Una de las frases más habituales cuando un no golfista habla con un golfista es aquella de "parece que el golf engancha". Y algo de eso hay. Si considero el entorno más próximo de amigos que tengo en el golf, me encuentro con una variopinta fauna de personas con muy diferentes extracciones sociológicas, ideas políticas, cuentas corrientes y otros indicativos, pero casi todos enganchados y con mayor o menor grado de demencia golfil. Desde el que sigue saliendo a jugar aunque haya una tormenta del carajo sobre el campo, lo que podría acabar con él dado el número de pararrayos que lleva cerca (los palos), hasta el que, saliente de una operación de cadera, anda haciendo swings con el bastón por las esquinas, hecho verídico en el caso de un respetado profesor de polímeros de una Universidad americana de prestigio y amigo del Búho. Y puestos a estar enganchados, cualquier oportunidad es buena para jugar o entrenar nuestra absorbente actividad. Y de algo de eso va la primera parte de esta entrada.
Hace poco, unas amigas del Museo de la Ciencia de Miramón (Eureka! se llama ahora) me regalaron una bolas de golf muy especiales y ecológicas. Se disuelven en agua en pocos días y no tienen impacto ambiental alguno, al ser biodegradables y biocompatibles (al menos eso dice la propaganda). Y alguno pensará: está bien, ya que en los campos de golf suele haber lagos y así se evita que se llenen de bolas. ¡Craso error!. En la mayoría de los campos, las bolas de los lagos se recogen con las más variadas martingalas y se vuelven a vender (lo que constituye un lucrativo negocio de "reciclaje"). ¿Y entonces?. Pues, amigos míos, el nicho de business de estas bolas solubles está en los viajes a bordo de esos gigantescos cruceros que cruzan los mares. Como en ellos viaja mucho ricachón (y no tan ricachón) golfista, una de las actividades para matar el tedio es practicar el swing, ¡tirando bolas al mar!. Lo cual, evidentemente, queda un poco feo para el rampante ecologismo que nos invaden y desdice de la imagen del golf como deporte idílico, en entornos naturales.
Así que para deshacer el entuerto, ahí están las bolas ecológicas que nos ocupan. En cuanto las recibimos en la Facultad, decidimos investigar de que estaban hechas. Las bolas tradicionales suelen tener dos o tres capas de polímeros diferentes pero éstas, tras partirlas en dos con una sierra (que ya nos costó), evidenciaron la existencia de una única capa, como puede verse en la foto de arriba. Metimos un trozo en el espectrofómetro de infrarrojo y el resultado era claro. Las bolas están hechas con polialcohol vinílico, uno de los pocos polímeros solubles en agua. La propaganda del fabricante ya lo decía, pero había en ella ciertas frases enigmáticas que nos mosquearon. No fuera a pasar lo de la historia del bambú de la bolsa ecológica de mi amiga, de la que, por cierto, algún día de éstos os contaré el final.
El citado polímero tiene diversas aplicaciones en el ámbito de la industria textil, la industria papelera, como adhesivo e, incluso, como agente embolizante en el ámbito médico. Usos más conocidos en la red implican la preparación de plastilinas más o menos repugnantes (los slimes o silly putty de los americanos), mezclando un adhesivo a base del polímero con bórax. En mi ámbito de trabajo, el polialcohol vinílico es el polímero más barrera al oxígeno existente, siempre que esté totalmente seco. Cosa imposible en condiciones normales porque, dada su avidez por el agua, la toma de la humedad ambiental y, en cuanto tiene un pequeño porcentaje de agua en su seno, su carácter barrera al oxígeno desciende drásticamente. Para evitarlo, se suelen preparar filmes barrera al oxígeno encerrando un filme de polialcohol vinílico entre dos de polietileno. Éste repele el agua y protege así al polialcohol vinílico de la humedad, manteniéndose seco, con el que el conjunto en forma de filme de tres capas puede servir para preservar, por ejemplo, alimentos sensibles al oxígeno.
Al hilo de las cosas de los golfistas, mi colega Jesús Ugalde, también golfista (aunque no se si lo saben en su Bergara natal), se ha bajado un ratito de su nube cuántica para pasarme un artículo que tiene que ver con la supercomputación y el diseño de palos de golf.
Otro de los lugares comunes entre los golfistas es justificar nuestros malos resultados echando la culpa al palo que usamos. Los fabricantes lo saben y sacan al mercado, de forma incesante, nuevos modelos de palos que prometen el oro y el moro a los incautos amateurs que necesitamos justificar nuestros lentos progresos (if any) con el juego. Uno de esos fabricantes es PING que, según el artículo, ha mejorado significativamente la producción de sus nuevos palos tras la compra, en 2005, de un supercomputador que le permite manejar un avanzado software de simulación. Desde entonces, el supercomputer guía la selección de las condiciones óptimas de diseño de los nuevos palos, lo que ha conseguido reducir sustancialmente todos los procesos. Simulaciones de comportamiento en ordenadores convencionales que antes llevaban medio día, hoy se resuelven en 15 ó 20 minutos. De hecho, el período de diseño total de un nuevo palo ha pasado de cifras de 18-24 meses a menos de la mitad, entre 8-9 meses.
Así que me temo que habrá más nuevos palos en el mercado para catalizar la sensación del golfista de que "con éste lo haré mejor". Aunque hay otra máxima que todo golfista conoce: "la culpa es del indio, no de la flecha".
Por cierto, habreis comprobado que en lo del golf, el género no importa. No he visto a ninguna compañera de juego que me llame golfisto. Y menos mal...
Hace poco, unas amigas del Museo de la Ciencia de Miramón (Eureka! se llama ahora) me regalaron una bolas de golf muy especiales y ecológicas. Se disuelven en agua en pocos días y no tienen impacto ambiental alguno, al ser biodegradables y biocompatibles (al menos eso dice la propaganda). Y alguno pensará: está bien, ya que en los campos de golf suele haber lagos y así se evita que se llenen de bolas. ¡Craso error!. En la mayoría de los campos, las bolas de los lagos se recogen con las más variadas martingalas y se vuelven a vender (lo que constituye un lucrativo negocio de "reciclaje"). ¿Y entonces?. Pues, amigos míos, el nicho de business de estas bolas solubles está en los viajes a bordo de esos gigantescos cruceros que cruzan los mares. Como en ellos viaja mucho ricachón (y no tan ricachón) golfista, una de las actividades para matar el tedio es practicar el swing, ¡tirando bolas al mar!. Lo cual, evidentemente, queda un poco feo para el rampante ecologismo que nos invaden y desdice de la imagen del golf como deporte idílico, en entornos naturales.
Así que para deshacer el entuerto, ahí están las bolas ecológicas que nos ocupan. En cuanto las recibimos en la Facultad, decidimos investigar de que estaban hechas. Las bolas tradicionales suelen tener dos o tres capas de polímeros diferentes pero éstas, tras partirlas en dos con una sierra (que ya nos costó), evidenciaron la existencia de una única capa, como puede verse en la foto de arriba. Metimos un trozo en el espectrofómetro de infrarrojo y el resultado era claro. Las bolas están hechas con polialcohol vinílico, uno de los pocos polímeros solubles en agua. La propaganda del fabricante ya lo decía, pero había en ella ciertas frases enigmáticas que nos mosquearon. No fuera a pasar lo de la historia del bambú de la bolsa ecológica de mi amiga, de la que, por cierto, algún día de éstos os contaré el final.
El citado polímero tiene diversas aplicaciones en el ámbito de la industria textil, la industria papelera, como adhesivo e, incluso, como agente embolizante en el ámbito médico. Usos más conocidos en la red implican la preparación de plastilinas más o menos repugnantes (los slimes o silly putty de los americanos), mezclando un adhesivo a base del polímero con bórax. En mi ámbito de trabajo, el polialcohol vinílico es el polímero más barrera al oxígeno existente, siempre que esté totalmente seco. Cosa imposible en condiciones normales porque, dada su avidez por el agua, la toma de la humedad ambiental y, en cuanto tiene un pequeño porcentaje de agua en su seno, su carácter barrera al oxígeno desciende drásticamente. Para evitarlo, se suelen preparar filmes barrera al oxígeno encerrando un filme de polialcohol vinílico entre dos de polietileno. Éste repele el agua y protege así al polialcohol vinílico de la humedad, manteniéndose seco, con el que el conjunto en forma de filme de tres capas puede servir para preservar, por ejemplo, alimentos sensibles al oxígeno.
Al hilo de las cosas de los golfistas, mi colega Jesús Ugalde, también golfista (aunque no se si lo saben en su Bergara natal), se ha bajado un ratito de su nube cuántica para pasarme un artículo que tiene que ver con la supercomputación y el diseño de palos de golf.
Otro de los lugares comunes entre los golfistas es justificar nuestros malos resultados echando la culpa al palo que usamos. Los fabricantes lo saben y sacan al mercado, de forma incesante, nuevos modelos de palos que prometen el oro y el moro a los incautos amateurs que necesitamos justificar nuestros lentos progresos (if any) con el juego. Uno de esos fabricantes es PING que, según el artículo, ha mejorado significativamente la producción de sus nuevos palos tras la compra, en 2005, de un supercomputador que le permite manejar un avanzado software de simulación. Desde entonces, el supercomputer guía la selección de las condiciones óptimas de diseño de los nuevos palos, lo que ha conseguido reducir sustancialmente todos los procesos. Simulaciones de comportamiento en ordenadores convencionales que antes llevaban medio día, hoy se resuelven en 15 ó 20 minutos. De hecho, el período de diseño total de un nuevo palo ha pasado de cifras de 18-24 meses a menos de la mitad, entre 8-9 meses.
Así que me temo que habrá más nuevos palos en el mercado para catalizar la sensación del golfista de que "con éste lo haré mejor". Aunque hay otra máxima que todo golfista conoce: "la culpa es del indio, no de la flecha".
Por cierto, habreis comprobado que en lo del golf, el género no importa. No he visto a ninguna compañera de juego que me llame golfisto. Y menos mal...
Excelente articulo muy interesante, Esta muy bueno tu blog te felicito.
ResponderEliminar¿Tienen estas bolas las mismas propiedades de toque y aerodinámica que las "auténticas?.
ResponderEliminarLa primera diferencia notable que ves en estas "bolas de mar" es que al dejarlas caer al suelo casi no botan, mientras que las normales, cuando las dejas caer desde la altura de tus brazos, llegan en el rebote a tu cintura o más. Eso hace que las distancias que pueden alcanzarse se estiman en un 70% de lo que se consigue con una bola normal. Otra peculiaridad es que hay que conservarlas en sitio cerrado para evitar que cojan mucha agua y se vayan disolviendo. También es interesante el tacto. Cuando las tocas te da una sensación parecida a cuando tocas un jabón. Y huelen un poco a vinagre. Lo cual no es raro porque el polialcohol vinílico se obtiene por hidrólisis del poliacetato de vinilo, lo que implica la formación de ácido acético en el medio de reacción.
ResponderEliminarMe intriga una cosa, que sea soluble en agua y desaparezca de nuestra vista no implica necesariamente que sea biodegradable. ¿Sabes si hay datos al respecto?
ResponderEliminarEfectivamente soluble en agua no significa biodegradable. Pero hay mucha información sobre la biodegradación del polialcohol vinílico.Si necesitas ayuda para encontrar algo me lo dices.
ResponderEliminar¿Sabes si es posible conseguir borax en Euskadi? Los americanos parece que lo usan bastante, pero en el super yo lo que veo son fosfatos, zeolitas y tensoactivos...¿quizás en alguna tienda especializada?pero en que?
ResponderEliminarLa verdad es que hace tiempo que no lo compro. Antes lo encontraba en droguerías de las de siempre, aunque en Donosti han cerrado las dos que yo usaba. En cualquier caso, hay suministradores de productos químicos que no creo que tengan problemas en conseguirte una pequeña cantidad.
ResponderEliminarEn fín... lo compraré en Zamora. Es curioso que los reactivos químicos de "toda la vida" desaparezcan de los estantes y como no hay droguerías "de toda la vida" hay que compararlos para análisis a precio de oro (por que normalmente industriales tienen a partir de varios kilos) otra de las razones de ese odio a los químicos es la de que no haya Sulfato de Cobre (II) en casi ninguna tienda agricola y ahora te vendan Oxicloruro de Cobre (II) con azufre...que para cristalizar no vale.
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