domingo, 20 de julio de 2008

Una entrada no apta para calvos

Aunque en determinadas zonas de mi prominente testa la densidad de mi pelo va clareando, todavía conservo una mata razonable. Además soy la envidia de mi cónyuge por las rizadas volutas que la adornan, aunque maldita la gracia que a mi me hacen. Canas tengo una cuantas desde hace ya varios años y me consuelo diciendo que me confieren un cierto carácter señorial. Una y otra característica podrían ser alteradas sin muchos problemas, aunque me resisto a los asedios que al respecto me prodigan tanto mi chica como la nueva peluquera que tengo tras traicionar a mi peluquería de toda la vida. En definitiva, que este post tiene que ver con la variada y a veces complicada química de una serie de circunstancias que rodean la modificación y adorno de nuestra cabellera, cosa que desde luego no preocupa (y de ahí el título) a unos cuantos dilectos calvos que tengo en la nómina de mis suscriptores.

El pelo, al igual que la lana, está fundamentalmente constituido por una proteína denominada alfa-queratina. Una proteína es un polímero y, si se quiere precisar más, podríamos decir que es una poliamida (como las de los tejidos que vestimos), pero una poliamida muy especial. Su especificidad nace de que mientras en una poliamida normal su molécula contiene cientos o miles de veces una unidad repetitiva que se une a las que tiene al lado por enlaces químicos normales, en una proteína las unidades que se repiten pueden ser de más de un tipo y, de hecho, en la queratina podemos encontrar una decena de unidades repetivas distintas o aminoácidos, enlazadas unas a otras mediante grupos amida que se forman en su biosíntesis.

Una hebra de nuestro pelo es una complicada asociacion de muchas cadenas de proteína como las arriba descritas. Se asocian en estructuras de tipo hélice y unas y otras se mantienen juntas gracias a uniones laterales entre ellas. En la queratina del pelo, esas uniones son puentes de hidrógeno y puentes disulfuro (dos azufres) que, en este segundo caso, se establecen gracias a la existencia de unidades repetitivas de cisteína, un tipo de aminoácido un poco raro que contiene esos átomos de azufre, causantes del olor a chamusquina del pelo cuando se quema.

Dependiendo del número de enlaces de hidrógeno y azufre que tenga el pelo de un individuo, este pelo es más rizado (muchas uniones) o mas liso (menos uniones). Cuando la queratina del pelo está en un ambiente húmedo puede absorber parte de la humedad ambiental, y como el agua puede formar puentes de hidrógeno adicionales con las cadenas de queratina, ese aumento en este tipo de enlaces incrementa el rizado del pelo, como todo el mundo habrá podido comprobar en esta ciudad de mis entretelas, en la que cualquier día nos va a salir musgo en los pliegues.

La famosa permanente, a la que se refiere mi madre cuando va a la peluquería, no es sino un refinado proceso para alterar el rizado del pelo. Fundamentalmente consiste en romper los enlaces por puentes disulfuro, mediante un tratamiento del pelo húmedo con sustancias químicas de tipo reductor, como el hidróxido amónico o el tioglicolato de amonio, lo que permite estirarlo con facilidad. Si, posteriormente, ese pelo se enrolla en los televisivos rulos, se trata con otra sustancia química, esta vez de tipo oxidante (como el agua oxigenada), y se seca en un secador como los de las películas de los sesenta, los puentes disulfuro se vuelven a regenerar pero esta vez, forzados por la estructura impuesta por el rulo, proporcionan un peinado al gusto de la propietaria y del fígaro o figara de turno. No deja de tener su coña que uno de los impulsores de los primeros rulos eléctricos, usados para este mismo fin en los años veinte del siglo pasado, fuera un español radicado en Inglaterra que tenía por nombre Isidoro Calvete.

Otro concesión a nuestra coquetería tiene también mucha química dentro. Se trata de los tratamientos de color existentes en el mercado, bien para dar a nuestros cabellos una nota de color o bien para ocultar esa indeleble huella del tiempo que conocemos como cana. Mi comadrona, sin ir más lejos, es una experta y autosuficiente usuaria de este tipo de productos y, bastante habitualmente, se encierra en el cuarto de baño y me sorprende con un cambio de look, que puede ir desde un moreno profundo a una fantasía de color impropia para acompañar a un gris profesor de provincias como yo.

Los orígenes de los tratamientos de color, tal y como hoy los conocemos, arrancan de 1907, cuando el químico francés Eugène Schueller comercializó el primer producto para tal fin, basado en una sustancia conocida como p-fenilendiamina. El negocio prosperó rápidamente y ha llegado hasta nuestros días, ya que la originaria empresa de Schueller fue el germen de la multinacional que hoy conocemos como L'Oreal.

Aunque hay diversos niveles en los tratamientos de color, en función del número lavados que finalmente aguanten, los más persistentes tienen en cuenta que el color de la mayoría de las cabelleras se debe a una mayor o menor concentración en ella de otra proteína conocida como melanina, que también se encuentra en nuestra piel, haciendo un efecto similar en cuanto a coloración de la misma. Sólo los pelirrojos se escapan de las veleidades de la melanina, ya que su tono de color se debe a otra molécula llamada tricosiderina que contiene átomos de hierro.

En general, los productos utilizados para un tratamiento de color que permanezca un cierto tiempo suelen venderse en forma de dos envases separados, cuyos contenidos se deben mezclar inmediatamente antes de su uso. Uno de ellos suele contener, generalmente, agua oxigenada al 6% en una disolución acuosa con otros productos ayudantes. El otro es una mezcla en una disolución amoniacal (aunque no siempre) de amino- e hidroxiamino-bencenos. Con ayuda de otros compuestos tambien contenidos en esa disolución y que, básicamente, son diversos tipos de fenoles, cada empresa puede regular el tono del cabello final. Los productos formados al juntar los productos arriban mencionados traspasan la cutícula externa de cada pelo, reaccionando con la melanina y dando lugar a un nuevo tono de pelo que puede permanecer en el tiempo.

No deja de sorprenderme, dada la Quimifobia que nos invade, la creciente popularidad de este tipo de tratamientos. Igual es que soy un exagerado y la cosa no está tan mal. O quizás sea que ecología y coquetería no tienen por qué estar a la greña.

3 comentarios:

  1. Estimados tod@s,

    con relación a tu última entrada sobre el pelo y sus tratamientos, he recordado que hace ya tiempo leí en un formulario Químico Industrial de 1900´s (creo..., del Sr. Porfirio Trías y Planes) la receta de una Pomada para ennegrecer el cabello.

    He revisado de nuevo esta lectura y os adjunto la receta de dicha pomada:

    -Bálsamo del Perú
    -Esencia de Bergamota
    -Esperma de ballena
    -Tuétano de buey
    -Aguas de rosas destilada
    -Aceite de oliva
    -Aceite de ricino
    -Tartrato férrico potásico

    La explicación que el autor da del tratamiento es la siguiente:

    "Hágase con el todo una pomada. Como quiera que el pelo contiene azufre, hallándose con un compuesto de hierro necesariamente se ennegrece, dando origen al sulfuro de dicho metal.
    La pomada resultante es inofensiva para las raíces del pelo y para la economía en general"

    Si alguien se anima a probar la pomada que me avise ;-)

    Chiao,

    Tito

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  2. No está mal. Incluso cosas aparentemente tan sofisticadas como la esencia de Bergamota o el esperma de ballena están accesibles para su compra en internet. Lo que ya no sé es el papel que juegan. ¡Qué cosas!

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  3. Este tema del pelo es muy doloroso para mí. Tenía que haberle hecho caso al título y pasar de largo. Ay, y a tan tierna edad así me veo.

    Una puntualización sobre la melanina, a la que mencionas como una proteína, y aunque es un polímero derivado de aminoácidos no se considera una proteína: no se sintetiza en ribosoma ni requiere una plantilla de ARNm. La melanina proviene del aminoácido tirosina que sufre una serie de reacciones de oxidación con otros tantos productos intermedios como la dopaquinona, la dopa, etc. hasta que llega a un punto en que se forman agregados negruzgos, no bien tipificados químicamente y que se llaman genéricamente melanina.

    La oxidación de la tirosina puede ser espontánea. Si se deja a la luz ambiente una solución de tirosina o mejor aún de otras moléculas relacionadas como la dopamina o la adrenalina, al cabo de minutos va adquiriendo una tonalidad negruzca por su conversión en melanina. Esta reacción se detiene si se añade a la solución ácido ascórbico u otro antioxidante. Digamos que recuerda a las reacción polifenólicas que ennegrecen la manzana o la patata cortadas.

    En la piel este proceso es controlado dentro de los melanocitos quienes a gracias a una enzima llamada tirosinasa incian la transformación de la tirosina en melanina. Ésta se acumula en gránulos llamados melanosomas que después son transferidos a los queratinocitos, es decir, el resto de las células de la epidermis.

    Casi todas las células del cuerpo pueden generar melanina, pero ninguna lo hace de modo profesional como los melanocitos epidérmicos y del iris y la coroides ocular. Por ejemplo, en la sustantia nigra del mesencéfalo se acumula melanina como subproducto de la degradación del neurotransmisor dopamina.

    Y ya me voy a darme friegas con un tónico capilar, joder.

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