lunes, 29 de enero de 2024

Cuarenta años de Macs

No lo puedo resistir. Aunque me saquen cantares mis amigos, colegas y antiguos estudiantes que conocen mis debilidades, mi Blog personal no puede dejar pasar un acontecimiento como el de esta pasada semana. A fin de cuentas, este Blog tiene dos misiones para mi. Una, motivarme a conocer bien los temas que me ocupan y preocupan para contarlos públicamente. Y dos, registrar muchas de las cosas que me ocurren en el día a día. Y, hace cuarenta años, el 24 de enero de 1984, llegaba al mercado el entonces denominado Macintosh, el primer ordenador comercial con ratón e interfaz gráfica y cuya imagen podéis ver arriba.

En sus tripas llevaba un microprocesador Motorola 68000 y en su salida en EEUU se vendía a la inalcanzable cifra de 2.500 dólares de la época, que ya es costar. Uno exactamente igual llegó a mi Facultad unos meses más tarde (aunque no puedo recordar la fecha), como ordenador a socializar entre todo su claustro, en virtud de un consorcio de Apple con Universidades europeas entre las que estaba la nuestra. Lo que ocurrió entre este vuestro Búho y aquel primer Mac fue amor a primera vista, que ha seguido hasta ahora (soy de naturaleza monógamo).

Con aquel Mac me acostumbré a usar dos aplicaciones que cambiaron la óptica de mis relaciones con los pocos ordenadores que hasta entonces había conocido o manejado: el MacPaint, que permitía "pintar" con el ratón, y el MacWrite, realmente el primer procesador de textos en el sentido de que lo que el usuario veía en la pantalla era igual a lo que aparecía después en la impresora. (WYSIWYG o "what you see is what you get" en jerga informática).

El Macintosh era sencillo de manejar y entender y, además, fácil de mover de un despacho o laboratorio a otro, porque tenía un asa para poder transportarlo con comodidad y, encima, pesaba poco. Más de una gresca tuvimos los jóvenes airados que éramos entonces los ya en su gran mayoría Profesores jubilados de hoy en día, por poder compartir a solas las delicias del invento.

En su día, hace muchos años, salvé de ir a la basura a un Mac Plus, la versión 3 del Macintosh original (del primero que nos llegó no sé que fue). Y ahí estuvo, en una estantería de mi despacho, entre los libros, durante años. No servía para nada porque ni siquiera arrancaba y el teclado (una pieza separada) había desaparecido. Era una mero objeto decorativo y un buen sostén para las filas de mis libros. Cuando me jubilé, consulté la posibilidad de llevármelo. Y me dijeron que, si no la hacía, iba a ir a la basura directamente, pues era tan antiguo que ni estaba inventariado por la UPV/EHU. Y ahí está, en la biblioteca de mi casa, aguantando ahora carpetas abultadas de las cosas que guardo para este Blog.

Quizás por la portabilidad de aquel Mac, los siguientes que fui comprando para uso privado han sido todos portátiles. Me gaste una pasta gansa en el PowerBook 140 del año 1991. Creo que no ha pagado tanto dinero ni por el último que me compré en 2014, un Mac Book Air de 11 pulgadas de pantalla, un tamaño que Apple nunca ha vuelto a ofrecer. Una joya, que he utilizado desde mi jubilación en decenas de charlas y que sigue funcionando perfectamente.

Por el camino han quedado cosas tan curiosas como el iBook, que cariñosamente conocíamos en casa como “la manzanita”, con el que inicié el siglo XXI. Entre los modelos que veis a la derecha, el mío era el de color azulado.

Luego, y antes del mencionado Mac Book de 11 pulgadas que sigo teniendo, cayó un Mac Book con carcasa de policarbonato de bisfenol A (un viejo conocido de este Blog).

Todo ello un poco a la contra de la tendencia general en la UPV/EHU que, enseguida, se desligó de los productos Apple y cayó en manos de los PCs y sus desesperantes sistemas operativos que, poco a poco, fueron controlando nuestras actividades administrativas y el manejo de los diferentes aparatos con los que íbamos equipando los laboratorios. Así que durante muchos años, y a diferencia de los usuarios de PCs, yo fui un usuario de ambas plataformas, conociendo las ventajas y las miserias de cada una de ellas.

Y ahora ya jubilado, creo que no sustituiré al viejo Mac Book Air de 11 pulgadas por otro portátil. Tengo desde hace un par de años un Mac de sobremesa, el iMac, mi actividad como charlista que usa su Mac portátil para las presentaciones va a ir bajando y estoy esperando a ver si, definitivamente, puedo considerar que los iPads hacen lo mismo que un buen portátil Mac. Hacer hacen ya casi todo pero, en mi percepción, ni todo ni de la misma manera.

Y en esta nueva semana en la que ando resucitando de un proceso viral, aquí os dejo un poco de música. De la segunda Sinfonía de Mahler (Resurrección), un extracto del Finale. En estas imágenes de archivo de una interpretación de 1973, recientemente restauradas, Leonard (Lenny) Bernstein dirige a la Orquesta Sinfónica de Londres con la soprano Sheila Armstrong, la mezzosoprano Janet Baker y el Coro del Festival de Edimburgo, en la Catedral de Ely en Cambridgeshire, Inglaterra.

Cojan la batuta y a dirigir.

miércoles, 10 de enero de 2024

Granza en playas gallegas: una primera aproximación

Granza es la denominación en castellano de lo que los anglosajones (y ahora todo quisque en España) llaman pellets, esas pequeñas bolitas blanquecinas que están apareciendo en las costas gallegas desde finales del mes pasado y que han causado la natural alarma entre su población, tan dependiente del mar que le rodea. La inminencia de las elecciones en ese territorio ha hecho que el manejo de la crisis esté siendo un pequeño guirigay entre políticos de uno y otro signo, jaleados por los clásicos palmeros de los medios de comunicación afines. En esta entrada quiero contar, lo más resumidamente posible, una serie de cuestiones que me han ido planteando algunos amigos y que, yo mismo, he tenido que resolver ante la falta de transparencia de las instituciones a la hora de gestionar el problema. La evolución de los acontecimientos puede que me hagan cambiar algunas cosas en los próximos días.

La granza es la forma más habitual con la que los grandes fabricantes de diferentes tipos de plásticos venden el material a los llamados transformadores, las empresas que fabrican objetos de plástico en morfologías variadas (desde envases de todo tipo a filmes, desde tuberías a redes de pesca). Para ello, esos transformadores toman esa granza, la funden a temperatura más o menos elevada y tras introducir el fundido en moldes, los enfrían para recuperar el objeto en cuestión.

Dado que la producción mundial de plástico anda por encima de los 400 millones de toneladas anuales, es lógico que las granzas se distribuyan a lo largo y ancho del mundo por tierra, mar y aire. Así que, como en otras actividades globales, parece lógico que se produzcan accidentes como el que nos ocupa, aunque deberían minimizarse en lo posible (luego hablaremos sobre el asunto).

Como consecuencia de la pérdida de seis contenedores en medio de una tormenta por parte de un buque llamado Toconao, uno de los cuales iba lleno de bolsas de granza, algunos medios han hablado de que millones de partículas de granza se han diseminado por las costas portuguesas y españolas. Otros hablan de decenas de millones. En realidad, este vuestro Búho, mediante un cálculo sencillo, puede deciros que bastante más.

Un grano de granza, en promedio y sea del plástico que sea, puede pesar entre 20-25 miligramos. La naviera que ha causado el problema y la Xunta están hablando de unos 1000-1100 sacos de 25 kg cada uno, lo que cuadra con el hecho de que la carga máxima habitual de los contenedores anda en torno a las 30 toneladas. Así que, redondeando y tirando por alto, podemos estimar en 30.000 kilos (30 toneladas) la granza transportada por el contenedor que se fue al mar. Considerando de nuevo el escenario más desfavorable (que una granza pese 20 mg), unas simples cuentas proporcionan que el contenedor ha podido diseminar un total de mil quinientos millones de pequeñas bolitas.

Aunque, todo hay que decirlo, no todas han acabado vagando por el mar. Hoy (10 de enero) he oído en RNE al alcalde de Cedeira decir que, solo en su pueblo, se habían recuperado 65 sacos íntegros.

Debido al rifirrafe político (y quizás a que todo el mundo andaba de vacaciones), no ha estado muy clara la composición química de esa granza hasta ayer día 9 de enero, cuando se conoció un informe pedido por la Xunta. Poco antes, y aunque a simple vista las fotos parecían indicar que se trataba de granza de polietileno, responsables políticos hablaban de polietilen tereftalato (PET), la granza que se usa para fabricar botellas. Pero había un pequeño problema con esa atribución, el PET es más denso que el agua salada del mar y, por tanto, ni la granza individual ni los sacos de granza podían flotar, cosa que ocurre con el polietileno.

La nota arriba mencionada, haciendo uso de las fichas técnica y de seguridad que obran en poder de la Xunta, nos aclaraba que la composición de esa granza era un 88-90% de polietileno mientras que el 10-12% restante era de un aditivo usado para proteger al polietileno de los rayos UV, aditivo conocido como UV622, a base de un compuesto químico de la familia de los HALS (Hindered Amine Light Stabilizers o Estabilizantes de Luz de Aminas Impedidas), compuestos con una larga tradición como aditivos poliméricos.

Antes de hablar sobre la posible toxicidad de esa granza, voy a hacer una precisión técnica. Cuando un estabilizante a la luz se emplea, por ejemplo, en un polietileno que se vaya a usar en la cubierta de un invernadero para proteger al plástico de los rayos del sol, la concentración de ese estabilizante en el filme no suele sobrepasar el 2%. Así que es razonable plantearse por qué, en la granza que nos ocupa, su concentración llega hasta al 10%. Pues probablemente (pero no tengo información para afirmarlo tajantemente) porque esa granza es lo que técnicamente se denomina un masterbatch. Muchas veces, los fabricantes de plástico venden mezclas de sus productos con aditivos como colorantes, protectores a la llama o estabilizantes a la luz (como es aquí el caso), en concentraciones relativamente elevadas. Luego, el transformador lo mezcla con más polímero virgen para conseguir los colores o las concentraciones que desee para su producto final.

Introducido el matiz anterior hay que decir que el polietileno es un plástico inerte que llevamos usando para todo tipo de usos y no hay muchas dudas sobre su posible seguridad. En cuanto al aditivo es, como ya he mencionado, conocido desde hace tiempo y, por el momento, no se han reportado estudios significativos sobre su toxicidad. Tiene además la peculiaridad de tener un peso molecular elevado (3000), lo que dificulta su migración desde el interior del plástico que lo contiene. Esto puede tener la ventaja de que tarde en migrar de la granza al agua, en la que además es muy poco soluble (del orden del miligramo por litro). Una descripción detallada de su toxicidad puede verse en esta hoja de seguridad, aunque fijándose en el producto cuya etiqueta CAS es 65447-77-0.

Hay una cuestión un tanto chusca que no me puedo resistir a comentar. En el informe publicado por la Xunta, al que hacía arriba referencia, el especialista firmante, en una corta línea, decía que la granza vertida era apta para uso alimentario a lo que, nada menos que el Secretario de Estado de Medio Ambiente, respondió diciendo que “El plástico no es comestible”. Y en las redes hubo gente que se sumó a ignorancia tan palmaria haciendo chistes sobre la posibilidad de hacer tortillas de granza.

Un plástico para uso alimentario es el que se puede poner en contacto con alimentos sin inconvenientes para la salud humana. En ese sentido, llevamos usando polietileno en forma de los famosos tupperwares desde hace 70 años y ya hemos mencionado que el aditivo HALS que lleva esa granza es de peso molecular alto lo que dificulta su migración. Además, el experto no hace sino recoger lo que dicen fichas técnicas como esta, en la que se dice que “las legislaciones de algunos países permite su uso como aditivo en envases de plástico para uso alimentario”. En cualquier caso, y por lo explicado arriba, no creo que esa granza iba destinada a la fabricación de recipientes o filmes para uso alimentario.

Como ocurre con cualquier vertido, lo importante es que no tendría que estar ahí y, por tanto, hay que hacer todo lo posible por revertir la situación a su estado previo. Aparte del impacto visual en las maravillosas playas gallegas, la fauna marina, peces y aves, pueden ingerir esa granza confundiéndola con posibles presas, lo que puede obstruir sus conductos gastrointestinales y causarles problemas de todo tipo, incluida la muerte, si no los logran expulsar, aunque la bibliografía es bastante clara en el sentido de que la mayoría de lo que ingieren se expulsa con las heces. Y, a pesar de lo que se dice en redes y en medios de comunicación, es difícil que una de esas granzas acabe en nosotros por comer pescado que lo contenga. Una de las labores de nuestros eficientes pescateros es eviscerar el pescado antes de venderlo.

En redes sociales y medios de comunicación se están comparando los vertidos de este contenedor con el del Prestige en 2002, hablándose ahora de marea blanca. La comparación no se sustenta en los datos que hasta ahora conocemos. En el desastre del Prestige se vertieron en torno a 70.000 toneladas de petróleo crudo, una compleja mezcla de hidrocarburos aromáticos, alifáticos y asfaltenos. Algunos volátiles y otros muy viscosos en los que los animales resultaban atrapados. Y muchos de ellos tóxicos o altamente tóxicos (como los hidrocarburos aromáticos) para la fauna marina e incluso para los humanos (las afecciones entre las brigadas de limpieza están bien documentadas). Aquí estamos hablando de menos de 30 toneladas de un material cuya composición química es muy concreta y poco peligrosa, como hemos mencionado arriba, por lo que es difícil que afecten a los que ahora se están empeñando en su recogida.

A pesar de lo que ayer decía en El País un activista medioambiental sobre que la granza “se transporta como si fuera arroz” y que ese transporte no está regulado, lo cierto es que el problema de los vertidos de granza en el mar es algo que preocupa a las Instituciones desde finales de los 60 cuando, en las playas americanas, la granza empezó a hacer su irrupción. Incluida desde 2004 en el término general de Microplásticos, lo cierto es que su contribución a la basura marina así denominada es actualmente un porcentaje muy pequeño, que no llega al 1%.

La aparición de granza estuvo en los orígenes de lo que hoy se conoce como Convención OSPAR, un mecanismo por el que 15 gobiernos y la UE cooperan para proteger el medio marino en el entorno del Atlántico nororiental. OSPAR comenzó en 1972 con la Convención de Oslo contra vertidos por parte de las flotas y se amplió para abarcar las fuentes terrestres de contaminación marina mediante el Convenio de París de 1974. Estos dos convenios fueron unificados, actualizados y ampliados por la Convención OSPAR de 1992.

Entre los objetivos de la OSPAR está el conseguir que sus medidas hagan que, en el plazo más breve posible, solo el 10% de los fúlmares del Norte o petreles (un pájaro usado como “chivato” de la contaminación en ese área geográfica) tengan en su tracto gastrointestinal más de 100 miligramos de microplásticos de todo tipo (incluida la granza) por individuo. Un reciente artículo (2021) estimaba que ahora debemos andar por un 50% de los petreles superando esos 100 miligramos, con un contenido medio de 260 miligramos por pájaro, pero los datos evidencian un progresivo descenso de ese porcentaje de fúlmares con microplásticos.

Por otro lado, este pasado octubre, la Comisión Europea presentó una propuesta para prevenir los vertidos de granza plástica, como forma de reducir la contaminación general de microplásticos.

Y creo que, por ahora, no me he dejado nada de las cosas que he ido acumulando y os quería contar. Como os decía arriba, quizás lo vaya actualizando con las noticias que se produzcan y, siempre que sea capaz de hacerlo, estaré encantado de contestar a vuestras preguntas, si me las dejáis en los comentarios.