Las empresas periodísticas publican sus periódicos para venderlos. Ese objetivo implica que sus noticias tienen que atraer a sus posibles compradores y, en ciudades como la que yo vivo, eso tiene algunas derivadas poco deseables. Por solo poner algún ejemplo, muchas portadas se dedican a los resultados del equipo de fútbol que concita las pasiones de unos pocos miles de mis conciudadanos. En otros casos, es habitual que se insista en lo referentes que son a nivel casi planetario algunos Centros de Investigación guipuzcoanos o algunas iniciativas medioambientales que se generan en nuestro entorno más próximo. Y de esto último va esta entrada.
En la perifería de Donosti, entre los cuarteles donde uno hizo la mili y una cárcel a punto de pasar a mejor vida, se está generando un nuevo barrio, cuyas viviendas dicen que se han vendido como rosquillas a gente fundamentalmente joven. Y entre las virtudes que adornan a esa nueva urbanización está el hecho de que la energía necesaria para calefacción y agua caliente se va a generar en una planta diseñada específicamente para ese fin y para esos usuarios, bautizada un poco pomposamente como Heating District. El Diario Vasco ha dedicado varios reportajes a esa iniciativa, pionera según ellos, el último de los cuales se publicó el pasado 29 de agosto.
En el título se bautizaba el Heating District como "el mayor sistema de calefacción centralizada de biomasa de Euskadi" y se recalcaba su inclusión en un programa europeo bautizado como Replicate (que ha financiado parte de la instalación), en el que participan otras ciudades europeas como Florencia o Bristol. Por tanto, una iniciativa moderna y ecológica, según propugnaba el concejal de turno en el reportaje y a la que en principio no se pueden poner pegas. Pero las alarmas de este Búho saltaron cuando, en las dos primeras líneas del reportaje, su autor escribe que el sistema es "tan limpio que si alguna vez sale algo de sus chimeneas, será vapor de agua". Y unas cuantas líneas más adelante se dice que la "emisión de gases será casi cero".
El Heating District va a obtener la energía de la quema de briquetas de madera como las que veis en la foto que ilustra esta entrada, también llamadas pélets o pellas, biomasa en términos genéricos, una opción de combustible muy de moda, sobre todo en Europa, como alternativa a combustibles fósiles como el carbón. Ese tipo de combustible puede que aún se haga más popular después de su declaración como neutro en carbono por parte de la Agencia de Protección Ambiental america (EPA). El cambio supone equipararlo a energías renovables como la energía solar o la eólica, una decisión que desde que se hizo pública a finales de abril de este año ha tenido más de una crítica en el ámbito académico y entre las organizaciones medioambientales. Algo similar a lo ocurrido con la Directiva aprobada por la Union Europea en enero de 2018, que establecía el duplicar las energías renovables para 2030 pero incluía entre ellas a las famosas briquetas.
Pero nada es lo que parece a primera vista. Y para mostrarlo, empezaremos por las frases que he mencionado del artículo del DV. La madera, al quemarse, produce (igual que el carbón) CO2 y vapor de agua, así que si solo va a salir vapor de agua por la chimenea como propugna el artículo (vapor de agua que también es un gas de efecto invernadero), es que han eliminado totalmente el CO2 y, si lo han hecho, estaríamos ante una instalación ciertamente notable, por las dificultades inherentes a la captura y almacenamiento de ese gas (la llamada tecnología CAC o CCS en inglés, que todavía está en mantillas). Me he leído la memoria técnica del proyecto y no he encontrado ni palabra al respecto. Es probable, eso si y como ocurre en las instalaciones a base de carbón, que las chimeneas tengan filtros para eliminar otros productos indeseables de la combustión como las partículas en suspensión (el principal problema en este caso) o determinados gases que se formen además de los dos principales (probablemente algún nitrogenado). Pero este humilde cronista piensa que CO2 va a salir por la chimenea aunque no se vea. Nada grave creo yo dado el tamaño de la instalación, pero puede que si lo sea para los que entienden la emisión de ese gas como absolutamente determinante en el calentamiento global. Y de esta cuestión el reportaje no dice ni palabra.
Pero es que hay más. La idea de que la quema de biomasa de este tipo es mejor que la quema de carbón o gas natural es, en principio, correcta. Los árboles absorben carbono a partir del CO2 contenido en la atmósfera y lo utilizan para hacer crecer sus estructuras. Y si un árbol se quema como combustible, liberando ese carbón en forma de CO2, otro puede plantarse, remplazando al anterior en esa labor de actuar como sumideros del CO2. Y si, como se propugna por las empresas que fabrican las briquetas, estas se obtienen a partir de restos de poda y otros desechos forestales pues miel sobre hojuelas en lo que a energías renovables se refiere. Pero este análisis es puramente ideal.
Lo cierto es que, en la actualidad, algunos grupos ecologistas americanos han emprendido una campaña contra esta forma de combustible a base de biomasa. Piensan que las industrias que se han establecido en EEUU desde principios de este siglo para generar pélets y vendérselos a los europeos más concienciados con el problema de los combustibles fósiles, se están cargando grandes bosques de las zonas de Carolina del Norte y Florida, sin que exista seguridad en su reposición. Hay que pensar que la producción de estas briquetas en EEUU ha pasado de prácticamente cero, al inicio de este siglo, a millones de toneladas en la actualidad, casi todas destinadas a su exportación a Europa. Incluso hay una empresa alemana (German Pellets) que se radicó en Texas para beneficiarse del tirón alemán en lo tocante al consumo de biomasa y hacer caja. Y algo similar parece estar ocurriendo en Europa en los Montes Cárpatos de Rumania o los parques nacionales de Eslovaquia.
Los problemas que esos grupos ven como preocupantes se centran en dos aspectos. Por un lado, parece estar establecido que incluso aunque plantemos un árbol en sustitución de otro quemado, se necesita un cierto tiempo para que ese nuevo árbol actúe como sumidero del CO2 ambiental con la misma eficacia que el eliminado. Y los tiempos que se dan a los árboles nuevos en los sistemas de explotación forestal intensiva antes de eliminarlos (20 años) parecen insuficientes para mantener constante o incrementar esa capacidad como sumideros. Por otro lado, el carbono que captan los bosques no está solo en la estructura de los árboles. Una gran cantidad se acumula en el suelo circundante y su capacidad como sumidero depende mucho del tipo de hojas y otros desechos forestales que en él se acumulen. Si como consecuencia de labores de clareo del bosque eliminamos ramas o árboles enteros, el material del suelo va a estar expuesto a más luz y temperaturas más elevadas, lo que conlleva una mayor actividad de determinados microorganismos que se alimentan de ese suelo, lo que resulta en una mayor liberación del carbono atrapado en él, en forma de CO2. Y para terminar de amargar un poco el día a los decididos partidarios de este tipo de combustible, y esto es tan obvio que no habría ni que decirlo, no os quiero contar las megatoneladas adicionales de CO2 que se emiten como consecuencia del transporte de este combustible ecológico de un lado al otro del Atlántico.
Las críticas a nivel europeo son del mismo tenor. Casi 800 científicos publicaron en enero de 2018 una carta dirigida al Parlamento Europeo contra la Directiva arriba mencionada y ocho significados firmantes de esa colectiva misiva, entre los que se encuentra Jean-Pascal van Ypersele, antiguo vicepresidente del IPCC, han publicado un Comment la semana pasada en la revista Nature Communications, que ha sido el verdadero detonante de la publicación de esta entrada, que tenía medio escrita desde finales de agosto, desde un hotel en Oporto.
En la perifería de Donosti, entre los cuarteles donde uno hizo la mili y una cárcel a punto de pasar a mejor vida, se está generando un nuevo barrio, cuyas viviendas dicen que se han vendido como rosquillas a gente fundamentalmente joven. Y entre las virtudes que adornan a esa nueva urbanización está el hecho de que la energía necesaria para calefacción y agua caliente se va a generar en una planta diseñada específicamente para ese fin y para esos usuarios, bautizada un poco pomposamente como Heating District. El Diario Vasco ha dedicado varios reportajes a esa iniciativa, pionera según ellos, el último de los cuales se publicó el pasado 29 de agosto.
En el título se bautizaba el Heating District como "el mayor sistema de calefacción centralizada de biomasa de Euskadi" y se recalcaba su inclusión en un programa europeo bautizado como Replicate (que ha financiado parte de la instalación), en el que participan otras ciudades europeas como Florencia o Bristol. Por tanto, una iniciativa moderna y ecológica, según propugnaba el concejal de turno en el reportaje y a la que en principio no se pueden poner pegas. Pero las alarmas de este Búho saltaron cuando, en las dos primeras líneas del reportaje, su autor escribe que el sistema es "tan limpio que si alguna vez sale algo de sus chimeneas, será vapor de agua". Y unas cuantas líneas más adelante se dice que la "emisión de gases será casi cero".
El Heating District va a obtener la energía de la quema de briquetas de madera como las que veis en la foto que ilustra esta entrada, también llamadas pélets o pellas, biomasa en términos genéricos, una opción de combustible muy de moda, sobre todo en Europa, como alternativa a combustibles fósiles como el carbón. Ese tipo de combustible puede que aún se haga más popular después de su declaración como neutro en carbono por parte de la Agencia de Protección Ambiental america (EPA). El cambio supone equipararlo a energías renovables como la energía solar o la eólica, una decisión que desde que se hizo pública a finales de abril de este año ha tenido más de una crítica en el ámbito académico y entre las organizaciones medioambientales. Algo similar a lo ocurrido con la Directiva aprobada por la Union Europea en enero de 2018, que establecía el duplicar las energías renovables para 2030 pero incluía entre ellas a las famosas briquetas.
Pero nada es lo que parece a primera vista. Y para mostrarlo, empezaremos por las frases que he mencionado del artículo del DV. La madera, al quemarse, produce (igual que el carbón) CO2 y vapor de agua, así que si solo va a salir vapor de agua por la chimenea como propugna el artículo (vapor de agua que también es un gas de efecto invernadero), es que han eliminado totalmente el CO2 y, si lo han hecho, estaríamos ante una instalación ciertamente notable, por las dificultades inherentes a la captura y almacenamiento de ese gas (la llamada tecnología CAC o CCS en inglés, que todavía está en mantillas). Me he leído la memoria técnica del proyecto y no he encontrado ni palabra al respecto. Es probable, eso si y como ocurre en las instalaciones a base de carbón, que las chimeneas tengan filtros para eliminar otros productos indeseables de la combustión como las partículas en suspensión (el principal problema en este caso) o determinados gases que se formen además de los dos principales (probablemente algún nitrogenado). Pero este humilde cronista piensa que CO2 va a salir por la chimenea aunque no se vea. Nada grave creo yo dado el tamaño de la instalación, pero puede que si lo sea para los que entienden la emisión de ese gas como absolutamente determinante en el calentamiento global. Y de esta cuestión el reportaje no dice ni palabra.
Pero es que hay más. La idea de que la quema de biomasa de este tipo es mejor que la quema de carbón o gas natural es, en principio, correcta. Los árboles absorben carbono a partir del CO2 contenido en la atmósfera y lo utilizan para hacer crecer sus estructuras. Y si un árbol se quema como combustible, liberando ese carbón en forma de CO2, otro puede plantarse, remplazando al anterior en esa labor de actuar como sumideros del CO2. Y si, como se propugna por las empresas que fabrican las briquetas, estas se obtienen a partir de restos de poda y otros desechos forestales pues miel sobre hojuelas en lo que a energías renovables se refiere. Pero este análisis es puramente ideal.
Lo cierto es que, en la actualidad, algunos grupos ecologistas americanos han emprendido una campaña contra esta forma de combustible a base de biomasa. Piensan que las industrias que se han establecido en EEUU desde principios de este siglo para generar pélets y vendérselos a los europeos más concienciados con el problema de los combustibles fósiles, se están cargando grandes bosques de las zonas de Carolina del Norte y Florida, sin que exista seguridad en su reposición. Hay que pensar que la producción de estas briquetas en EEUU ha pasado de prácticamente cero, al inicio de este siglo, a millones de toneladas en la actualidad, casi todas destinadas a su exportación a Europa. Incluso hay una empresa alemana (German Pellets) que se radicó en Texas para beneficiarse del tirón alemán en lo tocante al consumo de biomasa y hacer caja. Y algo similar parece estar ocurriendo en Europa en los Montes Cárpatos de Rumania o los parques nacionales de Eslovaquia.
Los problemas que esos grupos ven como preocupantes se centran en dos aspectos. Por un lado, parece estar establecido que incluso aunque plantemos un árbol en sustitución de otro quemado, se necesita un cierto tiempo para que ese nuevo árbol actúe como sumidero del CO2 ambiental con la misma eficacia que el eliminado. Y los tiempos que se dan a los árboles nuevos en los sistemas de explotación forestal intensiva antes de eliminarlos (20 años) parecen insuficientes para mantener constante o incrementar esa capacidad como sumideros. Por otro lado, el carbono que captan los bosques no está solo en la estructura de los árboles. Una gran cantidad se acumula en el suelo circundante y su capacidad como sumidero depende mucho del tipo de hojas y otros desechos forestales que en él se acumulen. Si como consecuencia de labores de clareo del bosque eliminamos ramas o árboles enteros, el material del suelo va a estar expuesto a más luz y temperaturas más elevadas, lo que conlleva una mayor actividad de determinados microorganismos que se alimentan de ese suelo, lo que resulta en una mayor liberación del carbono atrapado en él, en forma de CO2. Y para terminar de amargar un poco el día a los decididos partidarios de este tipo de combustible, y esto es tan obvio que no habría ni que decirlo, no os quiero contar las megatoneladas adicionales de CO2 que se emiten como consecuencia del transporte de este combustible ecológico de un lado al otro del Atlántico.
Las críticas a nivel europeo son del mismo tenor. Casi 800 científicos publicaron en enero de 2018 una carta dirigida al Parlamento Europeo contra la Directiva arriba mencionada y ocho significados firmantes de esa colectiva misiva, entre los que se encuentra Jean-Pascal van Ypersele, antiguo vicepresidente del IPCC, han publicado un Comment la semana pasada en la revista Nature Communications, que ha sido el verdadero detonante de la publicación de esta entrada, que tenía medio escrita desde finales de agosto, desde un hotel en Oporto.