sobrando de las líneas de investigación de los grupos que admiran. No quiere decir que esa estrategia no pueda producir en algunos casos resultados relevantes ni que no cumpla su misión de generar conocimiento y entrenar a nuevos científicos, pero parece evidente que, en la mayor parte de los casos, se trata de un "ruído de fondo", superpuesto a lo que se está cociendo en los grupos punteros.
Otra frase interesante es de John Ziman (ésta la tengo delante, porque el libro fué indultado de la quema) y puede resultar impactante: el 90% de la Física que está en los libros de texto de Secundaria es verdad. El 90% de lo que está en los artículos científicos de Física es falso. Y Ziman era un físico reconocido en el área de la Materia Condensada.
Todo esto viene a propósito de un artículo publicado en el Wall Street Journal este pasado mes de agosto (no os pongo el link porque es de pago), en el que se hacía hincapié en el número creciente de artículos que se retiran de las revistas científicas, al comprobarse que sus resultados contienen datos que han sido amañados o que carecen de fundamento. Ciencia espúrea, vamos. Las trampas tienen especial incidencia en las ciencias médicas y biológicas, aunque la Química tampoco se puede ir de rositas en estos pufos. Se trata, no hay duda, de un problema derivado de la creciente presión que sufren los Grupos punteros para seguir mereciendo la consideración de las Agencias que reparten el dinero, lo que implica la necesidad de publicar lo más posible en las revistas con más impacto y adelantándose a los competidores. Algo de eso ya empieza a pasar en serio por nuestros lares y más pronto que tarde alguna chispita saltará.
En el ámbito de la Química, anda la cosa alborotada estos últimos meses por un fraude probado en trabajos del prestigioso Departamento de Química de la Universidad de Columbia, algunos de ellos publicados en revistas tan deseadas por los químicos como el JACS (Journal of the American Chemical Society) y derivados de la Tesis Doctoral de una ciudadana que, aprovechando que estaba de postdoc en Alemania, ha desaparecido de la escena académica sin dejar huella. Está probado, en documentos como el que ilustra esta entrada, que esta investigadora amañó espectros de RMN (usando Tippex y espectros robados en bases de datos, usurpando las identidades de sus colegas) para demostrar que se había producido una determinada reacción química que, en realidad, no se produce. La liebre saltó cuando algunos de sus compañeros de laboratorio, y otros investigadores de grupos igualmente punteros, trataron de reproducir la reacción sin éxito.
El asunto tiene múltiples derivadas que se están discutiendo en muchos foros. Por ejemplo, el papel del Director del Grupo, un prestigioso químico orgánico que, o no se enteró por sus múltiples ocupaciones, o le tenía particular cariño a la tramposa. Aún a costa de que otros de sus subalternos, que trataron de reproducir la reacción, abandonaran sus proyectos de Tesis a la vista de su aparente "incapacidad". Y a nadie se le escapa las implicaciones personales y de futuro profesional que ello tiene.
Pero al hilo de mis dos citas de los filósofos de la ciencia, mi reflexión es otra. Si éste y otros casos (como el del anestesista Scott Reuben, el del jovencísimo físico J.H. Schön o la falsa clonación de embriones humanos de Hwang Woo-suk) han salido a la palestra es por la relevancia de sus pretendidos descubrimientos en campos punteros. Pero la pregunta es: ¿cuántos otros casos se nos escapan provenientes de esa ciencia de acompañamiento que decía Bunge?. Ciertamente se trata de resultados la mayoría de las veces poco relevantes y, por consiguiente, el fraude puede pasar más desapercibido, sobre todo porque en muchas ocasiones corroborarán los resultados del paradigma imperante. Pero todo esos fraudes pueden estar costando mucho dinero, por no hablar de los cabreos de quienes intentan reproducir el resultado (al que no le haya pasado eso en su vida profesional que levante la mano).
Así que la aseveración de Ziman, dada la creciente inflación de publicaciones científicas, igual se quedó corta.
Por ejemplo, creo (el libro acabó en la hoguera) que fué a Mario Bunge a quien leí una frase que sigo recordando de vez en cuando. Contada a mi manera venía a decir que una parte importante de la Ciencia que publican las revistas científicas está producida por científicos que aprovechan los subproductos de la investigación de los grupos punteros de su campo. Es decir, actúan (actuamos, "mea culpa") a la manera de "mendigos" que colectan lo que se va cayendo o sobrando de las líneas de investigación de los grupos que admiran. No quiere decir que esa estrategia no pueda producir en algunos casos resultados relevantes ni que no cumpla su misión de generar conocimiento y entrenar a nuevos científicos, pero parece evidente que, en la mayor parte de los casos, se trata de un "ruído de fondo", superpuesto a lo que se está cociendo en los grupos punteros.
Otra frase interesante es de John Ziman (ésta la tengo delante, porque el libro fué indultado de la quema) y puede resultar impactante: el 90% de la Física que está en los libros de texto de Secundaria es verdad. El 90% de lo que está en los artículos científicos de Física es falso. Y Ziman era un físico reconocido en el área de la Materia Condensada.
Todo esto viene a propósito de un artículo publicado en el Wall Street Journal este pasado mes de agosto (no os pongo el link porque es de pago), en el que se hacía hincapié en el número creciente de artículos que se retiran de las revistas científicas, al comprobarse que sus resultados contienen datos que han sido amañados o que carecen de fundamento. Ciencia espúrea, vamos. Las trampas tienen especial incidencia en las ciencias médicas y biológicas, aunque la Química tampoco se puede ir de rositas en estos pufos. Se trata, no hay duda, de un problema derivado de la creciente presión que sufren los Grupos punteros para seguir mereciendo la consideración de las Agencias que reparten el dinero, lo que implica la necesidad de publicar lo más posible en las revistas con más impacto y adelantándose a los competidores. Algo de eso ya empieza a pasar en serio por nuestros lares y más pronto que tarde alguna chispita saltará.
En el ámbito de la Química, anda la cosa alborotada estos últimos meses por un fraude probado en trabajos del prestigioso Departamento de Química de la Universidad de Columbia, algunos de ellos publicados en revistas tan deseadas por los químicos como el JACS (Journal of the American Chemical Society) y derivados de la Tesis Doctoral de una ciudadana que, aprovechando que estaba de postdoc en Alemania, ha desaparecido de la escena académica sin dejar huella. Está probado, en documentos como el que ilustra esta entrada, que esta investigadora amañó espectros de RMN (usando Tippex y espectros robados en bases de datos, usurpando las identidades de sus colegas) para demostrar que se había producido una determinada reacción química que, en realidad, no se produce. La liebre saltó cuando algunos de sus compañeros de laboratorio, y otros investigadores de grupos igualmente punteros, trataron de reproducir la reacción sin éxito.
El asunto tiene múltiples derivadas que se están discutiendo en muchos foros. Por ejemplo, el papel del Director del Grupo, un prestigioso químico orgánico que, o no se enteró por sus múltiples ocupaciones, o le tenía particular cariño a la tramposa. Aún a costa de que otros de sus subalternos, que trataron de reproducir la reacción, abandonaran sus proyectos de Tesis a la vista de su aparente "incapacidad". Y a nadie se le escapa las implicaciones personales y de futuro profesional que ello tiene.
Pero al hilo de mis dos citas de los filósofos de la ciencia, mi reflexión es otra. Si éste y otros casos (como el del anestesista Scott Reuben, el del jovencísimo físico J.H. Schön o la falsa clonación de embriones humanos de Hwang Woo-suk) han salido a la palestra es por la relevancia de sus pretendidos descubrimientos en campos punteros. Pero la pregunta es: ¿cuántos otros casos se nos escapan provenientes de esa ciencia de acompañamiento que decía Bunge?. Ciertamente se trata de resultados la mayoría de las veces poco relevantes y, por consiguiente, el fraude puede pasar más desapercibido, sobre todo porque en muchas ocasiones corroborarán los resultados del paradigma imperante. Pero todo esos fraudes pueden estar costando mucho dinero, por no hablar de los cabreos de quienes intentan reproducir el resultado (al que no le haya pasado eso en su vida profesional que levante la mano).
Así que la aseveración de Ziman, dada la creciente inflación de publicaciones científicas, igual se quedó corta.