miércoles, 13 de marzo de 2024

El escuadrón del veneno

El ciudadano de frente despejada que veis situado en la fila de atrás de la foto, el tercero por la izquierda, se llamaba Harvey W. Wiley (1844-1930) y en 1902 había enrolado a doce jóvenes (en la foto, faltan dos), todos ellos varones americanos, blancos y de buena salud para emplearlos como cobayas en sus intentos de demostrar que muchos conservantes (sobre todo) y otros aditivos que se estaban utilizando en la incipiente industria alimentaria de los Estados Unidos, así como otras sustancias vendidas como “medicamentos”, eran nocivos para la salud humana. Los enrolados en este Escuadrón del Veneno (Poison Squad, como popularmente se les denominó en USA*), estaban obligados a desayunar, comer y cenar comida normal, pero la mitad del grupo lo tenía que hacer con alimentos deliberadamente contaminados (la otra mitad no) con el aditivo bajo estudio y por lo que recibían un estipendio de 5 dólares de la época al mes.

Aunque ahora pueda parecer que nuestros ancestros de esa época tenían una alimentación sana y “natural”, lo cierto es que desde mediados del siglo XIX, tanto en países europeos como Alemania o Gran Bretaña o en los Estados Unidos, era evidente que muchos proveedores de alimentos estaban usando prácticas que disminuían la calidad de los mismos y, en algunos casos, ponían en grave riesgo la salud de de los consumidores. Desde vender leche que previamente se había desnatado y a la que se había añadido agua (algo que en mi infancia recuerdo que mi madre denunciaba), como en el uso de compuestos de cromo o arsénico en la confección de golosinas coloreadas con ellos, lo que estuvo en el origen de varias muertes en Inglaterra. En esa época, charlatanes y boticarios vendían pretendidos fármacos como, por ejemplo, el que se ve en la foto de abajo, que contenía cocaína para aliviar el problema de los primeros dientes en los niños.

En 1878, el Wiley de la foto volvió a su puesto de la Universidad de Purdue (Indiana) tras un periodo sabático en Alemania donde, además de asistir a las conferencias de August Wilhelm von Hofmann, el descubridor de los derivados orgánicos del alquitrán, como la anilina, trabajó en el Laboratorio Imperial de Alimentos de Bismarck, lo que le hizo dominar el uso de instrumentos como el polarímetro, entonces en boga en el estudió de los azúcares. A su regreso, las autoridades sanitaria de Indiana le pidieron que analizara los azúcares y jarabes a la venta en el estado para detectar cualquier adulteración. Wiley publicó su primer artículo sobre la adulteración del azúcar con glucosa en 1881.

Al año siguiente, Wiley aceptó una oferta del Departamento de Agricultura americano (USDA) como responsable de su Unidad de Química, que estaba al cargo del estudio y control de muchos alimentos y empezó su particular cruzada en la que, además de buscar posibles adulteraciones en los mismos, propugnaba que los alimentos, las bebidas y los fármacos se etiquetaran verazmente para que el consumidor supiera lo que estaba comprando.

Tras organizar su equipo de trabajo, en 1887 la USDA publicó el primer examen detallado de productos alimenticios titulado Foods and Food Adulterants (también conocido como Boletín técnico nº 13). Revelaba, como era de esperar, que al analizar muestras de leche, los químicos del equipo de Wiley habían encontrado muchas veces un producto casi siempre diluido con agua y blanqueado con tiza para darle un aspecto menos sucio. Detectaron muchas bacterias nadando en la leche y, en algún caso, hasta gusanos en el fondo de la botella. Los hallazgos sobre otros productos lácteos fueron igualmente reveladores. Gran parte de la "mantequilla" que los científicos encontraron en el mercado no tenía nada que ver con un producto lácteo, excepto por el nombre ficticio que figuraba en la etiqueta del producto.

En los años siguientes hubo escándalos sonados que tenían que ver con otros alimentos y bebidas. Uno de los que más repercusión tuvieron en los medios fue la constatación de que algunos de los whiskys que se vendían eran auténticos timos. Se obtenían con alcohol obtenido por destilación de diversas fuentes, al que se añadían diversos colorantes y aditivos para simular el producto que se proclamaba en la etiqueta. Otro escándalo similar se produjo tras la guerra de Cuba entre Estados Unidos y España en Cuba, que terminó en 1898, cuando se hizo público el cabreo de la Marina americana por haber estado consumiendo unas latas de carne a las que, para preservarlas de su normal deteriorο, se añadía formaldehído. Dado que este producto, cuyos efectos tóxicos hoy conocemos bien, se empleaba y emplea para conservar cadáveres, el asunto pasó a la prensa americana bajo el término “embalmed beef” (carne embalsamada).

En mayo de 1902, Wiley consiguió que el Congreso americano le proporcionara una subvención de 5.000 dólares de la época para poner en marcha los ensayos con su “escuadrón del veneno”, sobre algunos aditivos que estaban causando alarma. Solo seis meses más tarde se inició el primer test, dedicado al bórax, que se estaba empleando como conservante de la leche y la mantequilla (en las casas no había aún frigoríficos eléctricos como los que ahora conocemos). A ellos siguieron otros como el formadehído ya citado, el ácido salicílico, la sacarina, de la que enseguida hablaremos, o el benzoato sódico.

Tras cada publicación de los resultados en los que, invariablemente, Wiley recomendaba la eliminación de esos aditivos a la vista de los efectos evidenciados en la muchachada del escuadrón, las industrias usuarias de los mismos le acababan llamando de todo. Pero, pese a todo, consiguió que, en 1906, el Congreso aprobara la desde entonces famosa Ley de Alimentos y Fármacos Puros (Pure Food and Drug Acta). Con ella en la mano, el Departamento de Wiley pudo emprender una labor más sistemática en la búsqueda de contaminantes y en el requerimiento de adecuadas formas de etiquetar los alimentos, bebidas y fármacos.

Todo ello gracias al apoyo del presidente Theodore Roosevelt (no confundir con otro presidente Roosevelt, el de la segunda guerra mundial) que le defendió a capa y espada. Sin embargo, al final del mandato de Roosevelt, las chispas saltaron entre él y Wiley como resultado de que este último propusiera a la USDA la prohibición de la sacarina, al entender que era un aditivo sin valor energético, derivado del alquitrán y que había causado algunos problemas a sus cobayas humanos. Pero el médico personal de Roosevelt le había recomendado sustituir el azúcar por sacarina, como forma de controlar sus problemas de sobrepeso y su incipiente diabetes. Podéis leer la atribulada historia de la sacarina en Estados Unidos en dos entradas sucesivas (y muy visitadas) que escribí en 2013 en el Blog del Búho, picando aquí y aquí.

Al principio, Roosevelt se rebeló contra las intenciones de Wiley, nombrando una Comisión de cinco miembros, entre los que estaba el descubridor de la sacarina (Ira Remsten) para el estudio de la propuesta. Pero pronto quedó claro que la Comisión no podía ser objetiva porque el propio Presidente se encargó de dejar claro en una de las reuniones que “quienquiera que piense que la sacarina es dañina es un perfecto idiota”. Así que la Comisión no se atrevió a aprobar su prohibición aunque, de manera suave y para satisfacción del lobby de los azucareros, indicó que no tenía valor alimentario y que, por tanto, no podía sustituir al azúcar sin hacer que los alimentos que lo contuvieran "perdieran calidad".

Tras el fin del mandato de Roosevelt, las cosas tampoco mejoraron para Wiley con el siguiente presidente (William H. Taft) así que el 15 de marzo de 1912, cuarenta años antes de que naciera este vuestro Búho, Wiley dimitió de su cargo. Pero, por encima de su problemática vida en la USDA, la historia americana le recuerda como el creador de la Pure Food and Drug Acta arriba mencionada, cuya aplicación evidenció la necesidad de la creación en 1927 de la actual Food and Drug Administration, la conocida y poderosa FDA americana que controla todo lo que tiene que ver con la alimentación y medicamentos vendidos en EEUU.

Y para terminar sin perder las buenas costumbres, un poco de música (menos de 4 minutos). El Vals de la suite Masquerade de Katchaturian por la Orquesta de la Scala dirigida por Daniel Harding.

(*) Este post está inspirado en una reciente charla online de la American Chemical Society, impartida por Deborah Blum, una prestigiosa periodista científica americana que me indujo a leer su libro, publicado en en 2019 y titulado The Poison Squad, sobre la vida de Harvey Wiley.

6 comentarios:

  1. Felicidades anticipadas Maestro.

    Gran artículo.
    Después de leerlo me ha entrado una duda :
    Supongo que los aditivos son seguros en las dosis estudiadas ,
    pero aún así me gustaría saber tu opinión y no es ninguna pregunta trampa , si de la siguiente lista ¿ crees tú que habría que eliminar alguno o piensas que se eliminará en un futuro a medio plazo bien
    porque se encuentre otro mejor o por otra razon?.
    1. Nitritos y nitratos (E-249 a E-252)
    2. Butilhidroxianisol (BHA) y butilhidroxitolueno (BHT) (E-320 y E-321)
    3. Benzoato de sodio (E-211)
    4. Sulfitos (E-220 a E-228)
    5. Parabenos (E-214 a E-219)

    Gracias

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  2. Gracias, es muy interesante lectura de historia. Y es un placer leerla con este estilo. Está llena de curiosidades que asombran!
    Los niñitos que tomasen la "medicina" para los dolores de los dientes de leche debíeron de comportarse raro, y sufrir... Quizás ahora suceda algo parecido con los púberes y adolescentes que cotidianamente meriendan dulces junto latas enteras de "refrescos energéticos" con demasiado guaraná, "para rendir más". Pero que les altere el comportamiento, con altibajos raros y decayendo, afectando el descanso, poder aprender y rendir.
    Bkenas letras y inspiraciones :)
    Toni M.P.

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  3. Muchas gracias, eldeldori,
    Como bien sabes yo soy químico de polímeros y no toxicólogo. Así que te tendrás que buscar un toxicólogo para la respuesta. Pero no voy a escurrir el bulto y te voy a dar mi visión personal.
    En todo lo que tiene que ver con la seguridad alimentaria yo me fío de la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria). Se que no es perfecta pero creo que son más fiables que cualquier cantamañanas (sea con bata de científico o sin ella) que aparezcan en los medios.
    Y todos los aditivos que mencionas llevan una E por delante de un número lo que les identifica como aditivos que la EFSA considera seguros, que sigue continuamente y que revisa sus dosis seguras cada pocos años (no tienes más que poner el nombre del aditivo y la palabra EFSA en Google y lo puedes comprobar).

    Así que por ahora esos que mencionas están en estado "legal" y yo me lo creo. Lo cual no quiere decir que en una de esas revisiones, la EFSA encuentre suficientes evidencias como para considerar que alguno de ellos deba de salir de la lista de los E-. Eso ha pasado recientemente con el dióxido de titanio.

    Aunque el nuevo dictamen de la EFSA, publicado el 6 de mayo de 2021, no concluye que el E171 suponga un riesgo definitivo para la salud, tampoco descarta esa posibilidad. En concreto, la EFSA no descarta problemas de genotoxicidad, lo que significa que existe la posibilidad de que el uso de dióxido de titanio como aditivo alimentario pueda causar daños en el ADN o en los cromosomas. En la UE, el hecho de que no pueda confirmarse la seguridad de un aditivo alimentario basta para justificar su prohibición. Y eso puede pasar con otros, si de repente aparece bibliografía relevante al respecto.

    Mientras tanto, me mantengo en que, en general, nunca hemos comido tan seguro como ahora. Por mucho que los quimiofóbicos se empeñen en lo contrario.

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  4. Gracias Yanko.

    No estoy preocupado realmente por los aditivos
    en las conservas ; es más, las conservas españolas
    están consideradas como las mejores del mundo.

    Volviendo a tu cumple me ha venido a la mente
    el título del libro de la biografía poética
    de JM Caballero Bonal titulada "Somos el tiempo
    que nos queda" .
    Yo también cumplo años este mes y el citado titulo
    cobra ahora un nuevo significado : es una metáfora que nos
    enfrenta a la realidad de nuestra propia mortalidad
    y nos invita a vivir con plenitud .

    Con esta reflexión me despido dándole gracias
    por tus excelentes artículos.


    José Mari.

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  5. Buenas noches, Yanko.
    Gracias por contarnos la historia de Wiley y su Escuadrón del Veneno.
    Y como te leo con un día de retraso aprovecho para felicitarte, esperando que sean muchos más los años que disfrutemos de tus relatos.

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