No lo puedo resistir. Aunque me saquen cantares mis amigos, colegas y antiguos estudiantes que conocen mis debilidades, mi Blog personal no puede dejar pasar un acontecimiento como el de esta pasada semana. A fin de cuentas, este Blog tiene dos misiones para mi. Una, motivarme a conocer bien los temas que me ocupan y preocupan para contarlos públicamente. Y dos, registrar muchas de las cosas que me ocurren en el día a día. Y, hace cuarenta años, el 24 de enero de 1984, llegaba al mercado el entonces denominado Macintosh, el primer ordenador comercial con ratón e interfaz gráfica y cuya imagen podéis ver arriba.
En sus tripas llevaba un microprocesador Motorola 68000 y en su salida en EEUU se vendía a la inalcanzable cifra de 2.500 dólares de la época, que ya es costar. Uno exactamente igual llegó a mi Facultad unos meses más tarde (aunque no puedo recordar la fecha), como ordenador a socializar entre todo su claustro, en virtud de un consorcio de Apple con Universidades europeas entre las que estaba la nuestra. Lo que ocurrió entre este vuestro Búho y aquel primer Mac fue amor a primera vista, que ha seguido hasta ahora (soy de naturaleza monógamo).
Con aquel Mac me acostumbré a usar dos aplicaciones que cambiaron la óptica de mis relaciones con los pocos ordenadores que hasta entonces había conocido o manejado: el MacPaint, que permitía "pintar" con el ratón, y el MacWrite, realmente el primer procesador de textos en el sentido de que lo que el usuario veía en la pantalla era igual a lo que aparecía después en la impresora. (WYSIWYG o "what you see is what you get" en jerga informática).
El Macintosh era sencillo de manejar y entender y, además, fácil de mover de un despacho o laboratorio a otro, porque tenía un asa para poder transportarlo con comodidad y, encima, pesaba poco. Más de una gresca tuvimos los jóvenes airados que éramos entonces los ya en su gran mayoría Profesores jubilados de hoy en día, por poder compartir a solas las delicias del invento.
En su día, hace muchos años, salvé de ir a la basura a un Mac Plus, la versión 3 del Macintosh original (del primero que nos llegó no sé que fue). Y ahí estuvo, en una estantería de mi despacho, entre los libros, durante años. No servía para nada porque ni siquiera arrancaba y el teclado (una pieza separada) había desaparecido. Era una mero objeto decorativo y un buen sostén para las filas de mis libros. Cuando me jubilé, consulté la posibilidad de llevármelo. Y me dijeron que, si no la hacía, iba a ir a la basura directamente, pues era tan antiguo que ni estaba inventariado por la UPV/EHU. Y ahí está, en la biblioteca de mi casa, aguantando ahora carpetas abultadas de las cosas que guardo para este Blog.
Quizás por la portabilidad de aquel Mac, los siguientes que fui comprando para uso privado han sido todos portátiles. Me gaste una pasta gansa en el PowerBook 140 del año 1991. Creo que no ha pagado tanto dinero ni por el último que me compré en 2014, un Mac Book Air de 11 pulgadas de pantalla, un tamaño que Apple nunca ha vuelto a ofrecer. Una joya, que he utilizado desde mi jubilación en decenas de charlas y que sigue funcionando perfectamente.
Por el camino han quedado cosas tan curiosas como el iBook, que cariñosamente conocíamos en casa como “la manzanita”, con el que inicié el siglo XXI. Entre los modelos que veis a la derecha, el mío era el de color azulado.
Luego, y antes del mencionado Mac Book de 11 pulgadas que sigo teniendo, cayó un Mac Book con carcasa de policarbonato de bisfenol A (un viejo conocido de este Blog).
Todo ello un poco a la contra de la tendencia general en la UPV/EHU que, enseguida, se desligó de los productos Apple y cayó en manos de los PCs y sus desesperantes sistemas operativos que, poco a poco, fueron controlando nuestras actividades administrativas y el manejo de los diferentes aparatos con los que íbamos equipando los laboratorios. Así que durante muchos años, y a diferencia de los usuarios de PCs, yo fui un usuario de ambas plataformas, conociendo las ventajas y las miserias de cada una de ellas.
Y ahora ya jubilado, creo que no sustituiré al viejo Mac Book Air de 11 pulgadas por otro portátil. Tengo desde hace un par de años un Mac de sobremesa, el iMac, mi actividad como charlista que usa su Mac portátil para las presentaciones va a ir bajando y estoy esperando a ver si, definitivamente, puedo considerar que los iPads hacen lo mismo que un buen portátil Mac. Hacer hacen ya casi todo pero, en mi percepción, ni todo ni de la misma manera.
Y en esta nueva semana en la que ando resucitando de un proceso viral, aquí os dejo un poco de música. De la segunda Sinfonía de Mahler (Resurrección), un extracto del Finale. En estas imágenes de archivo de una interpretación de 1973, recientemente restauradas, Leonard (Lenny) Bernstein dirige a la Orquesta Sinfónica de Londres con la soprano Sheila Armstrong, la mezzosoprano Janet Baker y el Coro del Festival de Edimburgo, en la Catedral de Ely en Cambridgeshire, Inglaterra.
Cojan la batuta y a dirigir.
En sus tripas llevaba un microprocesador Motorola 68000 y en su salida en EEUU se vendía a la inalcanzable cifra de 2.500 dólares de la época, que ya es costar. Uno exactamente igual llegó a mi Facultad unos meses más tarde (aunque no puedo recordar la fecha), como ordenador a socializar entre todo su claustro, en virtud de un consorcio de Apple con Universidades europeas entre las que estaba la nuestra. Lo que ocurrió entre este vuestro Búho y aquel primer Mac fue amor a primera vista, que ha seguido hasta ahora (soy de naturaleza monógamo).
Con aquel Mac me acostumbré a usar dos aplicaciones que cambiaron la óptica de mis relaciones con los pocos ordenadores que hasta entonces había conocido o manejado: el MacPaint, que permitía "pintar" con el ratón, y el MacWrite, realmente el primer procesador de textos en el sentido de que lo que el usuario veía en la pantalla era igual a lo que aparecía después en la impresora. (WYSIWYG o "what you see is what you get" en jerga informática).
El Macintosh era sencillo de manejar y entender y, además, fácil de mover de un despacho o laboratorio a otro, porque tenía un asa para poder transportarlo con comodidad y, encima, pesaba poco. Más de una gresca tuvimos los jóvenes airados que éramos entonces los ya en su gran mayoría Profesores jubilados de hoy en día, por poder compartir a solas las delicias del invento.
En su día, hace muchos años, salvé de ir a la basura a un Mac Plus, la versión 3 del Macintosh original (del primero que nos llegó no sé que fue). Y ahí estuvo, en una estantería de mi despacho, entre los libros, durante años. No servía para nada porque ni siquiera arrancaba y el teclado (una pieza separada) había desaparecido. Era una mero objeto decorativo y un buen sostén para las filas de mis libros. Cuando me jubilé, consulté la posibilidad de llevármelo. Y me dijeron que, si no la hacía, iba a ir a la basura directamente, pues era tan antiguo que ni estaba inventariado por la UPV/EHU. Y ahí está, en la biblioteca de mi casa, aguantando ahora carpetas abultadas de las cosas que guardo para este Blog.
Quizás por la portabilidad de aquel Mac, los siguientes que fui comprando para uso privado han sido todos portátiles. Me gaste una pasta gansa en el PowerBook 140 del año 1991. Creo que no ha pagado tanto dinero ni por el último que me compré en 2014, un Mac Book Air de 11 pulgadas de pantalla, un tamaño que Apple nunca ha vuelto a ofrecer. Una joya, que he utilizado desde mi jubilación en decenas de charlas y que sigue funcionando perfectamente.
Por el camino han quedado cosas tan curiosas como el iBook, que cariñosamente conocíamos en casa como “la manzanita”, con el que inicié el siglo XXI. Entre los modelos que veis a la derecha, el mío era el de color azulado.
Luego, y antes del mencionado Mac Book de 11 pulgadas que sigo teniendo, cayó un Mac Book con carcasa de policarbonato de bisfenol A (un viejo conocido de este Blog).
Todo ello un poco a la contra de la tendencia general en la UPV/EHU que, enseguida, se desligó de los productos Apple y cayó en manos de los PCs y sus desesperantes sistemas operativos que, poco a poco, fueron controlando nuestras actividades administrativas y el manejo de los diferentes aparatos con los que íbamos equipando los laboratorios. Así que durante muchos años, y a diferencia de los usuarios de PCs, yo fui un usuario de ambas plataformas, conociendo las ventajas y las miserias de cada una de ellas.
Y ahora ya jubilado, creo que no sustituiré al viejo Mac Book Air de 11 pulgadas por otro portátil. Tengo desde hace un par de años un Mac de sobremesa, el iMac, mi actividad como charlista que usa su Mac portátil para las presentaciones va a ir bajando y estoy esperando a ver si, definitivamente, puedo considerar que los iPads hacen lo mismo que un buen portátil Mac. Hacer hacen ya casi todo pero, en mi percepción, ni todo ni de la misma manera.
Y en esta nueva semana en la que ando resucitando de un proceso viral, aquí os dejo un poco de música. De la segunda Sinfonía de Mahler (Resurrección), un extracto del Finale. En estas imágenes de archivo de una interpretación de 1973, recientemente restauradas, Leonard (Lenny) Bernstein dirige a la Orquesta Sinfónica de Londres con la soprano Sheila Armstrong, la mezzosoprano Janet Baker y el Coro del Festival de Edimburgo, en la Catedral de Ely en Cambridgeshire, Inglaterra.
Cojan la batuta y a dirigir.