miércoles, 27 de enero de 2010

Agonistas y oportunistas

Antes de Navidades, un amigo con el que disfruto comiendo mientras charlamos de todo lo divino y humano, me invitó a un restaurante de Donosti que tiene mucha importancia en mi vida familiar: el entrañable Urepel. Aunque ya nunca será igual sin la presencia de Tomás Almandoz, su creador, lo cierto es que, como siempre, comimos como señores y nos dejamos sorprender con un fish and chips a la vasca. Mi contertulio, de formación inglesa, se partía de risa con la comparativa, y yo no pude menos que acordarme del primer fish and chips purely british que me metí al coleto hace muchos años, envuelto en un papel blanco sin pretensiones y con una hoja de períodico por fuera para contribuir a no ponerse perdido de grasa.

Según parece (no viajo mucho al otro lado del canal), eso ya no se estila por cuestiones de higiene. Pero, para mantener la tradición, en muchos puestos de venta te entregan el "delicioso" preparado en un moderno papel alimentario en el que la cubierta externa, que no toca al producto, lleva una impresión que reproduce una hoja de periódico (ya se sabe que las tradiciones británicas se resisten al asalto del continente).

Las hojas de periódico impresas, en su versión final, son un cóctel químico (terminología ecologista) resultante de un conjunto complejo de procesos y productos. Por un lado está el papel, proveniente de las fibras de celulosa de la llamada pulpa mecánica, rica en lignina, aunque, en muchos casos (para que el papel no sea muy amarillo), suele mezclarse con pulpa blanqueada mediante procesos en los que se emplea hidróxido sódico y, todavía en muchos casos, hipocloritos. Por otro lado está la tinta, antes solo negra pero ahora también en color, con muchos pigmentos orgánicos e inorgánicos, en los que en los últimos años se ha procurado eliminar metales pesados como el plomo o el cadmio. Esos pigmentos suelen dispersarse en aceites naturales como el de soja o en otros líquidos derivados del petróleo. Además, se adicionan otras muchas sustancias, como las destinadas a formar una delicada capa superficial que aminore el que el lector se quede con los dedos pringados mientras ojea su tabloide favorito. En algunos casos, para más señas,
polímeros
.

Las implicaciones ecológicas del papel de periódico están presentes tanto en los foros de internet como en la propia prensa o en las publicaciones científicas. Por ejemplo, en foros que tienen que ver con el cuidado de mascotas (foros que visito de vez en cuando desde que mi comadrona me cambió por una perrita de dos kilos), mucha gente está preocupada porque sus gatos o perros duerman o hagan sus necesidades en "camas" preparadas con hojas cortadas de periódico.

En plan más serio, una revista científica [Toxicological Sciences 102(2), 278–290 (2008)] publicaba no hace mucho el papel de diversas sustancias químicas extraídas del papel de periódico como agonistas (activadores) de los receptores Ahr. Para no hablar en lenguaje críptico, los Ahr son proteínas que nadan en el citosol o líquido que llena el citoplasma de las células. Allí viven tranquilos hasta que reciben una señal de estrés, que puede ser químico o físico (como el calor). En el primer caso, cuando los Ahr se unen a agentes tóxicos, se activan rápidamente y pasan al núcleo de la célula, uniéndose allí a diversos sitios del ADN y “encendiendo” todo tipo de respuestas metabólicas de defensa. Ello conlleva toda una serie de desarreglos biológicos y toxicológicos indeseados.

Así que, con estos precedentes, no me parece de recibo que uno de nuestros cocineros emergentes, adalid de la cocina tradicional, defensor declarado del Santi Santamaría y, por tanto, de la cocina sin aditivos "químicos", se haya dedicado hace unos días a mostrar, en la cadena pública vasca (ETB), cómo preparar una musharra (o sargo) al Diario Vasco, al Correo o al Finantial Times. El ingenioso truco de nuestro genial cocinero es usar dichos periódicos como envoltorio del pescado en cuestión para hacerlo a la papillote en un horno bien calentito. Sin mencionar, ni de pasada, los posibles compuestos químicos que pueda contener el periódico en cuestión (¡trabajo va a tener para sacárselo a cada empresa editorial!) ni los posibles procesos de migración de dichos compuestos desde el papel al pescado en contacto con él. Particularmente a las elevadas temperaturas a las que se cocina que, además, pueden dar lugar a toda una serie de reacciones secundarias y nuevos compuestos que no se dan si uno lee el periódico a temperatura ambiente.

Pero que no cunda el pánico. Si alguno de mis lectores, incitado por la simpática verborrea del cocinero, ha repetido la receta, no necesita visitar mañana a su médico de familia, que bastante agobiados andan los pobres. Nada les va a ocurrir. Lo mismo que, si queriendo gelificar o espesar una salsa para quedar de moderno con unos amigos, ha puesto un poco de metil celulosa o un poco de goma xantana en su plato.

Y alguno dirá, ¿y este puñetero Búho para qué nos larga toda la entrada, asustando al personal, para luego envainársela?. Pues para empreñar, queridos, para empreñar, que bastante nos meten algunos el dedo en el ojo a los quimicuchos como para no defenderse atacando.

miércoles, 20 de enero de 2010

Pulseras effect

Una entrada breve en un día muy especial. Mientras la escribo, miles de niños donostiarras han ocupado pacíficamente las calles dándole al tambor. Hasta el tiempo parece haberse aliado con ellos. Mientras no ha parado de llover en toda la noche, pasando por agua a sus también numerosos congéneres adultos que aporrean de madrugada, ahora mismo hasta luce el sol. El Búho les oye desde su nido (un punto estratégico del recorrido), donde no le ha quedado más remedio que ponerse unos cascos que amortiguen el efecto y trabajar, intentando pergeñar algo original, en un Proyecto de investigación que le permita "rascar" de las paupérrimas ubres del Ministerio que controla esa Tambor de Oro 2008 (una condecoración que se concede todos los años en un día como hoy) que es la ministra Garmendia.

Pero ponerme a escribir, aunque sea poco, tiene como motivo el manifestar mi sorpresa (y contento) por el impacto de mi entrada sobre las pulseras magnéticas. Podría haber colgado un simple comentario en la propia entrada, pero ya he detectado que poca gente lee los comentarios. El caso es que, en cuestión de una semana, me ha llamado una radio, me han propuesto salir en un programa de la ETB al respecto y hasta me han pedido una pequeña reseña para una revista de consumidores. Amén de numerosos emails de amigos y lectores que no quieren aparecer en los comentarios del Blog o múltiples comentarios privados de gentes que se creen y no se creen el efecto sobre el equilibrio de los mencionados artilugios.

Y como guinda, un poco de culto al ego. El amigo Orges en su conocido Blog sobre temas gastronómicos lamargaritaseagita, cuyo link teneis entre mis blogs favoritos a la derecha, ha usado como excusa mi entrada Patrañas + para publicar otra que no tiene desperdicio. Así que, como hoy es un teórico día festivo para mí, en lugar de leerme lo mejor es que lo sigais haciendo aquí. Solidaridad entre blogueros se llama esto.

domingo, 17 de enero de 2010

El triángulo mágico

Cuando doy cursos introductorios sobre polímeros y hago un poco de historia sobre los mismos, siempre hay alguna transparencia dedicada a los cauchos. El hecho de que, durante años, sólo se usaran cauchos extraídos de los árboles y que éstos sean capaces de proporcionar materiales radicalmente distintos en cuanto a sus propiedades dependiendo del árbol en cuestión, es algo que siempre atrapa la curiosidad de mis escuchantes. Pero hay otra razón por la que nunca dejo de leer cosas que tengan que ver con los cauchos. Mi pasión (hoy ya muy temperada, como otras) por los coches de competición, ya sean en su versión rallye o Fórmula-1.

El mundo de los neumáticos de competición es una aplicación fascinante de los polímeros que llamamos cauchos en la que desde siempre se ha empleado mucho tiempo, personas y dinero para mejorar sus prestaciones. En los últimos tiempos, los potentes coches de los eventos deportivos han caído dentro del conjunto de "cosas mal vistas" por imperativos ecológicos y ello ha supuesto un considerable revulsivo para las organizaciones y empresas implicadas en los mismos.

El término triángulo mágico que encabeza esta entrada es una forma común de hablar entre los fabricantes de neumáticos de competición. Hace referencia a la necesidad de optimizar las prestaciones de los mismos en términos de resistencia a la rodadura, el agarre en seco o húmedo y la durabilidad o resistencia a la abrasión del mismo. En general se trata de tres variables mutuamente enfrentadas. Por ejemplo, uno puede hacer que el agarre sea mayor pero a costa de un deterioro más rápido por abrasión. Así que en ese baile o balance entre estas variables las casas se juegan mucho dinero.

El negro de carbono juega un papel importante en conseguir ese delicado equilibrio. Producido por una combustión incompleta de diferentes productos derivados del petróleo, el negro de carbono es una forma de carbón amorfo cuya peculiaridad principal es la de estar compuesto por partículas muy pequeñas de carbono, con tamaños entre unas pocas decenas y unas pocas centenas de nanometros (el diámetro de un pelo humano es del orden de 50.000 nanometros). En este sentido, se trata de uno de los primeros nanomateriales empleados de forma extensiva por una industria tan importante como la de los neumáticos. Cuanto más pequeñas son las partículas, la superficie que un cierto peso constante de negro de carbono exhibe al exterior es más grande y, por tanto, hay más sitio para que negro de carbon y caucho puedan interaccionar y formar mezclas estables.

El efecto sobre las propiedades del caucho base es excepcional. No sólo hace que todos los neumáticos sean negros, sino que repercute en otras más significativas que el mero color. Mientras que un caucho puro vulcanizado casi no tiene resistencia a la abrasión y sus propiedades mecánicas son relativamente pobres, la inclusión de cantidades del orden del 40-50% de negro de carbono puede hacer que la capacidad de abrasión y las propiedades mecánicas se disparen en varios múltiplos (no es cuestión de entrar aquí en detalles técnicos).

El que ahora podamos ver con nuevas herramientas esas partículas ha hecho que la investigación en los últimos años se haya también disparado. Fruto del mejor conocimiento que tenemos de ellas es que los fabricantes hayan introducido nuevas tecnologías que, por ejemplo, eviten que las partículas se aglomeren entre sí. O que hayan modificado con reacciones químicas su superficie para que no sea solamente carbón y resulten por ello más "apetecibles" para el caucho, lo que redundará en la adhesión entre caucho y partículas y, por ende, en las propiedades de las que estamos hablando.

Pero, como decía al principio, la oleada de lo "verde" también ha hecho mella en esta boyante industria. El negro de carbono se deriva del petróleo, su producción implica emisiones que hay que controlar y además puede contener cantidades importantes de potentes cancerígenos como los hidrocarburos aromáticos policíclicos. Y además, la industria dispone de nuevos tipos de partículas, las de sílice (arena), de origen mucho más limpio y que pueden "atarse" al caucho mediante agentes de acoplamiento como el tetrasulfuro de bis (trietoxi silil propilo). Ello hace que, sin perder propiedades en los otros dos vértices del triángulo mágico, se rebaje mucho la resistencia a la rodadura, lo que hace que el coche necesite mucho menos combustible para hacer los mismos kilómetros al suavizar el roce entre el neumático y la carretera. Los científicos de Michelín estiman que pueden reducir en hasta un 30% la resistencia a la rodadura
típica de un caucho que sólo contenga negro de carbono.

Así que un nuevo tipo de neumático se está abriendo paso en el mercado, el neumático "verde". Quizás por eso, y en una estrategia de marketing, los japoneses de la Bridgestone, decoran de verde sus neumáticos, como se ve en la foto de la entrada, en la que "calzan" nada menos que un Ferrari. A mi me recuerda el primer Fiat con el que mi familia se estrenó en aquello tan chic de tener coche. De vez en cuando, un mecánico amigo pintaba como adorno unas franjas blancas concéntricas en la parte frontal de cada neumático. Y ni poco chulos que íbamos dentro..

martes, 12 de enero de 2010

Patrañas +

La pseudociencia me acosa. Por mucho que emplee mis ratos libres en combatirla creo estar perdiendo la batalla. Durante estas fechas navideñas he sufrido incluso el asalto de los más próximos. La comadrona que comparte mi nido se ha hecho con una pulsera magnética para ver si con ella concilia mejor el sueño y, no contenta con ello, ha regalado otra (en su variante iónica) a un amigo con idénticos problemas. Otra amiga del alma, lectora impenitente de este Blog, ha llenado las muñecas de su marido e hijas con similares artilugios. Y no voy a dar nombres, que todos tiene formación de altos vuelos y son tenidos por preclaros profesionales en sus respectivas áreas (además todos de Ciencias). Así que no sé si tirar definitivamente la toalla, jubilar el Blog y a su autor, y dedicarme a mejorar mi swing golfístico con la inestimable ayuda de uno de estos prodigios de la ciencia moderna que combinan magnetismo, holografía y efectos cuánticos.

Decía el Diario Vasco, en una de sus crónicas post-Navidades, que una de las tiendas de deporte más prestigiosas de Donosti se había puesto las botas vendiendo las pulseras conocidas como Power Balance, sobre la base de que mejoran sustancialmente el sentido del equilibrio de las personas que las llevan. Parece que triunfan entre surfistas y golfistas. Este nuevo timo no deja de ser una variante de unas pulseras metálicas que, cuando yo empezaba a jugar al golf, llevaban todos los "pata negra" de los circuitos europeos y americanos de mi deporte. Curiosamente, tras unos pocos años, desaparecieron de la circulación y las estadísticas no parecen indicar que ni su irrupción ni su desaparición hayan tenido dramáticas repercusiones en las estadísticas que nos ofrece puntualmente uno de mis programas favoritos de la tele: Golf +.

Ahora, los timadores de pulseras han dado una vuelta de tuerca más. La nueva tiene su gracia en la "incrustación de unas frecuencias adecuadas en un holograma Mylar". Evidentemente, con esa definición nadie se entera de nada. Expliquemos lo explicable. Mylar es el nombre comercial de un "puto" polímero: el polietilen tereftalato (PET), varias veces objeto de este blog (botellas de Coca Cola, papel Fata, etc.). Holograma es una especie de fotografía en tres dimensiones. Frecuencia es el número de veces que se hace algo por unidad de tiempo. En cosas como el sonido, la luz y similares, da idea de las veces que una onda se repite por unidad de tiempo y en función de ese número, las luces son de diferentes colores o los sonidos más o menos penetrantes. Incrustar no necesita mucha traducción científica.

Según se cuenta en webs ligadas al invento, los fabricantes han conseguido incrustar en un filme de PET un holograma con aquellas frecuencias que consiguen reequilibrar los desequilibrios que el stress y la mala vida que llevamos producen a nuestro cuerpo. No voy a entrar en una crítica despiadada de los argumentos de esas webs (el que se quiera divertir puede pasarse una buena tarde con ellas) porque todo es un puro despropósito, pero baste una mera comparativa. Si lo que dicen los fabricantes fuera cierto, podrían ser capaces de incrustar en el holograma Mylar,
por idénticas razones, la frecuencia de un silbato de árbitro con lo cual, cuando ocurriera algún evento inapropiado, la pulserita en cuestión pitaría un penalty. Si lo consiguen me dedico a la filosofía oriental.

La pulserita de marras se suma así a una vasta serie de timos que van desde las bolas mágicas que lavan sin detergente, a las tiras de kineseotaping con las que los pirados del deporte andan adornándose el cuerpo para prevenir todo tipo de dolencias (y donde rizando el rizo, la misma cinta con diferentes colores, vale para cosas diferentes como un tirón muscular o las molestias de una regla), o los que con una piedra, también magnética, colocada sobre nuestro cuerpo, son capaces de abrir el ángulo entre los dos enlaces O-H del agua que llena nuestro organismo y, gracias a esa variación estructural, nuestro modesto pero preciado líquido por excelencia drena, mucho más fácilmente, todas las toxinas que la Química nos está metiendo en el cuerpo.

Ya sé que se me pueden echar encima los que dicen haber probado los efectos pulseriles y que les ha funcionado. Yo no digo que no les funcionen. Siempre dejo abierta la posibilidad a cuestiones cuya comprensión hoy se me escapa. Muy jovencito vi a un amigo de mi padre descubrir con una varita de avellano, dentro del entorno de la fábrica curtidos que mi progenitor dirigía, un manantial situado a muchos metros y muchas piedras de profundidad, manantial que solucionó durante años los problemas que las pertinaces sequías causaban a una empresa con las necesidades de agua que aquella tenía. Nunca he entendido la base científica de aquella capacidad del amigo Antxón. Lo que nadie puede discutirme es que yo estaba en primera fila cuando el exultante chorro de agua mojó a los asistentes, cual tejano petróleo. Pero una cosa es la aceptación de lo incomprensible (a la espera de poder comprenderlo) y otra el que me vendan la moto con argumentos que la ciencia lleva años probando que son falaces.

Y es que, además, tengo otro argumento de peso. Uno de mis múltiples defectos es el de ser un reputado hipocondríaco. Hace años, tras un período de muchas clases con las que me castigaba mi Departamento antes de la "gran depresión" actual, se me quedó una persistente carraspera que no había manera de eliminar. Cuando mi comadrona se cansó de mis lamentos me llevó donde una otorrina amiga suya que, no muy agradablemente, me metió un fibroscopio (espero haberlo dicho bien) por la nariz y me mostró en una pantalla que no tenía un cáncer en la laringe ni nada serio en mis cuerdas vocales. Me aconsejó que me dedicara a hablar en un tono que no fuera audible en cualquier recoveco de la Facultad y a no beber bebidas frías. No hizo falta. En muy pocos días no tenía nada. Más recientemente, mi vetusto entorno más próximo se llenó de amigos con problemas de próstata. En pocos días, mis micciones eran muy repetitivas y dificultosas. Mi comadrona se volvió a cabrear y me llevó al urólogo quien, tras someterme a las sevicias propias de su profesión, diagnosticó que no tenía nada. Al día siguiente "meaba fuerte y claro y me reía del boticario", según reza la propaganda del Agua del Balneario de Alzola.

De donde puede deducirse, usando la lógica de los usuarios de la pulsera, que la sonda de la otorrina y el dedo del urólogo tiene propiedades curativas. ¿O no?.