Me dicen algunos profesionales hospitalarios, en los que confío, que aquí nadie parece reconocer que la enfermedad le acecha y que es parte sustancial de su vida y deterioro. Y que si algún profesional se lo sugiere, por un quítame allí esas pajas, lo llevan a los Tribunales bajo la acusación de "no hacer todo los posible". Lo cual está generando una medicina defensiva, basada en un derroche de múltiples técnicas instrumentales (RMN, ecografías, Rayos X, analíticas de todo tipo) que están haciendo insostenible la Sanidad Pública, además de contribuir a que el llamado ojo clínico de los galenos sea más una excepción que una regla. Pretendemos que nuestra vida tienda hacia su fin en una especie de asíntota infinita que no llegaría nunca a ese límite en el que, tarde o temprano, vamos a tener que entregar la cuchara.
Sobre ese límite no deseado trata esta entrada, que tiene como protagonistas a una serie de ciudadanos que propugnan el congelarnos recien muertos, para despertarnos cuando la ciencia haya descubierto lo que puede curarnos de la dolencia que nos mató. Para ese tipo de actividad se ha elegido la palabra inglesa Cryonics que, al menos en Wikipedia, han traducido por Criónica o Criopreservación.
El causante de que yo me haya metido en este lío es, una vez más, el dichoso espíritu de Bolonia, que me tiene un tanto alterado. Andaba yo buscando formas acordes con ese espíritu, que me sirvieran para proponer a mis estudiantes el realizar un trabajo sobre el biodiésel, así como sobre los efectos secundarios derivados de su producción creciente. Resulta que como subproducto de ese proceso, vamos a tener que lidiar con una desmesurada cantidad de una molécula química muy popular: la glicerina, que otros llaman glicerol por aquello de americanizarlo todo, sin seguir las normas del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de la Lengua. La glicerina es, en términos químicos, el propanotriol, un primo de cosas como el etanol (o alcohol etílico) del vino o del etilenglicol, que todos compramos disuelto en agua en los anticongelantes de los radiadores de nuestros automóviles.
En mi intento por buscar información que pudiera servir a los estudiantes para configurar su trabajo, me he dado de bruces con una serie de referencias en las se habla del empleo de la susodicha glicerina en los mencionados procesos de criopreservar cadáveres, algo que, al menos en la sociedad americana, está a caballo entre una filosofía de vída y un próspero negocio.
En el ámbito de la medicina, hay muchos procesos en los que se conservan a temperaturas extraordinariamente bajas cosas como los cordones umbilicales de los fetos, el semen o algunos otros órganos. En ese proceso, bajar por debajo de la temperatura de congelación del agua (un componente mayoritario de muchos organismos, en nuestro caso el 70%), supone la génesis de cristales de hielo que, en su desarrollo, pueden causar destrozos irreparables en los tejidos biológicos.
Para buscar una solución, hemos aprendido de organismos que, en la naturaleza, no les queda más remedio que vivir (o invernar) a esas temperaturas tan bajas, como es el caso de los osos, las focas, algunas ranitas árticas y otros congéneres. Estos ciudadanos son capaces de originar con su metabolismo cantidades importantes de sustancias que, como la glucosa, la urea o la propia glicerina, hacen que las disoluciones acuosas que su organismo contiene no generen cristales de hielo que acaben con sus tejidos más sustanciales. Algo parecido a los anticongelantes pero no es exactamente igual. Lo que se pretende con el procesos de adicionar glicerina u otros criopreservantes a la sangre y otros fluidos es bloquear el mecanismo de cristalización y conseguir que, al bajar la temperatura, el agua vitrifique pero no cristalice. Los lectores duchos en física de materiales o los que hayan estudiado algo de polímeros me entenderán a la primera. En polímeros, la vitrificación es fácil de hacer con sólo enfriar muy deprisa. Pero con el agua (o con los metales) la cosa no es tan obvia.
El Cryonics Institute es un organismo americano que lleva congelados casi cien fiambres previo pago del servicio, tras infundirles glicerina y otras cosas en sus vasos sanguíneos, guardándolos posteriormente en tanques como el que veis en la foto (que pertenece a otra conocida empresa en este ámbito, la Alcor Life Extension Foundation). Si quereis saber cosas sobre asuntos tan fúnebres podeis acceder a este link en el que, desde el Cryonics Institute se dan respuestas a las preguntas más frecuentes (FAQs) que, los todavía mortales, podemos hacernos sobre él. Desde la horquilla de precios, y las formas de pago, a diferente información sobre los procedimientos y bases del sistema de criopreservación. La verdad es que es una web curiosa la de este Instituto. Uno puede encontrar hasta un cuidadoso historial de los fiambres que van "embalsamando" en frío. Si quereis podéis entrar a ver la dramática historia del paciente número 92, el último al que parecen haber tenido la oportunidad de dejar helado y ahíto de glicerina.
La cosa se presta a múltiples discusiones pero yo voy a seguir la máxima de mi abuelo ferroviario, que se jactaba de que en su pueblo no había médico porque todos morían de muerte natural. Y, a ser posible, sin andar paseando mis babas por los jardines de debajo de mi casa.
Sobre ese límite no deseado trata esta entrada, que tiene como protagonistas a una serie de ciudadanos que propugnan el congelarnos recien muertos, para despertarnos cuando la ciencia haya descubierto lo que puede curarnos de la dolencia que nos mató. Para ese tipo de actividad se ha elegido la palabra inglesa Cryonics que, al menos en Wikipedia, han traducido por Criónica o Criopreservación.
El causante de que yo me haya metido en este lío es, una vez más, el dichoso espíritu de Bolonia, que me tiene un tanto alterado. Andaba yo buscando formas acordes con ese espíritu, que me sirvieran para proponer a mis estudiantes el realizar un trabajo sobre el biodiésel, así como sobre los efectos secundarios derivados de su producción creciente. Resulta que como subproducto de ese proceso, vamos a tener que lidiar con una desmesurada cantidad de una molécula química muy popular: la glicerina, que otros llaman glicerol por aquello de americanizarlo todo, sin seguir las normas del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de la Lengua. La glicerina es, en términos químicos, el propanotriol, un primo de cosas como el etanol (o alcohol etílico) del vino o del etilenglicol, que todos compramos disuelto en agua en los anticongelantes de los radiadores de nuestros automóviles.
En mi intento por buscar información que pudiera servir a los estudiantes para configurar su trabajo, me he dado de bruces con una serie de referencias en las se habla del empleo de la susodicha glicerina en los mencionados procesos de criopreservar cadáveres, algo que, al menos en la sociedad americana, está a caballo entre una filosofía de vída y un próspero negocio.
En el ámbito de la medicina, hay muchos procesos en los que se conservan a temperaturas extraordinariamente bajas cosas como los cordones umbilicales de los fetos, el semen o algunos otros órganos. En ese proceso, bajar por debajo de la temperatura de congelación del agua (un componente mayoritario de muchos organismos, en nuestro caso el 70%), supone la génesis de cristales de hielo que, en su desarrollo, pueden causar destrozos irreparables en los tejidos biológicos.
Para buscar una solución, hemos aprendido de organismos que, en la naturaleza, no les queda más remedio que vivir (o invernar) a esas temperaturas tan bajas, como es el caso de los osos, las focas, algunas ranitas árticas y otros congéneres. Estos ciudadanos son capaces de originar con su metabolismo cantidades importantes de sustancias que, como la glucosa, la urea o la propia glicerina, hacen que las disoluciones acuosas que su organismo contiene no generen cristales de hielo que acaben con sus tejidos más sustanciales. Algo parecido a los anticongelantes pero no es exactamente igual. Lo que se pretende con el procesos de adicionar glicerina u otros criopreservantes a la sangre y otros fluidos es bloquear el mecanismo de cristalización y conseguir que, al bajar la temperatura, el agua vitrifique pero no cristalice. Los lectores duchos en física de materiales o los que hayan estudiado algo de polímeros me entenderán a la primera. En polímeros, la vitrificación es fácil de hacer con sólo enfriar muy deprisa. Pero con el agua (o con los metales) la cosa no es tan obvia.
El Cryonics Institute es un organismo americano que lleva congelados casi cien fiambres previo pago del servicio, tras infundirles glicerina y otras cosas en sus vasos sanguíneos, guardándolos posteriormente en tanques como el que veis en la foto (que pertenece a otra conocida empresa en este ámbito, la Alcor Life Extension Foundation). Si quereis saber cosas sobre asuntos tan fúnebres podeis acceder a este link en el que, desde el Cryonics Institute se dan respuestas a las preguntas más frecuentes (FAQs) que, los todavía mortales, podemos hacernos sobre él. Desde la horquilla de precios, y las formas de pago, a diferente información sobre los procedimientos y bases del sistema de criopreservación. La verdad es que es una web curiosa la de este Instituto. Uno puede encontrar hasta un cuidadoso historial de los fiambres que van "embalsamando" en frío. Si quereis podéis entrar a ver la dramática historia del paciente número 92, el último al que parecen haber tenido la oportunidad de dejar helado y ahíto de glicerina.
La cosa se presta a múltiples discusiones pero yo voy a seguir la máxima de mi abuelo ferroviario, que se jactaba de que en su pueblo no había médico porque todos morían de muerte natural. Y, a ser posible, sin andar paseando mis babas por los jardines de debajo de mi casa.
Pues yo también estoy de acuerdo con tu abuelo, y, además, con un anciano agricultor de un pueblo cercano que dice que somos muchos y hay que dejar sitio.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con eso de no ir dejando las babas or ahí y haciendo sitio que somos muchos.
ResponderEliminarLo de la medicina defensiva es una pesadilla para quienes intentamos ejercer dignamente la Medicina. La moda de poner denuncias por todo, implantada por los abogados yanquis, se va haciendo popular y arruinará los sistemas públicos de sanidad. Parece que los médicos no estuvieran para ayudar a sanar, sino que son los culpables de las enfemedades. "No me curaron bien", "Me operaron mal"... una pesadilla.
ResponderEliminarLo del Cryonics es un descojone, me recuerda Futurama. No sé qué piensan hacer con esa glicerina cuando descongelen al fiambre. La glicerina tiene un poderoso efecto osmótico y desplaza líquidos corporales entre diferentes compartimientos, así que no me imagino los desbarajustes hidroelectrolíticos que acompañarían a esa hipotética "vuelta a la vida". Por ejemplo, la glicerina por vía oral a dosis de 1 ml por kilo de peso se puede usar para reducir la presión del globo ocular en caso de glaucoma agudo (es un remedio viejo, ahora se usa el manitol intrvenoso).
Otro uso más pedestre de la glicerina, basado en ese efecto anticristalizante, es dentro de la formulación de algunos helados, por ejemplo los helados bajos en azúcar.
En esta página hay faqs e información en español:
ResponderEliminarhttp://www.crionica.org
Carta abierta de científicos y académicos respaldando la criónica:
http://www.crionica.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=56
Justificación científica de la práctica criónica:
http://www.crionica.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=99