En este Blog ya hemos hablado en otras ocasiones de ese argumento que exhiben los quimiofóbicos, en el sentido de que no solo muchas sustancias químicas de origen sintético son malas, sino que lo que resulta aún más peligroso es que la acumulación de varias de ellas en nuestro organismo, o en el medio ambiente, puede dar lugar a la aparición de un "cóctel" de las mismas de resultados insospechados. El argumento resulta de lo más vendible en muchos de los "altavoces" de este tipo de cosas, pero rara vez tiene debajo algo que pueda resultar científicamente creíble.
Hace unas semanas descubrí un interesante Blog denominado Everydayscientist, al que me he suscrito. En una de esas entradas aparecía una imagen que me resultó de lo más provocadora y la colgué en mi cuenta de Twitter. El resultado fueron más retuits de los que había tenido nunca, amén de una acalorada discusión en la foro de correo que mantenemos los viejos integrantes de la promoción de Químicas del 74 en la Universidad de Zaragoza sobre el significado del término purines (en inglés) que aparece en la figura. La imagen es la que podeis ver más en detalle picando en la que ilustra esta entrada. Como ya he comprobado que muchos de mis seguidores en el Blog abjuran de las redes sociales (¡qué mayores estais!), creo que el asunto merece una entradita postsanjuanera.
Es evidente la mala leche del autor de la figura en cuestión. Si a un quimifóbico le pongo yo delante una retahíla de ingredientes de un alimento comercializado, cuya etiqueta contenga tamaña cantidad de sustancias químicas de nombre más o menos complicado, cinco de las cuales son identificables con etiquetas E-, la reacción normal sería no comérselo. Pero se trata de una manzana....Y, a mayor abundamiento, en la misma página donde aparecía esta imagen, aparecían otros interesantes ejemplos de parecidos cócteles químicos...
Lo digo por si os viene bien a algunos para pelearos con quimiofóbicos en foros veraniegos. Yo, a la mínima que pueda, voy a volver a enseñar la manzanita...
P.D. Muchas gracias a los que elaboran la revista oficial de la UPV/EHU, Campusa, por fijarse en este humilde Blog y recomendarlo en sus páginas.
Esta semana estoy empezando a pergeñar una charla para un Curso de Verano en el que me he visto envuelto un poco contra mi voluntad. No sé si acabaré con bien, porque los contenidos y los conferenciantes que me acompañan están bastante lejos de mis escasas habilidades habituales y eso me pone muy nervioso. El caso es que me propongo hablar sobre Concentración y Toxicidad, en un intento de proporcionar a la audiencia, compuesta por profesores de ESO y Bachillerato, una serie de ejemplos con los que presentar a sus estudiantes la concentración de las disoluciones, utilizando una forma que les resulte más cercana que la mera fórmula que implique la realización de una serie de aburridos y repetitivos problemas. Y me ha parecido que ligar concentración con casos reales de Quimiofobia y de ansiedad social sobre lo que comemos y bebemos es una buena manera de motivarlos a entender el papel de la concentración de las sustancias en sus vidas. Así que he empezado a repasar entradas antiguas del Blog a la búsqueda de material.
Ir ya por la entrada 368 tiene sus inconvenientes. A veces repasas una vieja entrada y encuentras un párrafo que te pasma y que te parece imposible que haya salido de tu magín y de tu teclado. Otras veces, tienes la sensación de que has escrito ya algo, pero por más que lo buscas con el propio buscador de Blogger, no hay manera. Por ejemplo, estaba seguro de que ya había hecho, en algún sitio, mención al libro cuya portada ilustra esta entrada. Y no es así. Debe ser que como me he referido a él en más de una conferencia de las impartidas en los últimos tiempos, me parecía natural que algo hubiera contado aquí.
El libro apareció en España casi al mismo tiempo (2008) que la polémica entrevista al difunto Santi Santamaría en la que denunciaba a algunos de sus colegas por usar mucha "química" en los platos, entrevista que aprovechaba para hacer ruido y jalear su nuevo libro. El libro de Zipprick, un crítico gastronómico, va sobre lo mismo aunque mucho mejor documentado. Lo cual no es óbice para que la propia portada sea pura demagogia. La frase en letra pequeña tiene su miga. El polvo de extintor hace referencia al CO2 (el mismo de las bebidas gaseosas o la cerveza) y la cola para papel pintado es la famosa metilcelulosa, de la que ya hemos hablado aquí y que, dependiendo del grado de metilación, puede servir para cola de papel pintado pero también como excipiente en muchos medicamentos y como aditivo alimentario.
Como digo, el libro es un pretendido obús contra la línea de flotación de cocineros como Ferrán Adriá o Heston Blumenthal, con muchos datos sobre su emergencia mediática, sus manejos empresariales y su filosofía profesional. Una parte importante del libro está dedicada al problema del uso de aditivos alimentarios, exponiendo varios ejemplos en los que las recetas de estos "monstruos" exceden las llamadas Dosis Diarias Admisibles (DDA o ADI, en terminología inglesa) de un determinado aditivo alimentario, establecidas en diferentes Directivas de la Comunidad Europea.
Zipprick tiene, en principio, bastante razón en lo que argumenta y suelo recomendar a los cocineros jóvenes que, por si acaso, consideren esos datos antes de ponerse alegremente a usar dichos aditivos. Y puede, además, corroborarse su idea con un sencillo ejemplo. Todavía hoy, despues del cierre de El Bulli, es posible acceder en internet a una página web de los hermanos Albert y Ferrán Adriá en el que se explica en un vídeo cómo preparar lo que ellos llaman Espuma fría de aceite de oliva virgen, una fácil receta siempre que uno disponga de aceite de oliva, un aditivo que los cocineros llaman Glice (el nombre comercial de un producto de la línea Texturas creada por los propios hermanos Adriá), constituido por ésteres de ácidos grasos y que lleva la etiqueta E-475 y, finalmente, un par de cargas de gas N2O para ponerlas en esos sifones que ahora se emplean en cocina para espumar. En la receta se recomienda utilizar 200 gramos de aceite de oliva y 16 de Glice.
Cuando uno busca en las tablas de Dosis Diarias Admisibles (DDA) al Glice o E-475 se encuentra con que la DDA es 25 mg/Kg de peso. Es decir, una persona de unos 70 kilos de peso no debiera ingerir más de 1,75 gramos de E-475 al día, una cantidad mucho más baja que los 16 gramos de la receta, aunque hay que matizar que esa espuma se usa como una especie de aceite de oliva semisólido para acompañar diversas preparaciones y es raro que una sola persona se zampe los 216 gramos de la espuma (y los 16 de Glice) de una sola sentada. También es verdad, y es lo más importante, que estas cosas no se las come uno todos los días y, por tanto, poco daño puede hacernos tomado ocasionalmente.
Pero es que un servidor, para no contribuir más a la Quimiofobia que nos invade, siempre contrapone las iras del Zipprick con otro ejemplo más pedestre y de ingesta mucho más habitual. Los sistemas sanitarios de los diferentes paises tienen también establecida una DDA para el etanol, alcohol etílico o alcohol a secas. Varía mucho de país a país pero una revisión no muy concienzuda (que valdrá para mi tesis) da una valor entre 28 y 40 gramos por persona media y día. Así que hagamos una cuentas...
Una botella de buen vino tiene 700 mililitros o 0,7 litros. El contenido habitual de alcohol de los vinos españoles suele andar alrededor del 13 o 14 % en volumen. Tomemos 13% para que nos sea más favorable. Eso implica que en una de esas botellas hay 91 mililitros de alcohol puro y duro. La densidad del alcohol es aproximadamente 0.8 g/ml, con lo que los 91 mililitros equivalen en peso a casi 73 gramos de alcohol. Así que alguien que se tome una botella de vino al día, o menos pero combinada con cosas mas heavy como gin-tonics, copazos de coñac o similares, es relativamente fácil que se pase de los 28-40 gramos de alcohol puro recomendado. Y eso, a diferencia del Glice, ocurre casi cotidianamente en la vida de muchos de nosotros.
Así que a ver si estamos a lo que hay que estar y no a marear la perdiz con los aditivos alimentarios.
*) Empreñar (segunda acepción en el Diccionario de la RAE): Causar molestias a alguien.