Tengo un colega, Eugenio Coronado, que además de científico de talla internacional, te hace una caricatura cuando menos te lo esperas. Así que un día que habíamos comido en un caserío de la zona del campus de Ibaeta con nuestro común amigo Toribio F. Otero, y mientras esperábamos el café, utilizó el escaso espacio que queda libre en una etiqueta de Agua de Insalus para inmortalizar la efigie del Búho, con especial énfasis en mis orejas y mi nariz de vasco con los genes bien puestos. Uno no puede renegar de la carga genética que atesora y que, en el caso que nos ocupa, debe tener su antecedente más directo en un cashero de Gaintza, en el Goierri profundo.
Ambos atributos faciales han ido empeorando con los años (amén de otros), con lo que mi imagen anda bastante descompuesta si consideramos que, a todo lo anterior, se le suman las arrugas propias del tiempo pasado y unas bolsas bajo los ojos que ninguno de los prodigios tecnológicos de la cosmética actual parecen subsanar. De hecho, tengo un par de conocidos que se dedican a la cirugía plástica que, cada vez que me saludan, me quedo con la sensación de que me contemplan como posible carne de cañón. Así que visto que al Berlusconi lo cogen unos galenos un viernes y para el lunes lo dejan estirado y dispuesto para una cumbre en la que, por enésima vez, mete la pata, no sería de extrañar que cualquier día la caricatura del Prof. Coronado quede obsoleta y luzca el Búho nueva efigie con la que afrontar su cada vez más cercana próxima decena.
Si a ello me decidiera, la verdad es que dispongo de una extensa gama de polímeros a mi disposición con los que arreglar el entuerto. No voy a hablar del Botox o toxina botulínica, porque siempre me ha dado repelús el que la gente se inyecte cosas peligrosas (aunque parece que, en este caso, controladamente). No vaya a ser que se pasen de dosis y se me quede la cara como para un museo de cera.
Pero el resto de las otras alternativas son casi todas de origen polimérico. Como las inyecciones de colágeno, una proteína que, en mi jerga, prefiero denominar como una poliamida derivada de unos pocos aminoácidos, entre los que sobresale el denominado glicina. Es un método sencillo, sin reacciones alérgicas y cuyos efectos permanecen durante al menos un año, sirviendo como germen de la creación de colágeno propio con el que rellenar los surcos de las arrugas. Despues se van degradando en un proceso de desnaturalización e hidrólisis, parecido al que genera la gelatina de un pescado en salsa verde a partir del colágeno de la piel y los huesos del mismo.
Del mismo origen natural, pero no animal como el colágeno, se emplean los geles de ácido hialurónico, un polisacárido, es decir un primo del almidón y la celulosa que describíamos hace ya tiempo en una entrada, aunque de una complejidad infinitamente mayor y en la que no entraremos para no asustar al personal. En este caso, su papel bajo la piel de las arrugas es la de una especie de esponja molecular que absorbe agua y rellena los huecos de esas inexorables chivatas del tiempo transcurrido.
A caballo entre los polímeros de origen natural y aquellos en los que el hombre ha intervenido en su síntesis, están productos como el Artecoll, una mezcla de polimetacrilato de metilo (PMMA) con colágeno. Sobre el PMMA también hemos hablado ya anteriormente en este Blog. Y si ya acabamos en polímeros sintéticos puros y duros, existen pequeños parches de Goretex, un polímero fluorado, el mismo que se emplea como protector frente a la humedad en ropa, zapatos y otros usos. Esos parches se insertan merced a una pequeña cirugía bajo la piel de las arrugas y, al no destruirse con el tiempo (como ocurre al colágeno), tienen una acción mucho más prolongada, sin necesidad de nuevas charcuterías para el paciente. Finalmente, el poliácido láctico, del que hablamos como material sintetizado a partir de derivados de la biomasa. Aunque en algunos paises está aprobado para rellenar arrugas, la FDA americana sólo permite su uso en pacientes de SIDA con pérdidas importantes de grasa facial.
Así que en virtud de mi adicción a los polímeros, debería poner remedio a mis carencias físicas con alguna de estas posibilidades. Pero la cuestión económica anda chunga y, por ahora, habrá que seguir la máxima ignaciana de no hacer mudanzas en tiempos de crisis.
Ambos atributos faciales han ido empeorando con los años (amén de otros), con lo que mi imagen anda bastante descompuesta si consideramos que, a todo lo anterior, se le suman las arrugas propias del tiempo pasado y unas bolsas bajo los ojos que ninguno de los prodigios tecnológicos de la cosmética actual parecen subsanar. De hecho, tengo un par de conocidos que se dedican a la cirugía plástica que, cada vez que me saludan, me quedo con la sensación de que me contemplan como posible carne de cañón. Así que visto que al Berlusconi lo cogen unos galenos un viernes y para el lunes lo dejan estirado y dispuesto para una cumbre en la que, por enésima vez, mete la pata, no sería de extrañar que cualquier día la caricatura del Prof. Coronado quede obsoleta y luzca el Búho nueva efigie con la que afrontar su cada vez más cercana próxima decena.
Si a ello me decidiera, la verdad es que dispongo de una extensa gama de polímeros a mi disposición con los que arreglar el entuerto. No voy a hablar del Botox o toxina botulínica, porque siempre me ha dado repelús el que la gente se inyecte cosas peligrosas (aunque parece que, en este caso, controladamente). No vaya a ser que se pasen de dosis y se me quede la cara como para un museo de cera.
Pero el resto de las otras alternativas son casi todas de origen polimérico. Como las inyecciones de colágeno, una proteína que, en mi jerga, prefiero denominar como una poliamida derivada de unos pocos aminoácidos, entre los que sobresale el denominado glicina. Es un método sencillo, sin reacciones alérgicas y cuyos efectos permanecen durante al menos un año, sirviendo como germen de la creación de colágeno propio con el que rellenar los surcos de las arrugas. Despues se van degradando en un proceso de desnaturalización e hidrólisis, parecido al que genera la gelatina de un pescado en salsa verde a partir del colágeno de la piel y los huesos del mismo.
Del mismo origen natural, pero no animal como el colágeno, se emplean los geles de ácido hialurónico, un polisacárido, es decir un primo del almidón y la celulosa que describíamos hace ya tiempo en una entrada, aunque de una complejidad infinitamente mayor y en la que no entraremos para no asustar al personal. En este caso, su papel bajo la piel de las arrugas es la de una especie de esponja molecular que absorbe agua y rellena los huecos de esas inexorables chivatas del tiempo transcurrido.
A caballo entre los polímeros de origen natural y aquellos en los que el hombre ha intervenido en su síntesis, están productos como el Artecoll, una mezcla de polimetacrilato de metilo (PMMA) con colágeno. Sobre el PMMA también hemos hablado ya anteriormente en este Blog. Y si ya acabamos en polímeros sintéticos puros y duros, existen pequeños parches de Goretex, un polímero fluorado, el mismo que se emplea como protector frente a la humedad en ropa, zapatos y otros usos. Esos parches se insertan merced a una pequeña cirugía bajo la piel de las arrugas y, al no destruirse con el tiempo (como ocurre al colágeno), tienen una acción mucho más prolongada, sin necesidad de nuevas charcuterías para el paciente. Finalmente, el poliácido láctico, del que hablamos como material sintetizado a partir de derivados de la biomasa. Aunque en algunos paises está aprobado para rellenar arrugas, la FDA americana sólo permite su uso en pacientes de SIDA con pérdidas importantes de grasa facial.
Así que en virtud de mi adicción a los polímeros, debería poner remedio a mis carencias físicas con alguna de estas posibilidades. Pero la cuestión económica anda chunga y, por ahora, habrá que seguir la máxima ignaciana de no hacer mudanzas en tiempos de crisis.
El uso del botox puede dar miedo. Al fin y al cabo es la toxina mas potente del mundo. Es decir, la que mas actividad ejerce por unidad de peso. Pero si lo pensamos un poco, la clave está en las dosis. La cafeina se almacena en los granos de café para matar los bichos que osan consumir el grano. Por sobredósis, claro. También ocurre lo mismo con los venenos de serpiente, tarántula o escorpión, que en dosis adecuadas se emplean de manera terapeutica.
ResponderEliminarLo de los polímeros sintéticos puede dar miedo desde otra óptica. ¿que pasa con ellos a lo largo del tiempo debajo de la piel? Una de las expertas en este tipo de experiencias es Ana Obregón. Cuidadito con las sorpresas!
Touché, Anónimo. Hago de la filosofía de Paracelso (el veneno está en la dosis) un totem del Blog y luego se me cuela la frase sobre el botox.
ResponderEliminarGracias por recordármelo.
Interesante esta experiecia. Lo mejor es preguntar al especialista de todas las ventajas y desventajas de cada tratamiento y las consecuencias en cada tipo de piel.
ResponderEliminarSaludos!
Marcia
Bastante interesante. No tenía ni idea de la existencia de los polímeros esos. Gracias.
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