sábado, 30 de mayo de 2009

Mestizos sostenibles

Dice el Diccionario avanzado de Sinónimos y Antónimos que tengo en mi biblioteca que híbrido es un adjetivo sinónimo de mestizo, aunque, en rigor, híbrido es el que procede de dos especies distintas (como el mulo, con perdón), mientras que el mestizo proviene de dos variedades o razas de la misma especie (pongamos por caso, un vasco o vasca con una cubana o cubano, cosa que siempre ha molado mucho en los lares en los que me muevo). En cualquier caso, el mestizaje o la hibridación es lo que ahora se lleva en esta aldea global en la que vivimos, y de ello no se escapan las nuevas alternativas energéticas (coches híbridos) o los nuevos materiales que se están abriendo un hueco en el mercado.

En un post del pasado octubre os ponía al corriente de otro tipo de hibridación o mestizaje. Ya que no es fácil, por ahora, obtener polímeros cuya fuente o materia prima no se obtenga del petróleo, hagamos un polímero mestizo entre materias primas provenientes del petróleo y otras provenientes de la biomasa. El pistoletazo de salida, como allí contaba, ha sido la obtención de un glicol, el polipropilenglicol a partir de maíz. Con él en la mano, nuevos tipos de poliésteres y poliuretanos son posibles, que si bien no provienen al 100% de materia prima renovable, mitigan en parte la dependencia total del petróleo de sus homónimos.

Pues bien, el gigante de la chispa de la vida (Coca Cola) ha decidido apuntarse a esta vía. Y para empezar, ha decidido embotellar uno de sus productos, la polémica agua Dasani (de la que ya hablamos hace algún tiempo), en un envase de PET, el mismo polímero que emplea para todas sus botellas de plástico. Sólo que, ahora, uno de las materias primas del PET, el etilenglicol, proviene de melazas de caña de azúcar o similares, en lugar de provenir del petróleo o del gas natural. Explica el Chemical Engineering News (CEN), al dar la noticia, que Coca Cola no ha querido explicar de dónde saca ese etilenglicol "verde", pero todo parece indicar que proviene de una empresa india (India Glycols) o quizás de una brasileña (Oxiteno).

En los planes de Coca Cola está llegar a un PET que sea 100% renovable y reciclable, condición esta última que, dentro de ciertos límites, es intrínseca al propio PET. Para el otro requisito, es necesario buscar una vía para la obtención, a partir de biomasa, de la otra materia prima constitutiva del PET, el ácido tereftálico o sus derivados o moléculas similares. En el artículo del CEN, un alto ejecutivo de Coca Cola explicaba que ya habían encontrado algunas alternativas interesantes. Aunque no tengo ni idea de a qué alternativas se refiere, lo cierto es que la bibliografía contiene ya caminos para esa opción.

De hecho, en un artículo publicado por Science hace tres años [Science (2006), 312, 1933], un grupo de la Universidad de Wisconsin proponían un proceso bastante sencillo, barato y respetuoso con el medio ambiente que podría ser una buena solución. Partiendo de la fructosa, un carbohidrato muy parecido a nuestro azúcar normal y que, como su nombre indica, se encuentra en muchas frutas, los autores conseguían altos grados de conversión de ese carbohidrato en hidroximetilfurfural (HMF), que puede oxidarse hasta obtener un diácido que podría ser una alternativa al tereftálico.

Estaría bien. Una botella como las de PET actuales, 100% a partir de cosas dulces como las melazas y la fructosa. Veremos qué viabilidad tiene el asunto. O que otras alternativas se sacan los de "la chispa de la vida" de la manga química.

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domingo, 24 de mayo de 2009

Tostarse con moderación

Aunque en las proximidades de mi nido nadie se lo crea, a la vista de la que nos ha caído (y todavía cae) este domingo, tarde o temprano llegarán las jornadas de sol y playa. Y los de piel delicada como un servidor tendrán que recurrir a una de las dos alternativas clásicas: o forrarse a cremas protectoras (y forrar de paso a las empresas que las comercializan) o seguir la vieja máxima "lo mejor del sol, la sombra". Porque, en caso contrario, lo más probable es adquirir una apariencia como la de la foto de la izquierda. Con todas las consecuencias de tener que rascarse como un poseso, despellejarse como un lagarto o (crucemos los deditos) pillarse un melanoma.

Pero mira por donde, unos colegas escoceses de la Universidad de Strathclyde han desarrollado unos indicadores baratos y fáciles de usar para prevenir el llegar a esos extremos y disfrutar del sol con moderación. Me ha gustado la noticia, no sólo porque soy de piel delicada y agradezco que haya colegas que piensen en aliviar mis dolencias, sino porque Strathclyde es una Universidad que forma parte de la red Erasmus de mi propia Facultad y muchos de mis antiguos estudiantes han catado las excelencias de la "química escocesa".

Aunque el que el sol nos cause un eritema solar depende mucho de la piel de cada uno, una piel de tipo de medio (la llamada tipo II, por ejemplo) no debiera recibir una energía superior a 250 julios por metro cuadrado, so pena de empezar a tener problemas. Por supuesto, la cantidad de energía recibida depende mucho del día que haga y la hora en la que uno se exponga a los rayos de nuestro Sol. Para evaluar esas variaciones se usan los índices UV que, en cuanto el verano se acerca, empiezan a ser publicados por los servicios metereológicos nacionales. En el sur de Europa es normal que, en verano, se alcancen índices UV entre 8 y 10 o más. Un valor de índice UV medio de 6 corresponde a una irradiación de 150 milivatios (o milijulios por segundo) por metro cuadrado, lo que implicaría un tiempo de exposición del orden de media hora para alcanzar la dosis límite de los 250 J/metro cuadrado arriba mencionada. Evidentemente, cuando el índice UV sube el tiempo permitido de exposición sin peligro para esa piel va descendiendo.

El problema es que, como todo el mundo sabe, los efectos de las quemaduras solares se hacen evidentes con un cierto retraso. O dicho de otra manera, cuando nos estamos quemando no nos enteramos. Y es sólo 4-8 horas despues cuando la cosa empieza a ponerse fea. Sería interesante, por lo tanto, disponer de algún sistema sencillo, barato y portátil que nos avisara de que es mejor dejarlo so pena de que, con posterioridad, acabemos cual cangrejo. De hecho, hay varios medidores en el mercado pero no han acabado de cuajar por el problema que voy a describir.

Todos esos dispositivos se basan en la combinación de una sustancia que, bajo la acción de la luz, se descompone proporcionando iones hidrógenos ácidos que hacen que el segundo componente, un indicador de pH, cambie de color. Pero a medida que la luz incide en el medidor, los iones hidrógeno se producen de forma continuada, provocando también un cambio continuo en el color del indicador, con lo que no hay manera de saber cuando estamos en el límite peligroso.

Los escoceses han desarrollado un dosificador de nueva generación, añadiendo de forma muy estudiada un tercer componente de carácter básico que va neutralizando los hidrógenos ácidos producidos hasta que llegamos a la dosis peligrosa. En ese momento, bien ajustado, se dejan de anular los hidrógenos y se produce un cambio brusco de color que avisa del problema. Ajustando la cantidad de base en el dispositivo, se pueden preparar indicadores para todos los tipos de piel. Todo ello en una especie de tirita sobre la que los tres componentes arriba mencionados (generador de hidrógenos, indicador de pH y base) se han depositado en una especie de filme gracias a un polímero, el polivinil butiral, del que ya hablé en una entrada anterior.

A ver si los vemos pronto en el mercado.

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martes, 19 de mayo de 2009

Enfriando champán para las ocasiones

En la entrada del 12 de octubre del pasado año, a propósito de algunos experimentos de mi amigo Harold McGee para enfriar adecuadamente las cosas sin tener que usar frigoríficos de muchas estrellas, hablábamos de las mezclas de hielo y sal que, en mi tierna infancia, hacían que emulara a los Arnoldo, los más conocidos (e italianos) artesanos del helado en mi ciudad. Pero esto de tener un Blog tiene sus exigencias y, a lo largo de este finde, un colega de Leoia me pide que le suministre datos para comparar, desde el punto de vista del desarrollo sostenible, el binomio bolsas de plástico/bolsas de papel. Para complicarme más la semana, la tertulia post-golf del domingo me puso la tarea de aclarar, con mi florido verbo, si es posible enfriar una botella de champán con alcohol y de forma más rápida que con un congelador. Y vamos con esto último, que tiene que ver con la entrada arriba mencionada.

En términos de la Química Física se conoce como mezcla eutéctica a la que se da entre dos sustancias que, a una cierta proporción entre ellas, congela a temperaturas más bajas que las sustancias que la componen. El dibujo que ilustra esta entrada es un ejemplo. Se trata de la mezcla entre agua y etilenglicol, un viejo conocido de este Blog. De hecho, la mezcla de ambos es lo que nos venden como anticongelante para el coche. Pues bien, pinchando en el gráfico para que se vea mejor, podeis constatar en el eje de la izquierda el punto de congelación del agua (0º C) y en el de la derecha el punto de congelación del etilenglicol (-14ºC). Parecería lógico pensar que mezclas de uno y otro, en diferentes composiciones, debieran congelar a temperaturas intermedias entre ambos puntos de congelación de las sustancias puras. Pues no. La naturaleza es muy rarita y hace lo que le da la gana. Y de hecho, las mezclas de ambas sustancias congelan a temperaturas que vienen dadas por las líneas que separan la zona rosa de la zona azul y la zona amarilla. En el caso más extremo, hay una composición que contiene un 63% de etilenglicol que congela a la friolera (el término viene al pelo) de -65ºC, muy lejos de las de los componentes puros. Esa composición y temperatura singulares configuran el punto eutéctico de la mezcla.

Hay varias mezclas en las que participa el hielo que presentan puntos eutécticos. La más conocida es la que mencionaba en mi post de octubre de 2008: el hielo y la sal común. Añadiendo 330 gramos de sal por kilo de hielo tenemos un eutéctico situado a -21ºC. El de la urea y el agua se obtiene añadiendo 100 gramos de urea a 1 kilo de hielo y se sitúa a -10ºC. Finalmente, el etanol (o alcohol etílico) y el hielo forman un eutéctico a -119ºC cuando mezclamos
unos 950 gramos de alcohol etílico con 50 de una mezcla de agua y de hielo. La consecuencia de estos diagramas es que si uno coge hielo, lo machaca bien, le deja que se funda un poco y empieza a adicionar alcohol de 96º (del que venden en los supermercados), mientras agita con un termómetro dentro, irá comprobando que la temperatura del sistema va bajando a medida que la cantidad de alcohol crece, hasta llegar a las inmediaciones de esos -119º C, si uno tiene suficiente paciencia y energía agitatoria.

Este asunto de enfriar rápidamente con alcohol surgió, en nuestra tertulia tras el dominical partidito de golf, porque uno de nosotros contó que un conocido suyo había ganado una apuesta de muchos euros enfriando en tiempo récord una botella de champán con una mezcla de alcohol y hielo. Y seguro que lo pudo hacer porque de acuerdo con el gráfico que podeis ver aquí, basta con poner algo más de unos 700 gramos de una mezcla de hielo y agua y adicionar algo más de 300 gramos de alcohol para tener un equilibrio hielo / disolución de alcohol en agua, que mantenga una temperatura de unos -20 ºC, similar al de un congelador al que quisiéramos batir en el enfriamiento de nuestra botella de champán. Y porque, además, como explicaba la entrada arriba mencionada, poner al vidrio en contacto directo con una mezcla frigorífica, que siempre tiene algo de líquido, es mucho más efectivo que meter la botella en un congelador a idéntica temperatura. En ese caso, el fluido refrigerador es el aire que hay en el congelador, que proporciona una menor velocidad de enfriamiento por cuestiones de conductividad térmica.

Lo que ocurre es que gastar 300 gramos de alcohol (que son más de 400 mililitros) por 700 gramos de agua y hielo para conseguir el efecto sale un poco caro. Mejor es usar la mezcla frigorífica de mi primitiva heladora (sal+hielo). A no ser que usemos muchas veces la mezcla alcohólica, para lo que la debiéramos guardar en el congelador y sólo sacarla en caso de apuro.

Aunque conociendo al ganador de la apuesta, ¡será por dinero!.

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domingo, 17 de mayo de 2009

Nanostiarras

Hace ahora cuatro años, unos cuantos andábamos por estas fechas un tanto agobiados montando un evento muy especial. Con motivo de los cien años del llamado Annus Mirabilis de Albert Einstein (1905), el terremoto Pedro Etxenike consiguió atraer a Donosti a un elenco espectacular de científicos (con varios Premios Nobel entre ellos) e intelectuales y organizar una serie de conferencias dirigidas al gran público sobre la vida, obra y repercusiones en nuestra sociedad del genio de los pelos que fumaba en pipa y tocaba el violín.

Ante mi sorpresa, que esperaba que tras el lleno del primer día, la gente iba a salir corriendo ante tanto físico y químico hablando del sexo de los ángeles, llenamos el Cubo pequeño del Kursaal (casi 800 personas) y varias salas anexas todos los días, con gentes de lo más variopinto, desde estudiantes de Secundaria a jubilados de todos los sectores, incluyendo fundamentalmente a otros muchos de alto standing científico-tecnológico.

Recogiendo ese legado y como complemento de un Congreso científico comme il faut organizado por Nanogune, se van a dedicar las tardes del 28, 29 y 30 de setiembre de 2009 a una serie de conferencias divulgativas sobre la Nanociencia y la Nanotecnología. En este link teneis el inicio de la página web (que allí se llama Plenaria) que explica el contenido de esas sesiones. Tras leeros la presentación podeis ver el Programa, en el que figuran tres Premios Nobel (Kroto, Rohrer, Fert) y otros insignes científicos, como el donostiarra Josean Maiz, con el que compartí clases en el embrión de lo que hoy es un prestigioso Colegio de la Ciudad en la que reina Odón. Aquellas clases nos servían a ambos para ganar un dinerito extra y poder complementar así nuestras respectivas (y míseras) Becas predoctorales. Ahora él es un jefe gordo de Intel, así que me ha sacado una ventaja considerable en lo que a vida profesional se refiere.

El asunto a resaltar de estas sesiones es que son gratis (papeo incluido) para los que se inscriban en el formulario al que se accede desde la etiqueta Inscripción de la página de la que estamos hablando. Para no marearos yendo y viniendo a la misma podeis picar aquí. No teneis más que rellenar lo que allí se pide, enviarlo y nosotros nos encargamos del resto. Y digo encargamos porque, si curioseais un poco en la información, vereis que El Búho aparece como miembro del Comité que pone orden en estas cosas. Por ahora no he trabajado mucho, porque mis Jefes naturales en el evento son gentes aguerridas y de resolución pronta, pero a medida que vaya pasando el tiempo voy a tener que apretarme los machos. Como inicio, y ya que tengo un respetable número de suscriptores en este Blog, voy a ver si con este post hago un poco de publicidad y contribuyo a que el Cubo pequeño se vuelva a llenar.

Ya sé que Donosti es un poco cara y de no muchos recursos hoteleros, pero todavía hay tiempo para que los que no vivís en las proximidades os organiceis una nanovisita a una nanociudad que parece que va a ser un nanoreferente en esto de las nanocosas. Y donde todos nos conocen por nuestros nanopintxos.... Y que nadie se asuste porque algunos ponentes no hablen la lengua de Cervantes ni la de Larramendi. Tendremos los mejores traductores del mundo mundial. Faltaría más....

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domingo, 10 de mayo de 2009

Sempiternos y congelados

Me dicen algunos profesionales hospitalarios, en los que confío, que aquí nadie parece reconocer que la enfermedad le acecha y que es parte sustancial de su vida y deterioro. Y que si algún profesional se lo sugiere, por un quítame allí esas pajas, lo llevan a los Tribunales bajo la acusación de "no hacer todo los posible". Lo cual está generando una medicina defensiva, basada en un derroche de múltiples técnicas instrumentales (RMN, ecografías, Rayos X, analíticas de todo tipo) que están haciendo insostenible la Sanidad Pública, además de contribuir a que el llamado ojo clínico de los galenos sea más una excepción que una regla. Pretendemos que nuestra vida tienda hacia su fin en una especie de asíntota infinita que no llegaría nunca a ese límite en el que, tarde o temprano, vamos a tener que entregar la cuchara.

Sobre ese límite no deseado trata esta entrada, que tiene como protagonistas a una serie de ciudadanos que propugnan el congelarnos recien muertos, para despertarnos cuando la ciencia haya descubierto lo que puede curarnos de la dolencia que nos mató. Para ese tipo de actividad se ha elegido la palabra inglesa Cryonics que, al menos en Wikipedia, han traducido por Criónica o Criopreservación.

El causante de que yo me haya metido en este lío es, una vez más, el dichoso espíritu de Bolonia, que me tiene un tanto alterado. Andaba yo buscando formas acordes con ese espíritu, que me sirvieran para proponer a mis estudiantes el realizar un trabajo sobre el biodiésel, así como sobre los efectos secundarios derivados de su producción creciente. Resulta que como subproducto de ese proceso, vamos a tener que lidiar con una desmesurada cantidad de una molécula química muy popular: la glicerina, que otros llaman glicerol por aquello de americanizarlo todo, sin seguir las normas del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) de la Lengua. La glicerina es, en términos químicos, el propanotriol, un primo de cosas como el etanol (o alcohol etílico) del vino o del etilenglicol, que todos compramos disuelto en agua en los anticongelantes de los radiadores de nuestros automóviles.

En mi intento por buscar información que pudiera servir a los estudiantes para configurar su trabajo, me he dado de bruces con una serie de referencias en las se habla del empleo de la susodicha glicerina en los mencionados procesos de criopreservar cadáveres, algo que, al menos en la sociedad americana, está a caballo entre una filosofía de vída y un próspero negocio.

En el ámbito de la medicina, hay muchos procesos en los que se conservan a temperaturas extraordinariamente bajas cosas como los cordones umbilicales de los fetos, el semen o algunos otros órganos. En ese proceso, bajar por debajo de la temperatura de congelación del agua (un componente mayoritario de muchos organismos, en nuestro caso el 70%), supone la génesis de cristales de hielo que, en su desarrollo, pueden causar destrozos irreparables en los tejidos biológicos.

Para buscar una solución, hemos aprendido de organismos que, en la naturaleza, no les queda más remedio que vivir (o invernar) a esas temperaturas tan bajas, como es el caso de los osos, las focas, algunas ranitas árticas y otros congéneres. Estos ciudadanos son capaces de originar con su metabolismo cantidades importantes de sustancias que, como la glucosa, la urea o la propia glicerina, hacen que las disoluciones acuosas que su organismo contiene no generen cristales de hielo que acaben con sus tejidos más sustanciales. Algo parecido a los anticongelantes pero no es exactamente igual. Lo que se pretende con el procesos de adicionar glicerina u otros criopreservantes a la sangre y otros fluidos es bloquear el mecanismo de cristalización y conseguir que, al bajar la temperatura, el agua vitrifique pero no cristalice. Los lectores duchos en física de materiales o los que hayan estudiado algo de polímeros me entenderán a la primera. En polímeros, la vitrificación es fácil de hacer con sólo enfriar muy deprisa. Pero con el agua (o con los metales) la cosa no es tan obvia.

El Cryonics Institute es un organismo americano que lleva congelados casi cien fiambres previo pago del servicio, tras infundirles glicerina y otras cosas en sus vasos sanguíneos, guardándolos posteriormente en tanques como el que veis en la foto (que pertenece a otra conocida empresa en este ámbito, la Alcor Life Extension Foundation). Si quereis saber cosas sobre asuntos tan fúnebres podeis acceder a este link en el que, desde el Cryonics Institute se dan respuestas a las preguntas más frecuentes (FAQs) que, los todavía mortales, podemos hacernos sobre él. Desde la horquilla de precios, y las formas de pago, a diferente información sobre los procedimientos y bases del sistema de criopreservación. La verdad es que es una web curiosa la de este Instituto. Uno puede encontrar hasta un cuidadoso historial de los fiambres que van "embalsamando" en frío. Si quereis podéis entrar a ver la dramática historia del paciente número 92, el último al que parecen haber tenido la oportunidad de dejar helado y ahíto de glicerina.

La cosa se presta a múltiples discusiones pero yo voy a seguir la máxima de mi abuelo ferroviario, que se jactaba de que en su pueblo no había médico porque todos morían de muerte natural. Y, a ser posible, sin andar paseando mis babas por los jardines de debajo de mi casa.

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jueves, 7 de mayo de 2009

El buhito

Picando en la imagen, ese que veis a la izda de la misma, con las manos en la espalda, de pie y con aire displicente ante las indicaciones del fotógrafo es el Búho en sus tiempos infantiles. Este pasado domingo me he encontrado con esta foto en las páginas dedicadas a la comarca de Hernani en el Diario Vasco, con motivo del 125 aniversario del Colegio que acogió mis primeros balbuceos intelectuales. No me digais que la foto no es sintomática de mi actual carácter poco sociable. Sólo, contra el cochambroso muro a mis espaldas, orgullosamente de pie y a buen recaudo de las posibles miradas inquisitoriales de la monja de turno (que mi disco duro sigue recordando como Sor Elena). Así me va..... Y no busqueis el link Leer mas que, en este caso, mi bien conocida verborrea no ha ido más lejos.

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domingo, 3 de mayo de 2009

El colesterol y los Premios Nobel

Se ríen mis amigos cuando les digo cada año, a finales de marzo o primeros de abril, que empiezo a sufrir ciertos efectos que yo llamo astenia primaveral. Pero así es y además de dolerme todo, tengo una especial indolencia que me hace ir a bajas revoluciones en mis actividades. Pero este año la cosa ha sido distinta, aunque los resultados (plasmados en sólo dos entradas del Blog a lo largo del mes de abril) pudieran indicar que la mencionada astenia ha hecho su efecto.

Despues de mis dolencias de columna de enero y febrero, unos cristalitos de oxalato cálcico, sustancia química de lo más modesta, han andado haciéndome cosquillas por los bajos. Y, para arreglarlo, desde hace unos días tengo que lidiar con una bursitis en mi codo izquierdo. Alguno pensará que se debe a una actividad desenfrenada en el ámbito golfístico, pero nada más lejos de la realidad. La culpa la tienen las horas de escritorio que he metido para elaborar los prolijos documentos que una panda de pedagogos nos piden para santificar nuestra propuesta de un Grado en Química. Todo ello dentro del "famoso" espíritu bolognese que tanto parece asustar a los estudiantes. Unas cosas y otras han contribuido a la baja actividad de mi Blog, que espero ahora quede como cosa pasada.

El caso es que, con tanta dolencia, no me ha quedado más remedio que visitar a los galenos, sometiendo mis fluidos a las técnicas instrumentales analíticas y mi cuerpo serrano a otras actividades exploratorias, algunas ciertamente vejatorias. Pero gracias a los resultados, mi tradicional hipocondria, que me hace asumir con rapidez los síntomas de cualquier deficiencia física que aparezca en los periódicos, se ha visto frenada por unas cuantas semanas. Aunque espero que a ningún mejicano se le ocurra visitarme o la fastidiaremos.

Todo parece en orden o casi. La especialista que me hizo unas ecografías de riñón y aledaños urinarios me habló de que mi hígado parecía estar trabajando más de lo normal. ¡Vade retro!, pensé, ahora me quitan el morapio. Pero otras cosas de la analítica no cuadraban y, por ahora, tengo bula alcohólica. Y lo que es mejor, y dará pié a esta entrada, mi colesterol bueno o HDL sigue subiendo de manera suave pero sostenida, hasta niveles cercanos al máximo de los intervalos estándar de mi Servicio de Salud. Y así lo viene haciendo desde 1995, cuando empecé a someterme al rito de que una vampira que duerme conmigo me saque sangre mientras estoy medio dormido y se la lleve a analizar.

Podría ponerme a divagar sobre algunas razones que me convendrían al respecto de ese aumento, pero no es el caso. Del colesterol acumulo poca ciencia, más allá de las implicaciones químicas de una molécula un tanto complicada, en cuyo conocimiento han contribuido una serie importante de Premios Nobel (trece, para ser más exactos) y otros distinguidos personajes. Sobre dos de los laureados va el asunto.

Robert B. Woodward fue un genio, un tipo singular que apuró la vida hasta el límite. Bebedor y fumador compulsivo y trabajador hasta horas intempestivas, tenía otras rarezas como el color azul con el que decoraba sempiternamente su vestimenta, su Mercedes o su área de parking. O su manía de llenar la pizarra de estructuras químicas usando tizas de colores y empezando, de manera sistemática, por el ángulo superior izquierdo y terminando por el inferior derecho. Pero desde pequeñito había manifestado un interés desmesurado por la Química y una capacidad inusual para manejarse con procedimientos para sintetizar moléculas. Con esas armas, él y su equipo, trabajando a destajo durante dos años, fueron capaces de llevar a cabo lo que, todavía hoy, se considera como una de las síntesis más elegantes llevadas a cabo en la historia de la Química Orgánica. La del colesterol, un entramado de veintisiete carbonos, cuarenta y seis hidrógenos y un oxígeno. A los que hay que enlazar de la forma adecuada para que, ¡ahí es nada!, aparezca la molécula en cuestión. Y hablamos de la década de los 50 del siglo pasado.

Woodward recibió el Premio Nobel de Química en 1965 por sus contribuciones a la síntesis de materiales naturales. Pero, curiosamente, ese mismo 1965 recibió el Nobel de Fisiología o Medicina Konrad Bloch, otro científico ligado al colesterol. Aunque Woodward (y otros como Robinson y su discípulo Cornforth, ambos Premio Nobel) fueron capaces de sentar uno de los hitos de la Química con la síntesis en el laboratorio del colesterol, ese proceso no reproducía la complicada vía que nuestro organismo utiliza para generar esa misma molécula. Para esa tarea había nacido Bloch, un tipo afortunado visto desde la distancia, aunque quizás él no pensara lo mismo.

Nacido alemán, en lo que hoy es Polonia, Bloch tuvo que poner mar de por medio para conservar su pellejo judío, gracias a los buenos oficios de Rudolph J. Anderson, de la Universidad de Yale. Un joven Bloch tuvo el atrevimiento de escribir respetuosamente (como buen alemán) a Anderson, para echarle en cara que uno de sus afamados artículos sobre el bacilo de la tuberculosis decía lo contrario de lo que él veía en sus propios experimentos: el mencionado bacilo no tenía colesterol, algo que parecían establecer los resultados de Anderson. Ahí se produjo el salto vital y científico de Bloch. Anderson (un buen tipo, sin duda) reconoció que Bloch tenía razón y que había trabajado mejor que su propio Grupo, le ayudó a salir de Alemania, le buscó un enchufe con su colega Hans T. Clarke en la Columbia University (las malas lenguas dicen que Clarke le aceptó porque Bloch tocaba el cello, el instrumento que más le ponía) y, como consecuencia de ello, se encaminó en la senda de lo que iba a ser su hoy conocida carrera científica. Que, finalmente, iba a acabar en el Nóbel del 65 por sus contribuciones a la biosíntesis del colesterol a partir del ácido acético, nuestro entrañable vinagre.

Las vueltas que da la vida......

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