miércoles, 15 de octubre de 2025

PVC: Un plástico camaleónico

Este que os escribe es de la cosecha del 52, un excelente año en Rioja. Pero nació en Hernani, un pueblo guipuzcoano que, en esa época, exhibía una pujante actividad industrial. Durante los años finales de la década anterior, uno de sus barrios llamado Epele vio nacer dos industrias que,  probablemente, tuvieron algo que ver en su origen, pero ni siquiera ChatGPT me ha podido confirmar ese extremo. Una, de nombre Electroquímica de Hernani, nació en 1948, se sigue llamando así y desde su fundación ha producido cloro, sodio e hidrógeno. La otra, Policloro S.A., situada a pocos cientos de metros de la anterior tiene un origen menos documentado pero parece que ya existía en 1949 y se dedicaba y dedica a producir PVC (policloruro de vinilo) aunque, desde entonces, ha cambiado de nombre varias veces al ir pasando por las manos de muchos grupos industriales y hoy la controla un grupo francés. Es, también probablemente, la primera planta española en producir ese plástico, al que voy a dedicar esta entrada después de leer en un Semanal de El País un titular que decía: "Melissa, el imperio del PVC que ha revivido las cangrejeras de nuestra infancia. La firma brasileña ha patentado su propio policloruro de vinilo (PVC): reciclable, maleable y con olor a chicle, es la punta de lanza con la que ha orquestado su particular revolución".

Mi vida, como acabáis de ver, ha corrido muy paralela a la del PVC en mi pueblo, a pesar de que no sabía de su existencia hasta el año 76, cuando mi director de Tesis, Gonzalo Martín Guzmán, el artífice de la Facultad de Química de Donosti (cuyo quincuagésimo aniversario estamos celebrando este año), me introdujo en el mundo de los polímeros, del que solo había tenido escasas referencias mientras estudiaba Química en Zaragoza. Pero durante todos esos años en la ignorancia, las comidas familiares de los Iruines se celebraban en un restaurante hoy desaparecido, situado al final de la misma recta donde se ubican las dos empresas que mencionaba arriba, junto al cauce del Río Urumea. Epeleko Etxeberri se llamaba el restaurante y de la fábrica de PVC no distaba más de 200 metros.

Sobre el PVC hay una entrada en este Blog que data del año 2006, el año en el que empecé a dar la brasa. En ella reflejaba una cierta decepción sobre las entonces recientes campañas que Greenpeace llevó a cabo a nivel mundial, a finales del siglo XX y principios del XXI, contra el uso del plástico que nos ocupa. Desde entonces, la industria del PVC se ha ido adaptando de diversas maneras a las consecuencias de esa campaña sin perder cuota de mercado. En algunos casos, abandonando nichos de negocio, como es el caso de los envases. Los que ya tenéis cierta edad recordaréis, por ejemplo, que hace años se usaban botellas de PVC para envasar aceite y agua, las denostadas botellas azules, cuyo pecado era que podían hacer llegar a ambos líquidos restos del monómero empleado en la fabricación del PVC, el cloruro de vinilo, tenido por cancerígeno pero que desaparece como tal durante la fabricación del plástico. Hoy en día prácticamente no hay botellas de PVC que contengan alimentos líquidos que vayamos a ingerir. Pero otros mercados hicieron su irrupción como el de las ventanas que protegen nuestras casas contra el frío, el calor o el ruido o las tuberías que llevan el agua a nuestros grifos y a las plantas de los invernaderos eficientes. Las ventanas de PVC de mi casa llevan imperturbables más de treinta años.

Otro frente de Greenpeace afectó al llamado PVC flexible. Gracias a los llamados plastificantes, un plástico de por si rígido, como el PVC, se convierte en blandito. Entre esos plastificantes están los ftalatos que han permitido fabricar, desde hace años, juguetes, cortinas de ducha, los primeros suelos fáciles de limpiar (Sintasol y similares) o las ya casi históricas bolsas de suero que usan los hospitales. La industria del PVC ha ido eliminando algunos ftalatos considerados peligrosos, pero se sigue vendiendo PVC flexible gracias a otras moléculas como el DOPT (tereftalato de dioctilo). Hay una entrada también antigua (y divertida) en el Blog a propósito de balones fabricados con PVC.

El PVC constituyó también el núcleo de la oposición de muchas ONG´s a las incineradoras. El argumento era que si se quemaban residuos plásticos conteniendo cloro (como el PVC) se generaban dioxinas, algo que era verdad en los entonces abundantes vertederos o en las primeras incineradoras. En este frente, la industria no necesitó reaccionar. La propia legislación europea, desde 1994, fue introduciendo límites a las emisiones de dioxinas así como normativas que establecían las temperaturas a las que debían trabajar los hornos de combustión para prevenir la formación de dioxinas. Hoy en día el PVC no es un objetivo preferente para los ambientalistas, que han trasladado su foco a la contaminación marina por micro y nanoplásticos, donde el PVC tiene una importancia menor. Aunque, en cualquier caso, el estigma de plástico contaminante lo tiene ya para varias generaciones.

Por eso me sorprendió el titular de El País Semanal al que he hecho referencia en el primer párrafo. Las llamadas cangrejeras, sandalias como la que muestra la imagen que ilustra esta entrada, eran muy populares cuando yo era niño, sobre todo en verano, para bañarse en ríos como el Urumea o en playas pedregosas sin dañar nuestros pies. Eran, en la mayoría de los casos, de PVC y tenían sus problemas porque se volvían un poco pegajosas con el uso, sobre todo si se exponían al sol veraniego. Las que veis en la imagen son su versión moderna. Están fabricadas por la empresa brasileña Melissa, cuyos fundadores las reinventaron después de verlas usar a los pescadores en la Riviera francesa a finales de los setenta. Luego, en 1997, lanzaron el modelo Possession que fue adoptado rápidamente por las féminas cariocas y, de ahí, al Olimpo de las grandes marcas de moda y de los grandes almacenes. Vamos, que la gente de Melissa parecen ser unos genios del marketing y las relaciones comerciales.

Pero las flamantes cangrejeras de Melissa siguen siendo de PVC. Ellos mismos lo reconocen cuando dicen que el plástico que usan, denominado comercialmente como Melflex, es “una versión del PVC propia, exclusiva y patentada”. Cuando un fabricante habla de versión o formulación propia (o propietaria), nunca revelará la totalidad de los ingredientes que la componen. Y me juego mis galones de químico polimérico afirmando que, además del PVC, esas sandalias contendrán un plastificante porque, si no, no serían flexibles. Puede que sea alguno de los que están sustituyendo a los ftalatos o, incluso, algún ftalato de los no considerados peligrosos. Llevará colorantes para conferir el tono deseado y llevará algún aditivo que le de el olor a chicle, otro distintivo del producto. Y puede que lleve algunos compuestos de estaño, calcio y zinc para retrasar su degradación. Nada nuevo bajo el sol y fácilmente demostrable mediante técnicas analíticas como las que usan mis colegas de la Facultad.

Otra parte del marketing de Melissa es proclamar que producen cero residuos al fabricar las cangrejeras, que arbitran medidas para recoger las usadas que la gente desecha y que las reciclan porque su PVC “es 100% reciclable” lo que hace que “la sostenibilidad sea una faceta fundamental de nuestro modelo de negocio”. Pues puede que así sea pero no es fácil. El PVC, como todo plástico es, en si mismo, reciclable. Basta subirle la temperatura por encima de un cierto nivel (unos 160º en el caso que nos ocupa) para que se vuelva un fluido viscoso que, introducido en un molde y dejándolo enfriar, de lugar a un nuevo objeto, con una forma y unas funcionalidades que pueden ser distintas de las que tenía el producto original.

Pero ese proceso de fundir el plástico reciclado tiene su precio. Y el PVC es un caso claro. A temperaturas próximas a las que se funde, el PVC se degrada y se transforma químicamente en algo que no tiene exactamente las propiedades del PVC recién sacado de la factoría de Hernani que lo produce. Y seguro que no les sirve a los de Melissa para fabricar cangrejeras que se vendan en tiendas caras de moda, aunque es posible que se utilice para fabricar otros objetos de PVC de peor calidad o cangrejeras más baratas. Y ya avisé sobre los peligros de las nuevas sustancias químicas que se generan durante los procesos de reciclado. Así que economía circular pero menos.

Y para terminar con música, lo voy a hacer con una carta que guardaba en la manga. El PVC ha desaparecido también del mercado musical. Ya no se vende música en los famosos vinilos, fabricados durante años con PVC, aunque haya nostálgicos que los siguen coleccionando y reproduciendo en viejos y nuevos tocadiscos. Y, en ese tono nostálgico, quiero recordar que la primera obra de música clásica grabada en un vinilo fue el Concierto para violín de Mendelssohn, en un disco lanzado por Columbia en 1948, casi al mismo tiempo que el PVC aparecía en mi pueblo. Aquí os va un pequeño extracto del mismo aunque en una grabación reciente de la Budapest Danubia Symphony Orchestra, dirigida por Ricardo Casero y con Júlia Pusker como solista. Que no os despisten los primeros 30 segundos, que hacen propaganda del Franz Liszt Hall de la capital húngara, donde se llevó a cabo la grabación.