miércoles, 28 de febrero de 2024

Dioxinas y fuego


En esta fecha, hace 18 añitos de nada, empecé a escribir este Blog. Ahora que ya es mayor de edad va siendo tiempo de hacer quizás algunos cambios. Los tengo en la cabeza pero creo que van a tener que esperar un poco más. Así que todo se va a quedar en felicitarme a mi mismo por el empeño de llegar hasta aquí y celebrar este cumpleaños haciendo lo mismo que en los anteriores. Escribiendo una entrada. Y, para ello, voy a aprovechar algo del material que, la pasada semana, mostré en una charla que impartí en ese magnífico escenario que es el TOPIC (Museo y Centro Internacional de la Marioneta de Tolosa) para los amigos del Beti Ikasten Elkartea.Y que, a pesar de hablar del fuego, no tuvo nada que ver con el tremendo incendio de Valencia.

Las dioxinas, una extensa familia de sustancias químicas, fueron alarmando progresivamente a la población a partir de finales de los cincuenta, con casos como el edema de los pollos en USA, las consecuencias de la deforestación de amplias zonas de Vietnam, Laos y Camboya con el agente naranja usado por los americanos en la guerra de Vietnam o el desastre de Seveso (más detalles de todo ello aquí).

En todos esos incidentes, las dioxinas causantes de los problemas se originaron como subproductos no intencionados e inadvertidos durante las reacciones de obtención de ciertos productos químicos comerciales, especialmente compuestos con cloro. Porque, en realidad, la industria química nunca ha producido comercialmente dioxinas.

Un giro en el entendimiento del complicado origen de las dioxinas se produjo en 1977, cuando un artículo científico de investigadores holandeses hizo notar que las dioxinas estaban presentes en las cenizas que desprendían tres incineradoras de su país.  Tres años después, en 1980, un grupo de investigación americano perteneciente a la empresa DOW, en Michigan, dirigido por Robert Bumb, mostró que las dioxinas estaban presentes en las partículas que se generan durante la combustión de la mayoría de lo que los químicos llamamos sustancias orgánicas (que contienen carbono), lo que hace que se emitan dioxinas en cualquier incendio (natural o provocado), entre los que se incluyen la combustión de residuos municipales y la de residuos químicos.

Este fue un descubrimiento importante. Ya no se podía culpar de la presencia de dioxinas en el ambiente ÚNICAMENTE a subproductos derivados de los procesos de la industria química. De hecho,  el propio Bumb, antes de que se publicara el artículo arriba mencionado, ya había declarado a la revista Chemical Engineering and News que "Ahora creemos que las dioxinas han estado con nosotros desde el advenimiento del fuego. Lo único que es diferente es nuestra nueva capacidad para detectarlas en el medio ambiente”.

Pero esa tesis que ligaba las dioxinas al fuego, desde épocas pretéritas, fue refutada en 1990 por un estudio de Ronald Hites de la Universidad de Indiana, tras estudiar las concentraciones de dioxinas (y de sus primos los furanos) en las capas acumuladas de sedimentos en una serie de lagos americanos. Ello le permitió reconstruir las concentraciones de esos mismos compuestos en la atmósfera desde la que se habían depositado esos sedimentos. Observando que era solo a partir de la década de los años 30 (ver la gráfica), cuando las concentraciones de esas sustancias comenzaron a aumentar, alcanzando un máximo alrededor de 1970, tras lo que empezaron a disminuir. Indicando que los niveles atmosféricos de dioxinas y furanos habían evolucionado de manera similar.


¿Qué pasó alrededor de 1935 para que iniciara ese crecimiento en la concentración de dioxinas en el ambiente?. Estaba claro que algo más que el fuego tenía que ser ya que la combustión de carbón, que se inició con la Revolución Industrial bastantes decenios antes, no podía explicar el registro histórico observado. La quema de carbón fue casi constante entre 1910 y 1980, sin que hubiera un cambio importante ni en la cantidad quemada ni en la tecnología de combustión durante los años 30.

En el artículo, el autor sugería que fue un cambio en la industria química lo que tuvo lugar aproximadamente en este momento. Antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la industria química producía y vendía grandes cantidades de productos inorgánicos, generalmente sales, que no contenían carbono y que, por tanto, era difícil que generaran dioxinas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, se introdujeron muchos productos orgánicos (con carbono). Además, algunos de ellos, contenían adicionalmente átomos de cloro, como el PVC, un plástico que contiene cloro en su molécula. U otros productos que también lo contienen, como los insecticidas o herbicidas o los PCBs (hoy ya prohibidos). A medida que se quemaban materiales de desecho que contenían estos productos químicos con carbono y cloro en sus moléculas, se producían dioxinas que se liberaban a la atmósfera. Desde ella, estos compuestos se depositaban en el agua o en el suelo y terminaban, en el caso de los lagos, en los sedimentos que el artículo investigó.

El máximo a mediados de los setenta coincide con el inicio de la preocupación en Europa y USA, tras los sucesivos accidentes en los que dioxinas estaban presentes. Ya en los principios de los 80 ese grado de preocupación había tenido como consecuencia no solo restricciones en procesos capaces de generar compuestos similares a las dioxinas, sino en la realización de inventarios de posibles fuentes de esos compuestos. Para principios de los noventa, muchos países tenían legislaciones mucho más estrictas en lo relativo a emisiones de dioxinas y furanos en las incineradoras de residuos urbanos y en industrias que, como las acerías, la industria química o las papeleras, eran fuentes importantes de estos compuestos.

Hoy en día, como dice un amigo que sabe de esto, las incineradoras han dejado de ser emisoras netas de dioxinas para convertirse, por tanto, en sumideros que las eliminan. El principal cambio tecnológico fue calentar a temperaturas superiores a 850 ºC, durante unos pocos segundos, los gases producidos en la combustión antes de emitirlos al medio ambiente, destruyendo como consecuencia de ello las dioxinas producidas.

Con estos cambios, mientras que en los años 80 las emisiones de dioxinas procedentes de incineradoras americanas suponían más del 80% del total, ahora no llegan al 4%. Y algo similar pasa con las industrias sujetas a regulación. De hecho, en USA, el primer emisor de dioxinas (casi el 33%) son actualmente las fogatas y hogueras hechas en los jardines y huertas de las casas individuales.

Paralelamente, diversos estudios realizados sobre la carga de dioxinas en humanos, provenientes sobre todo del consumo de pescado, carne, huevos o leche, han ido descendiendo progresivamente, aunque debemos seguir insistiendo en medidas que rebajen aún más esa exposición. Un buen ejemplo de lo conseguido en años reciente es este artículo que estudió, entre 1972 y 2011, la evolución del contenido en dioxinas de la leche materna de lactantes suecas.

Y hablando de fuego y para celebrar el cumple, un extracto de 3 minutos del Pájaro de Fuego de Igor Stravinsky, con la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Kirill Petrenko.

martes, 13 de febrero de 2024

Más plásticos que peces


Tiempo habrá para utilizar la abundante documentación que he almacenado en una carpeta sobre el asunto de la granza gallega, de lo que escribí hace poco. Vamos a dejar pasar las elecciones en ese territorio y veremos si me da por volver sobre el tema. Pero sin hacer referencia concreta al desgraciado incidente del contenedor, voy a utilizar como excusa para la entrada de hoy un artículo que publicó un periódico que se vende en mi pueblo. Decía su contundente titular “En 2050 habrá más plásticos que peces en el mar”. Su autora repite la misma frase en el primer párrafo del artículo, pero ahí se acaba todo. Ni una sola referencia que justifique la afirmación. El resto del artículo, en su mayor parte, da pábulo a un portavoz de Greenpeace en Galicia que, aprovechando que parte de la granza acabó en su tierra, nos sermonea con su conocido mantra sobre los microplásticos y sus males.

En el año 2016, la Fundación Ellen MacArthur publicó un extenso informe titulado “The New Plastics Economy. Rethinking the future of plastics”. La mencionada Fundación tiene entre sus objetivos el estudio de la llamada Economía Circular, como estrategia para abordar problemas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o el problema de los microplásticos. En un corto párrafo de la página 17, el informe dice que “Las mejores investigaciones disponibles en la actualidad estiman que hay más de 150 millones de toneladas de plásticos en el océano hoy en día. En un escenario sin cambios, se espera que el océano contenga 1 tonelada de plástico por cada 3 toneladas de pescado en 2025 y, en 2050, mas plásticos que peces (en peso)”.

Me vais a dejar que, al hilo del asunto que nos ocupa, os cuente una interesante historia sobre plásticos y peces. Que tiene que ver con la expedición Malaspina, llevada a cabo durante 2011 y 2012 por dos buques oceanográficos españoles (el Hespérides y el Sarmiento de Gamboa), que emularon otra expedición llevada a cabo por el italiano Alessandro Malaspina, al servicio de la Corona española, a finales del siglo XVIII. Aunque, esta vez, los objetivos de la nueva Malaspina eran puramente científicos. Entre ellos evaluar la cantidad total de peces en el mar o, también, la cantidad de plástico que había flotando en la superficie de los océanos.

Empecemos por los peces. O, más específicamente, por la biomasa de peces existente en los océanos. La Fundación Ellen MacArthur, en 2016, hablaba de que los océanos contenían unos 900 millones de toneladas de peces, citando un único artículo de 2008 (aunque el informe hable de las mejores investigaciones disponibles, en plural). Esos números han sido posteriormente (2015) puestos en duda por el propio primer autor del artículo en cuestión, confirmando lo que otros autores ya habían venido publicando entre ambas fechas, gracias al empleo de nuevas técnicas (observaciones acústicas) en la evaluación de la biomasa global de peces.

Entre esos nuevos resultados estaban precisamente los de la expedición Malaspina, publicados en 2014 en Nature, y que concluían que la biomasa total de peces existente en los océanos podía ser entre 10 y 30 veces más grande que las novecientas mil toneladas que evaluó el artículo de 2008 arriba mencionado y que usó la Fundación Ellen MacArthur.

En un artículo (os pongo enlace pero es de pago) publicado en El País, con ocasión del trabajo publicado en Nature arriba mencionado, el prestigioso oceanógrafo Carlos Duarte (uno de los firmantes del mismo) hablaba de la gran cantidad de especies existentes en las zonas mesopelágicas (entre 300 y 700 metros de profundidad) de los océanos, como los peces linterna (Myctophidae) o los peces luciérnaga (Cyclothone): “Se pensaba que las aguas, a esas profundidades, son prácticamente un desierto y no es así. Lo que pasa es que la vida se esconde en ellas de día, porque aproximadamente una tercera parte de esos peces ascienden de noche a alimentarse a la zona superficial del agua”.

Así que hay muchos más peces que los que se creía. Y probablemente haya muchísimos más. El mismo artículo de El País se hacía eco de otro de los resultados sorprendentes de la Malaspina, que tenía que ver con los plásticos. Aunque era cierto que habían encontrado mucho residuo plástico en la zona superficial del océano (casi todo en forma de Microplásticos, acumulados especialmente en los giros oceánicos que dan lugar a las llamadas “islas de basura”), los investigadores calcularon que los océanos acumulaban en su superficie entre 7.000 y 35.000 toneladas de estos residuos, solo un 1% del plástico que se estimaba debía estar flotando en el mar.

Entre las diversas causas de esa aparente desaparición del plástico en el mar, el artículo lanzaba la hipótesis de que la biomasa pelágica arriba mencionada podía ser una de ellas. Esos peces suben de noche a la superficie, comen plástico que confunden con presas y vuelven a las profundidades donde, en su mayor parte, devuelven el plástico al mar en forma de heces. Una hipótesis que, desde entonces, nadie ha confirmado.

Si la Malaspina tuvo dificultades para evaluar la masa de plástico que flotaba en la superficie del mar, evaluar la masa perdida en la vasta extensión y profundidad de los océanos del mundo es casi una labor imposible. En su informe, la Fundación Ellen MacArthur empleó los datos de un único artículo de 2015 en la revista Science. Los autores, con los datos existentes hasta entonces, los extrapolaban hasta 2025. Suponiendo que la cantidad de plástico que va a entrar en el océano seguirá creciendo como hasta ahora (escenario business-as-usual), la Fundación realizó una ulterior extrapolación hasta 2050. Sin embargo, un artículo de 2021 que revisaba diversas estimaciones de la basura plástica que entró en los océanos hasta 2019, viene a mostrar que, aunque la producción de plástico sigue creciendo, la basura plástica que va al mar parece haberse estabilizado e incluso, en algunos ámbitos, está decreciendo.

Es decir, que la masa de plástico que habrá en 2050 tampoco está clara. En definitiva, el titular que usó el diario de mi pueblo, al igual que, ya en 2016, usaron otros medios y ONGs, no tiene unas sólidas raíces en cuanto a los datos se refiere. Unos y otras solo los usaron para titulares, desechando las 113 páginas restantes del informe de la Fundación Ellen MacArthur, dedicadas a analizar los problemas que las basuras plásticas plantean y a proponer muy diversas soluciones. Todo ello desde estrategias factibles, muchas de las cuales ya están en marcha en los países más ricos. Pero eso no vende. Son argumentos retardacionistas, un término en boga entre los activistas.

Como dice Hannah Ritchie, editora adjunta de Our World in Data y autora del reciente libro Not the end of the World (2024), que os recomiendo, “poco importa el que en 2050 haya mas plástico que peces o no. Sería también un problema el que hubiera la mitad, la cuarta parte o la décima de la biomasa de peces. La basura plástica es un problema a lo largo y ancho de los océanos del mundo y no hay necesidad de exagerarlo”. Lo importante es que el plástico no debe seguir entrando en el mar. Y hay que trabajar duro en ello.

Un poco de música para acabar: un extracto (3’) de La mer de Claude Debussy, de la mano de su tocayo Claudio Abbado y la Filarmónica de Berlín.