Y ya casi no se si decir algo más. No soy muy amigo de festejos de ningún tipo, pero esta cifra redonda me ha quitado ciertas vergüenzas inherentes a mi condición de solitario corredor de fondo. Y sí, hace ya diez años, en tal día como hoy, tras una conferencia que describía en la primera entrada de este Blog, me lié la manta y empecé a escribir y a escribir de manera desaforada durante unas semanas. Cosas que no leía nadie porque, en aquella época, utilizaba una herramienta que entonces proporcionaba Apple para este tipo de cosas, pero que tenía muy pocas posibilidades de difusión posterior. Y, en ese estado, escribí casi cien entradas. Y luego, aprovechando otras posibilidades, continué a un ritmo más pausado hasta las más de 450 que ahora pueblan el archivo de este Blog.
Mucho ha cambiado desde aquel 2006, y para bien, el espacio bloguero dedicado a la divulgación de la Ciencia, en el que han ido floreciendo nombres muy relevantes, respaldados por muchos seguidores. Yo me he mantenido en un nivel bajo/medio que no me ha preocupado demasiado. Disfruto (y sufro) escribiendo y pienso seguir haciéndolo, aunque soy consciente de que el tiempo de cada uno, en las diversas actividades en las que se implica, se acaba en algún momento difícil de precisar. Mientras tanto, esta es una ocasión magnífica para agradecer a todos los que me siguen, me leen y me animan su apoyo explícito o discreto (que solo las estadísticas muestran).
¡Que tengais un buen día!. Aquí andamos capeando el temporal de ayer.
Me entero por el interesante Blog Compound Interest que este 4 de febrero se han cumplido 75 años del depósito de la patente del material que todos conocemos como Teflón y que fundamentalmente ligamos al revestimiento antiadherente de sartenes y otros utensilios de cocina y a las fibras de Goretex. Sobre ambas cosas hay más de una entrada en este Blog (que podéis encontrar con el pequeño buscador de arriba a la izquierda) pero en una de 2008 os contaba yo el descubrimiento por chiripa de este material por parte de un joven científico de DuPont, Roy J. Plunkett, en una curiosa historia donde se demuestra que la curiosidad y la tozudez de los investigadores ha estado muchas veces detrás de descubrimientos que han resultado relevantes para su uso posterior. No parece que a la DuPont de este momento esa idea le haga mucho tilín y en enero de este año, tras el proceso de convergencia con Dow ha empezado a desmantelar su histórica Unidad de Investigación gestada en los años veinte del siglo pasado y que tantos éxitos y dinero ha proporcionado a la citada DuPont. Pero hoy en día los mercados controlan todo y parece que los buitres de Wall Street han mandado a los dirigentes actuales el recado de que menos investigación básica y más aplicaciones que hagan caja. Ya veremos en qué se traducen finalmente esos cambios pero sobre esto creo que volveremos en breve.
Desde mi entrada de 2008, no han cambiado muchas cosas sobre lo que allí se contaba. Aunque la campaña contra el Teflón ha seguido (en la que ha participado algún dilecto colega, cogiendo el rábano por las hojas) y algunos fabricantes de utensilios de cocina se han apuntado al marketing de "sin Teflón y sin PFOA". Este último es un producto que algunos siguen insistiendo en que puede quedar atrapado en el polímero y ser soltado mientras andamos friendo viandas. Pero lo cierto es que DuPont, desde 2012, ya no emplea PFOA en su línea de producción, al adherirse a una iniciativa de la EPA americana para eliminar esa sustancia de cualquier proceso industrial. Si queréis refrescar un poco el asunto, podéis leer mi entrada, que está en castellano, la ya citada entrada de Compound Interest o esta otra de un interesante Blog de la la Universidad de North Carolina at Chapell Hill.
Pero al hilo de este aniversario de la patente del Teflón, os voy a contar otra historia de las "de chiripa" que está en el origen del descubrimiento de ese material por Plunkett. Como contaba en la entrada de 2008, todo empezó a partir de ciertos experimentos que Plunkett y otros llevaban adelante para obtener un gas refrigerante que cumpliera con las expectativas de un proyecto conjunto entre su empresa, DuPont, y otro futuro gigante, la General Motors. Un día de abril de 1938, Roy Plunkett abrió la espita de un depósito oficialmente lleno de un gas denominado tetrafluoretileno, con el que estaba trabajando. Para su sorpresa, no salió gas alguno. Y, sin embargo, el depósito pesaba sustancialmente más que su peso en vacío. Ni corto ni perezoso (pero si curioso) el joven Dr. Plunkett, en una decisión bastante arriesgada, serró el tanque por la mitad (algo que reproduce la foto de arriba, tomada de los archivos de DuPont y que podéis ver en grande picando en ella), comprobando que, en lugar de gas, éste contenía un polvo blanco y cerúleo que enseguida identificaron como un polímero al que el gas había dado lugar.
El proyecto conjunto, al que he hecho mención arriba, partía del deseo de la General Motors (que, en la época, también fabricaba los primeros frigoríficos), de sustituir los gases refrigerantes entonces empleados (amoníaco y anhídrido sulfuroso, tóxicos y peligrosos de manejar) por algo más inocuo. Las búsquedas en la literatura llevaron a la gente de GM a considerar que ese tipo de refrigerante debía de andar en la familia de los hidrocarburos clorados o fluorados. Pero, en aquella época, el flúor tenía mala prensa y se consideraba que muchos de sus compuestos eran tóxicos. Para ver las posibilidades de estos nuevos refrigerantes, dos investigadores de GM, Midgley y Henne, optaron por preparar un simple clorofluorocarbono y probarlo con animales. Para ello, encargaron como materia prima cinco pequeñas bombonas de trifluoruro de antimonio. Eligieron una de la bombonas al azar, prepararon un clorofluorocarbono y, con él, modificaron la atmósfera de una pequeña jaula hermética en la que metieron un conejillo de Indias que aguantó sin rechistar. Repitieron el experimento con las otras cuatro bombonas y, al volver a probar los gases obtenidos con los conejillos, tuvieron la desagradable sorpresa de comprobar que los bichos pasaban a mejor vida.
Lejos de arredrarse, y ante el hecho evidente de que algo diferenciaba el primer experimento de los demás, analizaron meticulosamente las cinco bombonas, encontrando que las cuatro "asesinas" contenían cantidades apreciables de agua, mientras que la que no había dado lugar a la muerte del animalillo contenía trifluoruro de antimonio bien seco. Pronto pudieron comprender que la humedad de las bombonas reaccionaba con un compuesto orgánico clorado también empleado en la preparación del clorofluorocarbono, dando lugar a una sustancia conocida como fosgeno, un producto tóxico para los pobres conejillos de Indias.
Es evidente que si les llegan a vender las cinco bombonas con trifluoruro de antimonio húmedo, los investigadores de GM hubieran concluido que el clorofluorocarbono era tóxico, el proyecto de DuPont y GM no hubiera empezado, Plunkett no hubiera trabajado con ese gas y el Teflon no se hubiera generado en abril de 1938 ni patentado el 4 de febrero de 1941.