martes, 10 de octubre de 2006

Los genios también se equivocan

Ventajas de la edad y del medio en el que uno se mueve. La vida académica y el tiempo me han hecho conocer a una serie de personajes importantes, personajes merecedores de reconocimientos oficiales tan de relieve como el Premio Nobel, el Príncipe de Asturias, el Nacional de investigación u otros. Personas (que no personajes) del más variado pelaje y características. Buena gente algunos, retorcidos otros, extrovertidos e introvertidos, solteros, casados, separados o viudos, feos o guapos y, casi todos, hombres. Quitando esta última característica que habrá que cambiar, el resto no hace sino significar que, fuera de su genialidad específica en una determinada materia y salvo casos excepcionales, tienen las mismas dudas, las mismas alegrías y los mismos desasosiegos que los de cualquiera de nosotros. Y pueden cometer los mismos errores, aunque con una diferencia. Los que cometen el común de los mortales se diluyen en el tiempo no dejando rastro alguno para la posteridad. Algunos errores de estos genios quedarán para siempre inscritos en la historia como acontecimientos relevantes, como hechos inesperados.

Viene esto a cuento de una entrada que hace tiempo quería escribir y que, por una serie de motivos que no acabo de precisar del todo, he ido abandonando casi en el momento justo de ponerme a redactarla. La entrada tiene que ver con Linus Pauling, quizás el químico más prestigioso que ha producido el siglo XX. Nacido en una modesta familia de Oregón, se costeó sus estudios dando clases particulares de asignaturas que acababa de aprobar en el Oregon Agricultural College. Su brillantez le permitió realizar la Tesis Doctoral en el prestigioso Instituto de Tecnología de California (conocido como CalTech) donde conoció a figuras relevantes de la Química y la Física americana de aquellos días como Noyes, Millikan, Hale o Dickinson. De este último aprendió las potencialidades de los Rayos X para determinar cómo se organizan muchas sustancias sólidas para dar lugar a estructuras cristalinas. Esta formación juvenil le permitió, posteriormente, abordar importantes problemas como los que veremos en esta entrada.

La capacidad de Pauling de andar siempre en la frontera de varios campos fue la clave de muchos de sus éxitos. Aplicando los entonces revolucionarios conceptos de la mecánica cuántica, Pauling fue el primero en describir, con esa herramienta, cómo los átomos se unen mediante enlaces para formar una molécula. Mientras los físicos de la época andaban atareados en usar la teoría cuántica como solución a los problemas existentes en los átomos mondos y lirondos, Pauling tenía una perspectiva diferente y fue capaz de utilizarla para describir la estructura de los orbitales, los sitios en los que se alojan los electrones que dan lugar a los enlaces, los ángulos que forman los enlaces de las moléculas, la energía para romperlos, las distancias existentes entre los átomos así enlazados, etc. Su libro “La naturaleza del enlace químico”, publicado en 1939 por la Universidad de Cornell, es un clásico al que muchos que nos dedicamos a la Química Física tenemos que echar mano, todavía hoy en día, para poder comprender, con su estilo elegante y conciso, algún que otro intrincado concepto.

Pauling traspasó enseguida otra frontera más y dedicó sus esfuerzos a las manifestaciones biológicas del enlace químico. Las moléculas biológicas son, en términos de enlaces, mucho más complejas que moléculas normales como el agua o el alcohol. Y para empezar a hacer boca, Pauling y sus muchachos la emprendieron con la hemoglobina, una molécula gigantesca con un papel fundamental en el transporte del oxígeno que necesitamos. Como derivación de sus estudios “hemoglobínicos”, Pauling fue capaz de entender el mecanismo de una peligrosa enfermedad que asolaba, y asola, amplias zonas de Africa: la anemia drepanocítica en la que los glóbulos rojos se asocian por puentes de hidrógeno y bloquean los vasos sanguíneos.

El trabajo del grupo de CalTech sobre la hemoglobina fue una especie de catalizador del estudio del mundo de las proteínas, que floreció en los años siguientes. El descubrimiento de Pauling de la llamada hélice alfa, un elemento fundamental de la estructura de las proteínas, es un hito que todo bioquímico recuerda.

Pero la vida de Pauling en los años finales de los cuarenta y en los primeros cincuenta fue muy complicada. Aterrado por las consecuencias de las bombas atómicas que acabaron con la resistencia japonesa la emprendió contra el programa nuclear americano, poniendo en juego todo su prestigio y el de su propia Universidad, que pronto empezó a recelar de él al entender que podría haber represalias contra la Institución. Represalias que pronto alcanzaron al propio Pauling. En una época en la que el senador McCarthy y el todopoderoso director del FBI, Hoover, andaban a la caza y captura de cualquiera que pareciera demasiado rojeras, Pauling y sus manifestaciones públicas (véase la foto de la cabecera) acabó cayendo en sus redes, encontrándose con dificultades para poder viajar al extranjero y, hoy tenemos constancia documental de ello, siendo objeto de un duro seguimiento por parte del FBI. La concesión del Nobel de Química en 1954 supuso un punto de inflexión ya que Pauling se envalentonó con el Premio en la mano y la emprendió otra vez, de forma furibunda, contra la lluvia radiactiva y los ensayos nucleares.

Pero hay historiadores de la ciencia que piensan que las dificultades para viajar y su permanente estado de excitación están en el origen de un fallo de principiante que dejó a Pauling fuera de una de las competiciones científicas más apasionantes de todos los tiempos (al menos vista desde nuestra perspectiva actual). En aquellos años, diversos Grupos andaban tras la resolución del problema de los mecanismos que permiten la transmisión genética de padres a hijos. A principios de los 50 se tenían ya los conocimientos necesarios para entender que, tras esos mecanismos, estaba la molécula del ácido desoxirribonucleico, el ADN, o DNA según os guste el acrónimo castellano o inglés. Pero su estructura no estaba clara y muchos intuían que sólo su esclarecimiento daría la clave para entender la transmisión genética.

En el rush final de esta competición se quedaron casi solos dos grupos: uno en torno a Pauling y el CalTech. Otro en torno al Cavendish Laboratory de la Universidad inglesa de Cambridge. Relatar los detalles del tramo final de esa competición puede resultar un poco farragoso para quien me lea con propósitos de cultura general. Para los que quieran entrar en esos detalles, existe una página web, en forma novelada, que describe de manera minuciosa las últimas semanas y días que culminaron el 28 de febrero de 1953, cuando Francis Crick y James Watson concluyeron su modelo de la doble hélice del ADN que abrió las puertas a la comprensión del código genético. Pero para nuestra entrada, lo importante es recalcar el fallo de principiante que Pauling cometió.

A principios de 1953, Pauling publicó un artículo en el que planteaba su visión de la molécula del ADN. Es seguro que, dado el prestigio de Pauling, el artículo fue literalmente devorado por la gente implicada en el problema. Frente a una hélice constituida por dos cadenas que se enrollan (ver diagrama en la cabecera), propuesta que después triunfaría, Pauling proponía un modelo de tres cadenas largas. Para mantenerlas unidas, nuestro progre Profesor echaba mano de unos grupos fosfato que se repiten a lo largo de las cadenas. Según el artículo, los fosfatos estaban en una forma ácida, lo que permitía que las cadenas se mantuvieran unidas por enlaces por puente de hidrógeno (otra vez los puentes de hidrógeno) en torno a los hidrógenos de esos grupos fosfato. Hasta un biólogo como Jim Watson se dio cuenta enseguida de que el error era de Química de 1º. De hecho, pudo comprobar en un libro del propio Pauling (General Chemistry) que, en el medio fisiológico, el pH no es lo suficientemente ácido como para asegurar la forma ácida de los fosfatos y generar puentes de hidrógeno. ¡Había sucedido lo imposible!. El químico más famoso, cuando no el mejor, había malinterpretado una situación descrita en sus propios textos para estudiantes. El fallo palpable envalentonó a los ingleses que, con ayuda de datos de rayos X, pudieron concluir el modelo de doble hélice que los catapultó a la fama. La historia de los Rayos X de esta estructura y la triste participación en ella de Rosalind Franklin, la verdadera especialista en la técnica en el grupo inglés, da para otra entrada que no se si alguien de mis colegas se decidirá a relatar en este blog. Quizás resulte demasiado complicado hacerlo de cara a su lectura por no iniciados.

Nuestro amigo Linus no perdió su inagotable energía por este revés, estando cada vez más implicado en su lucha por parar los ensayos nucleares. El Premio Nobel de la Paz en 1962, como consecuencia de su activismo, da una idea de la relevancia social de este personaje en la época. Pero ese activismo que hoy llamaríamos ecologista le puso en contacto con una serie de personas que le llevaron a lo que, hoy parece claro, podemos llamar el segundo gran error de Pauling. En 1970, cuando disfrutaba de una importante influencia en la sociedad americana, nuestro Linus sacó a la luz un libro (Vitamin C and the Common Cold) en el que propugnaba que tomar un gramo de Vitamina C al día reducía la incidencia de los catarros en un 45%. Una revisión del libro en 1976 aún recomendaba dosis mayores, cuando para muchos científicos la dosis razonable no pasa de 60 mg. En un tercer libro (1979) establecía el poder curativo de estas megadosis en ciertos tipos de cáncer y en uno de 1986 establecía las grandes dosis de Vitamina C como forma de mantener una vida saludable y retardar el envejecimiento. Y, como ejemplo, é´l mismo. Presumía de tomar hasta 10-20 gramos de Vitamina C diariamente y de haber retardado durante veinte años un cáncer de próstata que, finalmente, pudo con Pauling y la Vitamina C aunque, eso si, nuestro jovial científico tenía en el óbito la edad de 93 añitos.

Sin embargo, todos los estudios epidemiológicos llevados a cabo por prestigiosas Instituciones como la Universidad de Toronto en Canadá o la famosa Clínica Mayo echaban por tierra los argumentos de Pauling en torno al poder protector de la Vitamina C contra los resfriados o el cáncer. Pero Pauling no estaba dispuesto a que nadie le corrigiera y se vio envuelto en famosas disputas con un amplio abanico de médicos e Instituciones. En esa especie de carrera contra todo el mundo, Pauling tuvo compañías científicamente poco recomendables. Y, lo que es más grave, resulta altamente sospechoso que Hoffmann-La Roche, la compañía líder en la producción de Vitamina C en la época, fuera el principal patrono del Linus Pauling Institute of Medicine, fundado en 1973 y dedicado a la Medicina Ortomolecular (cómo me suena esto a algo como la gastronomía molecular). Aún hoy, la fundación se dedica a cosas un tanto sospechosas, científicamente hablando. Hay un pequeño estudio de esa Fundación que conservo, datado en 1999 o 2000, en el que se dice que la medicina convencional no había conseguido avances sustanciales contra el cáncer en los últimos veinte años. Esa afirmación, objetivamente, es tan falsa que ya descalifica al que la publica.

Así que como dice el propio James Watson (el de la doble hélice) en su libro Pasión por el ADN, “ahora recuerdo sobre todo el Pauling de hace cincuenta años, cuando proclamaba que lo que sustenta la vida no son fuerzas vitales, sólo enlaces químicos”. En cuanto a mí, pobre químico-físico de provincias, espero que que Pauling no concite las iras cósmicas contra mi persona por haber usado sus fallos para marcarme esta entrada. Pero él sabe, seguro, lo que he disfrutado leyéndole. Por eso, el viejo ejemplar de “La naturaleza del enlace químico” (in english, of course) forma parte de mi particular patrimonio bibliográfico.

1 comentario:

  1. "If you are not prepared to be wrong, you'll never come up with something original".... creo que Linus Pauling conocía muy bien esa frase, y no sólo eso, sino que también la ponía en práctica.
    Muy buena la historia de este genio.
    Se despide un fiel lector.
    Eduardo.

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