Dice mi Santa que tengo que cambiar de coche. Que mi pobre Audi 3 ya no está para muchas gaitas. Que pasar la ITV cada año es un peñazo. Y que su asiento tiene ya un achaque difícil de arreglar que le está estropeando las lumbares (exagerada siempre ha sido). Y el caso es que no estoy por la labor.
Uno, que hubiera sido corredor de rallies con más gusto que catedrático de Química Física, encontraba antaño cierto gustillo en carreteras un poco apartadas, condenadamente reviradas y con baches por doquier. Hace años, algunos días, hasta me daba el gustazo de subir Jaizkibel un poco al límite, emulando a Vilariño pero sin barqueta. Pero ahora.... Autopistas y autovías por doquier, aburridas como ostras, sobre todo a las velocidades que hay que mantener para que no te pillen los radares escondidos hasta debajo de las piedras. Ertzainas jóvenes airados que te quitan cuatro puntos como pestañees. Y, encima, control de alcoholemia, que cualquier día me van a pillar volviendo a la Facultad despues de comer en casa y voy a tener que buscarme chófer o bajar el colesterol a base de pinrel. Así que no me ha quedado más remedio que emular al llorado Colin McRae, campeón mundial de rallies, jugando con la PlayStation.
Y el caso es que, a un pirrado de la tecnología como yo, oportunidades no le faltan. Podría, como las estrellas afamadas de Hollywood, comprarme un coche ecológico, híbrido de motores de gasolina y eléctrico, tipo Toyota Prius. O esperar a ver si sale un coche que reposte en hidrogeneras en lugar de gasolineras. Aunque esto me parece que va para largo a pesar de que hace diez años me vendieron la moto de 2010.
Y luego está el asunto de la nanotecnología que nos invade. Resulta que Nissan dice que en 2010 (¿fecha mágica?) va a poner en el mercado un especie de "coche fantástico" al que se le puede cambiar el color en un plis plas cuando y como uno quiera. El secreto parece estar en una pintura especial bautizada como pintura paramagnética. Como casi todos los fieles lectores del Blog conocen, las pinturas y recubrimientos forman parte del territorio comanche de los polímeros. Acrílicos, emulsiones, látex son palabras que mis colegas de Ingeniería Química en Polymat manejan sin complejos. Y que, últimamente, han empezado a complicar introduciendo como componente adicional partículas inorgánicas a escala nanométrica.
Pues bien, lo que parece que está haciendo la casa de los ojitos rasgados (Nissan) es aplicar a la carrocería una pintura especial a base de un polímero que contiene nanopartículas de óxido de hierro. Sobre ese recubrimiento se puede aplicar un campo magnético modesto que lo que hace es separar o juntar las partículas produciendo estructuras diversas como forma de controlar su capacidad para reflejar la luz y, por tanto, para cambiar el color de la carrocería a voluntad. De manera que el propietario del vehículo tiene multitud de acciones posibles. Desde apagar el campo magnético y hacer que la carrocería tenga el color original del vehículo o cambiarlo, en cuestión de segundos, a un color cualquiera del espectro cromático sin más que darle a un botón y regular el campo.
Como se ve, algo espectacular, aunque dada la cantidad de horteras que habitamos en el mundo, las carreteras pueden ser con estos coches un auténtico pastiche.
Uno, que hubiera sido corredor de rallies con más gusto que catedrático de Química Física, encontraba antaño cierto gustillo en carreteras un poco apartadas, condenadamente reviradas y con baches por doquier. Hace años, algunos días, hasta me daba el gustazo de subir Jaizkibel un poco al límite, emulando a Vilariño pero sin barqueta. Pero ahora.... Autopistas y autovías por doquier, aburridas como ostras, sobre todo a las velocidades que hay que mantener para que no te pillen los radares escondidos hasta debajo de las piedras. Ertzainas jóvenes airados que te quitan cuatro puntos como pestañees. Y, encima, control de alcoholemia, que cualquier día me van a pillar volviendo a la Facultad despues de comer en casa y voy a tener que buscarme chófer o bajar el colesterol a base de pinrel. Así que no me ha quedado más remedio que emular al llorado Colin McRae, campeón mundial de rallies, jugando con la PlayStation.
Y el caso es que, a un pirrado de la tecnología como yo, oportunidades no le faltan. Podría, como las estrellas afamadas de Hollywood, comprarme un coche ecológico, híbrido de motores de gasolina y eléctrico, tipo Toyota Prius. O esperar a ver si sale un coche que reposte en hidrogeneras en lugar de gasolineras. Aunque esto me parece que va para largo a pesar de que hace diez años me vendieron la moto de 2010.
Y luego está el asunto de la nanotecnología que nos invade. Resulta que Nissan dice que en 2010 (¿fecha mágica?) va a poner en el mercado un especie de "coche fantástico" al que se le puede cambiar el color en un plis plas cuando y como uno quiera. El secreto parece estar en una pintura especial bautizada como pintura paramagnética. Como casi todos los fieles lectores del Blog conocen, las pinturas y recubrimientos forman parte del territorio comanche de los polímeros. Acrílicos, emulsiones, látex son palabras que mis colegas de Ingeniería Química en Polymat manejan sin complejos. Y que, últimamente, han empezado a complicar introduciendo como componente adicional partículas inorgánicas a escala nanométrica.
Pues bien, lo que parece que está haciendo la casa de los ojitos rasgados (Nissan) es aplicar a la carrocería una pintura especial a base de un polímero que contiene nanopartículas de óxido de hierro. Sobre ese recubrimiento se puede aplicar un campo magnético modesto que lo que hace es separar o juntar las partículas produciendo estructuras diversas como forma de controlar su capacidad para reflejar la luz y, por tanto, para cambiar el color de la carrocería a voluntad. De manera que el propietario del vehículo tiene multitud de acciones posibles. Desde apagar el campo magnético y hacer que la carrocería tenga el color original del vehículo o cambiarlo, en cuestión de segundos, a un color cualquiera del espectro cromático sin más que darle a un botón y regular el campo.
Como se ve, algo espectacular, aunque dada la cantidad de horteras que habitamos en el mundo, las carreteras pueden ser con estos coches un auténtico pastiche.
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