Decía mi abuelo materno, burgalés cachazudo y sufrido, que en su pueblo no había médico porque sus habitantes se jactaban de morir de muerte natural. Esta va a ser una entrada con poco rigor científico y poca sustancia literaria, pero no he podido resistirme a escribirla tras releer el último número que me ha llegado de una revista que ya he mencionado aquí, el Chemical Engineering News (CEN), una especie de cotilleo para químicos, en la que uno se entera desde los últimos avances en Química a lo largo y ancho del mundo hasta el último muerto americano en la profesión. Y de muertos va el post.
El ciudadano de nariz aguileña (judía diría yo) que se ve en la foto es el Dr. Elliot L. Shapiro, un destacado científico de la compañía Shering, inventor de un derivado de la metasona que es el ingrediente principal de fármacos tan conocidos (y perdón por la propaganda) como el Nasonex (todos los que tienen alergias o rinitis primaverales saben de qué hablo), el Asmanex (que muchos asmáticos emplean) o el Combosol (una de las soluciones para la psoriasis). El Dr. Shapiro murió el 8 de marzo a la edad de 88 años y el número del CEN que releía lo recoge en sus obituarios.
Pero es que, en esa misma página, aparecen otros destacados miembros de la American Chemical Society que han fallecido por la mismas fechas. Por ejemplo, Conrad K. Donell de 88 años, uno de los científicos que contribuyó al desarrollo de la gasolina para aviación de alto indice de octano. O George T. Furukawa un químico físico que se pasó la vida desarrollando termómetros de precisión cada vez más exigentes para el National Institute of Standards and Technology (NIST). Furukawa ha muerto a los 84 años después de pasarse, eso intuyo, una parte importante de su vida entre mercurio. En la misma página aparecía la necrológica del Profesor Lester Kieft que ha aguantado hasta los 93, después de dedicar su vida a la Química Analítica. Finalmente, el Profesor de Bioquímica de la Universidad de Georgetown, Martin Rubin, ha muerto con 90, de un ataque al corazón, después de contribuir con sus investigaciones a terapias ligadas al envenenamiento por plomo, de lo que deduzco que el citado elemento sería un partenaire habitual en su laboratorio.
El único que se sale del tiesto en esta página luctuosa del CEN es el Profesor Perkovic de la Universidad Western Michigan que ha pasado a mejor vida a la insensata edad de 45 años después de haber dedicado sus esfuerzos a cosas tan interesantes como el biodiesel. No sabemos, por ahora, si el biodiesel tiene efectos nocivos para la salud pero el mencionado profesor falleció tras una operación quirúrgica de tipo cardíaco.
En fin, que si la muestra es representativa de la edad a la que palman científicos de una cierta relevancia, parece que aguantamos bien el bombardeo de productos de todo tipo que nos acechan por doquier.
El ciudadano de nariz aguileña (judía diría yo) que se ve en la foto es el Dr. Elliot L. Shapiro, un destacado científico de la compañía Shering, inventor de un derivado de la metasona que es el ingrediente principal de fármacos tan conocidos (y perdón por la propaganda) como el Nasonex (todos los que tienen alergias o rinitis primaverales saben de qué hablo), el Asmanex (que muchos asmáticos emplean) o el Combosol (una de las soluciones para la psoriasis). El Dr. Shapiro murió el 8 de marzo a la edad de 88 años y el número del CEN que releía lo recoge en sus obituarios.
Pero es que, en esa misma página, aparecen otros destacados miembros de la American Chemical Society que han fallecido por la mismas fechas. Por ejemplo, Conrad K. Donell de 88 años, uno de los científicos que contribuyó al desarrollo de la gasolina para aviación de alto indice de octano. O George T. Furukawa un químico físico que se pasó la vida desarrollando termómetros de precisión cada vez más exigentes para el National Institute of Standards and Technology (NIST). Furukawa ha muerto a los 84 años después de pasarse, eso intuyo, una parte importante de su vida entre mercurio. En la misma página aparecía la necrológica del Profesor Lester Kieft que ha aguantado hasta los 93, después de dedicar su vida a la Química Analítica. Finalmente, el Profesor de Bioquímica de la Universidad de Georgetown, Martin Rubin, ha muerto con 90, de un ataque al corazón, después de contribuir con sus investigaciones a terapias ligadas al envenenamiento por plomo, de lo que deduzco que el citado elemento sería un partenaire habitual en su laboratorio.
El único que se sale del tiesto en esta página luctuosa del CEN es el Profesor Perkovic de la Universidad Western Michigan que ha pasado a mejor vida a la insensata edad de 45 años después de haber dedicado sus esfuerzos a cosas tan interesantes como el biodiesel. No sabemos, por ahora, si el biodiesel tiene efectos nocivos para la salud pero el mencionado profesor falleció tras una operación quirúrgica de tipo cardíaco.
En fin, que si la muestra es representativa de la edad a la que palman científicos de una cierta relevancia, parece que aguantamos bien el bombardeo de productos de todo tipo que nos acechan por doquier.
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